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Todo este libro es una novela en forma de variaciones. Las distintas secciones van una tras otra como distintos trozos de un camino que va hacia adentro del tema, adentro de la idea, adentro de una sola y única situación, cuya comprensión se me pierde allí donde ya no alcanza la vista.
Es una novela sobre Tamina y en el momento en el que Tamina desaparece de la escena, es una novela para Tamina. Ella es el personaje principal y el principal espectador y todas las demás historias son variaciones de su historia y se reúnen en su vida como en un espejo.
Es una novela sobre la risa y el olvido, sobre el olvido y Praga, sobre Praga y los ángeles. Por lo demás no es ninguna casualidad que el joven que está sentado al volante se llame Rafael.
El paisaje se volvía cada vez más desierto, había cada vez menos verde y cada vez más ocre, cada vez menos pasto y árboles y cada vez más arena y barro. Luego el coche salió de la carretera y tomó un camino estrecho que terminaba de repente en un brusco acantilado. El joven detuvo el coche. Bajaron. Estaban al borde del acantilado y abajo, a unos diez metros, había una angosta franja de barro que formaba la orilla y después el agua, turbia, marrón, que se extendía hasta el infinito.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tamina angustiada. Hubiera querido decirle a Rafael que prefería regresar pero no se atrevió: tuvo miedo de que se negase a hacerlo y se dio cuenta que esa negativa no habría hecho mis que aumentar su angustia.
Estaban al borde del acantilado, debajo de ellos estaba el agua y a su alrededor sólo el barro, barro blanco sin pasto, como si de allí se sacase arcilla. Y en verdad, a poca distancia había una topadora.
En ese momento Tamina se acordó de que aquél era el aspecto del paisaje en el que había trabajado su marido por última vez en Bohemia, cuando lo echaron de su empleo original y se fue a cien kilómetros de Praga a manejar una topadora. Vivía allí durante la semana en un carromato y sólo volvía a Praga, a ver a Tamina, el domingo. Por eso una vez fue a verle ella misma durante la semana. Pasearon entonces por un paisaje como aquel: barro blando sin pasto y sin árboles, rodeados por abajo de ocres y amarillos y por arriba de bajas nubes grises. Iban los dos juntos con botas de goma que se hundían en el barro y resbalaban. Estaban los dos solos en todo el mundo y sentían la angustia, el amor y la desesperada preocupación que cada uno de ellos tenía por el otro.
Aquella sensación desesperada se apoderó ahora de ella y ella estaba feliz porque repentina e inesperadamente había recuperado un trozo perdido del pasado.
Era un recuerdo completamente perdido y era quizás desde entonces la primera vez que había reaparecido. Pensó que debería apuntarlo en su cuaderno. ¡Se acordaba hasta del año exacto!
Y tuvo ganas de decirle al joven que quería regresar. ¡No, no tenía razón al decirle que su tristeza era sólo una forma sin contenido! ¡No, no, su marido sigue estando vivo en esa tristeza, sólo que está perdido y ella tiene que ir a buscarlo! ¡Buscarlo por todo el mundo! ¡Sí, sí! ¡Ahora lo comprende! ¡La persona que quiere recordar no puede quedarse sentado en un sitio y esperar que los recuerdos lleguen solos! ¡Los recuerdos se han desperdigado por todo el mundo y uno tiene que viajar para encontrarlos y hacerlos salir de sus escondrijos!
Eso es lo que quería decirle al joven y pedirle que la llevase de vuelta. Pero en ese momento se oyó desde abajo, desde el agua, un silbido.