Capítulo 4

Mayo se presentó con fuerte viento y húmedo, y así continuó. Demelza tenía la sensación de que hacía muchos años que no gozaba de uno de esos idílicos días de mayo, con su sol brillante y la suave brisa, cuando toda la península se perfilaba suavemente sobre el fondo formado por el mar estival, sereno y azul, cuando las flores se abrían exuberantes y la tibieza del día calentaba la espalda dondequiera uno fuese. El año pasado había sido igual, lluvia y viento casi constantes, con una pausa en medio del tiempo frío y gris, en aquella ocasión en que ella había asistido al baile en casa Werry. (Un mal recuerdo que no le agradaba evocar). En mayo del año precedente se había celebrado esa fiesta en casa de los Trevaunance, cuando todos esperaban que Unwin anunciara su compromiso con Carolina Penvenen; pero él no había dicho nada parecido. Entonces, el tiempo gris y frío no había dado tregua.

Dos años antes Ross y Francis habían tomado la decisión de reabrir la Wheal Grace, y Ross se había encontrado con George Warleggan en la Posada del «León Rojo», sosteniendo un cambio de palabras tras el que Ross había arrojado a George sobre la baranda… Y ella estaba embarazada de Jeremy… Recordaba bien el viento que soplaba incansable.

Ahora de nuevo estaba embarazada, si bien por el momento podía ocultar el hecho a todo el mundo, con excepción de Ross. Además, disponían de medios, y podían gastar todo el carbón que desearan para alimentar el fuego del hogar. Y proyectaban reparar la vieja y hostil biblioteca, donde por primera vez ella había ensayado algunas notas en la espineta. Su hermano menor Drake se ocuparía de eso, pues era hábil con el cepillo y la sierra.

Y Sam trabajaba en la mina, no como tributario, sino como destajista: Es decir, que excavaba la galería, a tanto la braza; no ganaba ni perdía según la calidad de la veta que encontraban. No era tan ventajoso como la tributación, pero tampoco implicaba riesgo; y era un modo de ganarse la vida, un trabajo regular por una paga regular. De ese modo, uno podía alimentar el cuerpo y tenía tiempo para atender el alma.

Sam y Drake, a quienes se ofreció un cuarto en casa de la vieja tía Betsy Triggs, pidieron en cambio autorización para reparar y ocupar el cottage Reath, del lado opuesto de la colina, el pequeño cottage de paredes de piedra y barro que Mark Daniel había construido con sus propias manos para su bonita y joven esposa, antes de matarla con sus propias manos, pocos meses después. Hacía mucho que el techo se había desplomado, y gran parte del resto, construido con tanto apremio, no había soportado los embates del viento y el tiempo. La gente de Mellin y Marasanvose no se acercaban al sitio después de anochecer; decían que la carita de luna de Keren aparecía colgando por la ventana, la lengua hinchada y muy fijos los ojos inyectados de sangre. Pero los Carne tenían fibra más resistente. Como decía Sam, no podía sobrevenir ningún daño a las almas de los hombres que habían sido salvados de las garras de Satán por el amor perfecto de Jesús.

Así, en los ratos libres, los dos hermanos martillaban, aserraban, emparchaban y cortaban, y los materiales desechados de la vieja biblioteca a menudo parecían útiles a Drake, que los llevaba al cottage. Que la elección de un cottage propio, por ruinoso que pareciese, de preferencia al cuarto de la tía Betsy, escondiese un propósito ulterior, no fue evidente para Demelza hasta principios de mayo, cuando supo que Sam se proponía ampliar la habitación principal del cottage Reath, y que ya había celebrado allí una pequeña reunión religiosa.

Ciertamente, Samuel entendía que no había tiempo que perder. En la mayoría de los condados, la popularidad del metodismo y el entusiasmo que despertaba sufría distintos altibajos, pero este fenómeno era especialmente notorio en Cornwall, donde la población era más voluble, y siempre estaba separada por distancias más grandes de la guía y el control esclarecido de los fundadores. Mientras aún vivía el propio Wesley, casi nunca se había atrevido a dejar a sus conversos de Cornwall más de un año por vez. Aunque en algunas ciudades y aldeas había grupos firmes y sólidos, cuya fe nunca vacilaba, y que oraban con auténtica convicción, en otros lugares las variaciones eran frecuentes y muchos abandonaban la gracia. Sawle con Grambler había perdido la gracia hacía mucho, y lo mismo podía decirse de todo el distrito hasta San Miguel por un extremo y Santa Ana por el otro.

