[1] Sigue siendo práctica corriente hablar de características síquicas y sociales como si se tratara de aspectos humanos no sólo distintos, sino también, en última instancia, independientes. Si fuera esta la suposición tácita subyacente a nuestro propio discurso, términos como «comprometido» (inglés: involved / alemán: engagiert) y «distanciado» (detached/distanziert), en el sentido en que son utilizados aquí, seguramente parecerían vagos y equívocos. Hemos preferido estos términos a otros tal vez más familiares precisamente porque no concuerdan con los usos lingüísticos que descansan sobre la suposición tácita de la independencia de los aspectos síquicos y sociales del ser humano. A diferencia de algunos conceptos científicos actuales, estos términos no suponen la existencia de dos grupos separados de atributos o funciones humanas —uno de carácter síquico, otro de carácter social— que sólo se comunican entre si ocasionalmente, durante un período de tiempo limitado que posee un principio y un final claros, y por medio de esas conexiones de una sola vía que llamamos «causales», permaneciendo completamente independientes el uno del otro hasta que se establezca una nueva conexión causal. Términos como «comprometido» y «distanciado» hacen posible expresar que las transformaciones síquicas y sociales son fenómenos diferenciables pero inseparables.
Lo dicho para la relación entre una persona y otra —para las relaciones «sociales»— no es menos válido para la relación entre una persona y objetos no humanos. También en este caso nuestra tradición de pensamiento exige separar los aspectos relacionales de los síquicos. En especial en la tradición filosófica se ha hecho habitual defender rigurosamente las cuestiones sobre la relación entre el «sujeto humano» y el «objeto» no humano contra toda discusión sobre los aspectos síquicos del «sujeto». Como medios de orientación, los términos «comprometido» y «distanciado» nos parecen preferibles a otros —como «subjetivo» y «objetivo»— que nos crean la falsa apariencia de que existe un abismo estático e insalvable entre dos entidades distintas, el «sujeto» y el «objeto».<<
[2] En este articulo el término «naturaleza» se emplea, en general, como forma abreviada de la frase «naturaleza no humana». Remite, pues, a aquellos pianos de los fenómenos naturales de los que se ocupan las ciencias físicas y biológicas. En este contexto esta breve observación debe bastar para señalar que no comparto la idea de que existe una diferencia existencial, por decirlo así, entre «naturaleza» y «sociedad», o entre «naturaleza» y «cultura» o «historia». En el universo observable se constata una jerarquía de niveles de integración. Uno de ellos, el más complejo, es el mundo humano. Cada uno de esos niveles posee estructuras de un tipo particular y, por consiguiente, requiere métodos de estudio también de tipo particular. Es, pues, únicamente una proyección de estos diferentes métodos de estudio, es decir, de la diferenciación entre ciencias de la naturaleza y ciencias humanas (o ciencias de la cultura, o de la historia, etc.), lo que crea la ilusión de que los campas de estudio «naturaleza» y «sociedad» pueden existir tan separados el uno del otro como las ciencias de la naturaleza de las ciencias sociales. (Nota añadida en 1977).<<
[3] Las investigaciones de las ciencias de la naturaleza no están, en absoluto, «exentas de valores», pero el tipo de valoraciones que predomina en los trabajos de los científicos que estudian la naturaleza no se halla determinado por puntos de vista extracientíficos. En esto se diferencian, en el estado actual, las ciencias naturales de las sociales. En estas últimas la influencia de valoraciones externas, de tomas de partido en conflictos que afectan al conjunto de la sociedad, invaden la labor científica; la influencia de valoraciones heterónomas es, pues, muy grande. En las primeras, en las ciencias de la naturaleza, la influencia de este tipo de valoraciones —que no fue escasa en épocas pasadas, cuando el ser humano se esforzaba por buscar la explicación a aquello que llamamos fenómenos naturales— se ha reducido en gran medida. En estas ha adquirido preeminencia una escala de valores de otra índole. El valor cognitivo del resultado de una investigación se determina primeramente según la función que pueda cumplir frente a un problema efectivo hasta entonces sin resolver, frente al descubrimiento del contexto de fenómenos inmanente; la función que este resultado cumpla para la persona de los investigadores o para grupos extracientíficos queda subordinada a lo anterior. Esto es lo que queremos significar al hablar aquí de una valoración relativamente autónoma. La diferenciación entre valoraciones autónomas y heterónomas reemplaza a la diferencia entre ciencias «valorativas» y «exentas de valores», que puede producir confusión.
Pero no debe pensarse que la diferencia entre valoraciones autónomas y heterónomas sea algo estático o absoluto. Se trata siempre de una mayor o menor medida, es decir, de diferentes relaciones de equilibrio y preponderancia establecidas entre la autonomía y la heteronomía de conocimientos. Con esto se ve con mayor claridad lo que ya se ha señalado de manera implícita: que la gradación existente entre los polos imaginarios de la absoluta autonomía y la absoluta heteronomía de la valoración coincide exactamente con aquella que va del distanciamiento absoluto al compromiso absoluto. Mientras mayor es el compromiso, mayor es la tendencia a valoraciones heterónomas; mientras mayor el distanciamiento, mayor la tendencia a valoraciones autónomas.
