MÁS NOTAS SOBRE LA TEORÍA DE LA LÍTOST
Sobre la base de dos ejemplos de la vida del estudiante he aclarado dos reacciones posibles del hombre respecto a su propia lítost. Si nuestro contrincante es más débil que nosotros, lo herimos con algún pretexto falso, tal como el estudiante hirió a la estudiante que nadaba rápido.
Si nuestro contrincante es más fuerte, no nos queda más remedio que elegir una especie de venganza indirecta, una bofetada refleja, el crimen mediante el suicidio. El chiquillo toca al violín un tono falso hasta que el maestro ya no puede soportarlo y lo tira por la ventana. Y el chiquillo cae y en su vuelo se alegra porque el profesor será acusado de asesinato.
Éstas son las dos formas clásicas y si la primera es corriente en la vida de los amantes y de los esposos, la llamada gran historia de la humanidad está repleta de la segunda forma. Probablemente todo aquello que nuestros maestros denominaban heroísmo no era más que la forma de lítost a la que hice referencia en el caso del chiquillo y el maestro de violín. Los persas conquistan el Peloponeso y los espartanos cometen un error tras otro. E igual que el chiquillo se negaba a tocar el tono exacto, ellos también, cegados por lágrimas de rabia, se niegan a hacer nada razonable, no son capaces de luchar mejor, ni de rendirse, ni de salvarse huyendo y se dejan matar hasta el último hombre por causa de la lítost.
Hablando de esto se me ocurre que no es casual que el concepto de lítost haya nacido en Bohemia. La historia de los checos, esa historia de eternas revueltas contra el más fuerte, historia de famosas derrotas que pusieron en movimiento la marcha del mundo y la caída de la propia nación, ésa es la historia de la lítost. Cuando en agosto del sesenta y ocho miles de tanques rusos invadieron ese país pequeño y hermoso, vi escrito en las paredes de una ciudad la siguiente consigna: ¡No queremos compromisos, queremos la victoria! ¡Entiendan ustedes, en ese momento podía elegirse entre varios tipos de derrotas, nada más, pero aquella ciudad rechazaba el compromiso y quería la victoria! ¡Quien hablaba no era la razón, hablaba la lítost! A aquel que rechaza el compromiso no le queda al final más elección que la peor de las derrotas posibles. Y eso es precisamente lo que quiere la lítost. La persona que está poseída por la lítost se venga con su propia ruina. El chiquillo se deshizo contra la acera, pero su alma inmortal se alegrará por los siglos de los siglos de que el profesor haya tenido que colgarse del pestillo de la ventana.
Pero ¿cómo puede herir el estudiante a la señora Kristina? Antes de que él pueda hacer nada, Kristina estará sentada en el tren. Los teóricos conocen este tipo de situaciones y dicen que se produce la llamada lítost enquistada.
Eso es lo peor que puede ocurrir. El estudiante tenía dentro de sí la lítost como un tumor que crece minuto a minuto y no sabía qué hacer con ella. Como no tenía manera de vengarse, buscaba al menos consuelo. Por eso se acordó de Lermontov. Se acordó de que Goethe lo había ofendido, de que Voltaire lo había humillado y de que Lermontov les había gritado una y otra vez que él era orgulloso, como si todos los poetas que estaban alrededor de la mesa fuesen profesores de violín y él quisiera provocarlos para que lo tiraran por la ventana.
El estudiante sentía por Lermontov la nostalgia que puede sentirse por un hermano y se llevó la mano al bolsillo. Encontró allí un trozo grande de papel doblado. Era una hoja arrancada del cuaderno y en ella estaba escrito: Te espero. Te amo. Kristina. Medianoche…
Comprendió. La chaqueta que llevaba puesta hoy estaba ayer colgada en tu habitación. El descubrimiento tardío del recado no hizo más que confirmarle lo que ya sabía: El cuerpo de Kristina se le había escapado sólo gracias a su propia estupidez. La lítost lo llenaba hasta explotar y no tenía por dónde salir.