Llegaron a Falmouth alrededor de las siete de la tarde. Ahora llovía intensamente y el viento soplaba con fuerza. A pesar de las camisas blancas izadas en cada mástil, desde el fuerte les dispararon dos cañonazos, y el segundo ciertamente no era una simple advertencia; poco después, una chalupa se acercó al pesquero para examinar sus credenciales.
Al oscurecer, Verity atendió la llamada a su puerta, y se encontró con un hombre alto y delgado. Detrás, un espantajo sostenido por un hombre robusto.
—¡Ross! —exclamó—. ¡Oh, has vuelto! ¡Dios sea loado! ¡Estaba tan preocupada! ¡Entra! ¡Por favor, entra! ¡Subamos al primer piso! ¿Ya comiste? Hay mucha comida fría, y también vino…
—Querida, ¿recuerdas al doctor Enys?
—Oh… ¡oh, sí! —Verity tragó saliva—. ¡De modo que lo habéis logrado! ¡Qué feliz me siento! Por favor, entren.
Subieron a Dwight al primer piso. Fue bastante difícil. Después de sentarse, Dwight dijo:
—Señora Blamey, lamento estar tan debilitado… En Quimper no nos daban pollo todos los días… Su primo me sacó de allí, y creo que fue oportuno… poco tiempo más, y habría perdido mi buena apariencia. Estoy seguro de que un día o dos de comida casera me mejorará mucho.
Verity lo miró a la luz de una lámpara, y después habló con brusquedad para disimular su consternación.
—¡Pollo! Ahora recuerdo. Tenemos huesos de pollo para preparar sopa. Diré a Marta que se dé prisa. No tardará…
Ross la detuvo cuando ella se disponía a salir.
—Verity, ¿cuántos dormitorios tienes aquí?
—Tres, además del nuestro. Alcanzará para alojar al doctor Enys, y tú y tu criado también podéis dormir aquí…
—Querida, no es sólo eso. Hay otro enfermo. Drake Carne, el hermano de Demelza, fue herido y todavía corre peligro. Si por lo menos esta noche pudieses alojarlo, quizá mañana…
—Tráelo inmediatamente, y que se quede aquí tanto como sea necesario. En Falmouth nadie podrá cuidarlo. ¿Dónde está? ¿Abajo?
—Todavía está a bordo. Primero deseaba hablar contigo…
—¡Deberías avergonzarte! ¿Puedes ordenar que lo traigan? ¿Dónde habéis amarrado? La señora Stevens irá apenas se lo ordene…
—Bone se ocupará de ello, si no tienes inconveniente. Pero quiero advertirte que está gravemente enfermo, y que si lo aceptas aquí pasará días o incluso semanas… —Verity sonrió al hombre corpulento—. Por favor, Bone, vaya y tráigalo. No preste atención a su amo.
Así, Ross y Dwight, Drake y Bone durmieron en casa de los Blamey. Armitage y Spade tomaron una habitación en «Las Armas del Rey»; Tregirls, Ellery, Hoblyn y Jonas permanecieron a bordo del Sarzeau.
Por la mañana, Drake recobró la lucidez, aunque aún tenía un poco de fiebre. Dwight exploró ansiosamente las vendas, pero tampoco ahora percibió el olor de la gangrena. Como durante cinco días no se había tocado el apósito improvisado, decidió que por el momento más valía dejar todo como estaba. Si la herida no se había infectado, manosearla podía perjudicar y no beneficiar al herido. Dwight aún no estaba en condiciones de viajar, y no deseaba hacerlo. Si la señora Blamey estaba dispuesta a aceptarlo un día o dos más, prefería quedarse y descansar.
—No debe temer el encuentro con Carolina. La subestima si cree que su apariencia de fragilidad puede desanimarla —le animó Ross.
—No es mi apariencia de fragilidad. Yo diría que tengo el aspecto de una persona que acaba de salvarse de la peste negra.
—No importa cuál sea su apariencia, ella querrá verlo.
—Bien, deme dos días. Incluso montar a caballo es un enorme esfuerzo.
—No piense en montar; traeremos un carruaje. Aunque le advierto que parte del camino es casi intransitable. Pero tómese esos dos días. Entretanto, enviaré un mensaje.
