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Y de repente ya no hay paz alguna en el reino en donde las cosas son ligeras como la brisa.
Jugaban a la piedra y saltaban de un cuadro a otro, primero con el pie derecho, luego con el izquierdo y después con los dos juntos. Tamina también saltaba. (Veo su cuerpo alto entre los cuerpecitos pequeños de los niños, salta, los cabellos le vuelan junto a la cara y en el corazón lleva un aburrimiento infinito). En ese momento los canarios empiezan a gritar que ha pisado la raya.
Por supuesto las ardillas dicen que no la pisó. Después los dos equipos se inclinan sobre las líneas y buscan la huella del pie de Tamina. Pero la raya marcada en la arena es imprecisa y la huella del zapato de Tamina también. El caso es dudoso, los niños gritan, llevan ya un cuarto de hora y están cada vez más apasionados con la discusión.
En ese momento Tamina hace un gesto fatal; levanta un brazo y dice: «Está bien. La pisé».
Las ardillas le empiezan a gritar a Tamina que no es verdad, que se ha vuelto loca, que miente, que no pisó la raya. Pero la discusión ya está perdida, sus afirmaciones, después de la traición de Tamina, no tienen ya peso alguno y los canarios festejan a gritos su victoria.
Las ardillas están furiosas, le gritan a Tamina que es una traidora y un niño la empuja y Tamina está a punto de caerse. Hace ademán de pegarles y ésa es para ellos la señal de ataque. Tamina se defiende, es mayor, es fuerte (y está llena de odio, sí, está golpeando a los niños como si golpease a todo lo que ha odiado en su vida) y a los niños les sangra la nariz, pero luego vuela una piedra y le pega a Tamina en la frente y ella se tambalea, se lleva las manos a la cabeza, le brota la sangre y los niños se alejan de ella. De pronto se ha hecho el silencio y Tamina se va despacio a su albergue. Se acuesta en la cama dispuesta a no participar más en ningún juego.