UNA FAMA INESPERADA
—Amigo —se oyó, y el estudiante se dio vuelta. Petrarca le hacia gestos con la mano dirigiéndose hacia él—. ¿Ya se marcha? —Le pidió disculpas por no haberlo reconocido enseguida—: Al día siguiente de una juerga suelo estar completamente idiotizado.
El estudiante explicó que no quería interrumpirles porque no conocía a los señores que estaban sentados con Petrarca.
—Son unos imbéciles —le dijo Petrarca al estudiante y fue con él a sentarse a la mesa de la que el estudiante acababa de levantarse. El estudiante miraba angustiado la gran hoja de papel que había quedado sobre la mesa. Si al menos fuera un pequeño papelito insignificante, pero este papel enorme parecía como si llamase a gritos la atención sobre toda la torpe intencionalidad con la que había sido olvidado en la mesa.
Petrarca, cuyos ojos negros daban vueltas permanentemente en su cara, se fijó enseguida en el papel y lo examinó:
—¿Qué es esto? ¿Es suyo amigo?
El estudiante intentó con escasa habilidad imitar el azoramiento de una persona que deja por error tirado un mensaje íntimo y trató de quitarle a Petrarca el papel de las manos.
Pero Petrarca lo leía ya en voz alta: Te espero. Te amo. Kristina. Medianoche.
Miró al estudiante a los ojos y le preguntó:
—¿Qué medianoche? ¿No habrá sido la de ayer?
El estudiante bajó la vista:
—Sí —dijo y ya no trató de quitarle a Petrarca el papel de las manos.
Pero ya se acercaba a la mesa Lermontov con sus piernas cortas. Le dio la mano al estudiante:
—Me agrada mucho verle. Aquéllos —señaló hacia la mesa de la que venía—, son unos imbéciles insoportables. —Se sentó junto a los dos.
Petrarca le leyó a Lermontov inmediatamente el texto del recado de Kristina, lo leyó varias veces seguidas, con voz sonora y rítmica, como si fuera un verso.
Y se me ocurre que allí donde no es posible darle una bofetada a la chica que nada rápido ni dejarse matar por los persas, allí donde no hay ninguna salida de la lítost, ahí viene a socorrernos la gracia de la poesía.
¿Qué es lo que ha quedado de toda esta historia absolutamente malograda? Sólo la poesía. Palabras escritas en el libro de Goethe, que se lleva Kristina y palabras en papel rayado que le han dado al estudiante una fama inesperada.
—¡Amigo —dijo Petrarca cogiendo al estudiante del brazo—, confiese que escribe versos! ¡Confiese que es poeta!
El estudiante bajó la vista y confesó que Petrarca no se equivocaba.