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l carácter voluntarista de muchas doctrinas y teorías de esta esfera, la tendencia a explicar procesos sociales interestatales —y, entre estos, el ir a la deriva hacia la guerra atómica— únicamente a partir de actos voluntarios y planeados, generalmente del rival, pueden servir como ejemplo de la mencionada afinidad. En una etapa anterior el hombre se explicaba todo aquello que tenía alguna importancia para él a partir de actos planeados e intencionados de alguna otra persona, es decir, de forma voluntarista. La expresión «lógica de los sentimientos» puede facilitar la comprensión de este modo de percepción y pensamiento. Intensos instintos humanos, intensas emociones y sentimientos ejercen una fuerte presión sobre la acción humana. El reconocimiento del carácter impersonal de los procesos naturales se interpone en el camino de este impulso elemental hacia la actuación que se produce cuando un acontecimiento despierta fuertes emociones. Uno no puede expresar su alegría a un arcoiris ni descargar su cólera sobre una piedra. Pero tampoco puede quedarse de brazos cruzados cuando su hijo enferma y no se sabe qué es lo que tiene. Prácticas mágicas que supuestamente defiendan al niño de intenciones perversas que han provocado la enfermedad sirven para aliviar la tensión. Uno tiene que hacer algo, cualquier cosa; y cuando se carece de conocimientos eficaces sobre el conjunto de fenómenos, los conocimientos fantásticos se encargan de tapar la brecha. Se evoca la figura de un ser vivo que mediante un acto voluntario ha provocado aquello que nos causa placer o dolor. A seres vivos si se les pueden dirigir los propios sentimientos. Se les puede dar las gracias por los beneficios recibidos y se pueden asegurar futuros beneficios mediante sacrificios y rituales. Uno se puede enfrentar a ellos, voluntad contra voluntad, aplacando su magia negra con la propia. Así, los propios actos voluntarios ayudan a controlar los actos voluntarios de otros, lo mismo si estos se manifiestan en forma de rayo o de sequía, de enfermedad o muerte de una persona —en fenómenos, pues, que en etapas posteriores son vividos como «naturales»—. ¿Cómo podía saberse en esa etapa anterior que los fenómenos naturales poseen una estructura propia? ¿Cómo podía saberse que mediante un momentáneo dominio del compromiso emocional espontáneo, mediante el estudio de la estructura inmanente de los fenómenos naturales, en suma, mediante «un rodeo que pase por el distanciamiento», es posible conseguir un dominio más fiable y efectivo sobre los fenómenos naturales y ganar mayor seguridad ante los peligros que la que se obtiene mediante formas de control mágicas?

No menos arduo, y quizás incluso más, es para el ser humano comprender que no sólo los procesos naturales, sino también los sociales, pueden ser procesos no planeados y poseedores de una estructura propia —esto es algo difícil de comprender porque, evidentemente, en estos procesos desempeñan un papel los actos intencionados y voluntarios de personas—. Por eso es fácil imaginar que una sociedad o un determinado ordenamiento social de personas ha sido creado intencionadamente, mediante acciones planeadas y dirigidas, ya sea en persecución de los propios intereses o de los propios ideales. Y, si una sociedad ha sido creada por los planes y acciones de unas personas, ¿no podrán los planes y acciones de otras transformarla según sus deseos?

Los procesos sociales, al igual que los procesos naturales, poseen su propia estructura y dinámica, y también en este caso es preciso conocer esta estructura, es decir, dar «un rodeo que pase por el distanciamiento», para adquirir un dominio eficaz o eliminar los peligros; comprender esto es tarea difícil no sólo porque cualquier ordenamiento de la convivencia humana depende hasta cierto punto de deseos y objetivos humanos, sino también porque el ordenamiento que forman las personas es de distinta índole que el de las cosas inanimadas, que a menudo recibe el nombre de «orden natural».

