Capítulo 1

Una extraña vibración despertó de un sueño inquieto a Perry Bergman, que tuvo al instante un mal presentimiento. Aquel desagradable murmullo le recordó unas uñas arañando una pizarra. Apartó la fina sábana con un escalofrío y se levantó descalzo sobre la cubierta de acero. Ahora el ruido le parecía un torno de dentista de fondo se detectaba el zumbido normal de los generadores de la nave y los ventiladores del aire acondicionado.

—¿Qué demonios? —se preguntó en voz alta, aunque no había nadie que pudiera responderle. Había llegado la tarde anterior al buque, el Benthix Explorer, en helicóptero, después de un largo vuelo de Los Ángeles a Nueva York y luego a Punta Delgada, en la isla de San Miguel en las Azores. Entre el recorrido por las distintas zonas horarias y el largo informe recibido sobre los problemas técnicos que sufría la tripulación, estaba agotado, como era de suponer, No le hacía ninguna gracia que le hubieran despertado después de sólo cuatro horas de sueño, y menos con aquella discordante vibración.

Descolgó bruscamente el teléfono para llamar al puente, mientras esperaba que se estableciera la conexión se asomó de puntillas por el ojo de buey de su camarote de vip, con su metro sesenta de estatura, Perry no se consideraba un hombre bajo, aunque tenía que reconocer que no era alto.

El sol apenas aclaraba el horizonte, y el barco arrojaba una larga sombra sobre el Atlántico. Perry miraba hacia el oeste sobre un mar brumoso y tranquilo cuya superficie parecía una vasta extensión de peltre batido. El agua se ondulaba sinuosa en olas bajas y amplias, la serenidad de la escena desmentía los sucesos que ocurrían bajo la superficie. El Benthix Explorer se mantenía en una posición fija, gracias a las órdenes informáticas que recibían las hélices y los propulsores de proa y popa, sobre un área de la dorsal media atlántica, una cordillera de montañas volcánicamente activas, de veintidós mil kilómetros de extensión, que divide en dos el océano. Con sus constantes y profusos vómitos de lava volcánica, las explosiones submarinas de vapor y los frecuentes terremotos, la cordillera submarina era la antítesis de la tranquilidad veraniega de la superficie.

—Aquí puente —respondió una voz aburrida.

—¿Dónde está el capitán Jameson? —preguntó Perry.

—En su litera, que yo sepa.

—¿Qué demonios es esta vibración?

—Ni idea, pero no viene de la planta de energía del barco, sí eso es lo que quiere saber. Se trata seguramente de la plataforma de perforación. ¿Quiere que llame a la cabina de perforación?

Perry colgó de golpe sin contestar. Era increíble que quien estuviera en el puente no sintiera curiosidad por aquella vibración. ¿Es que no le importaba? Le irritaba mucho ver que aquel barco se gestionaba de modo tan poco profesional, pero decidió enfrentarse a ello más tarde. Ahora lo primero era ponerse los tejanos y un grueso jersey de cuello alto, no hacía falta que le dijeran que la vibración provenía de la plataforma de perforación, eso era evidente, al fin y al cabo él había ido hasta allí desde los ángeles precisamente por las dificultades con las perforaciones.

Perry sabía que se había jugado el futuro de la Benthix Marine en aquella aventura: Perforar en una cámara de magma de una montaña submarina al oeste de las Azores. Era un proyecto que no tenía ningún patrocinador, lo cual significaba que la compañía estaba poniendo dinero en lugar de ganarlo, y los gastos eran tremendos. Perry se había decidido a ello en la creencia de que la hazaña avivaría la imaginación del público y llamaría la atención sobre la exploración submarina, catapultando así a la Benthix Marine a la vanguardia de la investigación oceanográfica, por desgracia las cosas no iban según lo previsto.

En cuanto se vistió, Perry se miró en el espejo sobre el lavabo del baño. Unos años atrás no se habría molestado, pero las cosas habían cambiado, y el aspecto desaliñado que tan buenos resultados le daba antes, ahora que ya pasaba de los cuarenta le hacía viejo o, en el mejor de los casos, le daba pinta de cansado.

El pelo comenzaba a ralear, y necesitaba gafas para leer, pero todavía conservaba su encantadora sonrisa. Perry estaba orgulloso de sus dientes blancos y perfectos, sobre todo porque resaltaban el bronceado que tanto se esforzaba en mantener. Satisfecho con su reflejo, salió al pasillo, estuvo tentado de llamar a las puertas del capitán y el primer oficial para desahogar su rabia, sabía que las superficies metálicas resonarían como tambores de lata y el ruido sobresaltaría a los ocupantes de los camarotes. Como fundador, presidente y mayor accionista de la Benthix Marine esperaba que todo el mundo estuviera alerta mientras él se encontrase a bordo. ¿Acaso él era el único interesado en investigar aquella vibración?