Para Sam era un espectáculo lamentable y doloroso. En Grambler había un pequeño salón de reuniones, construido con el aporte de todos y con la ayuda de los propios mineros durante la próspera década de 1760; pero después de la clausura de la mina y la dispersión de los habitantes, no se había atendido ni reparado la sala. Algunos se aferraban a los viejos principios, pero no se reunían ni renovaban su fe en la oración comunitaria.

Sam fue recibido con resentimiento aquí y allá, pues un hombre que venía de un lugar tan lejano como Illuggan era, de hecho, extranjero; y la opinión general era que el único modo de tratar al intruso era verlo y no oírlo. Sam no estaba dispuesto a callar, y mucha gente lo miraba con hostilidad; pero su relación con los Poldark le evitó dificultades peores. De modo que el pequeño núcleo de conversos que durante los años de descuido no habían perdido del todo la gracia comenzó a reunirse los domingos por la noche en el cottage Reath. Los domingos por la mañana o por la tarde Sam los conducía al servicio oficial de la iglesia.

Había cuatro iglesias a distancia más o menos razonable. Saint Sawle en Grambler con Sawle era la más cercana; después, estaba Saint Minver, en Marasanvose. Un poco más lejos estaba Santa Ana, en Santa Ana, y San Pablo, en el camino a San Miguel. Pero durante la intensa tormenta de marzo de 1788 se había desplomado el techo de San Pablo, y nadie había tenido el dinero para repararlo; por lo tanto, los servicios se habían suspendido indefinidamente. El vicario de Santa Ana vivía en Londres, y aún no había visitado la iglesia, de modo que allí se ofrecían escasos servicios, salvo cuando podía hallarse un sustituto. Los feligreses que deseaban casarse rara vez podían obtener las amonestaciones necesarias, y por lo tanto no tenían más alternativa que comprar licencias o prescindir de las bendiciones de la iglesia; y los padres debían llevar a sus hijos a Sawle para bautizarlos.

Saint Sawle, en Grambler con Sawle, con sus dos presbiterios, sus techos llenos de goteras, la torre inclinada y el camposanto repleto, estaba al cuidado del reverendo Clarence Odgers, un clérigo que recibía cuarenta libras esterlinas anuales del titular, residente en Penzance. Odgers, que tenía esposa y muchos niños, sobrevivía cultivando verduras y frutas. La iglesia estaba descuidada, pero contaba con una congregación bastante numerosa, un coro más ruidoso que musical y, por supuesto, la protección de la Casa Trenwith.

La residencia más cercana a Saint Minver, Marasanvose, era la Casa Werry, pero los Bodrugan iban a la iglesia sólo dos veces al año, y el vicario, que era el señor Faber, dividía su tiempo con otra iglesia próxima a Ladock, y era un hombre muy aficionado a la cacería del zorro. Saint Minver era una iglesia pequeña, y la primera vez que Sam y Drake fueron allí encontraron una congregación formada por sólo cinco personas. De estas, dos eran hombres que hablaban constantemente del precio del trigo; de las tres mujeres, dos estaban remendando camisas, y la tercera, la casera, se había dormido. Después del servicio debía realizarse un bautizo, y la casera había olvidado conseguir agua para la pila bautismal, de modo que el vicario se escupió la mano y ungió al niño con la saliva en nombre de Cristo. Sam y Drake salieron a tiempo para verlo montar su vieja yegua y alejarse al galope por el camino pedregoso.

De modo que cuando el pequeño grupo de metodistas comenzó a aceptarlo como jefe, Sam lo llevó a la iglesia de Sawle, por entender que era la mejor de las cuatro. Además, Drake parecía siempre deseoso de ir allí.

Durante dos semanas, los hermanos habían estado buscando una nueva viga central que sostuviese el techo reparado y soportase el peso suplementario de la pizarra, colocada en lugar de la paja. Quizás el débil tablón que inicialmente se había utilizado como viga central no se curvase aún más; pero no se podía estar seguro, y por otra parte a veces se oían crujidos ominosos.

