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La noche está salvada. Marketa saca con aire de fiesta una botella y se la entrega a Karel para que, como el juez de salida en las olimpiadas, inaugure con un gran descorchamiento la carrera final. El vino llena los tres vasos y Eva se acerca balanceándose al tocadiscos, elige un disco y mientras suena la música (esta vez no es Bach sino Ellington) no para de dar vueltas por la habitación.

—¿Crees que mamá estará dormida? —pregunta Marketa.

—Quizá sería más sensato darle las buenas noches —aconseja Karel.

—Le vas a dar las buenas noches y se pone otra vez a charlar y se pierde otra hora. Ya sabes que Eva tiene que levantarse temprano.

Marketa opina que han perdido ya demasiado tiempo. Coge a su amiga de la mano y en lugar de ir a saludar a mamá se va con ella al cuarto de baño.

Karel se queda en la habitación con la música de Ellington. Está contento de que se haya dispersado la nube de la pelea, pero la noche que le espera ya no le hace ilusión. El pequeño incidente del teléfono ha puesto de manifiesto lo que se negaba a reconocer: está cansado y ya no tiene ganas de hacer nada.

Hace ya muchos años que Marketa lo convenció para que hicieran el amor, juntos, con ella y con la amante de él, de la que estaba celosa. ¡La cabeza le dio vueltas de excitación al oír aquella oferta! Pero aquella noche no le produjo demasiada satisfacción. Por el contrario, fue una fatiga horrible. Dos mujeres se besaban y se abrazaban delante de él, pero ni por un momento dejaban de ser rivales y de estar pendientes de si una le dedicaba más atención o era con ella más tierno que con la otra. Tuvo que medir cada una de sus palabras, contactos y ser más que un amante un diplomático angustiosamente considerado, atento, amable y justo. Y ni aun así tuvo éxito. Su amante se puso a llorar en medio coito y un rato más tarde fue Marketa la que se hundió en un profundo silencio.

Si pudiera creer que Marketa buscaba aquellas pequeñas orgías por pura sensualidad —como si fuese la peor de los dos— seguro que se habría quedado satisfecho. Pero desde el comienzo había quedado establecido que el peor sería él. Y por eso veía en el desenfreno de ella sólo una dolorosa autonegación, un noble intento de satisfacer las tendencias polígamas de él y convertirlas en una parte de la felicidad matrimonial. Está marcado para siempre por la visión de la herida de sus celos, una herida que él le hizo en los comienzos de su relación amorosa. Cuando la veía besar a otra mujer tenía ganas de arrodillarse delante de ella y pedirle perdón.

¿Pero desde cuándo son los juegos libertinos un ejercicio de arrepentimiento?

Y así fue que se le ocurrió que para que el amor de a tres fuese algo alegre, Marketa no debería tener la sensación de que se encontraba con su rival. Tenía que traer a su propia amiga, que no conocía a Karel y no se interesaba por él. Por eso inventó el falso encuentro de Marketa y Eva en la sauna. El plan resultó: las dos mujeres se convirtieron en amigas, aliadas, conspiradoras, que lo violaban, jugaban con él, se divertían a cuenta suya y lo deseaban conjuntamente. Karel tenía la esperanza de que Eva iba a ser capaz de borrar el padecimiento amoroso del pensamiento de Marketa y de que él iba a poder ser, por fin, libre y librarse de las acusaciones.

Pero ahora se da cuenta de que no es posible cambiar lo que quedó establecido hace años. Marketa sigue siendo la misma y a él se lo sigue acusando.

¿Entonces para qué hizo que se conocieran Eva y Marketa? ¿Para qué hizo el amor con las dos? Cualquier otra persona hubiera hecho hace tiempo de Marketa una persona feliz, sensual y contenta. Cualquiera menos Karel. Se veía igual a Sísifo.

¿Cómo que Sísifo? ¿No se había comparado hace un rato con él Marketa?

Sí, marido y mujer al cabo de los años se habían convertido en gemelos, tenían el mismo lenguaje, las mismas ideas y el mismo destino. Los dos se habían regalado a Eva el uno al otro para hacerse felices. A los dos les parecía que estaban arrastrando una piedra cuesta arriba. Los dos estaban cansados.

Karel oía el sonido del agua en la bañera y las risas de las dos mujeres y se daba cuenta de que nunca había podido vivir como quería, tener las mujeres que quería y como quería. Tenía ganas de escaparse a algún sitio en donde pudiera hilar su propia historia, solo, a su manera y sin la vigilancia de ojos amantes.

Y en realidad ni siquiera le interesaba hilar ninguna historia, simplemente quería estar solo.