Ella: «Marilyn y Marlene no son divertidísimas».

15 de julio, jueves

Siempre igual, dijo Felipe, descompuesto, siempre improvisándolo todo, ninguna de las dos puede negar de quién es hija, a mi padre se lo llevaban los demonios cuando mi madre hacía lo mismo, mi madre decía de pronto, como la cosa más natural del mundo, he pensado que hoy nos vamos a comer a casa de los abuelos, hala, o a casa de tía Angelita, o a Villa Horacia, seguro que están encantados, voy a avisarles, y de las tres posibilidades que se le habían ocurrido sobre la marcha siempre funcionaba alguna, por lo general Villa Horacia, tía María Bonasera y tía Enriqueta comían como pajaritos, ¿te acuerdas?, le dijo a Carmeli, pero echaban mano de tu hermana Rosario para que improvisara algún guiso que darle a aquella patulea que les invadía el comedor como reclutas hambrientos, mi padre casi siempre se desmarcaba y se iba por ahí, a tapear, para no tener que pasar el bochorno que le daba invitarse por las buenas a casa ajena, con tantísimo descaro. Carmeli, muy a lo Maureen O’Hara en las películas de vaqueros, le dijo que no se apurase, que allí estaba ella, y que si hacía falta se quedaba un poco más, a servir y a recoger y a poner el friegaplatos después de la comida, que a lo mejor Felipe tenía con ella un detallito, una propinita, que estaba muy necesitada, y que de paso veía también a Marisol y a Vero, que hacía siglos que no sabía nada de ellas, a Marisol todavía me la tropiezo alguna vez por el pueblo, de higos a brevas, el último día que la vi la encontré de buen año, qué alegría, pordiós, esas carnes, yo que parezco la radiografía de un suspiro, pero a Vero, con eso de que vive en Sevilla, yo creo que no la veo desde que se casó, que no tuvo el detalle de invitarme a la boda, pero sí de contratarme para que la ayudase en todo lo del banquete, ella tuvo un banquete muy original, en el cortijo de sus suegros, todo muy artesanal y baratito, supongo, pero muy bien de todo, no faltó de nada, es lo que tiene aviártelas por tu propia cuenta, que puedes gastar en buen género lo que no te gastas en parafernalias.

Marisol llamó ayer por la noche y pilló a Felipe bajo de reflejos, todavía dándole vueltas a la visita de la mujer de la carita triste y a la aparición del marmolillo en plan James Dean en Rebelde sin causa, y no fui capaz de mandarla a freír espárragos, que es lo que tenía que haber hecho, le dijo después a Carmeli, que Vero y Vicente, con los niños, con los dos pequeños, que al mayor lo tienen en Irlanda aprendiendo inglés, le dijo Marisol, estaban en su casa pasando unos días, ya sabes cómo es Vero, se presenta en la puerta con las maletas y la familia al completo y haznos un hueco que nos apetece horrores pasar con vosotros una semanita, eso dijo Marisol, como si ella no hiciera lo mismo cuando le sale de la fiambrera, como dice Carmeli, y Vero no tenía ni idea de que estuvieras aquí, hay que organizar una comida familiar, me dijo, le llamas ahora mismo y que nos invite mañana a comer, a todos, que eche mano de sus habilidades de diplomático y de la cuenta corriente, que bien hermosa la tendrá, eso me ha dicho, y que nos prepare un almuerzo digno de una embajada. No me dejó inventarme excusas, Carmeli, ni siquiera la más de cajón, que no podía llamar por la noche para que los convidase a todos a comer al día siguiente, ya ves, miss West, me dijo, yo digo «convidar» y no «invitar», y yo le dije que Vivien Leigh también era de las de nariz empinada y que ya sabía cómo terminó, toreada por un gigoló que iba de romántico en Esplendor en la hierba. Luego, nada más decirle a Marisol que sí, que de acuerdo, y en cuanto cortó la llamada, Felipe se puso a sudar a mares y a maldecir a aquellas dos botarates que tenía por hermanas y llamó a Carmeli a su casa y le dijo que algo tenían que hacer, y entonces fue cuando le tranquilizó, tú no te agobies, picha, tu Carmeli se encarga de todo, mañana, aunque llegue un poco tarde a tu casa, compro en Barbiana un kilo de papas aliñadas, que las hacen riquísimas y las ponen de tapas pero también las venden para llevar, y me paso por El Larguito y compro un redondo grande de temerá y después te lo hago mechado y con una salsa de pimientos de chuparse los dedos, que me sale todo buenísimo, y a los niños les preparo una montaña de espaguetis con berberechos de lata, que siempre les encanta, y vas a quedar como un príncipe. La verdad es, miss West, me reconoció Felipe, que Marisol, nada más llegar yo a Villa Horacia, me anunció que algún día teníamos que quedar, que desde que mamá murió cada vez nos costaba más encontrar el momento para nuestras comidas familiares, pero que habría que esperar a que Vero volviese de Irlanda, adonde había ido para ver a su niño, aunque estaba desaconsejadísimo hacerlo, que buena parte del secreto de los buenos resultados de la inmersión de tres meses en inglés nativo, dijo Marisol, estaba en que el niño se acostumbrase a arreglárselas por su cuenta. Encanto, le dije a mi hombre, una vez hice una inmersión con un auténtico marino inglés, mucho más inglés pero igual de guapo que Clark Gable o Marlon Brando o Mel Gibson en El motín del Bounty, y salí hablando con acento british hasta por el periscopio.

