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Alrededor del podio vagaban los fantasmas de las estatuas derruidas y arriba estaba el presidente del olvido con un pañuelo rojo al cuello. Los niños aplaudían y gritaban su nombre.

Ya han pasado ocho años desde aquel momento pero mi cabeza siguen resonando sus palabras, que volaban través de las ramas florecidas de los manzanos.

Niños, vosotros sois el futuro, dijo y yo sé ahora que aquello tenía un sentido distinto de lo que pudiera parecer a primera vista. Los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro.

Niños, no miréis nunca hacia atrás, decía y quería decir que no debemos permitir nunca que el futuro se hunda bajo el peso de la memoria. Tampoco los niños tienen pasado y ése es el secreto de la encantadora inocencia de su sonrisa.

La historia es una sucesión de cambios pasajeros, mientras que los valores eternos permanecen fuera de la historia, son imperturbables y no necesitan de la memoria. Husak es el presidente de lo eterno y no de lo pasajero. Él está de parte de los niños y los niños son la vida y la vida es ver, oír, comer, beber, orinar, defecar, sumergirse en el agua y mirar al cielo, sonreír y llorar.

Dicen que cuando Husak terminó su discurso a los niños (para entonces yo ya había cerrado la ventana y papá volvía a prepararse para montar a caballo), Karel Gott subió al podio y cantó. A Husak le caían las lágrimas de emoción por la cara y la sonrisa del sol, que brillaba desde todas partes, se unió con esas lágrimas. El gran milagro del arco iris se extendió en ese momento sobre Praga.

Los niños levantaron sus cabezas, vieron el arco iris y comenzaron a reír y a aplaudir.

El idiota de la música terminó su canción y el presidente del olvido abrió los brazos y exclamó: «¡Niños, vivir es ser feliz!».