Ross regresó al pesquero, con la esperanza de que Tholly se mostraría dispuesto a montar su pony e ir a comunicar a Demelza que su marido había regresado sano y salvo, pero no podría volver sino hasta unos días después. Pero Tregirls de ningún modo estaba dispuesto a llevar el mensaje. Como había colaborado en la captura de un pesquero francés, podía aspirar a una recompensa; y no pensaba salir de Falmouth mientras no recibiera su parte. De todos modos, no tenía inconveniente en prestar su pony a Ellery, quien esa mañana partió llevando las noticias. Ellery debía detenerse en Killewarren, para decir a Carolina que Dwight llegaba el miércoles. Ross cedió a Tholly su parte de la recompensa, bien entendido que lo que le correspondía debía dividirse por partes iguales entre todos. Mientras tanto, si era necesario cumplir ciertas formalidades y firmar papeles, podían encontrarlo en la casa del capitán Blamey. Un hecho sorprendió a Ross: los dos hombres restantes también se mostraron deseosos de permanecer a bordo. Jacka Hoblyn, que había sufrido especialmente los efectos del mareo y que había demostrado un malhumor constante, ahora gozaba de su pequeña cuota de fama, y no tenía prisa por retornar al seno de su familia en Sawle. Lo que le había parecido tan deseable cuando estaba en peligro de perderlo, ahora que se encontraba al alcance de su mano tenía un aire menos seductor.
También sorprendió a Ross que la aventura llamase tanto la atención, aunque en realidad se trataba de una reacción completamente lógica. Ambos tenientes concedieron entrevistas a la prensa, y estas debían publicarse en el Exeter Chronicle y el Sherborne Mercury. Un hombre fastidió a Ross, que iba camino de su casa, pidiéndole detalles; pero recibió una acogida fría y no insistió.
El lunes por la mañana continuaba lloviendo. Ross fue a ver a Drake, que estaba sentado en la cama y, fuera del hombro vendado y los dedos entablillados, tenía ahora un aire más saludable que Dwight. Quizá tampoco eso debía sorprenderle. A los diecinueve años, si un hombre no muere de una herida, mejora con mucha rapidez.
—Bien —dijo Ross—. Pensé que tendría que comunicar malas noticias a su hermana.
Drake sonrió. Todos los miembros de esta condenada familia, pensó Ross, tenían esa sonrisa maravillosa. En todo caso, no la habían heredado del padre.
—No, señor. Esta mañana comí dos huevos, y antes me sirvieron potaje. Nunca estuve tan bien atendido.
—La señora Blamey es mi querida prima. Lo atenderá como una madre, y el doctor Enys cree que usted necesita una semana más.
—Estoy seguro de que no hará falta tanto tiempo. Pero será bueno continuar aquí tres o cuatro días…
—Veremos. O mejor dicho, verá la señora Blamey. Al doctor Enys no le agrada la idea de entregarlo a los cuidados de un farmacéutico de Falmouth, porque teme que lo mate. De modo que, cuando él se marche el miércoles y yo lo acompañe, tocará a la señora Blamey decidir lo que debe hacerse; y usted debe obedecerla.
—Lo que usted diga, capitán Poldark.
Ross se acercó a la ventana. Era muy cierto que cuando un hombre se enamoraba de una joven, no por eso debía admirar a los hermanos y las hermanas de la muchacha, y ni siquiera el hombre y la mujer que eran los padres. Más aun, la naturaleza humana determinaba que cuanto más intenso es el amor de un hombre hacia su esposa, más profundos son sus sentimientos de posesión; y así era menos probable que estimara el vientre que la había producido o a los restantes frutos del mismo vientre. Ross no tenía un carácter celoso o posesivo, pero desde el día que los hermanos Carne habían llegado los veía como una molestia: primero, sencillamente porque habían llegado y reclamaban favores apoyándose en el parentesco; segundo, a causa de su metodismo extremo; y tercero, y más recientemente, en vista de la fastidiosa relación de Drake con Morwenna Chynoweth. Se había arriesgado tanto para salvar al muchacho —a causa de Demelza— que le irritaba el gesto, y poco le faltaba para sentir hostilidad hacia el joven.