Qué besos, qué abrazos, como si se hubieran salvado todos del naufragio del Titanic por haber llegado tarde al embarque, sólo faltaba esa canción pesadísima de Celine Dion como música de fondo, y Vero dijo que le veía divinamente, ¿a que sí, cariño?, se lo decía montones de veces a su esposo, porque Vero siempre llama mi esposo a su marido, con mucho retintín, eso sí, ¿a que está estupendamente?, yo creo que no puedes tener eso tan malo que dices que tienes, Felipe, por Dios, estás mejor que nunca, hasta has adelgazado, qué tipín, y Carmeli dio un respingo y puso cara de Peter Sellers en La pantera rosa la primera vez que oyó a Vero hablar de esa cosa tan mala que por lo visto tenía Felipe, ¿verdad que el tío Felipe está como una rosa, Candela?, y Candela, una niña china de cinco años, adoptada, claro, decía que sí, mientras abrazaba con una agonía casi antipática a su muñeca Pinki, nada china, por cierto. Vicente, el marido de Vero, tuvo que tener una inmersión en toda regla en sus años mozos, y el que tiene retiene, ya se sabe, y se le veía todo el tiempo muy cariñoso con Felipe, achuchón va y achuchón viene, aquí puede haber una Tempestad sobre Washington, encanto, le dije a mi hombre, en cuanto se descubra la doble vida de este Don Murray sevillano, que a mí me huele que este lleva una doble vida en los bares para hombres sensibles, en cuanto se descubra se arma, pero allí estaba él con su señora, porque el tal Vicente llamaba siempre mi señora a su mujer, también con mucho retintín, y con su niño Robert, que Vero le puso el nombre en honor de Robert Redford, y con su niña china adoptada hacía tres años porque Vero sentía de nuevo la llamada de la maternidad, y con sus cuñados Marisol y Fede, y con el hijo de Marisol y Fede, Adrián, que se llama así por el abuelo, el padre de Fede, ¿y nadie se llama Toto?, preguntó Carmeli, porque el padre de Felipe y Vero y Marisol se llamaba Toto, de Emilio, que qué tendrá que ver, y sí, el hijo mayor de Vero y Vicente, el que estaba en Irlanda, se llama Emilio, como su abuelo materno que en paz descanse, pero no le decimos Toto, aclaró Vero, le decimos Emil, más moderno, ¿no? Más moderno y más golfo, dijo su padre.

