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El rinoceronte es una obra de Eugenio Ionesco durante la cual las personas, poseídas por el deseo de ser las unas iguales a las otras, se van transformando unas tras otras en rinocerontes. Gabriela y Micaela, dos jóvenes americanas, estudiaron esta obra durante un curso de verano para estudiantes extranjeros en una pequeña ciudad de la costa mediterránea. Eran las alumnas favoritas de la profesora Rafael, porque la miraban siempre atentamente y anotaban con cuidado cada una de sus observaciones. Hoy les ha encargado que preparen juntas para la próxima clase una exposición sobre la obra.

—No comprendo muy bien cómo entender eso de que todos se transformen en rinocerontes —dice Gabriela.

—Tienes que entenderlo como un símbolo —explica Micaela.

—Es verdad —dice Gabriela—. La literatura está compuesta de signos.

—El rinoceronte es en primer lugar un signo —dice Micaela.

—Sí, pero aunque admitamos que no se transformaron en verdaderos rinocerontes sino solamente en signos, ¿por qué se transformaron precisamente en este signo y no en otro?

—Sí, no hay duda de que eso es un problema —dijo tristemente Micaela, y las dos jóvenes, que regresaban a su residencia de estudiantes, permanecieron calladas durante largo rato.

Rompió el silencio Gabriela:

—¿No crees que es un símbolo fálico?

—¿Qué? —preguntó Micaela.

—El cuerno —dijo Gabriela.

—¡Es cierto! —exclamó Gabriela, pero después vaciló—. ¿Pero por qué iban a convertirse todos en símbolos del falo? ¿Tanto mujeres como hombres?

Las dos muchachas que van de prisa hacia su residencia se han vuelto a quedar de nuevo calladas.

—Se me ocurre algo —dice de pronto Micaela.

—¿Qué? —pregunta Gabriela con curiosidad.

—Bueno, además la Sra. Rafael lo ha sugerido de algún modo —dijo Micaela provocando la curiosidad de Gabriela.

—¡Haz el favor de decirlo! —insistió Gabriela con impaciencia.

—¡El autor ha querido crear un efecto cómico!

La idea que su amiga había expresado cautivó a Gabriela hasta el punto de que, enteramente concentrada en lo que pasaba por su cabeza, descuidó sus piernas y aminoró el paso. Las dos jóvenes casi se detuvieron.

—¿Tú crees que el símbolo del rinoceronte debe producir un efecto cómico? —preguntó.

Micaela sonrió con la orgullosa sonrisa de quien ha hecho un descubrimiento.

—Sí.

Las dos jóvenes se miraron maravilladas por su propia audacia y el orgullo hizo estremecer las comisuras de sus labios. Luego, de pronto, dejaron oír un sonido agudo, breve, entrecortado, difícil de describir con palabras.