La última semana de mayo Sally Rogers dijo a Sam que un hermoso trozo de madera de barco había llegado a la playa en Santa Ana, y había sido recogido por uno de los botes pesqueros. Así, tan pronto Drake tuvo unas horas libres y Sam pudo dejar su trabajo, fueron a inspeccionar la madera. No era un pedazo de mástil, sino un travesaño: seis metros de largo y casi un pie cuadrado al corte. Tenía un exceso de un metro veinte para usarla en el cottage, pero por lo demás era perfecta. Los pescadores pedían siete chelines. Después de regatear un poco, aceptaron cinco.

Los pescadores dijeron que por dos chelines más estaban dispuestos a remolcar el madero y depositarlo en playa Hendrawna. Los hermanos rehusaron cortésmente. Dejaron un depósito de tres chelines y dijeron que volverían al día siguiente, el último del mes y sábado. Sam trabajaba en el turno de la noche, y Drake podía terminar sus tareas a las tres de la tarde, de modo que ambos llegaron a Santa Ana bastante antes de las cinco. Media hora después habían pagado la diferencia e iniciado el camino de regreso.

Esa semana el tiempo al fin había mejorado, y el sol calentaba fuerte mientras ellos subían la larga colina que se elevaba frente a la aldea. La gran viga aún no se había secado del todo, y pronto empezó a pesar como plomo. Sería un esfuerzo largo y dificultoso. Cuando apenas habían recorrido tres kilómetros, Drake, que aún no tenía tanta fuerza como su hermano, comenzó a desear que hubiesen pagado los dos chelines suplementarios por el transporte de la viga. Disponían de toda la noche para llegar, pero la dificultad, si se detenían a descansar, era volver a poner la viga sobre sus hombros. Podían detenerse sólo donde había un muro o un apoyo apropiado que sostuviera la viga a la altura de la cintura.

Estaban ahora en el mismo sendero que habían seguido en marzo, cuando habían venido desde Illuggan; y poco después llegaron al desvío por donde se habían internado entonces para cruzar unos campos. En aquella ocasión, habían tenido que retroceder, rechazados con palabras destempladas por los guardianes de Warleggan. Después, nunca habían intentado cruzar los campos, pero sabían muy bien, gracias a la experiencia adquirida desde entonces, que atravesando los campos y los dos bosquecillos que había un poco más lejos reducían el trayecto por lo menos un kilómetro y medio. Se detuvieron un minuto. Hasta donde podían ver no había nadie. No se alcanzaba a distinguir la Casa Trenwith o sus anexos. En el campo contiguo había un establo o un almacén.

—Creo que podemos arriesgarnos —dijo Drake—. No pueden estar siempre en todas partes. —De modo que cruzaron el campo, que era tierra de pastoreo, si bien en ese atardecer allí no había ni siquiera ganado.

El segundo campo era de cebada, y el antiguo sendero de paso corría por el medio, en dirección al bosque, que se elevaba al fondo. La cebada se había sembrado para demostrar que se ignoraba el antiguo sendero; pero en general no había crecido bien, como si ni siquiera los muros hubiesen podido destruir la impronta de muchos años. Caminaron siguiendo la línea media y esperando oír el grito irritado, e incluso el disparo.

No ocurrió nada. Comenzaron a acercarse al bosque.

Desde allí sería más fácil. No sabían muy bien qué parte del camino era todavía propiedad privada, pero sabían que el sendero desembocaba en los primeros cottages de la aldea de Grambler; y eso no podía estar lejos. El bosque en el cual ahora estaban entrando, y que tendría quizá media hectárea de extensión, aparecía teñido de azul por las campanillas. Las hojas de los jóvenes olmos y sicómoros exhibían un verde claro brillante, y a través de ellas la luz del sol moteaba el suelo. En el centro del bosquecillo había un claro donde poco antes había caído un árbol, y sólo crecían unos pocos renuevos. Entre las campanillas crecían arbustos y malezas. El árbol caído y una vieja pared de piedra eran un lugar apropiado para apoyar la viga.

—Espera un momento —propuso Drake—. Me duele mucho el hombro.