Felipe ya sabía que le tocaba escuchar todas las barrabasadas que hacía el niño. Es que el niño, en cuanto llegó a Irlanda, se hizo el dueño del pueblo al que ha ido a parar, un pueblo de mala muerte, dijo su madre, pero a Emil le encanta, la segunda vez que le llamamos nos dijo que lo tenía todo dominado, que se lo estaba pasando guay, y yo me eché a temblar, Felipe, me eché a temblar, que conozco a mi hijo, tiene doce años pero es mucho Emil, así que allí me planté y ya he ido dos veces, y eso que está desaconsejadísimo, ya se lo tengo yo dicho y requetedicho, intervino Marisol, hay que dejarle que vuele un poco por su cuenta y que haga una inmersión a tiempo completo en el inglés nativo, que vuele un poco por su cuenta, sí, Marisol, protestó Vero, pero no que se dispare como un esputnik, es que Emil puede terminar poniendo ese pueblo patas arriba, Emil es mucho Emil, sí, corroboró su padre, en el fondo orgullosísimo de su niño, de lo golfete que le había salido la criaturita, que ya se había hecho íntimo de lo peorcito de la juventud local, y eso a la dueña de la casa en la que se hospeda le hace una gracia horrorosa, Vero estaba escandalizada, menuda señora, tiene el sofá rodeado de botellas vacías de cerveza, vive del paro y los fines de semana se los pasa enteritos fuera de casa y vuelve el lunes, dice Emil, destartalada como si la hubiera atropellado un camión y con una cogorza de campeonato, yo ya le he dicho que debería cambiar al niño de casa, la interrumpió Marisol, pero ¿qué voy a hacer, Marisol?, eso ya está pagado y no me devuelven el dinero, si lo cambio tendría que pagarlo todo otra vez, y no está la crisis para esos dispendios, no está, dijo Vicente, el padre del angelito, y a todos los niveles, ¿eh?, a todos los niveles, mi club de golf se ha quedado en los últimos cuatro meses en media entrada, con eso te lo digo todo, y a mí me consta, dijo Fede, el marido de Marisol, el médico, muy tranquilo, me consta porque lo veo en la consulta, que mucha gente ha tenido que cancelar su seguro médico privado y ha vuelto a los ambulatorios, ahora puedes ver a un Domecq o a un González, de los González Byass, en el ambulatorio y como si tal cosa, menos mal que la gente se sigue poniendo enferma, dijo Vicente, ¿verdad, Felipe, que la gente se sigue poniendo enferma?, que te lo cuenten a ti, Candela, hija, deja ya de estrujar a Pinki, que no le vas a poner los ojos achinados por mucho que la estrujes, por Dios, qué mono es este camiserito, Vero, dijo Marisol, es sencillo pero estiloso, ¿verdad, Felipe?

Cariño, le dije a Felipe, La familia Addams, tan desestructurada, es la Familia Real inglesa al lado de esto.

