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¿Por qué Tamina no pregunta adónde va?

¡Aquel a quien no le importa el objetivo, no pregunta adónde va!

Miró al muchacho que estaba sentado frente a ella remando. Le pareció debilucho y sus remos demasiado pesados.

—¿No quieres que te reemplace? —le preguntó, y el muchacho asintió de inmediato y se levantó de su puesto.

Cambiaron de sitio. El muchacho estaba ahora sentado en la popa, mirando a Tamina remar y sacó de debajo del asiento un pequeño magnetofón. Comenzó a sonar una canción moderna, con guitarras y canto. El muchacho empezó a mover suavemente el cuerpo al ritmo de la música. Tamina lo miró con disgusto: aquel niño movía las caderas con coquetería, como una persona mayor. Sus movimientos le parecieron obscenos.

Bajó la vista para no verlo. En ese momento el muchacho aumentó el sonido del magnetofón y comenzó a cantar en voz baja. Tamina volvió a levantar la vista por un momento para mirarlo y él le preguntó:

—¿Por qué no cantas?

—No conozco la canción.

—¿Cómo que no la conoces? Todo el mundo la conoce.

Siguió contoneándose en su asiento; Tamina ya estaba cansada:

—¿No quieres volver a remar tú un poco?

—Rema, rema —sonrió el muchacho.

Pero Tamina estaba verdaderamente cansada. Apoyó los remos en el fondo de la barca y descansó:

—¿Cuándo vamos a llegar?

Señaló con la mano hacia adelante. Ella se dio vuelta para mirar. La orilla no estaba lejos. Era distinta al paisaje del que habían partido: verde, con hierba, llena de árboles.

Al poco tiempo la barca tocó fondo. En la orilla unos diez niños que jugaban al balón los miraron con curiosidad. Bajaron a tierra. El muchacho amarró la barca a una estaca. Al terminar la playa de arena, comenzaba un camino bordeado por una doble hilera de plátanos. Tomaron por el camino y al cabo de diez minutos escasos llegaron a un edificio amplio pero de poca altura. Delante de él había gran cantidad de extraños objetos de colores, cuyo sentido no comprendió y unas cuantas redes de voleibol. Tenían algo de particular que a Tamina le sorprendió. Sí, estaban extendidas a muy poca altura del suelo.

El muchacho se llevó dos dedos a la boca y silbó.