En general, cuando uno se pregunta qué tipo de ordenamiento representan las sociedades humanas, parecen presentarse dos únicas maneras de observar el problema, una voluntarista y una naturalista. Los procesos sociales se contemplan bien como un conglomerado de actos voluntarios individuales —como un conglomerado de acciones carente de estructura propia—, bien como resultado de relaciones mecánicas de causa y efecto que se encuentran por encima de los individuos, son indiferentes a los deseos y acciones de estos y, al igual que otros fenómenos naturales, se desarrollan inexorablemente según leyes predeterminadas.

Sólo es posible abandonar esta polaridad estandarizada del pensar cuando se recuerda que los seres humanos no han sido creados por seres humanos. Tampoco las sociedades, formadas por seres humanos, han sido hechas por seres humanos. Es cierto que no existen sociedades sin seres humanos y que estas no funcionarían ni se desarrollarían sin personas que actuaran y persiguieran sus fines. Pero del encadenamiento de las acciones y planes de las personas surge un ordenamiento no planeado distinto al tipo de ordenamiento que llamamos «naturaleza». Este ordenamiento está compuesto por actos voluntarios, por acciones y planes individuales sin los cuales, a diferencia del orden natural, los ordenamientos sociales no existirían ni se transformarían. No obstante, de la suma de acciones individuales resulta el marco de trabajo, no planeado y pentadimensional, de una sociedad humana; las mismas acciones individuales están determinadas por el hecho de que surgen de la matriz de un ordenamiento social preexistente, de una anterior red de relaciones entre personas multidimensionales e interdependientes. Nadie puede planear quiénes van a ser sus padres, y las acciones de toda persona comienzan siendo una reacción a las de sus padres o, en su caso, de quien haga las veces de estos. Los actos voluntarios de la persona tienen lugar en función de determinadas necesidades que son resultado de actos voluntarios. Tampoco las otras personas, sus proyectos y deseos, que satisfacen o frustran los propios, son resultado de actos voluntarios. Asimismo, no se debe al deseo o a las acciones de una persona el hecho de que cuando niño, o niña, esa persona haya dependido completamente de otros, y que, hasta cierto punto, siga dependiendo de otros durante toda su vida. Así, pues, los actos voluntarios parten de una red de interdependencias humanas surgida no de las acciones o planes de tal o cual persona, sino del encadenamiento no planeado de las necesidades no planeadas de muchas personas no planeadas. El entrelazamiento de los planes y acciones de muchas personas conduce, en otras palabras, a procesos sociales que no fueron planeados ni premeditados por ninguna de esas personas que los originaron. Estos procesos están estructurados, pueden ser explicados, pero poseen una estructura sui generis, distinta de la de los procesos físicos y biológicos.

Ejemplo de esto son los procesos de enlace doble del plano interestatal. Ninguna de las dos grandes potencias, vinculadas entre sí por la amenaza que representan la una para la otra, tiene el plan o la intención de formar una figuración de enlace doble con la otra. Actos voluntarios, intenciones y decisiones de los representantes de ambas partes mantienen en funcionamiento el proceso de enlace doble. Pero estos planes y decisiones surgen de la propia matriz del proceso de enlace doble. Mantienen el proceso en funcionamiento y están determinados por este. Actualmente los representantes de cada una de las potencias hegemónicas sólo perciben a los de la otra, hasta donde puede verse, como rivales, como un «ellos» situado al otro lado del barranco. No les es posible subir el siguiente peldaño de la escalera de caracol del conocimiento, desde el cual ellos mismos («nosotros») y sus antagonistas («ellos») podrían mirar hacia el peldaño anterior y verse a sí mismos como una figuración común, como rivales interdependientes atados de manera inextricable por la reciprocidad de la amenaza. Hasta ahora ninguno de ellos ha sido capaz de analizar de forma distanciada la estructura de su propia enemistad, enemistad que es rica en contenidos fantasiosos y comparativamente pobre en aspectos reales, más pobre, por ejemplo, que la enemistad entre israelitas y palestinos, quienes luchan por una misma tierra.