En este contexto, de momento tenemos que conformarnos con una formulación general como la planteada más arriba. Pero el modelo teórico señalado en esa formulación no carece en absoluto de empirismo. A diferencia del modelo estático y no empírico de la teoría filosófica del conocimiento clásica, cuya parte esencial es el abismo, fijado tácitamente pero de ningún modo observable, entre un «mundo exterior» y un «mundo interior» al individuo, el modelo de una gradación continua de relaciones de equilibrio entre compromiso y distanciamiento, heteronomía y autonomía de las valoraciones, se encuentra en íntimo contacto con cambios estructurales observables de los seres humanos en tanto sociedades y en tanto individuos. Puede someterse a prueba mediante el estudio de la transformación del hablar y el pensar humanos desde sus formas magicomíticas hasta sus formas científicas, mediante el estudio de la transformación del comportamiento y experiencia desde la etapa infantil basta la adulta, o mediante comparaciones sistemáticas entre ciencias humanas y ciencias naturales, en su estado actual de desarrollo. En estos tres casos los miembros de las oposiciones citados en primer término representan, comparados con los segundos, un comportamiento y una experiencia más comprometidos, una mayor referencia al yo y al nosotros en la comunicación, una mayor heteronomía de las valoraciones. En todos estos casos, y en muchos otros, el modelo teórico que aquí se trata puede servir como medio —susceptible de ser sometido a examen y de ser revisado— para el estudio de problemas que resulten de comparaciones de formas de comportamiento y experiencias observables. (Nota añadida en 1977-1978).<<
[4] Puede producirse cierto grado de confusión si, al hablar de las ciencias, el término «valor» se utiliza exclusivamente para designar aquellos «valores» que intervienen desde fuera, por así decirlo, en las teorías y procedimientos sociales. Este restringido empleo del término no sólo lleva a la extraña conclusión de que es posible cortar las conexiones entre la actividad de la «valoración» y los «valores» que le sirven como guía, sino que también tiende a reducir tanto las posibilidades de empleo de términos como «valor» y «valoración» que hace que estos sólo fueran aplicables en casos en los que tendrían el significado de «prejuicio» o «idea preconcebida». Sin embargo, quien tiene como objetivo encontrar relaciones entre fenómenos, hallar su orden inmanente o, como se ha dicho algunas veces, aproximarse a la «verdad», está considerando implícitamente que el descubrimiento de estas relaciones, de esta «verdad», es un «valor». En este sentido, todo empeño científico posee implicaciones morales. En lugar de distinguir entre dos tipos de ciencias, unas «exentas de valores» y otras «valorativas», parece más sencillo y más correcto distinguir entre dos clases de valoraciones, unas autónomas y otras heterónomas, cualquiera de las cuales puede dominar sobre la otra.<<
[5] Mediante prácticas mágicas se puede —en la propia práctica— asegurar ayuda inmediata en casos de necesidad y satisfacer deseos. Los magos pueden decir: voy a liberarte de tus sufrimientos aquí y ahora. Los científicos Que una vez trabajaron en la lucha contra una epidemia de fiebre amarilla, los que hoy luchan contra el cáncer, pueden sentirse muy afectados por los sufrimientos de los enfermos y moribundos, pero mientras no encuentren explicación a los síntomas de la enfermedad —en un trabajo de investigación impersonal que, muchas veces, precisa mucho tiempo—, no pueden comprometerse a curar a los enfermos. Es decir, únicamente pueden contribuir a remediar los problemas humanos dando un rodeo que pasa por la investigación. (Nota añadida en 1977-1978).<<
[6] Sólo cuando se repara en la fuerza de este círculo vicioso puede comprenderse la extraordinaria lentitud del desarrollo del ser humano en sus primeros estadios. Sólo entonces puede uno desprenderse del egocentrismo ingenuo con el que hoy en día —cuando ya se han abierto un tanto los dientes de la trampa en relación a fenómenos de la naturaleza no humana, cuando un proceso ciego ha llevado al hombre a comprender que primero debe dominar sobre sí mismo para poder luego dominar sobre la naturaleza no humana— se cree que esta fase relativamente tardía del desarrollo humano es el estado evidente y eterno de la humanidad. Este estado supuestamente eterno se describe mediante términos como «razón» o «naturaleza», que hacen parecer como sí la misma manera de asimilar mentalmente fenómenos naturales hubiera formado parte de la «naturaleza» humana por los siglos de siglos. Aquí nos encontramos con un problema fundamental del conjunto del desarrollo humano que continúa oculto debido al egocentrismo ingenuo encamado en nuestro propio mundo conceptual: ¿Cómo ha podido el ser humano abrir los dientes de la trampa y escapar del circulo vicioso? (Nota añadida en 1977-1978).<<
[7] El problema del «encontrarse con uno mismo» es, sin duda, mucho más complejo de lo que puede señalarse aquí. Desempeña un papel tanto en el estudio de la naturaleza como en el de la sociedad; pues el ser humano forma parte de ambas. Así, toda transformación profunda en la concepción humana de la naturaleza comporta un cambio de la concepción que el ser humano tiene de sí mismo. Lo mismo puede decirse de cualquier cambio de su concepción del universo social. Esto implica que el éxito o el fracaso de todos los intentos de reemplazar una manera comprometida de ver los fenómenos sociales por una manera distanciada están ligados a la capacidad del hombre para revisar la concepción que tiene de sí mismo siguiendo esta misma dirección, esto es, en el sentido de un mayor distanciamiento. Esto no es fácil, pues los resultados de revoluciones como esta prácticamente siempre van en contra de ideales y creencias emocionalmente satisfactorios y tenidos en muy alta consideración. A este respecto, el problema de la adquisición de un mayor distanciamiento en las ciencias sociales apenas se diferencia del que afectó el desarrollo de las ciencias de la naturaleza.
