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Mamá nunca se había interesado demasiado por la parentela de su nuera, pero palabras como prima, sobrina, tía o nieta la reconfortaban: era una buena serie de conceptos con los que estaba familiarizada.
Y volvió a confirmarse lo que ella sabía ya desde hace mucho: su hijo es un excéntrico incorregible. ¡Como si mamá pudiera estorbarles cuando se reúnen con su pariente! Es comprensible que quieran charlar a solas, Pero no tiene el menor sentido que por eso la echen un día antes. Por suerte ella ya sabe lo que tiene que hacer. Sencillamente decidió que se había confundido de fecha y luego casi se divirtió a costa de la buena de Marketa, que no sabía cómo decirle que tenía que irse el domingo.
Lo que sí tiene que reconocer es que ahora son más amables que antes. Hace años Karel le hubiera dicho sin contemplaciones que tenía que irse. Con aquel pequeño engaño de ayer en realidad les ha hecho un favor. Así por lo menos por una vez no va a remorderles la conciencia por haber arrojado a su madre a su soledad un día antes.
Además está muy contenta de haber conocido a la nueva pariente. Es una chica muy agradable. (Le recuerda muchísimo a alguien. ¿Pero a quién?) Estuvo dos horas contestando a sus preguntas. ¿Cómo se peinaba cuando era jovencita? Llevaba trenza. Claro, era cuando el imperio austro-húngaro. La capital era Viena. Mamá iba al colegio checo y era muy patriota. Tenía ganas de cantarle algunas canciones patrióticas de las que entonces se cantaban. ¡O versos! Seguro que aún recordaría muchos de memoria. Después de la guerra (claro, después de la Primera Guerra Mundial, en 1918, cuando se proclamó la república independiente. ¡Dios mío, esta prima no sabe cuándo se proclamó la república!), mamá recitó un verso en la fiesta que hicieron en el colegio. Se festejaba el fin del imperio austríaco. ¡Se festejaba el estado independiente! Y de repente, imaginaos, al llegar a la última estrofa se le nubló la vista y no supo cómo seguir. Se quedó callada, la frente se le llenó de gotitas de sudor y creyó que se moría de vergüenza. ¡Y de repente, por sorpresa, estalló un gran aplauso! ¡Todos pensaron que el poema ya había terminado y nadie se dio cuenta de que faltaba la última estrofa! Pero mamá estaba desesperada y le daba tanta vergüenza que salió corriendo y se encerró en el cuarto de baño y el propio director vino a buscarla y estuvo golpeando a la puerta durante mucho tiempo, diciéndole que no llorase, que saliese, que había tenido un gran éxito.
La prima se rio y la madre se quedó mirándola un buen rato:
—Usted me recuerda a alguien, Dios mío, a quién me recuerda…
—Pero después de la guerra ya no ibas al colegio —protestó Karel.
—Yo soy la que tiene que saber cuándo fui al colegio —dijo mamá.
—Hiciste la reválida el último año de la guerra. Cuando todavía existía Austro-Hungría.
—¿Cómo no voy a saber cuándo hice la reválida? —se enfadó mamá. Pero en ese instante ya se da cuenta de que Karel no se equivoca. Efectivamente, terminó el bachillerato durante la guerra. ¿Y de dónde sale ese recuerdo de la fiesta al fin de la guerra? De repente mamá se sintió insegura y se calló.
La voz de Marketa cortó el silencio. Se dirigía a Eva y lo que decía no se refería al recitado de mamá ni al año 1918.
Mamá se siente abandonada en sus recuerdos, traicionada por el repentino desinterés y por el fallo de su memoria.
—Divertiros hijos, sois jóvenes y tenéis muchas cosas que contaros —les dijo, y repentinamente disgustada se fue a la habitación del nieto.