Sus diez mandamientos

SI tuviera que definir los rasgos de su gobernación, los principios que le movían y lo que intentó contagiar a sus equipos, lo resumiría en un decálogo que, sin duda, se parecería mucho a éste y que expongo en el estilo que aprendí del catecismo del padre Astete:

—Primer mandamiento: Serás el primer garante del orden constitucional. Así lo testimonió Alberto Recarte: «El gran acierto de Adolfo Suárez como gobernante fue el convertirse en el garante del orden constitucional. Él fue el político que primero y más profundamente interiorizó la división de poderes y el respeto a la ley que consagraba la Constitución».

—Segundo mandamiento: Actuarás con coherencia por encima de las personas, aunque te obligue a enfrentarte a esas personas. Lo demostró con motivo del traslado a España de los restos de Alfonso XIII. El testimonio pertenece a Pilar Urbano aparecido en su libro El precio del Trono: «Don Juan había pedido a su hijo que los restos permaneciesen un día y una noche en el Palacio Real, para que los ciudadanos le rindiesen homenaje». El rey Juan Carlos se lo planteó al presidente del Gobierno. Pero Adolfo Suárez se opuso: «Alfonso XIII salió de España porque entendió que había perdido el amor de su pueblo. Él mismo lo reconoció así en su manifiesto de despedida. No me parece correcto que medio siglo después rectifiquemos la historia». Fue una lección que no tuvieron presente quienes después sí intentaron rectificar la historia.

—Tercer mandamiento: Como gobernante, tendrás siempre claro el punto de llegada y a esa meta dedicarás todos tus esfuerzos. Lo hizo hasta el punto de establecer como prioridad la misión que le habían encomendado, aplazar otras cuestiones de la gobernación diaria, y de negociar con terroristas con el fin de que un atentado no manchase las primeras elecciones legislativas, a partir de las cuales se podría desarrollar el proceso constituyente.

—Cuarto mandamiento: Defenderás al Estado y a sus instituciones. Fue su obsesión. Lo hizo frente a quienes trataban de erosionar el sistema por cualquier procedimiento. Una constante de los mensajes a sus ministros, a los dirigentes de su partido y a la sociedad en general era la apelación a la defensa de las instituciones del Estado. La primera pregunta que hacía a quien le presentaba un proyecto o una iniciativa era cuáles podrían ser sus consecuencias en la estabilidad general o en el papel de la Corona. Si no estaban claros sus beneficios, no autorizaba la decisión.

—Quinto mandamiento: Tratarás de buscar el acuerdo con las demás fuerzas políticas en asuntos de interés general. Así pensaba y así lo cumplió. Buscó el consenso en todos los aspectos de la gobernación. Lideró la redacción de una Constitución basada en el acuerdo general. Propició los Pactos de la Moncloa. Garantizó con dicho acuerdo una campaña electoral sin atentados. Y pactó las normas electorales con la llamada «Comisión de los nueve». «La ley electoral es uno de los pactos clave de la Transición», comentó Enric Juliana en su obra Modesta España, donde recuerda también este testimonio de Jordi Pujol: «Había entonces un gran acuerdo para que la ley electoral diese representación a todas las aspiraciones, sin marginar a ninguna corriente y a ningún territorio».

—Sexto mandamiento: Gobernarás de acuerdo con la opinión y las demandas de la sociedad. Pulsa constantemente esa opinión con los instrumentos que tiene el Estado. Asume las demandas populares, que siempre son justas. Y, si no puedes hacerlo, explícalo. De hecho, trata de explicar siempre al pueblo tus proyectos y aspiraciones. Si son buenas, aunque supongan sacrificios, el pueblo las sabrá apreciar y las respetará. Si son malas, sencillamente no las acojas. Así lo hizo al empezar su mandato, ante la reforma política y cuando la democracia estuvo a punto de naufragar en la «semana trágica» de enero de 1977.

—Séptimo mandamiento: Procura estar atento a los cambios sociales, porque requieren ser encauzados por la legislación para evitar, en todo caso, la tentación de la anarquía. Con esa filosofía Suárez no sólo promovió las reformas legales necesarias para establecer un sistema democrático, sino reformas sociales como la legalización del juego, el cambio de nombres a los idiomas de la nación o algo que permanecía agazapado bajo la espesura legislativa: la despenalización del adulterio y del amancebamiento.

—Octavo mandamiento: No te salgas nunca de los cauces legales establecidos. La tarea de gobernar se hace más respetable si se evitan atajos, tanto para las reformas como para las acciones ordinarias. La legislación siempre ofrece recursos para que el cambio de las leyes se pueda efectuar de forma ortodoxa y las decisiones se puedan adoptar sin forzar a nadie a defenderse a través de la justicia. Salirse de esos cauces, además de que puede llegar a ser un delito, crea inseguridad jurídica en la sociedad y eso perjudica a las instituciones y al interés general del país.

—Noveno mandamiento: Haz frente a los poderes fácticos que sólo buscan su interés parcial. Gobernar es sufrir las presiones de los más poderosos, que están organizados y tienen importantes mecanismos de defensa de sus intereses y de su ideología. Si esos intereses e ideología son contrarios al bien común o al desarrollo democrático de la sociedad, conviene ponerlos en su sitio. La legitimidad del gobernante es siempre superior a la legitimidad de los grupos de influencia o de poder. Si son más fuertes que el gobernante, algo va mal en la estructura de la nación.

—Y décimo mandamiento: Cuando observes que no cuentas con el apoyo preciso o ese apoyo se basa en la obediencia debida; cuando veas que tu figura suscita algún rechazo; cuando entiendas que provocas desasosiego y desconfianza; cuando percibas que la gente cree que no tienes solución para sus problemas, entiende tú también que has dejado de ser esa solución y te has convertido en el problema. Es mejor una retirada digna que una permanencia tediosa.