Sin embargo, continúa en pie la pregunta de hasta qué punto son los seres humanos capaces de «encontrarse consigo mismos», de verse a si mismos desprovistos de la brillante armadura de fantasías que les protege de sufrimientos pasados, presentes y futuros. Puede afirmarse con alguna certeza que la capacidad de verse a uno mismo desprovisto de armaduras aumenta o decrece de acuerdo con el grado de seguridad que se haya alcanzado. Pero probablemente esta capacidad tiene límites.
Sea como sea, en la actualidad sólo pueden discutirse problemas como estos en sociedades que exigen y condicionan un alto grado de individualización. En estás sociedades la experiencia enseña a las personas a sentirse a sí mismas —tal vez con mayor intensidad que nunca antes en la historia— como seres separados unos de otros por murallas poderosas. Es indudable que este concebirse el ser humano a sí mismo como homo clausus hace mucho más difícil, si no imposible, que adquiera el distanciamiento necesaria para verse a si mismo como parte de un tejido de interpelaciones que también integran otras muchas personas, y que pueda estudiar las propiedades y estructura de este tejido.<<
[8] Es posible que las evidentes diferencias de los niveles de desarrollo de las distintas ciencias sociales no hayan recibido todavía toda la atención que se merecen. Al igual que las diferencias entre los grados de desarrollo de las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales, las diferencias entre los grados de desarrollo de las distintas ciencias sociales poseen, en general, relevancia para cualquier teoría del conocimiento y de la ciencia.
Pero aquí no puedo entrar en los problemas que se desprenden de esas diferencias. Para ello sería necesario exponer la teoría sociológica del conocimiento, que sólo he presentado de forma implícita en estas consideraciones sobre el compromiso y el distanciamiento. No obstante, puede ser provechoso señalar brevemente que en el mareo de una teoría sociológica del conocimiento él desarrollo del pensamiento científico y del pensamiento en general, así como los cambios producidos en la situación de aquel que piensa, ya no serán competencia de áreas de estudio independientes; seguirán siendo aspectos distintos, pero unidos entre si como aspectos inseparables e interdependientes de un mismo y único proceso humano. Con ayuda de un marco integrador como este también será posible determinar con mayor exactitud los diferentes grados de desarrollo del pensamiento y conocimiento —como los representados por los diferentes grados de desarrollo de las ciencias naturales y sociales—. Conceptos como «grado de distanciamiento», «nivel de adecuación» o «grado de dominio» pueden servir hasta cierto punto como unidades para expresar esas diferencias.
En estas lineas podría decirse, por ejemplo, que, bajo las condiciones actuales, los antropólogos tienen mayores posibilidades de alcanzar un elevado nivel de adecuación que, digamos, tos sociólogos, que se ocupan del estudio de su propia y muy diferenciada sociedad o de otras sociedades similares. Los antropólogos tienen mayores posibilidades no sólo porque es más sencillo tener una visión panorámica y formular teorías sobre unidades sociales pequeñas y de estructura no muy compleja, sino también porque, por lo general, los investigadores mismos no están comprometidos directamente con los problemas que estudian. Normalmente los antropólogos estudian sociedades a las que no pertenecen, mientras que los sociólogos se ocupan de sociedades de las que son miembros.
Pero lo dicho hasta ahora sólo describe un aspecto de la relación entre el modo de pensar y la situación del que piensa. Para obtener una imagen completa es necesario considerar que, en el campo del trabajo antropológico, individuos con una personalidad más distanciada se topan con otros de personalidad más comprometida, dueña de una mayor carga emocional. Las herramientas de pensamiento teóricas más distanciadas, que los antropólogos desarrollan más fácilmente debido a su situación, pueden, dentro de ciertos limites, servir como escudos protectores contra la influencia de modos de pensar más comprometidos sobre su trabajo científico y quizás incluso sobre sus propias personalidades. Este efecto protector puede mantenerse aunque existan tensiones crecientes entre las unidades sociales a las que los científicos pertenecen como miembros y aquellas con las que tienen contacto como investigadores.
Lo expuesto hasta ahora basta para señalar que, en lo que se refiere al estudio comparado del grado de desarrollo alcanzado por distintas ciencias humanas, puede resultar más adecuado y fructífero dirigir la atención a las relaciones entre observadores y objetos observados que prestar atención únicamente al observador, o a su objeto, o tal vez incluso a su «método».