Carmeli se lució. Los niños, incluida la china, dijeron que los espaguetis estaban buenísimos y acabaron con la fuente, y las hermanas y los cuñados de Felipe alabaron mucho el redondo de ternera y la salsa, la salsa es una maravilla, decía Vero, venga a mojar pan, y dieron buena cuenta de las cuatro botellas de manzanilla La Goya que Felipe le encargó a Carmeli que trajera, porque la Barbiana es muchísimo mejor pero pide un paladar sibarita. Las papas aliñadas no fueron un éxito total, están buenas, de sabor están riquísimas, decía Marisol sin parar de servirse papas, pero es que no todas son de Sanlúcar, en los supermercados las mezclan y luego pasa lo que pasa, que las de Sanlúcar se quedan en su punto, jugosas y suaves, y las otras se quedan duras, yo al de mi supermercado se lo tengo dicho, no te compro más patatas hasta que me jures por tu santa madre que todas son de Sanlúcar. No es que una pretenda, le dije a Felipe, aprovechando que todos estaban hablando a la vez, no es que una pretenda que todas las familias felices, pero con sus disgustos, como es natural, sean como la de Mujercitas, en la versión de Mervyn LeRoy, que es la buena, pero unas lecciones con Rex Harrison, en la academia de buenos modales que dicen que abrió después de rodar My Fair Lady, siempre vienen bien antes de cualquier casting. La verdad es que me distraen, dijo Felipe, porque Marisol se disculpó de repente por el barullo de los niños, y Vero dijo que eso era lo que a él le hacía falta, una familia en condiciones, y entonces Carmeli, a la que Felipe convenció para que se sentara con ellos a la mesa, aunque apenas probó bocado, se puso sentimental y empezó a recordar los buenos tiempos, cuando Villa Horacia no era este pijerío de cursis con dinero, que la señorita María y la señorita Enriqueta no serían millonarias, pero andaban sobradas y llevaban sus posibles con una discreción y una clase, y siempre estaban ahí si nosotros las necesitábamos, yo nunca he merendado como merendaba entonces con vosotros, aquellas bizcotelas y aquellas tortas de aceite tan ricas, que Juanele iba expresamente a Sanlúcar en el coche de caballos para comprarlas en Casa Pozo, y aquel chocolate que hacía la tata Mercedes, ella no quería saber nada de nosotros, la interrumpió Felipe, ella era muy suya y muy estirada, continuó Carmeli, ella sólo estaba para atender a la señorita Enriqueta, pero hacía un chocolate a la taza de chuparse los dedos y le gustaba darse pisto, así que nos traía el chocolate en un perolo grandísimo y luego ya no quería saber nada, yo siempre tenía que limpiar todo el churreteo que dejabais hasta en el techo, que no me explicaba cómo podían llegar hasta el techo los salpicones de chocolate, y luego Felipe y yo y mi hermano Diego, porque vosotras dos erais muy chicas, nos subíamos a la morera que todavía aguanta delante de la casa grande, aunque le ha entrado una enfermedad que no sé si el pobre árbol lo podrá aguantar, para mí que del invierno que viene no pasa y habrá que cortarlo, y eso sí que no lo quiero ver, dijo, y le temblaba la voz, porque me puedo morir de pena. Felipe, que estaba sentado a su lado, le cogió la mano a Carmeli y la miró cariñosamente a los ojos, y ella tenía las lágrimas saltadas. Pues yo era tan pequeña, dijo Vero, que no me acuerdo de nada, y hoy es la primera vez que entro en esta urbanización, me encantaría dar una vuelta. Es temprano, dijo Marisol, ahora tío Felipe va a hacernos eso que él sabe hacer —sabía hacer, murmuré yo—, y es que habla sin hablar —ah, era eso—, ¿tú sabes lo que hace el tío Felipe, Candela?, hace que hablen los muñecos. Candela estrujó un poco más a Pinki, a aquel paso la pobre Pinki iba a terminar como Mao Tse Tung.

—No tengo aquí a mis chicas —se excusó Felipe—. Han preferido quedarse en Madrid, haciendo su vida.

—¡Tenemos a Pinki! —dijo Vero—. ¿Verdad, Candela, que vamos a prestarle a Pinki al tío Felipe, para que Pinki hable?

Pinki crujió un poco, Candela no tenía ninguna piedad con sus huesecillos, ni con sus pulmones, la pobre Pinki empezaría a boquear, asfixiadísima, sólo con que Candela la estrujase contra su pechito chino un poco más.

—No conozco a Pinki —Felipe, hablando como se supone que hay que hablarle a una niña de cinco años, se resistía al numerito ventrílocuo propuesto por sus hermanas—. No conozco su carácter, su personalidad, sus sentimientos, sus gustos.

«Tiene toda la pinta», le susurré a Felipe, «de que le guste jugar a los médicos con la parte sensible de sus compañeritos de clase. Segurísimo».

—Le gustan los espaguetis, ¿verdad, Candela? —Vero parecía haber sufrido una regresión psicopática al parvulario, por cómo le hablaba a Candela para tratar de convencerla, pero Candela no decía ni que sí ni que no—. También le gustan los dibujitos animados, los vestiditos de hada, los lápices de colores, la plastilina y las chuches, aunque las chuches tiene que comerlas con moderación para no ponerse mala de la barriguita, ¿verdad, cariño?

