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El mecánico cerró el capó y Mirek le preguntó cuánto le debía.
—Una mierda —dijo el mecánico.
Mirek se sienta al volante y está conmovido. No tiene la menor gana de seguir su camino. Preferiría quedarse con el mecánico contando historias. El mecánico se inclinó hacia él y le dio una palmada en el hombro. Después se dirigió a la portería a levantar la barrera.
Cuando Mirek pasó a su lado, el mecánico le señaló con un movimiento de cabeza el coche aparcado frente a la entrada del taller.
Inclinado junto a la puerta abierta del coche estaba el hombre del cuello grueso y el pelo ondulado. Miraba a Mirek. El que estaba sentado al volante también lo observaba. Los dos lo miraban con descaro y sin el menor síntoma de vergüenza y Mirek, al pasar a su lado, se esforzó por mirarlos del mismo modo.
Los adelantó y vio en el espejo retrovisor al hombre entrando en el coche y al coche dando la vuelta para poder seguirlo.
Pensó que debería haberse llevado ya antes los materiales comprometedores. Si lo hubiese hecho el primer día de su enfermedad y no hubiera esperado a localizar a Zdena quizás hubiera podido sacarlos aún sin peligro. Pero no era capaz de pensar más que en su visita a Zdena. En realidad hace ya varios años que piensa en eso. Pero en las últimas semanas tiene la sensación de que ya no puede seguir postergándolo, porque su destino se acerca a su fin y hay que hacer todo lo posible por que sea perfecto y hermoso.