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Si Franz Kafka fue el profeta del mundo sin memoria, Gustav Husak es su constructor. Después de T. G. Masaryk, llamado el presidente liberador (todas sus estatuas, sin excepción, han sido destruidas), después de Benes, de Gottwald, de Zapotocky, de Novotny y de Svoboda, el séptimo presidente de mi patria es el llamado presidente del olvido.
Los rusos lo instalaron en el poder en 1969. Desde 1621 no ha soportado la historia de la nación checa una masacre de la cultura como la de su gobierno. Todos creen que Husak sencillamente ha perseguido a sus enemigos políticos. Sin embargo, la lucha contra la oposición política ha sido más bien una excusa y una oportunidad que los rusos han aprovechado para alcanzar por medio de su virrey algo mucho más esencial.
Considero muy elocuente en este sentido que Husak haya expulsado de las universidades y los institutos científicos a ciento cuarenta y cinco historiadores checos. (Se dice que por cada uno de ellos ha crecido en alguna parte de Bohemia, misteriosamente, como en las fábulas, una nueva estatua de Lenin.) Uno de esos historiadores, mi amigo Milan Hübl, con sus gruesísimas gafas, estaba sentado un día del año 1971 en mi piso de la calle Bartolomejska. Mirábamos desde la ventana las cúpulas de las torres del castillo de Hradcany y estábamos tristes.
—Para liquidar a las naciones —decía Hübl—, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido. Y el mundo circundante lo olvida aún mucho antes.
—¿Y el idioma?
—¿Para qué nos lo iban a quitar? Se convierte en un mero folklore que muere, al cabo de un tiempo, de muerte natural.
¿Era una hipérbole dictada por la enorme tristeza?
¿O es cierto que ninguna nación atraviesa con vida el desierto del olvido organizado?
Ninguno de nosotros conoce lo que está por venir. Pero hay algo que es cierto. En sus momentos de clarividencia, la nación checa puede ver de cerca, frente a frente, la imagen de su muerte. No como realidad, ni como futuro inevitable, pero sí como posibilidad totalmente concreta. Su muerte está con ella.