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e comprende por qué es difícil pasar de una perspectiva voluntarista, o de una naturalista, a una perspectiva centrada en la idea de figuración. Para esta transición hace falta que las potencias se distancien considerablemente del actual espectro de adversarios. También es preciso que se distancien de la imagen idealizada que tienen de sí mismas y de las doctrinas que procuran una justificación intelectual y emocional a su mutua enemistad. No es sencillo alcanzar un distanciamiento mayor cuando el movimiento circular del enlace doble continúa girando con toda su fuerza. También en este plano el peligro omnipresente reproduce una elevada carga emocional del pensar y el actuar, una menor capacidad de refrenar emociones intensas, es decir, factores que por su parte estimulan la perpetuación de un elevado nivel de peligro y una gran incapacidad para controlarlo. Y esta incapacidad se ve apoyada por el hecho de que aquellos que forman el enlace doble no sólo están convencidos de que tienen razón, sino de que, además, son racionales.
Presos así en el clinch de su enlace doble, los representantes de ambas partes tienden a creer que ese ir a la deriva hacia una guerra nuclear propiciado por el enlace doble del plano interestatal puede ser detenido mediante un acuerdo relativo a sólo uno de los brazos del movimiento circular —mediante un acuerdo de limitación de armamento, esto es, relativo únicamente a la mutua amenaza militar—. El modelo de enlace doble muestra por qué tales intentos no presentan grandes expectativas de éxito si no van ligados a un acuerdo sobre la reducción de las armas cognitivas, ideológicas, con las cuales las potencias hegemónicas de nuestro tiempo no cesan de amenazarse y atacarse mutuamente. Es esta una tarea más ardua (pero no inalcanzable); pues los rivales, obligados por la situación de mutua amenaza, cuidan de fomentar una imagen detestable del otro y una idealizada y elogiosa de sí mismos, imágenes que ayudan a reforzar la cohesión emocional del pueblo y de sus aliados, y, en especial, la predisposición de la gente a luchar y morir por la propia causa.
Vistos de cerca, ninguno de los dos sistemas funciona tan bien como para que valga la pena morir por ellos. Pero un pensamiento de elevada carga emocional y fantástica, correlato de la amenaza real que cada una de las grandes potencias representa para la otra, convierte dos sistemas sociales muy imperfectos en la viva encarnación de valores e ideales eternos. Como es manifiesto, es sobre todo en nombre de estos ideales y valores como cada una de las grandes potencias considera enemiga a la otra. No obstante, los grupos directivos de ambas, como los de Roma y Cartago, como los borbones y los austrias, se ven empujados uno contra otro porque son los grupos directivos más poderosos de su tiempo, rivales por la hegemonía mundial. Probablemente las dos potencias serían enemigas aunque ambas estuvieran gobernadas de manera comunista, o de manera capitalista.
En nuestra época las guerras ya no se zanjan con hordas de mercenarios ignorantes y otros desheredados, sino con pueblos armados de elevado nivel cultural, más o menos bien alimentados y vestidos, y capaces de criticar a sus gobernantes. Para motivar a una población consciente de sí misma a que empuñe las armas hace falta una doctrina bastante sutil, secular, capaz de cautivar sus mentes, asegurar su adhesión, en resumen, capaz de sujetar su lealtad con tanta firmeza como en épocas anteriores lo hacían las doctrinas sobrenaturales. El temor que los países rivales despiertan el uno en el otro y el peligro mutuo que representan deben, en otras palabras, situarse sobre el plano personal. No basta con atacar públicamente a determinadas personalidades del otro bando para sacudir los ánimos de las poblaciones de los avanzados Estados nacionales de nuestro tiempo y hacerles romper la barrera de repulsión que se interpone entre las personas civilizadas y el acto de matar. Esto sólo puede conseguirse con ayuda de ideas doctrinarias muy intensas que objetivicen en la forma de valores impersonales el extendido orgullo por la patria. En el proceso de enlace doble del plano interestatal las ideas doctrinarias de este tipo, los ideales sociales y los desvalorizados ideales contrarios, esto es, amores y odios relativamente impersonales, desempeñan un papel indispensable.
En todas esas relaciones se observa que la amenaza de las armas y la amenaza de las doctrinas —que provocan una corriente no devastadora de mutuas estimagtizaciones— se refuerzan constantemente la una a la otra. Si se quiere disminuir la temperatura de este proceso ascendente, ambas amenazas deben combatirse al mismo tiempo[23].
He intentado mostrar que los procesos de enlace doble como el que actualmente puede verse en su forma más virulenta en el plano interestatal actúan en todos los planos de la vida social de sociedades de una etapa anterior. En ellas la relación del ser humano con la naturaleza está determinada por procesos de enlace doble de índole similar a los que encontramos en funcionamiento en el plano interestatal de la vida de los Estados nacionales industrializados. Una de las principales características de estas sociedades desarrolladas es que dentro de ellas el peligro físico que cada grupo humano representa para los otros, si bien no desaparecido, sí ha disminuido en cierto grado. Normalmente, dentro de tales Estados los grupos antagonistas ya no se matan unos a otros. Eficaces medios de control de la violencia les obligan a refrenar sus mutuas enemistades y a zanjar sus problemas sin recurrir a la violencia.