—No debemos retrasarnos —observó Sam—. Me sentiré más tranquilo cuando hayamos salido de aquí. —Pero bajó la viga, retiró del hombro la pieza de arpillera y comenzó a frotarse la espalda.

Permanecieron unos minutos en cuclillas, sudorosos, y más reconfortados. Un tordo descendió cerca de donde estaban, balanceando el abanico de la cola; después gorjeó nerviosamente y se alejó volando. Un animal pequeño, probablemente una ardilla, se movió entre los arbustos, pero sin mostrarse. El cielo estaba claro y brillante, como si por primera vez en su historia supiese lo que era el sol.

—¡Hum! Todavía no tengo muchas ganas de seguir —dijo Drake—. Creo que cuando lleguemos a casa nos habremos ganado este pedazo de madera.

—¡Calla! —advirtió Sam—. Ahí hay alguien.

Prestaron atención. Al principio no oyeron nada, pero después advirtieron que muy cerca alguien hablaba. Los jóvenes se agacharon, tratando de esconderse. Durante la pausa que siguió un mirlo comenzó a cantar, y su gorjeo claro y sonoro sólo parecía interesarse en la felicidad de la tarde estival. Después, también el pájaro se alejó, y el rumor de pasos se convirtió en el golpeteo de un taco contra la piedra.

En el claro aparecieron dos figuras. Una era un niño de cabellos rubios, de diez u once años; la otra, una joven alta y morena, con un sencillo vestido azul de muselina y un sombrero de paja en la mano. En la otra mano llevaba un manojo de campanillas.

—Oh —dijo el niño con voz clara—. Alguien cortó un árbol.

—¡No, se cayó! Me gustaría saber si… Pero ¿qué es este pedazo de madera?

La joven metió la mano en un bolsillo de su vestido y extrajo un par de anteojos con marco de acero, y se los puso para mirar la viga.

—Parece un madero que pertenecía a un establo… o a un barco.

Alguien lo trajo aquí, y hace poco, pues las campanillas acaban de ser pisoteadas.

Se volvió y miró alrededor. Drake inició un movimiento para presentarse, pero Sam le aferró el brazo. De todos modos, el daño estaba hecho: los ojos vivaces del niño habían visto el pañuelo amarillo de Sam.

—¿Quién es? ¿Quién está allí? ¡Salga! ¡Déjese ver! —Aunque habló en tono de mando el niño estaba nervioso y, mientras decía lo anterior, retrocedió un paso.

Sam y Drake se acercaron con movimientos lentos, sacudiendo las ramitas quebradas y las hojas adheridas a la ropa, y frotándose las manos en los costados de los pantalones.

—Buenos días —dijo Drake, como siempre cortés y amable en las situaciones difíciles—. Lo sentimos si les hemos asustado. Quisimos descansar un momento, y no pensamos molestar a nadie.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el niño—. ¡Esto es propiedad privada! ¿Son ustedes servidores de mi tío?

—No, señor —dijo Drake—. Es decir, si usted se refiere al señor Warleggan. No, señor. Estábamos llevando este pedazo de madera desde Santa Ana hasta Mellin. Son casi diez kilómetros y pensamos reponer fuerzas descansando unos minutos, pues la viga es muy pesada. Esperamos no haber perjudicado a nadie.

—Están en propiedad ajena —dijo el niño—. ¡Esta es nuestra tierra! ¿Conocen el castigo que se aplica a los que pasan los límites de una propiedad? —La joven apoyó la mano en el brazo del niño, pero este se desprendió.

—Lo siento, señor, pero pensamos que había derecho de paso. Hace años, cuando vinimos por aquí, nadie impedía que la gente pasara. —Drake miró sonriente a la joven—. Señora, no quisimos hacer daño a nadie. Tal vez usted pueda explicar al señorito Warleggan que no quisimos entrar en la propiedad ajena.

—Mi nombre no es Warleggan —dijo el niño.

—De nuevo le ruego me disculpe. Pensamos que esto era propiedad de Warleggan…

—Es la propiedad Poldark, y mi nombre es Poldark —dijo el niño—. Sin embargo, es cierto que hasta hace un año la gente de la aldea podía pasar por aquí, aunque nunca con verdadero derecho. Era sólo que mi familia siempre se mostró indulgente en esas cosas.

