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—¿Para qué te sirven las cartas? —le preguntó—. ¿Para qué las quieres?
No podía decirle que para tirarlas al cubo de la basura. Puso una voz melancólica y comenzó a contarle que estaba en la edad de volver la vista hacia atrás.
(Se sintió incómodo al decirlo, le pareció que su fábula era poco convincente y sintió vergüenza.)
Sí, mira hacia atrás, porque ya se olvidó de cómo era cuando era joven. Se da cuenta de que ha fracasado. Por eso quisiera saber de dónde salió para darse cuenta mejor en qué punto cometió el error. Por eso quiere volver a su correspondencia con Zdena, en la cual está el secreto de su juventud, de sus comienzos y de su punto de partida.
Hizo un gesto negativo con la cabeza:
—No te las daré nunca.
—Sólo quiero que me las prestes —mintió.
Siguió negando con la cabeza.
En algún sitio de aquella casa, pensó, al lado suyo, están sus cartas y puede dárselas a leer en cualquier momento a cualquiera. Le resultaba insoportable la idea de que un pedazo de su vida quedase en las manos de ella y tenía ganas de pegarle en la cabeza con el pesado cenicero de cristal que estaba en la mesa en medio de los dos y llevarse las cartas. En lugar de eso le explicó una vez más que quería volver la vista hacia atrás y saber de dónde había partido.
Levantó la vista hacia él y lo hizo callar con una mirada:
—Nunca te las daré. Nunca.