Nota añadida en 1977: Es posible que este razonamiento sólo pueda ser comprendido en su totalidad si se tiene presente que el ejemplo inmediato al que remite es la relación entre antropología y sociología en Gran Bretaña. Allí la antropología posee una tradición relativamente larga —lo que sin duda no es ajeno a la importancia que esta tenía para el imperio colonial británico—. La antropología británica está representada por una serie de nombres y obras que han traspasado ampliamente las fronteras británicas; nombres como Malinowski, Evans-Pritchard, Radcliffe-Brown, etcétera. Por otra parte, el prestigio de la sociología inglesa es, pese a Spencer y Hobhouse, bastante inferior al de la antropología.<<
[9] La idea de que los métodos de investigación constituyen el criterio decisivo para determinar el carácter científico de la investigación, así como la idea, íntimamente ligada a la anterior, de que el objetivo de la investigación es el descubrimiento de «verdades» definitivas, nos llevan, entre otras cosas, a un desvanecimiento de las diferencias entre ciencias teoricoempíricas y campos de investigación como la matemática pura y la lógica formal. En él caso de estas últimas puede decirse con cierta razón que están orientadas hada el descubrimiento de conocimientos definitivamente verdaderos y a su distinción de criterios absolutamente falsos. Pero, aplicado a las ciencias positivas, el concepto de verdad definitiva, absoluta, resulta ambiguo e inadecuado como característica del objetivo de la investigación.
Hagamos un breve inciso acerca de la diferencia entre las matemáticas puras y la lógica, por una parte, y las deudas teoricoempíricas, por otra: las primeras se ocupan exclusivamente del estudio del orden inmanente, no proyectado por el hombre, de símbolos de relación creados por este. No es necesario preocuparse aquí de si —y hasta qué punto— los símbolos son adecuados para describir conjuntos de fenómenos no creados por el ser humano. No hace falta realizar experimentos para alcanzar el objetivo de una investigación. En las ciencias matematicológicas puras carece de sentido la diferenciación conceptual entre teoría y experiencia empírica. Son, por decirlo así, ciencias de una sola vía. Es verdad que en ellas se pueden distinguir diferentes niveles de abstracción —símbolos de relaciones de símbolos, símbolos de relaciones de símbolos de relaciones de símbolos, etc.—, pero siempre se gira en tomo al carácter cerrado de las operaciones mentales en las que se desarrolla el orden inmanente a los símbolos; y, precisamente porque aquí se trata sólo de la consistencia interna de las operaciones simbólicas, es posible, si se desea, afirmar, al modo tradicional, que los resultados de la investigación son definitivamente «verdaderos» o definitivamente «falsos».
Pero en las ciencias teoricoempíricas, en las ciencias positivas, sucede algo distinto. Estas se centran en el estudio de conjuntos de fenómenos que, si bien pueden ser descritos por medio de símbolos ideados por el hombre, no han sido creados por este, y, por consiguiente, su naturaleza no es simbólica. A diferencia de las ciencias matematicológicas puras, las ciencias teoricoempíricas poseen dos vías. Lo común de las formas de proceder de las ciencias positivas no es lo que hoy se da en llamar, desde el punto de vista de la física, «el método científico», sino una forma específica de interdependencia entre estudios teóricos e investigaciones empíricas. Estas ciencias exigen que las investigaciones empíricas particulares estén constantemente dirigidas por teorías globales, y que estas teorías sean constantemente reexaminadas a la luz de las investigaciones empíricas. La fundamental interdependencia y el intercambio entre investigaciones empíricas y estudios teóricos son las dos características estructurales que comparten todas las ciencias teoricoempíricas y que las distinguen de otras formas de búsqueda de conocimiento no científicas. El extirpar y aislar una investigación de la dialéctica continua de este proceso científico, que es el presupuesto básico para que la impronta de los resultados de la investigación sea considerada definitivamente verdadera, tienen, en el mejor de los casos, un significado meramente instrumental. La experiencia nos ha enseñado que la prosecución de la investigación demuestra que lo que en un primer momento podía haber parecido un resultado absoluto y definitivo, se evidencia luego, si no necesariamente falso, al menos sí parcial. Por consiguiente, considerar que el objetivo de estas ciencias de dos vías consiste en hallar una verdad o una falsedad absolutas no es más que una simplificación que puede conducir a error.
Para poder apreciar en su justa medida el planteamiento de objetivos de las ciencias teoricoempíricas hace falta emplear conceptos considerablemente más diferenciados que «verdadero» y «falso». En estas ciencias muchas veces lo que distingue entre sí a diferentes resultados de investigaciones no es esta dicotomía absoluta, sino que estos resultados posean un grado relativamente mayor o menor de «verdad», o mejor aún, que sean más o menos adecuadas. Cuando se emplean términos comparativos en lugar de términos polares se está afirmando que todo estudio realizado en el ámbito de las ciencias teoricoempíricas es relativamente abierto, no concluyente. Al elegir estos términos se está teniendo en cuenta asimismo la posibilidad de dejar espacio para que los resultados de las investigaciones actuales, que han superado los de las pretéritas, sean seguidos el día de mañana por otros que superen los actuales —que sean «más verdaderos», «más adecuados», «más completos» que estos—. La idea filosófica de la verdad absoluta como objetivo de las ciencias de la naturaleza es un concepto heredado de épocas pasadas en las que se concedía escasa relevancia al carácter procedimental de todas las ciencias y mucha mayor a teorías aisladas, consideradas en sí mismas. Foco tiene que ver esto con el planteamiento de objetivos de los científicos del siglo XX. Los objetivos de estos se expresan muy claramente con el término «progreso»: se busca progresar más allá del estado actual del conocimiento en las distintas especialidades. (Nota añadida en 1977-1978).<<