Una vez en cubierta trató de localizar el origen del extraño ruido, que ahora se mezclaba con el estrépito de la plataforma de perforación, el Benthix Explorer era un buque de ciento treinta metros de eslora, con una torre de perforación de veinte niveles en la cubierta central. Contaba además con instalaciones de buceo de saturación, un sumergible y un completo equipo de cámaras fotográficas y video. Con esto y el complejo laboratorio, la Benthix Marine, compañía propietaria del buque, tenía la capacidad de llevar a cabo una amplia gama de estudios y operaciones oceanográficas.

La puerta de la cabina de perforación estaba abierta, un hombre gigantesco bostezó y se estiró antes de ponerse un mono de trabajo y un casco amarillo en el que se leía supervisor, todavía muerto de sueño, se dirigió hacia el platillo giratorio. Era obvio que no tenía ninguna prisa, a pesar de que la vibración se extendía por todo el barco.

Perry aceleró el paso y alcanzó al supervisor justo cuando otros dos trabajadores se unían a él.

—Ha estado vibrando unos veinte minutos, jefe —informó uno de ellos, por encima del estruendo de la plataforma.

Ninguno de los hombres prestó atención a Perry, el supervisor se puso unos guantes de trabajo y cruzó la angosta rejilla de metal que atravesaba el pozo central. Su sangre fría era impresionante. La pasarela parecía muy endeble, y sólo una fina barandilla protegía de una caída de quince metros al mar. El hombre se inclinó sobre el platillo giratorio, agarró levemente la barra de rotación, dejando que diera vueltas en sus manos, y ladeó la cabeza intentando interpretar el temblor que se transmitía por la tubería. Tardó sólo un instante.

—¡Detened la plataforma! —gritó el gigantón.

Uno de los trabajadores volvió precipitadamente al panel de control en el exterior, al cabo de un momento el platillo giratorio se detuvo con un chasquido y la vibración cesó. El supervisor salió a cubierta.

—¡Maldita sea! La barrena se ha vuelto a romper. ¡Esto ya es de chiste!

—Pues lo más gracioso es que no hemos perforado ni un metro en los últimos cuatro o cinco días.

—¡Silencio! —Ordenó el supervisor—. Sube inmediatamente la barrena a la boca del pozo.

El segundo trabajador se unió al primero, y casi de inmediato se oyó el estruendo de la maquinaria mientras las poleas subían la barrena.

—¿Cómo está tan seguro de que es la barrena? —gritó Perry por encima del ruido.

—Por experiencia —contestó el otro, antes de alejarse hacia la popa.

Perry tuvo que echar a correr para alcanzarle, puesto que cada paso del supervisor equivalía a dos de los suyos. Intentó hacer otra pregunta, pero el hombre no le oía o le ignoraba, subió las escaleras de tres en tres, y dos cubiertas más arriba llamó bruscamente a la puerta de un camarote en que se leía: Mark Davidson, jefe de operaciones. Al principio la única respuesta fue un ataque de tos, pero al cabo de un momento se oyó una voz.

—Adelante.

Perry entró en el estrecho camarote detrás del supervisor.

—Malas noticias, jefe. Me temo que la barrena se ha vuelto a romper.

—¿Pero qué hora es? —preguntó Mark, mesándose el pelo con los dedos. Estaba sentado en su litera en ropa interior, tenía la cara hinchada y la voz espesa de sueño. Sin esperar respuesta cogió un paquete de tabaco, el aire olía a humo rancio.

—Las seis, más o menos.

—Joder. —De pronto pareció advertir a Perry—. ¿Perry? —Preguntó sorprendido—. ¿Qué haces aquí?

—No había forma de dormir con esa vibración.

—¿Qué vibración? —inquirió Mark al supervisor, que a su vez miraba fijamente a Perry.

—¿Es usted Perry Bergman?

—Eso tengo entendido —replicó él. La incomodidad del gigantón le resultó bastante satisfactoria.

—Lo siento.

—No pasa nada —concedió Perry, magnánimo.

—¿Estaba traqueteando la barrena? —quiso saber Mark.

El supervisor asintió.

—Igual que las últimas cuatro veces, incluso un poco peor.

—Pues sólo nos queda una barrena de tungsteno y carbono con diamantes —se quejó Mark.

—Lo sé.

—¿A qué profundidad estamos?

—Más o menos como ayer.

—Tenemos fuera cuatrocientos metros de tubería, puesto que el fondo está a poco menos de trescientos metros y no hay sedimentos, calculo que hemos penetrado la roca unos cien metros.

