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Se tiró al agua.
No fue por miedo. Lo tenía pensado desde hace tiempo. El viaje en barca no había durado tanto. ¡Aunque no vea la orilla opuesta tiene que ser posible llegar hasta ella!
Los niños llegaron gritando hasta el sitio en donde había abandonado la orilla y varias piedras cayeron a su lado. Pero nadaba rápido y pronto estuvo fuera del alcance de sus débiles brazos.
Nadaba y por primera vez después de mucho tiempo sentía una sensación deliciosa. Sentía su cuerpo, sentía su antigua fuerza. Siempre había nadado bien y nadar le producía satisfacción. El agua estaba fría pero aquel frío le hacía bien. Le parecía como si lavase así toda la suciedad infantil que tenía acumulada, todas las salivas y las miradas de los niños.
Nadó durante mucho tiempo y mientras tanto el sol caía lentamente sobre el agua.
Y luego se hizo de noche y la oscuridad fue completa, no había luna ni estrellas y Tamina trataba de mantener siempre la misma dirección.