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El día en cuestión se sentó junto a la barra del bar un joven con vaqueros. Tamina estaba ya sola en la taberna. El joven pidió coca cola y se puso a sorberla lentamente. Miraba a Tamina y Tamina miraba al vacío.
Después le dijo:
—Tamina.
Si aquello tenía por objeto impresionarla, no la impresionó. No era tan difícil enterarse de su nombre, que era conocido en los alrededores por todos los clientes.
—Sé que está triste —prosiguió el joven.
Ni siquiera aquello atrajo a Tamina. Sabía que hay diversos métodos para conquistar a una mujer y que uno de los caminos seguros hacia un regazo femenino pasa por la tristeza. Pero a pesar de eso lo miró ahora con mayor interés que un rato antes.
Después se pusieron a charlar. Lo que le interesaba a Tamina eran sus preguntas. No el contenido, sino el simple hecho de que le preguntase. ¡Dios mío, cuánto tiempo hace que nadie le pregunta nada! ¡Parece toda una eternidad! Solamente su marido le preguntaba sin cesar, porque el amor es un preguntar constante. Sí, no conozco ninguna definición mejor del amor.
(El amigo Hübl podría objetarme que en ese caso nadie nos ama más que la policía. Es cierto. Del mismo modo en que cada arriba tiene su contrario en un abajo, también tiene el interés del amor su negativo en la curiosidad de la policía. Algunas veces uno puede confundir lo que está arriba y lo que está abajo, y soy capaz de imaginar que algunas personas solitarias puedan llegar a desear que de vez en cuando las lleven a un interrogatorio en comisaría para poder hablarle de sí mismas a alguien.)