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Cuando lo acompañó hasta la puerta de la calle, los dos coches estaban aparcados, uno tras otro, frente a la casa de Zdena. Los sociales se paseaban por la acera de enfrente. En ese momento se detuvieron y se quedaron mirándolos.
Se los señaló:
—Esos dos señores me siguen durante todo el camino.
—¿De verdad? —dijo con desconfianza y en su voz se notó un tono irónico artificialmente forzado—: ¿Todo el mundo te persigue?
¿Cómo puede ser tan cínica y decirle en la cara que los dos hombres que los observan de forma ostentativa y descarada son sólo transeúntes casuales?
No hay más que una explicación. Juega el mismo juego que ellos. Un juego que consiste en que todos ponen cara de que la policía secreta no existe y de que no persiguen a nadie.
Mientras tanto los sociales cruzaron la carretera y se sentaron en su coche seguidos por las miradas de Mirek y Zdena.
—Que te vaya bien —dijo Mirek, y ya no volvió a mirarla. Se sentó al volante. En el espejo vio el coche de los sociales que le seguía. A Zdena no la vio. No quiso verla.
No quería verla nunca más.
Por eso no vio que se había quedado en la acera durante largo rato, siguiéndolo con la mirada. Tenía cara de susto.
No, no era cinismo el negarse a ver a dos sociales en los hombres de la acera de enfrente. Era miedo ante algo que iba más allá de su alcance. Quiso esconder la verdad ante él y ante sí misma.