Candela miraba a Felipe como si aquel señor que hablaba de pronto igual que los dibujos animados hubiese venido para llevarse adoptada a Pinki.

—¿De verdad que no te has traído ni a Mae West, ni a Marlene Dietrich, ni a Marilyn Monroe? —preguntó Marisol, muy decepcionada—. Qué lástima, son divertidísimas.

«Marilyn y Marlene no son divertidísimas», protesté yo, sólo para Felipe, «una es adorable y la otra es ácida, pero no son divertidísimas».

—No aptas para menores —advirtió Fede, severo.

—Mola —dijo Adrián—. ¿Esas señoras quiénes son, tío?

—Unas frescas —zanjó Vero—. Aquí la que va a hablar como un señorita educada en un colegio del Opus, que nuestro dinero nos cuesta, es Pinki, ¿verdad, mi vida?

En ese momento, Candela hizo algo inesperado: estiró su bracito chino, todo lo que daba de sí, hacia Felipe, ofreciéndole incondicionalmente a Pinki. Felipe no pudo resistirse a tanta entrega y confianza.

—Está bien —dijo—, a ver cómo se porta Pinki.

Todos aplaudieron. Todos menos Candela, que permanecía seria como un soldado de terracota chino.

Felipe agarró con dos dedos a Pinki por los tobillos y la obligó a hacer monerías, reverencias, saltitos de contento, contoneos picarones. Todos sonreían encantados, menos Candela y yo. A mí Pinki me recordaba de repente a Claire Bloom, la de Candilejas, que iba de mosquita muerta y luego no se conformaba con cualquier cosa la señoritinga, y Candela había fruncido un poco su diminuto entrecejo de porcelana Ming, como preguntándose de dónde habría salido aquella lagarta.

—¡Hola, Pinki! —dijo Felipe, y luego cerró los labios y Pinki se puso eléctrica y parlanchína y dijo:

—¡Hola a todos!, ¿cómo están ustedes? —«¡Bieeeen!», contestó a coro la familia entera, menos Candela, que empezaba a estar descompuesta—, qué casa más chula, qué rico estaba todo, ¿verdad?, cómo cocina la tía Carmeli, cocina para chuparse los dedos, los espaguetis estaban más ricos que las chuches, ¡vivan los espaguetis de la tía Carmeli!

—¡Vivan! —corearon todos, menos Candela, que daba la impresión de estar a punto de vomitar los espaguetis uno por uno.

—Si sois buenos, le vamos a decir al tío Felipe que nos lleve después a ver las tiendas de Villa Horacia, hay una que tiene unos pasteles riquísimos —dijo Pinki.

—¡Bieeeeen! —corearon todos, menos Candela, que estaba claro que no se fiaba nada de aquella Pinki.

—Pinki —dijo Robert, el hijo mediano de Vero y Vicente—, pregúntale al tío Felipe a quién va a dejarle el dinerito cuando se muera. Mamá dice que a lo mejor se lo deja todo a Candela, que para eso es su padrino.

Todo el mundo se quedó helado, pero enseguida se oyeron risitas y Vero dijo:

—Ay, niño, de eso no se habla. Además, ¿quién ha dicho que el tío Felipe se va a morir, no ves lo requetebién que está?

Felipe sonrió con esa retranca con la que sonreía Bette Davis, en sus papeles de mala malísima, y Pinki dijo:

—El dinerito es como el Príncipe Azul, viene y se va.

—¡Pinki habla! —exclamó Vero, atropellada y con tanto entusiasmo como el de la Metro cuando empezó el sonoro y por todas partes anunciaban «¡Garbo habla!». Se estrenaba Anna Christie, la primera película en la que Greta Garbo hablaba; como un grillo, las cosas como son, pero hablaba.

