7

Comprendo los reproches que se hacía Tamina. Cuando murió mi padre yo también me los hice. No podía perdonarme haberle preguntado tan poco, saber tan poco de él, haberlo dejado pasar de largo. Y precisamente aquellos reproches me hicieron comprender lo que probablemente me quería decir junto a la partitura de la sonata op. 111.

Intentaré explicarlo con una comparación. La sinfonía es una epopeya musical. Podríamos decir que se parece a un camino que recorre el infinito externo del mundo, que va de una cosa a otra, cada vez más lejos. Las variaciones también son un camino. Pero ese camino no recorre el infinito externo. Conocen ustedes sin duda la frase de Pascal acerca de que el hombre vive entre el abismo de lo infinitamente grande y el abismo de lo infinitamente pequeño. El camino de las variaciones conduce a ese otro infinito, a la infinita diversidad interna que se oculta en cada cosa.

Beethoven descubrió así en las variaciones un espacio distinto y una distinta dirección del movimiento. Sus variaciones son en este sentido una nueva invitación al viaje.

La forma de la variación es una forma de concentración máxima y permite al compositor hablar sólo de la cosa en sí, ir directamente al núcleo de la cuestión. El objeto de la variación es un tema que con frecuencia no tiene mis que dieciséis compases, Beethoven va hacia dentro de estos dieciséis compases como si penetrase por una sima hacia el centro de la tierra.

El camino de este otro infinito no es menos azaroso que camino de la epopeya. Así desciende el físico a las milagrosas entrañas del átomo. Con cada variación Beethoven se aleja más y más del tema original, que no se parece más a la última variación que una flor a su imagen bajo el microscopio.

El hombre sabe que no puede abarcar al universo con su sol y sus estrellas. Lo que le parece mucho más insoportable es estar condenado a dejar pasar de largo también al otro infinito, al cercano, al que está al alcance de la mano. Tamina dejó pasar al infinito de su amor, yo dejé pasar a papá y cada uno deja pasar a su propia obra porque en busca de la perfección hay que ir hacia adentro de las cosas y nunca se llega hasta el final.

El que se nos haya escapado el infinito exterior lo tomamos como un sino natural. Pero el haber dejado escapar al otro infinito lo consideraremos hasta la muerte como culpa nuestra. Pensábamos en el infinito de las estrellas y no nos ocupábamos del infinito de papá.

No es de extrañarse que las variaciones se hayan convertido en el amor del Beethoven mayor, maduro, que sabía muy bien (como lo sabe Tamina y lo sé yo) que no hay nada más insoportable que dejar pasar de largo al hombre que hemos amado, a esos dieciséis compases y al universo interno de sus posibilidades infinitas.