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El inesperado éxito sexual le trajo a Hugo un desengaño igualmente inesperado. A pesar de que podía hacerle ahora el amor cuando quisiera (difícilmente le podría negar lo que ya una vez le había permitido), sentía que no había logrado atraerla ni deslumbrarla. ¡Oh, como puede un cuerpo desnudo bajo su cuerpo ser tan indiferente, tan inalcanzado, tan lejano, tan extraño! ¡Y él había querido hacerla parte de su mundo interno, de ese magnífico universo compuesto de su sangre y sus ideas!
Está sentado enfrente a ella en el café y dice:
—Quiero escribir un libro, Tamina, un libro sobre el amor, sí, sobre ti y sobre mí, sobre nosotros dos, nuestro diario más íntimo, el diario de nuestros dos cuerpos, sí, quiero romper así todas las barreras y decir sobre mí mismo todo, todo lo que soy y lo que pienso, y será al mismo tiempo un libro político, un libro político sobre el amor y un libro de amor sobre la política.
Tamina mira a Hugo y él de repente no soporta su mirada y pierde el hilo del discurso. Quería que estuviera en el universo de su sangre y sus ideas pero ella está perfectamente encerrada en su propio mundo, de modo que las palabras de él, que nadie comparte, se vuelven en su boca cada vez más pesadas y su flujo es cada vez más lento:
—… un libro de amor sobre política, sí, porque el mundo debe ser hecho a la medida del hombre, a nuestra medida, a la medida de nuestros cuerpos, de tu cuerpo, Tamina, de mi cuerpo, sí, para que llegue un momento en que el hombre pueda besar de otra manera y amar de otra manera…
Las palabras son cada vez más pesadas, son como grandes trozos de carne dura sin masticar. Hugo se calló. Tamina era hermosa y él la odiaba. Le parecía que se aprovechaba de su destino. Que se había erguido sobre su pasado de viuda y emigrante como sobre un rascacielos de falso orgullo desde el cual miraba a todos hacia abajo. Y Hugo piensa celoso en su propia torre, que intenta levantar enfrente del rascacielos de ella y que ella se niega a ver una torre construida con el artículo publicado y el libro que prepara sobre su amor.
Entonces Tamina le dijo:
—¿Cuándo irás a Praga?
Y a Hugo se le ocurrió que nunca lo había amado y que había estado con él sólo porque necesitaba que alguien fuese a Praga. Lo atacó un deseo irreprimible de vengarse.
—Tamina —dice—, creí que tú misma te darías cuenta. ¡Habrás leído mi artículo!
—Lo leí —dice Tamina.
No le cree. Y si lo leyó no le interesó. No le habló del tema. Y Hugo siente que el único sentimiento importante de que es capaz es la fidelidad a esa torre despreciada y abandonada (la torre del artículo publicado y el libro en preparación sobre su amor hacia Tamina), que es capaz de luchar en defensa de esa torre y que va a obligar a Tamina a tenerla en cuenta y a asombrarse de su altura.
—Ya sabes que escribo sobre la cuestión del poder. Analizo el funcionamiento del poder. Y me refiero a lo que sucede en vuestro país. Y hablo de eso abiertamente.
—Por favor, ¿de verdad crees que en Praga conocen tu artículo?
Hugo se siente herido por su ironía:
—Hace ya mucho que vives en el extranjero y ya olvidaste de lo que es capaz vuestra policía. El artículo tuvo un gran efecto. Recibí muchísimas cartas. Vuestra policía ha oído hablar de mí. Lo sé.
Tamina permanece en silencio y es cada vez más hermosa. Dios mío, estaría dispuesto a ir cien veces a Praga y volver, con tal de que ella tuviera un poco en cuenta ese universo al que él quiere incorporarla ¡el universo de su sangre y sus ideas! Y de repente cambia el tono de su voz:
—Tamina —dice con tristeza—, yo sé que te enfadas porque no puedo ir a Praga. Yo también pensé en un primer momento que podría haber retrasado la publicación del artículo, pero después comprendí que no podía seguir callando: ¿Me entiendes?
—No —dice Tamina.
Hugo sabe que todo lo que está diciendo son contrasentidos que lo han llevado a donde no quería llegar, pero ya no puede dar vuelta atrás y está desesperado. Le han salido manchas rojas en la cara y la voz le falla:
—¿Tú no me entiendes? ¡No quiero que aquí termine todo como en vuestro país! ¡Si todos nos callamos nos convertiremos en esclavos!
En ese momento una horrible repulsión se apoderó de Tamina, se levantó de la silla y corrió hacia el váter y el estómago se le subía hasta la garganta, se agachó frente a la taza, vomitó, el cuerpo se le retorcía como si estuviese llorando y veía delante de sus ojos los huevos, el pito y los pelos de aquel muchacho y sentía el olor agrio de su boca, sentía el contacto de sus muslos en su trasero y se le pasó por la cabeza que ya no era capaz de acordarse del sexo y los pelos de su marido, que la memoria del asco es por lo tanto mayor que la memoria de la ternura (¡ay, Dios mío, sí, la memoria del asco es mayor que la memoria de la ternura!) y que en su pobre cabeza no quedaría más que este pobre muchacho al que le huele la boca y vomitaba y se retorcía y vomitaba.
Después salió del váter con la boca (llena aún de olor agrio) fuertemente cerrada.
Él dudaba. Quería acompañarla a su casa, pero ella no decía ni una palabra y seguía con la boca fuertemente cerrada (como cuando en el sueño guardaba el anillo de oro). Él le hablaba, pero ella no contestaba y únicamente apuraba el paso y él ya no supo qué decirle, siguió un rato en silencio junto a ella hasta que al final se detuvo. Ella siguió andando y no volvió la vista.
Siguió sirviendo café y ya no volvió a llamar por teléfono a Bohemia.