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¡Pero Mirek se equivoca! Nadie le ha encargado a Zdena que negocie con él. No, hoy ya ninguno de los poderosos recibiría a Mirek, por mucho que rogase. Ya es tarde.
Y si Zdena le aconseja, sin embargo, que haga algo para su propio bien y afirma que se lo han dicho los camaradas de la dirección, no es más que un deseo impotente y confuso de ayudarle de algún modo. Y si habla tan apresuradamente y evita su mirada no es porque tenga en las manos una trampa preparada, sino porque tiene las manos completamente vacías.
¿La comprendió alguna vez Mirek?
Siempre pensó que Zdena era tan furiosamente fiel al partido porque era una fanática.
No era así. Fue fiel al partido porque amaba a Mirek.
Cuando la abandonó lo único que ella quería era demostrar que la fidelidad es un valor que está por encima de todos los demás. Quería demostrar que él era infiel en todo y ella en todo fiel. Lo que parecía fanatismo político era sólo un pretexto, una parábola, un manifiesto de fidelidad, el reproche secreto de un amor traicionado.
Me imagino cómo se despertó una mañana de agosto, con el horrible ruido de los aviones. Salió corriendo a la calle y la gente excitada le dijo que el ejército ruso había ocupado Bohemia. ¡Estalló en una risa histérica! Los tanques rusos habían venido a castigar a todos los infieles. ¡Por fin podrá presenciar la perdición de Mirek! ¡Por fin lo verá de rodillas! Por fin podrá inclinarse sobre él —ella que sabe lo que es la fidelidad— y ayudarle.
Él se decidió a interrumpir brutalmente una conversación que iba por mal camino:
—Hace tiempo te mandé un montón de cartas. Me gustaría llevármelas.
Levantó la cabeza sorprendida:
—¿Cartas?
—Sí, mis cartas. Tengo que haberte mandado más de cien.
—Sí, tus cartas, ya sé —dice, y de repente ya no rehúye su mirada y lo mira fijamente a los ojos. Mirek tiene la incómoda sensación de que le ve hasta el fondo del alma y de que sabe perfectamente lo que quiere y por qué lo quiere—. Las cartas, sí, tus cartas —repite—, no hace mucho que he vuelto a leerlas. Me pregunto cómo es posible que hayas sido capaz de semejante explosión de sentimientos.
Y vuelve a repetir varias veces esas palabras, explosión de sentimientos, y no las dice con rapidez y precipitación, sino lenta y meditadamente, como si apuntase a un objetivo al que no quiere errar, y no le quita los ojos de encima, como si quisiese comprobar si ha dado en el blanco.