13

La luz azul plateada del televisor de Bibi iluminaba a los presentes: Tamina, Zuzu, Bibi y su marido René que era viajante de comercio y había vuelto ayer después de cuatro días de ausencia. En la habitación había un ligero olor a pis y en la pantalla una cabeza grande, redonda, vieja y calva a la que un redactor invisible le dirigía en ese preciso momento una pregunta provocativa:

«Hemos leído en sus memorias algunas confesiones eróticas chocantes.»

Era un programa habitual en el que un popular redactor charlaba con varios autores cuyos libros habían sido publicados la semana anterior.

La gran cabeza calva se sonreía satisfecha. «¡Oh no! ¡Nada chocante! ¡Sólo un cálculo totalmente exacto! Saque usted la cuenta. Mi vida erótica comenzó a los quince años». La vieja cabeza calva echó con orgullo una mirada a su alrededor: «Sí, a los quince años. Hoy tengo sesenta y cinco. Tengo por lo tanto cincuenta años de vida erótica. Puedo suponer —y es un juicio muy moderado— que he hecho el amor a un promedio de dos veces por semana. Eso quiere decir cien veces por año, o sea cinco mil veces en la vida. Siga calculando. Si el orgasmo dura cinco segundos, he tenido veinticinco mil segundos de orgasmo. En total seis horas y cincuenta y seis minutos de orgasmo. No está mal, ¿verdad?».

En la habitación todos asintieron seriamente con la cabeza y Tamina se imaginaba al viejo calvo en un orgasmo ininterrumpido, retorciéndose, llevándose las manos al corazón, con la dentadura postiza que se le caía de la boca al cabo de un cuarto de hora y cayendo muerto cinco minutos más tarde. No pudo contener la risa.

—¿De que te ríes? —le recriminó Bibi—. ¡No está nada mal! Seis horas y cincuenta y seis minutos de orgasmo.

Zuzu dijo:

—Estuve muchos años sin saber en absoluto lo que era un orgasmo. Pero ya hace varios años que tengo el orgasmo con toda regularidad.

Todos hablaron del orgasmo de Zuzu, mientras en la pantalla se enfadaba otra cara distinta.

—¿Por qué se enfada tanto? —preguntó René.

El escritor que estaba en la pantalla decía: «Es muy importante. Muy importante. Lo explico en mi libro».

—¿Qué es lo que es tan importante? —preguntó Bibi.

—Que pasó su infancia en el pueblo de Ruru —explicó Tamina.

El hombre que había pasado su infancia en el pueblo de Ruru tenía una nariz larga que parecía actuar como contrapeso, de modo que su cabeza se inclinaba cada vez más hacia abajo y por momentos parecía que se iba a salir de la pantalla y que iba a caer a la habitación. La cara contrapesada por la nariz se excitaba enormemente cuando decía:

«Lo explico en mi libro. Toda mi creación está ligada al sencillo pueblecito de Ruru y quien no lo entienda no puede entender en absoluto mi obra. Allí escribí incluso mis primeros versos. Sí. Creo que es muy importante.»

—Hay algunos hombres —dijo Zuzu— con los que nunca llego al orgasmo.

«No olviden —dijo el escritor y su cara estaba cada vez más excitada— que precisamente en Ruru anduve por primera vez en bicicleta. Sí, eso lo describo en detalle en mi libro. Y todos ustedes saben lo que la bicicleta significa en mi obra. Es un símbolo. La bicicleta es para mí el primer paso de la humanidad del mundo patriarcal al mundo de la civilización. El primer ligue con la civilización. El ligue de una joven virgen antes del primer beso. Aún virginidad y ya pecado.»

—Es cierto —dijo Zuzu—. Mi compañera Tanaka tuvo su primer orgasmo siendo virgen cuando andaba en bicicleta.

Todos empezaron a hablar del orgasmo de Tanaka y Tamina le dijo a Bibi:

—¿Puedo usar tu teléfono?