—Era lo que intentaba explicarte anoche —dijo Mark, volviéndose hacia Perry—. Todo iba bien hasta hace cuatro días, desde entonces no hemos avanzado nada, bueno, un metro o poco más, a pesar de haber utilizado cuatro brocas.

—¿Crees que hemos dado con una capa más dura, entonces?

—Preguntó Perry, más que nada por decir algo. Mark se echó a reír sarcástico.

—Dura no es la palabra. ¡Estamos utilizando barrenas de diamante! Y lo peor es que todavía quedan unos treinta metros de lo mismo antes de llegar a la cámara de magma, por lo menos según el radar. A este ritmo tardaremos más de diez años.

—¿Han analizado en el laboratorio la roca que quedó atrapada en la última barrena rota? —preguntó el supervisor.

—Sí, y según Tad Messenger nunca habían visto una cosa así. Está compuesta de una clase de olivina cristalina que él piensa que podría tener una matriz microscópica de diamante, ojalá pudiéramos obtener una muestra más grande. Uno de los mayores problemas de perforar en mar abierto es que no podemos analizar los fluidos de perforación, es como perforar a oscuras.

—¿No podríamos meter una barrena tubular? —sugirió Perry.

—No sé de qué nos iba a servir, si con la de diamante no avanzamos nada.

—¿Y si la montamos sobre la barrena de diamante? Si obtenemos una buena muestra de la roca que queremos perforar, tal vez podríamos elaborar algún plan. Hemos invertido mucho en esta operación para rendirnos sin luchar.

Mark miró al supervisor, que se encogió de hombros.

—Muy bien, tú eres el jefe.

—Por lo menos de momento —replicó Perry. No hablaba en broma, no sabía cuánto tiempo seguiría siendo el jefe si el proyecto no daba resultado.

—De acuerdo. —Mark apagó el cigarrillo en un cenicero rebosante de colillas—. Sacad la barrena a la boca del pozo.

—Los chicos ya están en ello —contestó el supervisor.

—Colocad la última barrena de diamante —prosiguió Mark, mientras cogía el teléfono—. Voy a avisar a Larry Nelson para que tenga listo el sistema de inmersión y el sumergible. Cambiaremos la barrena a ver si podemos obtener una buena muestra de lo que estamos perforando.

—A la orden.

Perry se dispuso a salir detrás del supervisor, pero Mark, mientras hablaba por teléfono con Larry Nelson, alzó una mano para detenerle.

—Hay algo que no comenté anoche en la reunión —comenzó—, pero creo que deberías estar al corriente.

Perry tragó saliva, tenía la boca seca. No le gustaba el tono de Mark, que parecía a punto de darle una mala noticia.

—Quizá no sea nada —prosiguió Mark, pero cuando estábamos estudiando la capa de roca con el radar, encontramos por casualidad algo inesperado. Tengo los datos aquí en mi mesa. ¿Quieres echarles un vistazo?

—Prefiero que me digas tú lo que sea. Ya miraré los datos más tarde.

—El radar indicaba que los contenidos de la cámara de magma tal vez no sean lo que esperábamos según los originales estudios sísmicos. Tal vez no sean líquidos.

—¡Pero qué dices! —esta información aumentó los malos presentimientos de Perry. El verano anterior, el Benthix Explorer había descubierto por casualidad la montaña submarina que ahora estaban perforando. Lo sorprendente del hallazgo era que, como parte de la dorsal media atlántica, la zona había sido ampliamente estudiada por el Geosat, el satélite de la marina americana utilizado para trazar mapas del fondo oceánico. Lo cierto es que aquella montaña en particular había escapado al radar del Geosat.

Aunque la tripulación del Benthix Explorer estaba entonces deseando llegar a casa, se habían detenido lo suficiente para pasar varias veces sobre la misteriosa montaña. Gracias al sofisticado sonar del barco lograron realizar un somero estudio de la estructura interna de la montaña. Los resultados fueron también sorprendentes. La montaña resultó ser un volcán inactivo con una corteza muy fina y un núcleo líquido a tan sólo ciento veinte metros bajo el suelo oceánico. Pero todavía más increíble era el hecho de que la sustancia de la cámara de magma tenía propiedades de propagación del sonido idéntico a las de la discontinuidad de Mohorovicic, o moho, la misteriosa frontera entre la corteza y el manto terrestre. Puesto que nadie había logrado obtener magma del moho, aunque tanto los americanos como los rusos lo habían intentado durante la guerra fría, Perry decidió perforar la montaña con la esperanza de que la Benthix Marine fuera la primera organización en obtener una muestra del material fundido. Pensaba que el análisis del material arrojaría luz sobre la estructura y tal vez incluso el origen de la tierra. Pero ahora el jefe de operaciones del Benthix Explorer le estaba diciendo que los datos sísmicos originales podían ser erróneos.

