C
uando se reflexiona un poco sobre lo dicho se llega a una extraña conclusión, si bien extraña quizá sólo a la luz de una tradición de pensamiento y de la teoría de la ciencia que se apoya en esta. Según parece, a diferencia del comportamiento de un compuesto químico o de una molécula, el comportamiento de una mosca no puede investigarse ni explicarse a partir únicamente de su composición quimicofísica, esto es, de las propiedades de sus componentes quimicofísicos estudiados de forma aislada. En este nivel también poseen relevancia para la explicación el tipo de estructura en que los fenómenos fisicoquímicos están unidos e interactúan, su modo de integración. Entender esto es bastante sencillo. Pero modos de pensar profundamente arraigados en las costumbres —y los controles que sus representantes pueden ejercer sobre los modos de pensar de nuestra sociedad— estorban la visión.
La discusión sobre cómo se debe explicar la diferencia entre el funcionamiento y el comportamiento de las moléculas, y sus conexiones, por una parte, y el comportamiento y el funcionamiento de los representantes del nivel de integración inmediatamente superior, es decir, de los organismos unicelulares y de los seres vivos en general, por la otra, ha quedado interrumpida hace ya muchísimo tiempo. La paradigmática afinidad de los antagonistas hace parecer como si sólo hubiera dos modos de responder a este interrogante. Según esto, puede suponerse que los organismos unicelulares como los protozoos o los bacilos, algo más primitivos, y los organismos complejos evolucionados a partir de estos deben aquello que, como seres vivos, los diferencia de los compuestos químicos de los que están formados a un agente particular de naturaleza inmaterial, a una «fuerza vital» invisible que se suma a su composición química como atributo diferenciador de los seres vivos tanto unicelulares como multicelulares. O bien puede suponerse que la característica propia que distingue a toda criatura viviente podrá algún día ser analizada por completo a partir de las propiedades de los componentes fisicoquímicos, del mismo modo en que las propiedades de las moléculas y sus conexiones pueden analizarse a partir de los átomos que componen esas moléculas o de sus partes constituyentes. En suma, en esta discusión apenas uno escapa de los idealistas cae en manos de los materialistas. Ciertamente, hoy en día el consenso de los investigadores de las disciplinas implicadas tiende a decantarse hacia esta última postura. Es evidente que los vitalistas idealistas han perdido la batalla. Pero la propuesta de solución fisicalista[29] y la expectativa, tácitamente contenida en ella, de que tarde o temprano los funcionamientos y comportamientos de organismos tan complejos como el ser humano podrán explicarse por completo, siguiendo el patrón de la física, a partir de sus unidades constituyentes, esto es, partiendo en último término de las moléculas, átomos, electrones, etc., que los componen, no parece muy convincente.
Tal vez cuando se piensa y se habla sobre este problema debería cuidarse más la reflexión sobre algo muy obvio. El apretado clinch que hace que los biólogos fisicalistas vean como única alternativa a su posición la de los metafísicos y vitalistas, y que estos últimos vean como única alternativa a la suya la de los materialistas fisicalistas, hace que la evidencia quede oculta a la vista. Los datos disponibles muestran de manera del todo inequívoca que el funcionamiento y comportamiento de unidades altamente organizadas no pueden explicarse partiendo únicamente del estudio aislado de las propiedades de sus unidades constituyentes, sino, en mayor o menor medida, dependiendo del nivel de orden y también de la organización de las unidades constituyentes, a partir de la configuración formada por estos constituyentes, es decir, de la forma en que están coordinados unos con otros y del grado en que dependen unos de otros. En el plano fisicoquímico no existe semejante interdependencia funcional de las unidades constituyentes. Por eso los científicos ocupados en el estudio de ese nivel pueden desarrollar procedimientos, extremadamente satisfactorios, dirigidos a deducir y explicar las propiedades de unidades compuestas a partir del estudio aislado de las propiedades de sus unidades constituyentes. También en el estudio de unidades biológicas pueden ser indispensables algunos procedimientos y modos de explicación de tipo fisicoquímico, pues los organismos están compuestos por átomos y moléculas. Pero que algún día los organismos puedan ser explicados suficientemente a la manera fisicoquímica, es decir, mediante una reducción al nivel de integración de las moléculas y los átomos, es sólo una vana esperanza de algunos físicos y químicos (y, en el fondo, la expresión de un anhelo de poder); y es una vana esperanza no porque actúe algún tipo de fuerzas vitales metafísicas, sino porque la organización e integración de las partes ejercen una determinada influencia sobre las propiedades y el comportamiento de las unidades compuestas, y, bastante a menudo, también sobre las partes constituyentes.
Quizás ahora se advierta con más claridad por qué es imprescindible reflexionar sobre aquello que diferencia los ámbitos de estudio de diversas ciencias para comprender las relaciones entre estas ciencias. Entre las principales dificultades que obstaculizan los esfuerzos por dilucidar las relaciones entre estos diferentes campos de estudio se encuentra el que el caudal de términos y conceptos necesarios para esta tarea no es aún lo bastante grande. Así, por ejemplo, a veces se dice que la particularidad que distingue a los seres vivos es que son capaces de crear más orden de menos orden. De hecho, esto señala un aspecto fundamental de la diferencia entre unidades vivas y unidades inertes. Pero la manera en que lo expresa no es suficientemente clara. El estado de desarrollo de los símbolos lingüísticos y conceptuales está aquí, evidentemente, muy por detrás del estado de los conocimientos; y esta discrepancia estorba o bloquea el avance del saber. El concepto de orden resulta demasiado estático para expresar aquello que puede observarse detalladamente cuando, por ejemplo, se estudia la relación de un organismo vegetal con sus sustancias nutritivas. Bajo la influencia de la energía solar y mediante la intervención de la clorofila que poseen, las plantas son capaces de transformar materiales de escaso valor energético y de organización relativamente simple en materiales ricos en energía y más organizados. En la cadena alimenticia hay una serie de pasos en los cuales lo consumido pertenece, en cada caso, a un nivel de orden relativamente inferior y, transformado parcialmente por el consumidor, es incorporado al nivel de orden superior de este[30]. Los usos habituales del lenguaje sólo nos permiten un empleo estático del término «orden», al cual se opone el no menos estático término «desorden». Pero cuando se sube mentalmente por la escala evolutiva, desde el nivel de las partículas subatómicas, los átomos y las moléculas simples hacia las grandes moléculas, los organismos unicelulares y multicelulares, no se aprecia únicamente un orden de niveles, sino también unos niveles de orden, transiciones de unidades cuyas partes no están ligadas funcionalmente unas a otras, o lo están apenas, a unidades cuyas partes están ligadas funcionalmente unas a otras de forma cada vez más amplia, y, al mismo tiempo, lo están en cada vez más niveles de integración. La dinamización del modelo teórico en el sentido de la gran evolución exige, pues, una renuncia a dicotomías estáticas como «orden» y «desorden». En lugar de tales dicotomías se hace necesario un aparato conceptual que permita a los investigadores representar simbólicamente los niveles de orden interrelacionados y comunicarse con otros investigadores sobre estos niveles.