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No fue sensato por parte de Marketa —con una impaciencia muy poco previsora— no querer darle las buenas noches a mamá y presuponer que estaba durmiendo. Los pensamientos de mamá, durante su estancia en casa de su hijo, habían aumentado su movilidad y en la noche de hoy se habían vuelto especialmente inquietos. La culpa la tiene la pariente ésa tan simpática, que no deja de recordarle a alguien de su juventud. ¿Pero a quién le recuerda?
Por fin se acordó: ¡a Nora! Claro, una figura exactamente igual, la misma forma de llevar un cuerpo que se pasea por el mundo sobre unas hermosas piernas largas.
A Nora le faltaban amabilidad y sencillez y a mamá le molestaba con frecuencia su comportamiento. Pero de eso no se acuerda ahora. Lo más importante para ella es que inesperadamente encontró un trozo de su juventud, un saludo a una distancia de medio siglo. Está feliz porque todo lo que alguna vez vivió sigue estando junto a ella, rodeándola en su soledad y hablando con ella. A pesar de que nunca quiso a Nora, ahora estaba contenta de haberla encontrado aquí y además completamente amansada, encarnada en alguien que es amable con ella.
En cuanto se le ocurrió, quiso ir corriendo a contárselo. Pero se contuvo. Sabía perfectamente que hoy estaba allí sólo gracias a un engaño y que esos dos tontos quieren estar solos con su pariente. Que se cuenten sus secretos. Ella no se aburre para nada en la habitación del nieto. Tiene la calceta, tiene libros para leer y sobre todo tiene un montón de cosas en las que pensar. Karel la dejó hecha un lío. Por supuesto, él tenía toda la razón, había hecho la reválida durante la guerra. Se confundió. La historia del recitado y de la última estrofa olvidada había ocurrido al menos cinco años antes. Era verdad que el director había llamado a la puerta del retrete donde ella se había encerrado llorando. Sólo que entonces apenas tenía trece años y se trataba de la fiesta que en el colegio hacían por Navidad. En el escenario había un árbol adornado, los niños cantaban villancicos y luego ella recitaba el verso. Al llegar a la última estrofa se le oscureció la vista y no supo cómo seguir.
Mamá siente vergüenza por su mala memoria. ¿Qué va a decirle a Karel? ¿Debe reconocer que se ha confundido? Ellos están convencidos que ya no es más que una anciana. Es cierto que se portan bien con ella, pero a mamá no se le escapa que se portan con ella como con un niño, con una especie de tolerancia que no le gusta. Si ahora le diera toda la razón a Karel y dijera que había confundido una fiesta infantil navideña con una manifestación política, ellos crecerían otro par de centímetros y ella se sentiría aún más pequeña. No, no; no les dará ese gusto.
Les dirá que es cierto que recitó en aquella fiesta de después de la guerra. Ya había hecho la reválida pero el director se acordaba de que ella era la mejor recitadora y la invitó a que, como antigua alumna, recitara un poema. ¡Era un gran honor! ¡Pero mamá se lo merecía! ¡Era una patriota! ¡Y ellos no tienen ni idea de cómo fue aquello cuando después de la guerra se desmoronó Austria-Hungría! ¡Qué alegría! ¡Qué canciones y qué banderas! Y volvió a tener ganas de correr junto al hijo y la nuera a contarles cómo era el mundo en su juventud.
Además ahora se sentía prácticamente obligada a ir. Es cierto que les había prometido no interrumpirles, pero eso es sólo una verdad a medias. La otra mitad de la verdad es que Karel no entendía cómo había podido recitar después de la guerra en la fiesta del liceo. Mamá es ya una señora mayor y no tiene ya tan buena memoria, por eso no supo explicárselo al hijo de inmediato, pero ahora, cuando por fin se acordó de cómo había sido todo, no puede poner cara de haberse olvidado de la pregunta del hijo. No estaría bien. Irá junto a ellos (además no tienen nada tan importante que decirme) y les pedirá disculpas: no quiere interrumpirles y no hubiera vuelto si Karel no le hubiese preguntado cómo era posible que recitase en la fiesta del liceo después de haber hecho la reválida.
Después oyó a alguien abrir y cerrar la puerta. Pegó la oreja a la pared. Oyó dos voces de mujer y la puerta que volvió a abrirse. Luego risas y agua que corría. Las dos chicas probablemente ya se preparan para dormir, pensó. Tengo que darme prisa si quiero charlar un rato más con todos.