[10] De hecho, la física teórica ha evolucionado de tal manera, que en muchos casos se realizan operaciones matemáticas que en un primer momento no guardan relación con fenómeno observable alguno, y muchas veces no es nada fácil traducir los resultados puramente cuantitativos a un lenguaje no matemático y expresar lo que realmente significan en el contexto de un universo que no está formado por símbolos creados por el ser humano. Lo sorprendente es que en numerosas ocasiones, si no siempre, las interpretaciones no matemáticas halladas a resultados puramente matemáticos demuestran ser acertadas cuando se someten experimentalmente a prueba. Continúa pendiente la explicación de por qué complejas operaciones matemáticas realizadas con símbolos creados por el hombre demuestran ser correctas, es decir, concordantes con las observaciones. Esta cuestión se ha discutido repetidas veces en el pasado; hoy en día el empleo de operaciones matemáticas para resolver problemas físicos se ha convertido hasta tal punto en una rutina evidente, que prácticamente se ha perdido de vista la cuestión de por qué las operaciones matemáticas permiten hacer predicciones sobre conjuntos de fenómenos no simbólicos. Sin embargo, puede ser provechoso recordar que tenemos aquí una pregunta abierta y de ninguna manera intrascendente. (Nota añadida en 1977-1978).<<
[11] Dada la importancia del término Figuration en la obra de N. Elias, me ha parecido conveniente traducirlo directamente como «figuración». Por instrucción expresa del autor, el término system (sistema), empleado en el original inglés, es evitado en la posterior versión alemana, al no concordar ya con la terminología desarrollada posteriormente por el autor. Lo mismo vale para la dicotomía «parte/todo», reemplazada por «unidad parcial/unidad total». (N. del T.).<<
[12] Incluso en la forma elemental en que está presentado aquí, un modelo en forma de sucesión como este puede ayudar a aclarar la confusión que suele causar el establecimiento de una diferencia demasiado tajante entre conglomerados y configuraciones. No todos los marcos de referencia de problemas físicos se encuentran cercanos al polo de conglomerados del modelo. No todos los marcos de referencia de problemas biológicos o sociológicos tienen su equivalente en las proximidades del otro polo. Están bastante más dispersos a lo largo de todos estos ámbitos de estudio de lo que suele suponerse. Y, si bien es probable que la mayoría sean asignables a lugares específicos del modelo, los marcos de referencia de los problemas propios de diferentes disciplinas muchas veces se yuxtaponen al ser proyectados sobre este modelo.<<
[13] En el caso de la segunda ley de la termodinámica, una ley experimental y estadística ha sido interpretada como una afirmación sobre cualidades de la unidad de referencia en su conjunto, es decir, sobre él universo físico. No obstante, si se pueden invocar experiencias de otros campos, no siempre es posible asumir con absoluta certeza que propiedades observadas en unidades constituyentes de una figuración sean también propiedades de una figuración en su totalidad. En el caso mencionado, ¿es correcto que unas regularidades observadas en un ámbito parcial de una figuración —parcial tanto en lo espacial como en lo temporal— sean interpretadas como regularidades de la figuración en su totalidad? Esto es algo que compete únicamente a los físicos.
Pero las consideraciones generales sobre leyes difícilmente pueden verse afectadas por esta cuestión. En la física, al igual que en otras disciplinas científicas, el marco de referencia de los problemas estudiados está lejos de ser uniforme. A pesar de que en la mayor parte de los casos las unidades de observación se conciben simplemente como conglomerados, en otras ocasiones se contemplan como unidades cuyas propiedades estructurales se asemejan a las de las figuraciones organizadas. Pero, en comparación con los modelos de figuraciones y procesos desarrollados en algunas de las ciencias biológicas y en algunas de las ciencias sociales, los modelos elaborados en las ciencias físicas suelen mostrar un grado relativamente elevado de independencia de sus partes y un grado relativamente bajo de organización.
Quizá, sólo quizá, sea esta la razón de que, si bien el aumento en las ciencias físicas de modelos que poseen algunas de las características de las figuraciones organizadas ha ido en detrimento del status de leyes, en el sentido clásico de la palabra, este cambio no parece haber sido muy pronunciado. Lo que, por el contrario, parece haber ganado peso es la expectativa implícita de que, con el tiempo, las diversas leyes descubiertas a partir del estudio de contextos aislados se reunirán para formar un amplio esqueleto teórico del comportamiento de la figuración más amplia, vista en su totalidad. Lo que tal vez aún no está demasiado claro es por qué habría que esperar que conexiones particulares inconexas entre sí, cuyas regularidades se han determinado con mayor o menor fiabilidad, deban, como consecuencia de esto, reunirse y encontrar un lugar dentro de un todo coherente. Esperar esto implica suponer que, en última instancia, todos los conglomerados, incluso los de energía y materia, demostrarán ser figuraciones organizadas de algún tipo, o bien aspectos y partes de una figuración.<<
[14] Apenas hace falta señalar que el mismo argumento vale también para las viejas discusiones sobre la relación entre aquello que tradicionalmente se ha llamado «cuerpo» y «alma». También en este caso las propuestas de solución puramente físicas y metafísicas son representativas de un mismo y único modo de pensar, e igualmente inadecuadas. Sean monistas o dualistas, atribuyan al «alma» cualidades de la «materia» o a la «materia» cualidades del «alma», todas estas propuestas intentan explicar un todo a partir de sus partes.<<
[15] En el original: germanizarlo como «Doppelbinder». (N. del T.)<<
[16] Una de las insuficiencias de la mayoría de las teorías sociológicas de la «acción» y de la «interacción» radica en que, implícita o explícitamente, consideran en un mismo plano acciones ligadas a movimientos musculares y actividades como pensar o reflexionar, que transcurren sin movimiento. Representantes de teorías de la acción a menudo sostienen que ambos tipos de actividades humanas deben ser comprendidas sencillamente como «acciones». De esta manera sus distintas funciones en la vida del hombre y, con esto, su distinto carácter, quedan tan ocultos como el problema de sus relaciones mutuas. Como consecuencia del error behaviorista, algunas teorías sociológicas de la acción continúan indinándose a poner el acento sobre acciones visibles, con lo cual, evidentemente, están siguiendo —a sabiendas o no— el decreto behaviorista según el cual un comportamiento que la percepción humana no puede observar directamente, como comportamiento de un trozo de materia, no se considera objeto de estudio científico, no puede ser estudiado de manera científica, y aquello que no puede ser estudiado de manera científica, y aquello que no puede ser estudiado a la manera de las ciencias físicas simplemente no existe, o, en todo caso, los científicos pueden considerarlo «inexistente».