—Señor Poldark —dijo Drake—, si su nombre es ese, quizás usted tenga la bondad de olvidar este error, porque nosotros somos parientes del capitán Ross Poldark, y bien podemos imaginar que a su vez él está emparentado con usted.

El niño miró las ropas de trabajo. Tenía la tez fresca y una arrogancia natural heredada del padre. Era alto para su edad y un tanto regordete; un niño de buena apariencia, pero con un aire inquieto.

—¿Emparentados con mi tío, el capitán Ross Poldark? ¿Emparentados de qué modo?

—La esposa del capitán Poldark, la señora Demelza Poldark, es nuestra hermana.

Era una afirmación que Geoffrey Charles no estaba en condiciones de refutar; de todos modos se mostró escéptico.

—¿De dónde vienen?

—De Illuggan.

—Eso está muy lejos, ¿verdad?

—Casi veinte kilómetros. Pero ahora no vivimos allí. Vivimos en Nampara. Es decir, en Reath, pasando la colina, más allá de Nampara. Yo trabajo en la casa para el capitán Poldark… soy carpintero. Mi hermano Sam trabaja en la mina.

El niño se encogió de hombros.

Mon Dieu. C’est incroyable.

—¿Cómo?

—Entonces, ¿debo pensar que mi tío los mandó a buscar la viga?

Drake vaciló, pero Sam, que hasta ese momento había permitido que su hermano más joven y más encantador se encargase de la conversación, intervino para evitar la tentación de la mentira.

—Lo siento, no. Su tío no tuvo nada que ver con esto. Pero vea, con la ayuda y para mayor gloria de Dios, hemos estado reconstruyendo un viejo cottage. Hace dos meses o más que trabajamos en esto, y necesitábamos una viga grande, de cuatro o cinco metros de largo, para sostener el techo. Y el mar arrojó esta a la playa de Santa Ana, y nosotros la compramos y estábamos llevándola a casa.

—Disculpe la pregunta, señora —dijo Drake—. Pero ¿no la he visto en la iglesia de Grambler casi todos los domingos?

Ella se había quitado de nuevo los anteojos, y miró fríamente a Drake con sus ojos suaves y bellos, un poco miopes.

—Es posible.

Pero por muy respetuoso que se mostrara, Drake no era de los que se desanimaban con facilidad.

—No quise ofenderla, señora. De ningún modo.

Ella inclinó la cabeza.

—En el segundo escaño a contar del frente —dijo él—, del lado derecho. Usted tiene un hermoso libro de himnos con una cruz de oro y las hojas con bordes dorados.

La joven dejó su ramillete de campanillas.

—Geoffrey Charles, como antaño era normal atravesar este bosque…

Pero Geoffrey Charles estaba mirando la viga.

—Pertenece a un barco ¿verdad? Miren, aquí hay un agujero por donde seguramente pasaba un cilindro de metal. Y la esquina está cortada. Pero todo eso seguramente es perjudicial si se la quiere utilizar como viga ¿no?

—Pensamos cortar ese extremo —dijo Drake—. Necesitamos únicamente cuatro metros y medio, y eso tiene casi seis metros.

—En ese caso, ¿por qué no la cortaron antes de salir de Santa Ana? De ese modo habría pesado mucho menos. —El niño rio ante su propia astucia.

—Sí, pero tal vez podamos utilizar el sobrante. No es fácil encontrar roble de buena calidad. Cuando uno lo ha pagado sólo desea llevarse todo.

—¿Es muy pesado? —El niño puso el hombro bajo el extremo que descansaba bajo el árbol caído y trató de erguirse. Se le enrojeció el rostro—. Mon Dieu, vous avez raison

—¡Geoffrey! —Dijo la joven, adelantándose—. ¡Te lastimarás!

—Nada de eso —dijo Geoffrey, apartándose del madero—. ¡Pero es pesado como plomo! ¿Y ya lo cargaron más de tres kilómetros? Prueba, Morwenna, ¡prueba una vez!

Morwenna se limitó a decir:

—Después de este bosque, sólo hay dos campos hasta llegar a la vía pública. Verán que el antiguo sendero todavía está marcado. Pero cuando reanuden la marcha, no se detengan.

—Gracias, señora —dijo Sam—. Le estamos muy agradecidos por su amabilidad.