Durante los dieciocho meses transcurridos desde el día en que había visto por primera vez a los dos hermanos, apenas había mantenido contactos o conversaciones con ellos. Si Demelza era el nexo entre su marido y sus hermanos, también era el obstáculo que impedía una relación más estrecha. Durante ese viaje por primera vez había podido ver a Drake como persona. Y aunque al principio de mala gana, sus sentimientos habían cambiado.
—Una cosa…
—¿Sí?
—Antes de hacer este viaje conmigo, habló de alejarse. Usted mismo no sabía muy bien adonde iría. Ahora quiero su palabra de que vendrá a Nampara un par de semanas, con el fin de que todos podamos considerar la situación y sus posibilidades.
—Muy bien, se lo prometo, capitán Poldark.
—Y si no le agrada vivir con Sam, pase con nosotros las dos semanas. Tal vez le beneficie, y le ayude a recobrar el equilibrio.
—Gracias, capitán Poldark. Me agrada estar con Sam, pero quizá sea un cambio satisfactorio vivir un tiempo con ustedes.
—Y otra cosa —dijo Ross—. No me llame capitán Poldark. Esa fue una imposición de Demelza. Por favor, llámeme Ross. Drake miró la espalda de su cuñado.
—Lo llamaré Ross cuando cumpla veintiún años, si a eso llego… capitán Poldark. Creo que así es mejor.
—¿Mejor para quién?
—Para todos.
—Todavía falta mucho para eso.
—Dos años.
Ross miraba por la ventana la turba que se había reunido para observar la pelea entre dos hombres.
—De todos modos, creo que después de estar un tiempo en casa tendré que marcharme. No siento deseos de permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Y como le dije antes, después de los inconvenientes que provoqué será mejor que me vaya. Y si más tarde logro olvidar… o trato de olvidar…
—¿A Morwenna Chynoweth?
—Sí. Aunque dudo de que jamás pueda lograrlo. Es como una herida mucho más grave que la bala en el hombro… y no se cura.
—El tiempo ayudará.
—Sí. Eso dicen todos.
—Drake, ¿ella sentía lo mismo por usted?
—Sí… eso es indudable.
—Tal vez así es peor… no lo sé. Hace mucho pasé por algo parecido. Es el peor de los infiernos.
—¿Y consiguió salir de eso?
Ross sonrió.
—Me enamoré de su hermana.
Afuera, la pelea continuaba. Los espectadores proferían gritos de aliento.
—Tuvo suerte. —Drake se movió dolorido en su cama—. Es decir, si después todo salió bien.
—De maravillas. Pero llevó tiempo… mucho tiempo… comprender que no era una suerte de premio de consolación.
—No creo que en adelante la vida me ofrezca algo parecido a lo que perdí.
—Le queda mucho por vivir… o por lo menos eso creo, ahora que ya no intenta suicidarse.
—A decir verdad, nunca intenté suicidarme. Pero quizá no cuidé mi vida tanto como hubiera debido hacer.
—Por mi parte, nunca fui tan temerario como usted. Ensayé la bebida. Pero no me servía de mucho, de modo que abandoné mis esfuerzos.
Después de un minuto dijo:
—¡Ojalá pudiera hacer algo con mi vida! Ni siquiera Sam, que siempre está pensando en Dios, parece servirme de nada.
—Por eso mismo, creo que debemos conversar: usted, su hermana y yo, y Sam, si así lo desea. En este caso, creo que cuatro cabezas valen más que una.
—Gracias… capitán Poldark.
Para decepción de los espectadores, la pareja de combatientes finalmente decidió separarse, uno con la nariz sangrando, y el otro cojeando y asimismo sangrante. Una amazona con su criado apareció por la esquina, pasó entre la turba que comenzaba a dispersarse y se detuvo frente a la casa. Aún llovía.
—No creo que usted jamás llegue a ser como Sam… para quien Cristo y su religión son todo. A mi juicio, el modo de vida de Sam no es natural; sin embargo, lo admiro… aunque de mala gana.
—Ojalá yo pudiera ser como él. En ese caso, no tendría dificultad en renunciar a los pensamientos que me torturan…
—Un momento —dijo Ross—. Lamentablemente, debemos interrumpir la conversación. —Había visto los cabellos cobrizos que caían sobre los hombros de la visitante—. Creo que ha llegado la señorita Carolina Penvenen…