El resultado es una extraña división de la tradición sociológica en escuelas de pensamiento que se concentran en la «acción» e «interacción», insistiendo en actividades humanas observables y, en lo posible, mensurables, y en otras escuelas que se concentran en actividades humanas que no son directamente asequibles a la observación de personas ajenas a ellas, aunque, naturalmente, pueden ser observadas mediante otros métodos.
Reflexiones, actividades mentales, la muda manipulación de símbolos aprendidos, sin movimiento visible, pertenecen a este último grupo de actividades humanas. Si son entendidas y calificadas de «acciones», son acciones de índole ciertamente distinta a la de aquellas acciones relacionadas con el movimiento muscular. Como parte de la estructura de la personalidad del individuo, pertenecen a otro plano de integración —más elevado—. Eso que llamamos «pensar» dirige la actividad muscular, trabajando en colaboración, o muchas veces en conflicto, con instintos, emociones y sentimientos. Las tensiones y conflictos de este tipo constituyen, como muestra el ejemplo de los pescadores, un rasgo normal de la vida humana. En su lucha por la influencia sobre los centros motores coordinadores que dirigen los órganos ejecutivos del ser humano, o, en otras palabras, sus acciones en sentido estricto, las funciones sociosicológicas del hombre a las que aludimos con el término «pensar» están expuestas a la doble presión de los sentimientos y del conjunto de la situación.
Siendo más rigurosos, además de los planos de los centros cerebrales, directivos y coordinadores, y del aparato motor, ejecutivo, habría que distinguir también el plano del lenguaje, que incluye un tipo especial de actividad muscular de, por ejemplo, la lengua, los labios y la laringe. También el «hablar», de ser una «acción», es una «acción» de otro plano y otra índole que, digamos, el levantar una pierna para subir una escalera o el mover el brazo y los dedos para manejar un tenedor.
Las teorías sociológicas muchas veces se concentran sólo en un plano de la actividad humana —sólo en la «acción» o sólo en la «experiencia»—, y el apoyarse así en un modelo llano de la personalidad humana, sin tener en consideración su carácter multiplanar, comporta amplias consecuencias. Cada una de estas escuelas sociológicas de pensamiento trata el aspecto parcial que la ocupa como si este fuera el único aspecto relevante del ser humano. Los sociólogos del comportamiento observan acciones, y los sociólogos fenomenológicos, experiencias, de forma completamente aislada (por nombrar sólo a estos).
La sociología figuracional, en el otro extremo, considera al ser humano en su conjunto. Se basa en un modelo pentadimensional de una pluralidad de seres humanos, modelo que abarca tanto los aspectos tetradimensionales y directamente observables del comportamiento como los aspectos de la «experiencia», del pensamiento, las emociones y los instintos. Ciertamente, estos últimos no son tan asequibles a la observación directa del hombre como los movimientos corporales, pero, sin embargo, pueden ser observados, por ejemplo, mediante el estudio de los signos lingüísticos, y de otros tipos, que transportan mensajes con sentido de una persona a otra. Así, en la sociología figuracional los problemas de los instintos y el dominio sobre los instintos, de las emociones y el dominio sobre las emociones, del conocimiento y el pensamiento como instancias controladoras o también como vasallos de emociones e instintos, en suma, los aspectos de la experiencia del ser humano, desempeñan un papel no menos importante que el de los movimientos musculares visibles estudiados por behavioristas y teóricos de la acción. La tarea estriba en el estudio y descripción de sus interdependencias funcionales dentro de las unidades multiplanares de los individuos humanos, así como también dentro de los procesos sociales no planeados que los seres humanos crean junto con factores no humanos y entre ellos mismos.<<
[17] Lévy-Bruhl ha echado en una serie de libros una amplia mirada sobre la distinta estructura de las categorías del pensamiento y percepción de personas en una etapa del desarrollo humano anterior a la nuestra. En un mal momento utilizó la expresión «prelógico» como término general para designar esas operaciones mentales; este término, del que más tarde él mismo se retractó, conducía, en efecto, a confusiones. No obstante, sus libros tienen un gran mérito; hoy en día han sido dejados de lado injustamente. Aunque Lévy-Bruhl no explica en realidad las diferencias entre las formas de pensamiento y percepción anteriores y las nuestras, sus libros no sólo ofrecen un material rico en estas diferencias, sino que además, y sobre todo, ponen de relieve algunas características estructurales comunes de la mentalidad de las personas de una etapa de desarrollo anterior. La tradición filosófica que muestra la «razón» como una forma inmutable y concede a los conocimientos un contenido alterable levanta una barrera artificial que hace que a los hombres y mujeres formados en esta tradición les sea imposible ver claramente que es inevitable que las personas de una etapa en la que se tenían menores conocimientos relacionaran fenómenos de una manera distinta a como lo hacen grupos humanos herederos de un mayor cúmulo de conocimientos. Mientras domine esta separación entre «razón», como forma eterna, y conocimientos, como contenido alterable, seguirá siendo imposible explicar la diferencia entre la estructura de las categorías de la «mentalidad primitiva» y la de las sociedades científicas o «racionales». Lévy-Bruhl no consiguió romper esa barrera filosófica. Pero quien se resuelva a hacerlo puede aprender mucho en sus obras.
