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Los que están en la emigración (son cerca de ciento veinte mil), los que han sido acallados y echados de sus trabajos (son medio millón), desaparecen como una procesión que se aleja en medio de la niebla, no se les ve, se les olvida.

Pero la cárcel, a pesar de estar rodeada de muros por todas partes, es un escenario histórico magníficamente iluminado.

Mirek lo sabe desde hace tiempo. La idea de la cárcel lo ha atraído irresistiblemente a lo largo del último año. Igual que tuvo que haber atraído a Flaubert el suicidio de madame Bovary. No sería capaz de imaginar un final mejor para la novela de su vida.

Quisieron borrar de la memoria cientos de miles de vidas para que quedase sólo un único tiempo inmaculado para un idilio inmaculado. Pero él está dispuesto a tumbarse sobre el idilio con su propio cuerpo como una mancha. Quedará allí como quedó el gorro de Clementis en la cabeza de Gottwald.

Le dieron a firmar a Mirek la lista de los objetos confiscados y luego les pidieron a él y a su hijo que los acompañaran. Después de un año de prisión preventiva se celebró el juicio. A Mirek lo condenaron a seis años, a su hijo a dos y a unos diez amigos suyos les tocaron condenas entre uno y seis años de prisión.