La mirada oscura y serena se posó en los dos jóvenes.

—Creo que hay dos hombres en el campo más alejado, y están ordeñando las vacas. Si esperan media hora, se marcharán, y ustedes correrán menos riesgo de ser detenidos.

—Gracias, señora. Una excelente idea. Se lo agradecemos doblemente.

—Pero antes de que nos vayamos, quiero ver cómo lo alzan —exclamó Geoffrey Charles—. ¡No creo que puedan llevarlo cinco kilómetros más!

Los dos hermanos se miraron.

—Bien, lo haremos —dijo Sam.

Así, observados por la joven y el niño, alzaron la viga. Geoffrey Charles asintió con gesto aprobador. Después, Sam y Drake volvieron a dejar la carga.

Geoffrey Charles, que ya no se mostraba hostil, deseaba quedarse un rato; pero Morwenna lo tomó del brazo.

—Ven, tu madre comenzará a preguntarse qué nos ocurrió. Llegaremos tarde a cenar.

Sonriendo, Drake recogió las campanillas y las depositó en los brazos de la joven. Geoffrey Charles dijo:

—Hace mucho que no veo a mi tío Ross. Envíenle mis saludos.

Los dos hermanos se inclinaron y después permanecieron inmóviles viendo como Geoffrey Charles y su gobernanta regresaban a través de los árboles por el mismo camino que habían usado para acercarse.

Morwenna Chynoweth dijo:

—Creo, Geoffrey, que podría ser… aconsejable que no dijéramos nada de estos jóvenes.

—Pero ¿por qué? No hacían daño a nadie.

—Tu tío George es muy riguroso en estas cosas. No debemos permitir que esos muchachos se vean en problemas.

—De acuerdo. —El niño sonrió—. Pero ¡qué fuertes son! Ojalá que cuando crezca yo sea tan fuerte como ellos.

—Lo serás. Si comes bien y te acuestas temprano.

—Oh, ese viejo cuento. Mira, Wenna, me gustaría saber si es cierto que son parientes del tío Ross. Mamá me dijo que la tía Demelza venía del pueblo, pero yo no sabía que su cuna era tan humilde. Quizá lo dijeron para despertar nuestra simpatía.

—Los he visto en la iglesia —dijo Morwenna—. Recuerdo haberlos visto, pero el capitán Poldark asiste tan pocas veces que no puedo saber si ellos lo acompañan en su escaño. Creo que se sientan al fondo de la sala.

—El más joven es divertido, ¿verdad? Qué sonrisa más simpática. Me gustaría saber cómo se llama. Cuando pueda, le preguntaré a mamá acerca de la tía Demelza.

—Si preguntas por ellos a tu madre sin duda descubrirá nuestro secreto.

—Sí… Sí, no soy bueno para guardar secretos, ¿verdad? En fin, me callaré unos días… pero ¿por qué no se lo preguntas tú misma? ¡Eres mucho más astuta que yo!

Pero ahora habían llegado al final del campo siguiente, y al portón que se abría sobre el jardín de Trenwith. Entre los árboles podían ver las chimeneas y los aleros de la casa. Cuando Morwenna levantó el cerrojo del portón, ambos oyeron pasos detrás. Era Drake que corría y saltaba por el campo, entre los pastos y las piedras, para alcanzarlos. Se acercó sonriendo, y casi sin aliento. En las manos traía un ramillete de campanillas. Un ramillete mucho más nutrido que el de Morwenna. Entregó las flores a la joven.

—Usted perdió mucho tiempo hablando con nosotros. Podría haber recogido más flores, de modo que yo lo hice por usted.

—Gracias, y muy buenas tardes.

Permanecieron de pie, inmóviles viendo cómo se alejaba. Morwenna miró alrededor, para comprobar si alguien podía haberlo visto. Entre las campanillas había dos flores rosadas y blancas. Teniendo en cuenta la velocidad con que se lo había preparado, era un hermoso ramillete. Por la expresión de los ojos de Drake, Morwenna comprendió que eran flores destinadas especialmente a ella. Le molestó la impertinencia, porque era un gesto de un hombre de baja condición social. Pero él ya se alejaba, saltando y corriendo, de regreso al bosque.