El desarrollo de un control eficaz de la violencia en el seno del Estado, unido a la expansión y diferenciación de interdependencias económicas y de otro tipo, desempeñó un papel decisivo en el surgimiento de una estructura de la personalidad que hizo posible la transición del predominio de una forma magicomítica de la percepción y el pensamiento a una forma científica. Esta última, tal como apareció en el Renacimiento, significó la superación final de los procesos de enlace doble en los que anteriormente el hombre había estado preso, en mayor o menor medida, en todos los ámbitos de su vida. Pero el hecho de que la tenaza del enlace doble sólo se haya abierto en algunos ámbitos de la percepción y el dominio humano, y no en todos —en las relaciones con la naturaleza no humana, pero no, o no en la misma medida, en las relaciones entre grupos humanos—, ha tenido una notable repercusión sobre aquello que a menudo es llamado la «civilización moderna».
La imagen idealizada de esta civilización crea la impresión de que los pilares que la sostienen poseen un grado equivalente de civilización. Pero no es así. La aproximación científica a la naturaleza representa un gran dominio sobre uno mismo, unido a un dominio similar sobre el objeto. En este ámbito se ha reducido el contenido de fantasía de los procesos cognitivos del ser humano, su ajustamiento a la realidad ha aumentado, y este modo «racional» de pensar ha echado tan profundas raíces en las sociedades desarrolladas y se ha expandido tanto, que sus herederos han llegado casi a considerarlo una capacidad innata, un don que la naturaleza da a todos los seres humanos y una prueba de su «razón».
Los miembros de las sociedades desarrolladas suelen considerar que las sociedades anteriores, para las cuales los procesos naturales representaban una amenaza mucho mayor y casi incontrolable, y cuyos procesos cognitivos están caracterizados por una emocionalidad y un grado de fantasía igualmente altos, eran «irracionales», «incivilizadas» y quizás incluso «salvajes» y «bárbaras». Pero tampoco ellos son igualmente «civilizados» y «racionales» en todos los ámbitos de sus vidas. Allí donde sus condiciones de vida se parecen más a las de pueblos menos complejos, también sus patrones de comportamiento y sus cánones de pensamiento muestran una gran afinidad con los de aquellos. El plano interestatal es un buen ejemplo de esto. Algunas formas de pensar y actuar que tienen lugar en este plano demuestran con especial claridad que los patrones del comportamiento civilizado no son uniformes, que presentan diferencias y contradicciones. En su relación con la naturaleza el ser humano ha alcanzado un dominio sobre sí mismo bastante grande, una elevada capacidad para articular un conjunto de conocimientos más ajustados a la realidad, así como una proporcionadamente alta capacidad para dominar la naturaleza. Menos poderosa es su capacidad para conjurar los peligros que nacen de su convivencia dentro del marco estatal. No obstante, dentro de las sociedades estatales desarrolladas el control de la amenaza física que las personas representan las unas para las otras, esto es, el control de la violencia, es relativamente eficaz; por lo general, y con una cantidad tolerable de excepciones, se observa un nivel proporcionadamente elevado de autoinhibición. Pero en las relaciones interestatales no suele ser este el caso. Allí los peligros que las personas constituyen las unas para las otras siguen siendo tan altos, si no más, como en las etapas más sencillas que conocemos. Es cierto que las personas ya no se matan unas a otras para comerse. El canibalismo o la esclavitud sólo suceden ya muy rara vez. Pero la manera en que los hombres se matan, mutilan y torturan unos a otros durante sus luchas por el poder, sus guerras, revoluciones y otros conflictos violentos en realidad únicamente ha cambiado en lo referente a las técnicas empleadas y al número de personas afectadas. El elevado grado de compromiso del pensamiento, la concepción maniquea de los otros y de sí mismos, la creencia en el valor moral absoluto del grupo propio y en la absoluta futilidad moral del otro, el carácter profundamente emocional de las mutuas afrentas, todo eso y muchas otras características de las relaciones interestatales muestran una afinidad estructural de las mismas con formas de pensamiento y comportamiento más cargadas de emociones y más comprometidas, propias de sociedades de una etapa anterior, en la cual, sin embargo, a menudo se daban de lado mediante el recurso a rituales formalizados.
Apenas es necesario destacar que la escasa o nula uniformidad de los patrones de civilización, es decir, la considerable diferencia que existe entre los respectivos modos de pensar y actuar de los planos estatal e interestatal, plantea numerosos problemas. Tal vez lo dicho aquí pueda hacer ver con mayor claridad que la falta de uniformidad de los patrones de civilización de nuestra época no es algo casual. Tal vez contribuya a una mejor comprensión del hecho de que la contradicción existente entre esos patrones posee una estructura. Las diferencias entre los grados de civilización de los comportamientos se corresponden con las que existen entre los grados de peligrosidad y conjuración de peligros existentes en distintos ámbitos de la vida. Como puede verse, la dificultad estriba en que la interdependencia entre la conjuración de los peligros y el dominio sobre uno mismo es de carácter circular. El problema radica, pues, en cómo reducir los peligros y, al mismo tiempo, aumentar el dominio sobre uno mismo y sobre aquellos.