Si bien Lévy-Bruhl no emplea el término «estructura», presenta la estructura de la «mentalidad primitiva» de manera, a mi entender, más amplia y convincente que Lévy-Strauss. El intento de este por explicar el «pensamiento salvaje» parece, en comparación con la obra de Lévy-Bruhl, un artefacto sofístico, la explicación de un enigma a través de otro enigma. Su evidente repulsa hacia todo concepto de evolución le impide comprender realmente a grupos humanos que constituyen una etapa inicial en relación con el desarrollo del conocimiento y el dominio sobre los peligros. Su temor de que un ordenamiento de seres humanos de etapas anteriores y posteriores en un proceso, en una sucesión, menoscabe implícitamente la dignidad humana es infundado. Ocurre todo lo contrario. Sólo cuando el pensamiento y la percepción de seres humanos de una etapa anterior se entienden y explican como algo característico de su posición dentro de una sucesión, puede esperarse comprender y explicar el pensamiento y la percepción de grupos que constituyen una etapa posterior. En otras palabras, para explicar tales diferencias entre sociedades de distintas etapas es necesario un ordenamiento de los datos en series evolutivas, lo cual sólo puede realizarse mediante una teoría de procesos susceptible de ser sometida a prueba —una teoría que muestre de qué manera se encuadran dentro del desarrollo global de las sociedades humanas procesos como, por ejemplo, el desarrollo de los conocimientos o, estrechamente ligado a este, el proceso de la civilización.<<
[18] Puesto que el poder es una relación, intento, en la medida de la posible, emplear términos técnicos que expresen esta relación. «Potencial de poder» (o también «potencial de poder relativo») es uno de ellos. Esta expresión reemplaza al término «poder», más manejable pero menos exacto.<<
[19] Existe traducción castellana: El proceso de la civilización, FCE, 1988. (N. del T.).<<
[20] Henri Bergson ha abordado este problema en su libro Las dos fuentes de la moral y de la religión, 1932. Trad. castellana: Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1947, Fue un buen primer paso, de orientación más filosófica que sociológica. Puede parecer sorprendente que un problema tan importante no haya sido estudiado con mayor profusión. Es posible que el responsable de este abandono sea la hiperespecialización académica, causa de que los problemas sociológicos de los planos estatal e interestatal sean estudiados por diferentes grupos académicos, cada uno dueño de un modelo teórico propio e incompatible con los demás.<<
[21] N. Elias, Über den Prozeβ der Zivilisation, vol. 2, Frankfurt/Main, 1970. Trad. castellana: El proceso de la civilización, FCE, 1988.<<
[22] L. Lévy-Bruhl, La mentalité primitive, París, 1960. Trad. castellana: El alma primitiva, Planeta, 1986. Véase también Lévy-Bruhl, Les fonctions mentales dans les sociêtés inférieures, París, 1910. Es posible que algunos lectores opinen que estos libros son muy viejos y, por tanto, carentes de interés para los estudios y discusiones de finales del siglo XX. Este argumento sería válido si se pudiera tener la certeza de que las ciencias humanas, como algunas de las ciencias de la naturaleza, progresan continuamente en un movimiento —ya sea rectilíneo o dialéctico— hacia adelante; pero no es ese el caso. La obra de Lévy-Bruhl se ha convertido en la víctima de un falso grado de profesionalización que se ha desarrollado en algunas de las ciencias humanas. A esta profesionalización se debe el que para «estar en la cumbre» no haya que tener en cuenta los verdaderos méritos de un libro, sino sólo ver si este está de acuerdo con la moda vigente, si es novedoso. Uno de los motivos de esto es que la mayoría de las ciencias humanas carecen de criterios claros para distinguir progresos —a diferencia de lo que sucede en las ciencias de la naturaleza, donde existen efectivamente tales criterios y, por tanto, también una secuencialidad bastante clara del proceso de conocimiento, aunque las teorías filosóficas de la ciencia no hagan mucho caso de ello. Al carecer las ciencias humanas de criterios para distinguir los progresos, en ellas los libros tardan muchísimo tiempo en envejecer, y, por consiguiente, también es muchísimo el trabajo humano desperdiciado. En algunos ámbitos de la historiografía cada generación reescribe los libros sobre un mismo período. Los de las generaciones anteriores, con pocas excepciones, descansan en las bibliotecas sin que nadie los lea. Probablemente de un examen más minucioso resultaría que en algunos casos los libros posteriores representan un progreso frente a los anteriores, pero que en otros casos constituyen un retroceso. En mi opinión, esto último es lo que sucede con la recopilación de material sobre la «mentalidad primitiva» realizada por Lévy-Bruhl. Lo que Lévy-Bruhl nos presenta es un trabajo sólido y modesto con algunas deficiencias teóricas, pero que aún no adolece de los embrollos sofistas de algunos libros posteriores sobre el tema, y que, si se leyera, no sería dejado de lado.<<
