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Si es cierto que la historia de la música terminó ¿qué es lo que ha quedado entonces de la música? ¿El silencio?

¡Qué va! Hay cada vez más música, muchísima más que la que hubo en las épocas más gloriosas de su historia. Sale de los altavoces de los edificios, de los horripilantes equipos de sonido en los pisos y los restaurantes, de los pequeños transistores que la gente lleva por la calle.

Schönberg murió, Ellington murió, pero la guitarra es eterna. Una armonía estereotipada, una melodía gastada y un ritmo tanto más marcado cuanto más monótono, eso es lo que ha quedado de la música, ésa es la eternidad de la música. Todos pueden unificarse sobre la base de estas sencillas combinaciones de notas; se trata del propio ser que grita en ellas su alegre ¡yo estoy aquí! No hay coincidencia más vocinglera y unánime que la sencilla coincidencia con el ser. Ahí se ponen de acuerdo los árabes con los judíos y los checos con los rusos. Los cuerpos se mueven al ritmo de los tonos, ebrios de saber que existen. Por eso ninguna de las composiciones de Beethoven ha sido vivida con tanta pasión colectiva como el aporreamiento uniforme y repetitivo de las guitarras.

Cuando iba con papá, un año antes de su muerte, a dar el habitual paseo alrededor de su manzana, sonaban de todas las esquinas las canciones. Cuando más triste estaba la gente, más tocaban los altavoces. Llamaban al país ocupado a olvidar las amarguras de la historia y a entregarse a las alegrías de la vida. Papá se detuvo, miró hacia arriba al aparato del que salía el sonido y yo sentí que me quería decir algo muy importante. Se concentró con gran intensidad para poder decir lo que estaba pensando y luego latamente y con esfuerzo dijo: «la estupidez de la música».

¿Qué quería decir con eso? ¿Pretendía acaso insultar a la música que había sido el amor de su vida? No, creo que me quería decir que existe una especie de estado original de la música, un estado que es anterior a su historia, su estado antes de que fuera planteada la primera pregunta, su estado antes de la primera meditación, antes de que comenzase el juego con el motivo y el tema. En este estado básico de la música (música sin pensamiento) se refleja la sustancial estupidez del ser del hombre. La música se elevó por encima de esta estupidez sustancial sólo gracias a un esfuerzo inmenso del espíritu y el corazón, formando así ese hermoso arco que curvó su trayectoria sobre los siglos de Europa y se apagó al llegar a la cima de su vuelo, como un cohete de fuegos de artificio.

La historia de la música es mortal, pero la tontería de las guitarras es eterna. La música ha vuelto hoy a su estado original. Es el estado posterior al planteamiento de la última pregunta, a la última meditación, a la historia.

Cuando el cantante «pop» Karel Gott se fue en 1972 al extranjero porque allí ganaba más, Husak se horrorizó. E inmediatamente le escribió a Frankfurt (en agosto de 1972) una carta personal. La cito textualmente y no invento nada: Querido Karel, no estamos enfadados con usted. Vuelva, por favor, haremos para usted todo lo que desee. Nosotros le ayudaremos a usted, usted nos ayudará a nosotros…

Medítenlo ustedes un momento, por favor: Husak dejó sin pestañear que emigraran médicos, científicos, astrónomos, deportistas, directores de cine, obreros, ingenieros, arquitectos, historiadores, periodistas, escritores, pintores, pero no podía soportar la idea de que Karel Gott abandonase el país. Porque Karel Gott representaba a la música sin memoria, a esa música en la que están enterrados para siempre los huesos de Beethoven y Ellington, el polvo de Palestrina y Schönberg.

El presidente del olvido y el idiota de la música tenían que estar juntos. Trabajaban en la misma obra. Nosotros le ayudaremos a usted, usted nos ayudará a nosotros. No podían vivir el uno sin el otro.