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—Tengo una buena noticia para ti. Hablé con tu hermano. Irá este sábado a ver a tu suegra.

—¡¿De verdad?! ¿Se lo explicaste todo? ¿Le dijiste que si mi suegra no encuentra la llave hay que hacer saltar la cerradura?

Tamina colgó el teléfono y estaba como embriagada.

—¿Buenas noticias? —preguntó Hugo.

—Sí —asintió.

Sentía en los oídos la voz de su padre, alegre y decidida, y pensaba que lo había juzgado mal.

Hugo se levantó y se acercó al bar. Sacó dos vasos y les echó whisky.

—Puede llamar por teléfono desde aquí cuando quiera y como quiera. Yo le repito lo que ya le dije. Me siento a gusto con usted, aunque sé que no se va a acostar nunca conmigo.

Hizo un esfuerzo para decir sé que nunca se va a acostar conmigo, sólo para demostrarse que es capaz de decirle a los ojos a esa mujer inaccesible ciertas palabras (aunque sea tomando la precaución de pronunciarlas en forma negativa) y se encontró a sí mismo osado.

Tamina se levantó y se dirigió hacia Hugo para coger el vaso que él tenía en la mano. Estaba pensando en su hermano: se habían distanciado, pero a pesar de todo se querían y estaban dispuestos a ayudarse.

—¡Que todo le salga bien! —dijo Hugo, y se bebió su vaso.

También Tamina bebió su whisky y dejó el vaso sobre la mesa. Iba a sentarse, pero antes de que lograra hacerlo, Hugo la abrazó.

No se defendió, únicamente volvió la cabeza. La boca se le torció y la frente se le cubrió de arrugas.

La abrazó sin saber cómo lo había hecho. En un primer momento, él mismo se asustó y si Tamina lo hubiera apartado, se hubiera separado con timidez y casi le hubiera pedido disculpas. Pero Tamina no lo apartó y su cara torcida y su cabeza vuelta lo excitaron enormemente. Las pocas mujeres que había conocido hasta entonces no habían reaccionado nunca con especial expresividad a su contado. Las que estaban dispuestas a hacer el amor con él se desnudaban con total tranquilidad, casi con una especie de indiferencia y esperaban a ver qué es lo que hacía él. El gesto retorcido de la cara de Tamina le daba a su abrazo una significación que hasta entonces no había ni soñado. La abrazó con furia intentando arrancarle el vestido.

¿Pero por qué no se defiende Tamina?

Llevaba ya tres años pensando con temor en aquella situación. Hace ya tres años que vive bajo su mirada hipnótica. Y la situación se produjo tal como se la imaginaba. Por eso no se defendía. La tomó como se toma lo inevitable.

Lo único que hizo fue volver la cabeza. Pero no dio resultado. La figura del marido estaba allí y en la medida en que la cabeza de ella se volvía, él también se movía por la habitación. Era una gran imagen de su marido en un tamaño grotesco, un marido enorme, sí, exactamente igual a lo que imaginaba desde hacía tres años.

Y cuando estuvo ya completamente desnuda, Hugo, excitado por la supuesta excitación de ella, se quedó de repente perplejo al comprobar que el sexo de Tamina estaba seco.