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Mirek no dice la verdad. Pese a que lloraba la muerte de Masturbov, Zdena no tenía hace veinticinco años ninguna influencia seria y no podía decidir ni su propia carrera política ni la de nadie.
¿Y entonces por qué se lo inventa? ¿Por qué miente?
Con una mano sostiene el volante, en el retrovisor ve el coche de los de la social y de repente se sonroja. Se ha acordado de algo de la forma más imprevista.
Después de la primera vez que hicieron el amor, cuando le dijo que se había comportado como un intelectual, él intentó, al día siguiente, corregir la mala impresión y manifestar una pasión espontánea y desatada. ¡No, no es verdad que se haya olvidado de todas las veces que se acostaron! Esta escena la ve ahora delante suyo con absoluta claridad: se movía encima de ella con un salvajismo fingido, emitiendo una especie de gruñido prolongado, como el de un perro que lucha contra la zapatilla de su amo, viéndola (con un cierto asombro), acostada debajo de él, tranquila, callada y casi indiferente.
En el coche resonaba aquel gruñido de hace veinticinco años, el insufrible sonido de su dependencia y su servil empeño, el sonido de su complacencia y su adaptabilidad, de su ridiculez y su miseria.
Así es: Mirek está dispuesto a acusarse de carrerista con tal de no aceptar la verdad: estuvo liado con una tía fea porque no se atrevía a intentar ligar a una guapa. No se creía capaz de conseguir nada mejor que Zdena. Aquella debilidad, aquella miseria, ése era el secreto que ocultaba.
En el coche resonaba el furioso gruñido de la pasión y aquel sonido era la prueba de que Zdena era sólo un retrato mágico contra el que pretendía disparar para destruir en él su propia aborrecida juventud.
Se detuvo delante de la casa de ella. El coche que lo seguía paró también.