—La cámara de magma podría estar vacía —dijo Mark.

—¿Cómo?

—Bueno, vacía no, pero llena de algún gas comprimido, o tal vez de vapor. Sé muy bien que extrapolar datos a esta profundidad es llevar la tecnología del radar de penetración más allá de sus límites, de hecho mucha gente diría que los resultados de los que estoy hablando son imaginarios, que no tienen ninguna base real. Pero me preocupa que los datos del radar no cuadren con los sísmicos. No me gustaría nada que después de tantos esfuerzos no consiguiéramos más que un chorro de vapor caliente. Nadie se quedaría satisfecho con eso, y menos los inversores.

Perry se mordió la mejilla pensativo. Empezaba a desear no haber oído hablar nunca del monte Olympus, como había bautizado la tripulación a la montaña submarina que intentaban horadar.

—¿Has hablado de esto con la doctora Newell? —preguntó Perry. La doctora Suzanne Newell era directora de oceanografía del Benthix Explorer—. ¿Ha visto los datos que me comentabas?

—No los ha visto nadie, el caso es que ayer capté por casualidad una sombra en la pantalla del ordenador, cuando lo preparaba todo para tu llegada. Pensaba sacar el tema en la reunión de anoche, pero al final decidí hablar contigo en privado. Por si no lo has notado, tenemos ciertos problemas de moral con algunos miembros de la tripulación. Muchos piensan que perforar esta montaña es como luchar contra molinos de viento, y cada vez hay más gente deseando zanjar el proyecto y volver a casa antes de que termine el verano, la verdad es que no quería echar más leña al fuego.

Perry se encontraba débil. Se dejó caer en la silla que había junto a la mesa y se frotó los ojos. Estaba cansado, desanimado y hambriento. Se maldecía por haberse jugado el futuro de la compañía a partir de unos datos tan poco fiables, pero el descubrimiento había sido tan repentino que se sintió impulsado a actuar de inmediato.

—Mira, no quiero ser agorero —dijo Mark—. Vamos a hacer lo que tú decías, a ver si averiguamos algo más de la roca. Mientras tanto, no nos desanimemos.

—No es fácil mantener los ánimos —replicó Perry—, sobre todo teniendo en cuenta lo que le está costando a la compañía tener aquí el barco. Quizá deberíamos empezar a reducir pérdidas.

—Oye, ¿por qué no vas a comer algo? No es bueno tomar decisiones precipitadas con el estómago vacío, de hecho, si esperas un momento a que me duche, voy contigo. Qué demonios, ya verás cómo pronto obtendremos información sobre esta mierda con la que hemos topado. Tal vez entonces quede claro lo que hay que hacer.

—¿Cuánto tiempo tardarán en cambiar la barrena? —preguntó Perry.

—El sumergible estará en el agua en una hora, llevarán la barrena y las herramientas hasta la boca del pozo. Los buzos tardan un poco más en llegar allí abajo porque tienen que someterse a la compresión antes de bajar la campana. Esto llevará un par de horas, más si sufren dolores de compresión. Pero cambiar la barrena no es difícil. La operación completa no debería llevar más de tres o cuatro horas, menos incluso.

Perry se levantó con esfuerzo.

—Llámame al camarote cuando estés listo para ir a comer.

—Eh, espera un momento —exclamó Mark con súbito entusiasmo—. Tengo una idea que igual te anima un poco. ¿Por qué no bajas tú con el sumergible? Se ve que eso de ahí abajo es precioso, por lo menos según Suzanne. Incluso el piloto, Donald Fuller, que fue oficial de la marina y es un tipo de lo más serio y seco, dice que el paisaje es increíble.

—¿Qué puede tener de especial una montaña sumergida?

—La verdad es que yo no he bajado —admitió Mark—, pero parece que tiene que ver con la geología de la zona, con formar parte de la dorsal medio atlántica y esas cosas, pero pregúntale a Newell o Fuller. Ya verás lo contentos que se ponen si les ofrecen bajar. Con las luces halógenas del sumergible y agua tan clara, dicen que la visibilidad es de cincuenta a cien metros.

Perry asintió. Lo cierto es que no era una mala idea, se distraería de los problemas y además tendría la impresión de estar haciendo algo. Sólo había hecho inmersión una vez, en la isla de santa catalina, cuando la Benthix Marine recibió el sumergible. Había sido una experiencia inolvidable, por lo menos tendría ocasión de ver la montaña que le estaba dando tantos quebraderos de cabeza.

—¿A quién debo informar que formaré parte de la tripulación? —preguntó.

—Ya me encargo yo. —Mark se levantó y se quitó la camiseta—. Se lo diré a Larry Nelson y ya está.