[23] El antagonismo entre las potencias hegemónicas de nuestro tiempo recibe parte de su ímpetu de tensiones entre trabajadores fabriles y clases empresariales. Algunas doctrinas e ideales derivados de estas tensiones entre clases sociales en algunos países industrializados desempeñan un papel decisivo en los ideales opuestos de las potencias hegemónicas en el plano interestatal. Pero tampoco a este respecto concuerdan lo ideal y lo real. Es notable lo pequeñas que son las diferencias entre las condiciones de vida reales de las clases trabajadoras de países comunistas y capitalistas, si bien con una excepción: el ascenso, de una generación a otra, de las clases trabajadoras a posiciones más altas en la administración y en el gobierno es más fácil, y probablemente más frecuente, en el Este que en el Oeste. Así, los cuadros sociales de los dos bandos que luchan entre sí no son, por una parte, clases trabajadoras, y, por la otra, clases empresariales, sino, por una parte, un grupo de altos cargos de partido, ejército, administración y gobierno procedentes principalmente de familias de obreros y campesinos, y, por otra, un grupo de líderes políticos y altos funcionarios gubernamentales procedentes principalmente de familias de clase media y alta. Sin embargo, es de suponer que, de no producirse un profundo trastorno, la composición del grupo directivo ruso cambiará en lo referente a su procedencia. Es probable que, poco a poco, se reduzca el número de los miembros del establishment ruso procedentes de familias de obreros y campesinos, y que se incremente el de descendientes de altos funcionarios del partido, la administración y el gobierno. Si aumentará o no el número de soviéticos no rusos es ya otra cuestión.<<
[24] Estos fragmentos provienen del trabajo de taller. Por eso algunas veces dejan ver repeticiones y carencias que hubieran desaparecido con una reelaboración posterior. Por otra parte, no están terminados; son, de hecho, fragmentos. A pesar de ello, parecía importante introducirlos aquí en esta forma provisional. Contienen reflexiones que merecen ser discutidas. Precisamente porque se trata de trabajos de taller todavía incompletos constituyen una interesante contribución a la comprensión de la manera de pensar y trabajar que subyace en los ensayos precedentes.<<
[25] Por «preguntas sobre el porqué» entiendo aquí interrogantes genéticos. Los filósofos muchas veces han hecho de estas cuestiones un tabú, tachándolas de acientíficas. No obstante, en ciencias como la cosmología, la biología y la sociología se han convertido en el pan de cada día.<<
[26] Se podría suponer que la referencia a síntesis automáticas y la permanente e irreversible división del trabajo que estas conllevan no es del todo irrelevante para la comprensión del problema de la entropía.<<
[27] Véase N. Elias, Über die Zeit, en: Merkur, año 36, cuad. 9 (= cuad. 411), pp. 841-856; cuad. 10 (= cuad. 412), pp. 998-1. 016, 1982. Puede encontrarse una versión completa de este estudio en el tercer volumen de Arbeiten zur Wissenssociologie, de N. Elias.<<
[28] Quizá «desarrollo» no sea aquí la palabra correcta; expresiones como estrellas «jóvenes» y «viejas» tienen también, en tanto remiten al nivel de integración fisicoquímico, es decir, a unidades de integración como moléculas, átomos, electrones o neutrones, un significado metafórico. Bien vistas, todos estos términos son categorías específicas de niveles que remiten a fenómenos de un nivel de integración superior.<<
[29] La actitud monopolizadora de supuestos materialistas y reduccionistas encuentra expresión en, sobre todo, la costumbre con que uno se topa de tanto en tanto en los últimos tiempos de calificar a los seres vivos como sistemas de moléculas, como si de hecho fuera posible esperar que un día sus propiedades sean explicadas detalladamente a partir de las moléculas que los constituyen.<<
[30] Quizá sería útil introducir el término «diferencia de nivel» para comprender en su justa medida este problema, pues esto se repite en todos los niveles de la evolución biológica. Así, las plantas son capaces de absorber y sintetizar compuestos fisicoquímicos de un nivel de integración inferior, que los organismos humanos ya no pueden sintetizar y transformar en material propio directamente, sino sólo mediante la absorción de plantas y animales.<<
[31] Podría imaginarse que se desataron luchas de poder, que surgieron varias formas de convivencia de dos células del tipo anterior, como una especie de ciego experimento del proceso natural, y que finalmente una de ellas, la eucariótica, que estabiliza un determinado equilibrio de poder y división funcional entre las dos células unidas, demostró tener éxito en la lucha con otras configuraciones, se multiplicó velozmente y, así, por último, se convirtió en antepasada de todos los otros seres vivos. Los experimentos menos satisfactorios no habrían dejado huella.<<
[32] Hay que observar que es posible que el dominio de la estructura genética, su poder de mando como último centro directivo de todo fenómeno orgánico, no tenga et carácter absoluto que actualmente se le atribuye.<<