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—Fue como de un cuento de horror —dijo Tamina mientras cortaba el paté—: Como si me quisieran decir algo importantísimo. ¿Pero qué? ¿Qué me querían decir?
Hugo le explicó que los avestruces jóvenes siempre se comportan igual. La última vez que estuvo en aquel zoológico vinieron también los seis corriendo hasta la alambrada y estuvieron allí abriendo y cerrando los picos.
Tamina seguía excitada:
—Hay algo que he dejado en Bohemia. Un paquetito con algunos papeles. Si me lo mandasen por correo podría caer en manos de la policía. Bibi quiere ir en verano a Praga. Me prometió que me lo traería. Y ahora tengo miedo de que los avestruces me hayan venido a avisar. Tengo miedo de que al paquete le haya pasado algo.
Hugo sabía que Tamina era viuda y que su marido había tenido que emigrar por motivos políticos.
—¿Son documentos políticos? —preguntó.
Tamina había comprendido hace tiempo que si quería hacer que su vida fuese comprensible para la gente de aquí no tenía más remedio que simplificarla. Era infinitamente complicado explicar por qué podían confiscarle sus cartas privadas y sus diarios y por qué le importaban tanto. Por eso dijo:
—Sí, documentos políticos.
En ese momento se asustó de que Hugo pudiese querer enterarse de algún detalle sobre aquellos documentos, pero fue un miedo inútil. Nunca nadie le había preguntado nada. Las personas algunas veces le explicaban qué era lo que pensaban sobre su país, pero no se interesaban por la experiencia de ella.
Hugo le preguntó:
—¿Sabe Bibi que se trata de cuestiones políticas?
—No —dijo Tamina.
—Mejor así —dijo Hugo—: No le diga que se trata de política. En el último momento se asustaría y no se lo traería. La gente tiene mucho miedo, Tamina. Bibi tiene que creer que se trata de algo completamente insignificante y corriente. Por ejemplo de su correspondencia amorosa. ¡Sí, dígale que en el paquete hay cartas de amor! —Hugo se rio de su propia ocurrencia—: ¡Cartas de amor! ¡Claro! ¡Eso no va más allá de los límites de ella! ¡Eso es algo que Bibi puede entender!
Tamina se queda pensando que las cartas de amor son para Hugo algo insignificante y de lo más corriente. A nadie se le ocurre pensar que haya podido amar a alguien y que ese amor haya podido ser importante.
Hugo añadió:
—Si por casualidad ella decidiese no viajar, confíe en mí. Yo iría a buscarlo.
—Gracias —dijo sinceramente.
—Lo iría a buscar —repitió Hugo—, aunque tuviera que ir a parar a la cárcel.
—¡Qué va! —protesta Tamina—, no le puede pasar nada. —Y se esfuerza por explicarle que los turistas extranjeros no corren en Bohemia ningún peligro. En Bohemia la vida es peligrosa sólo para los checos y ni siquiera ellos se dan ya cuenta. Comenzó de pronto un largo monólogo, muy excitada, conocía aquel país de memoria y yo puedo confirmar que tenía toda la razón.
Una hora más tarde tenía junto al oído el auricular del teléfono de Hugo. La conversación con su madre no resultó nada mejor que la anterior:
—¡No me habéis dejado ninguna llave! ¡Siempre habéis mantenido todo en secreto para que yo no me enterase! ¡Por qué me obligas a recordar la forma en que os habéis portado siempre conmigo!