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¿Y por qué no le dijo ya hace tiempo a la suegra que le mande el paquete? La correspondencia con el extranjero pasa en Bohemia por las manos de la policía secreta y Tamina no podía resignarse a la idea de que los funcionarios de la policía metiesen las narices en sus intimidades. Además, el nombre del marido (que seguía siendo el mismo de ella) seguía estando con toda seguridad en las listas negras, y la policía tiene un interés incansable por cualquier documento sobre la vida de sus oponentes, aunque estén ya muertos. (En esto Tamina no se equivoca en lo más mínimo: en los legajos de los archivos policiales está nuestra única inmortalidad.)
Por eso es Bibi su única esperanza y ella hará todo lo necesario para que le deba el favor. Bibi quiere conocer a Banaka y Tamina piensa: su amiga debería conocer al menos el argumento de uno de sus libros. Es imprescindible que durante la conversación diga: ¡es igual a lo que usted dice en su libro!, o: ¡es usted exactamente igual a sus personajes, señor Banaka! Tamina sabe que Bibi no tiene en su casa ni un solo libro y que le aburre leer. Por eso querría averiguar qué es lo que escribe Banaka en sus libros y preparar a su amiga para el encuentro.
En la taberna estaba sentado Hugo y Tamina le sirvió una taza de café:
—Hugo, ¿usted conoce a Banaka?
A Hugo olía mal la boca, pero por lo demás a Tamina le parecía bastante simpático: callado, tímido, unos cinco años más joven que ella. Iba a la taberna una vez por semana y repartía sus miradas entre los libros que llevaba consigo y Tamina, que estaba detrás de la barra.
—Le conozco —dijo.
—Necesitaría conocer el contenido de alguno de sus libros.
—Tenga en cuenta, Tamina —dijo Hugo—, que no hay nadie que haya leído hasta el momento nada de Banaka. Leer un libro de Banaka significa el descrédito total. Nadie duda de que se trata de un escritor de segunda categoría, por no decir de tercera o de décima. Le aseguro que el mismo Banaka es hasta tal punto víctima de su propia reputación, que cuando se entera de que alguien ha leído un libro suyo, lo desprecia.
De modo que Tamina abandonó las investigaciones sobre los libros de Banaka, pero no dejó escapar la oportunidad de organizar ella misma un encuentro con el escritor. De vez en cuando le prestaba su piso, que durante el día estaba vacío, a una japonesita casada que se llamaba Zuzu y que se veía allí en secreto con cierto profesor de filosofía, también casado. El profesor conocía a Banaka y Tamina obligó a los amantes a que se lo trajeran, coincidiendo con una visita de Bibi.
Cuando Bibi se enteró dijo:
—A lo mejor Banaka resulta guapo y por fin cambia tu vida sexual.