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Marketa estaba cada vez más amargada y la cara de Karel se cubrió de enojo. Eva se asustó. Se sentía responsable de la felicidad matrimonial de los dos y por eso intentaba alejar las nubes que habían cubierto la habitación, aumentando su locuacidad.

Pero aquello era superior a sus fuerzas. Karel, irritado por una injusticia que esta vez era evidente, se empeñaba en permanecer callado. Marketa, que no era capaz de dominar su amargura ni de soportar el enfado de su marido, se levantó y se fue a la cocina.

Eva mientras tanto intentaba convencer a Karel de que no estropease la noche que todos habían estado esperando durante tanto tiempo. Pero Karel no estaba dispuesto a hacer concesiones:

—Hay un momento en que uno ya no puede más. ¡Ya estoy cansado! Siempre se me acusa de algo. ¡Ya no tengo ganas de seguir sintiéndome culpable! ¡Por semejante estupidez! No, no. No la quiero ni ver. No quiero verla para nada. —Y seguía una y otra vez en el mismo tono, negándose a atender a las súplicas de Eva.

Lo dejó solo y se fue junto a Marketa que estaba acurrucada en la cocina y se daba cuenta de que había ocurrido algo que no hubiera debido ocurrir. Eva le demostraba que aquella llamada telefónica no justificaba para nada sus sospechas. Marketa, que en el fondo sabía que esta vez no tenía razón, respondía:

—Es que yo ya no puedo más. Es siempre lo mismo. Año tras año, mes tras mes, nada más que mujeres y mentiras. Ya estoy cansada. Cansada. Ya está bien.

Eva se dio cuenta de que era igual de difícil hablar con uno que con otro. Y decidió que aquel vago propósito que había traído y sobre cuya honradez no estaba al principio muy segura, era correcto. Si tengo que ayudarles no debo tener miedo de actuar por mi cuenta. Esos dos se quieren, pero necesitan que alguien les quite de encima la carga que llevan. Que los libere. Por eso el plan no sólo le interesa a ella (por supuesto, le interesaba en primer lugar a ella y eso era precisamente lo que le molestaba un poco, porque no quería comportarse nunca con sus amigos como una egoísta) sino también a Marketa y a Karel.

—¿Qué hago? —dijo Marketa.

—Ve junto a él. Dile que no se enfade.

—Pero es que no puedo verlo. No puedo ni verlo.

—Entonces cierra los ojos, así será más conmovedor.