26

En la isla suenan los gritos del canto y el ruido de las guitarras. Delante del albergue, en el suelo, hay un magnetofón. Junto a él hay un muchacho y Tamina reconoce en él al barquero con el cual vino hace tanto tiempo a la isla. Está excitada. Si es el barquero, en algún sitio tiene que estar la barca. Sabe que no puede dejar escapar esta oportunidad. El corazón le late con fuerza y desde este momento no piensa más que en la huida.

El muchacho mira hacia abajo al magnetofón y mueve las caderas. Los niños se acercan al sitio y se le suman: mueven hacia adelante primero un hombro y después el otro, tienen la cabeza inclinada hacia arriba, mueven las manos con los dedos índices hacia afuera, como si amenazaran a alguien y acompañan con sus gritos las canciones que suenan en el magnetofón.

Tamina está escondida tras el grueso tronco de un plátano, no quiere que la vean pero no puede despegar la vista de ellos. Se comportan con la misma coquetería provocativa que las personas mayores, moviéndose hacia adelante y hacia atrás como si imitaran el coito. La obscenidad de los movimientos adherida a los cuerpos infantiles elimina la contradicción entre impudicia e ingenuidad, entre la limpieza y la podredumbre. La sensualidad pierde todo sentido, la ingenuidad pierde todo sentido, el diccionario se derrumba y Tamina se siente mal: como si tuviera en el estómago una cavidad vacía.

Y la imbecilidad de las guitarras suena y los niños bailan, sacan la barriga con coquetería y ella siente náuseas de las cosas que no pesan nada. Esa cavidad vacía en el estómago es precisamente la insoportable ausencia de peso. Igual que un extremo puede convertirse en cualquier momento en su contrario, la máxima ligereza se ha convertido en la terrible carga de la falta de peso y Tamina sabe que ya no es capaz de soportarla ni un instante más. Y se da la vuelta y corre. Corre por la arboleda hacia el agua.

Ya está junto a la orilla. Mira a su alrededor. Pero la barca no está.

Igual que el primer día, da la vuelta a toda la isla corriendo para encontrarla. Pero no ve ninguna barca. Por fui regresa al sitio en que el sendero bordeado de plátanos desemboca en la playa. Ve correr excitados a los niños.

Se detiene.

Los niños la vieron y se han echado a correr hacia ella.