Dijo Pinki:

—Todo estaba riquísimo, sobre todo el tocino de cielo, ¡pero a mí no me habéis dejado ni probarlo! —a Pinki le salió la frasecita en un tono que parecía dar a entender que estaba dispuesta a vengarse, lo que hizo que a Candela se le saltaran las lágrimas, y Felipe, alarmado, trató de rebajar la tensión y dijo:

—No te preocupes, Pinki, Carmeli va a hacer enseguida un tocino de cielo sólo para Candela y para ti, ¿verdad, Carmeli?

—Claro que sí —dijo Carmeli, en un tono tontorrón de nurse melindrosa que no le pegaba nada, muy a lo Julie Andrews en Mary Poppins, pero Pinki nos había salido rencorosa, porque dijo:

—Candela no me ha dado ni un mordisquito, así que el tocino que haga ahora la tía Carmeli será para mí y sólo para mí.

—Uhhhhhh —la abuchearon Robert, el hijo mediano de Vero y Vicente, y Adrián, el hijo único de Marisol y Fede. Candela parecía ya Fay Wray delante de King Kong.

—Ay, cariño —le dijo Vero a Candela, y la niña se apartó bruscamente cuando su madre trató de hacerle una carantoña—, yo creo que Pinki nos está saliendo un poco egoísta, vamos a tener que castigarla a escribir cien veces «no seré egoísta y compartiré con Candela el tocino de cielo». ¿Verdad, cariño?

Candela tenía apretada toda la cara, como un soldado chino de carne y hueso a punto de atacar a los soldados enemigos. Felipe había empezado a sudar, y Candela también.

—A ver, Pinki, prométele a Candela que vas a compartir con ella el tocino de cielo —dijo Felipe, conciliador, y luego cerró y apretó los labios y Pinki dijo:

—Y un jamón. Si quiere probar el tocino de cielo, va a tener que morderme la lengua.

Candela se puso a temblar como si le hubiera subido de golpe la fiebre y Vero, angustiadísima, se apresuró a ponerle a la chiquilla la mano en la frente.

—Ay, por Dios, esta niña se ha puesto mala, está sudando de calentura, qué salvaje eres, Felipe, qué salvaje.

Vero estaba indignada con su hermano. Felipe se había quedado mudo, con los labios apretados, pero más desconcertado que asustado o arrepentido.

—Pinki se come a las niñas —dije yo con mi voz grave, pastosa, medio aguardentosa, y todo el mundo me oyó—. Se las come crudas.

Candela, aterrorizada, se libró a tirones de los brazos amorosos y protectores de Vero y salió corriendo como loca, y luego costó Dios y ayuda encontrarla, porque se había escondido debajo de la cama del dormitorio de invitados, y Vero no paraba de poner como los trapos a Felipe, y él no hacía más que pedir perdón, perdón, perdón, no sé cómo ha podido ocurrir, se me ha escapado la voz de Mae West, de verdad que se me ha escapado, qué horror, cuánto lo siento, lo siento muchísimo, pero Vero le recordó que no sólo había sido mi voz, que con lo que había hecho decir a Pinki también se había despachado a gusto, qué tranquilo te has quedado, ¿verdad?, por Dios, ¿dónde se habrá metido esta niña?, y todos llamaban a Candela como llamaban a Garbancito en el cuento de Garbancito, y cualquiera diría que a Candela también se la había comido un buey, hasta que su hermano Robert dio con ella debajo de la cama, pegada a la pared, acurrucada, tiritando de miedo, o de frío, o de las dos cosas, está helada, dijo su madre, vámonos ahora mismo, Vicente, vámonos de aquí, y toda la familia se fue como si tuvieran que escapar del diablo, y les siguieron enseguida Marisol y Fede y su hijo Adrián, casi sin despedirse, pero más atónitos que enfadados o escandalizados, y Adrián dijo:

—Cómo mola.

Por la noche, Felipe intentó hablar con su hermana Vero, pero ella no le contestaba las llamadas, como el ingrato de Thiago. Hace días que no llamo a Thiago, dijo Felipe, y entonces llamó a Marisol, y ella sí respondió, Marisol también estaba indignada, que qué demonios le había pasado, Vero ha jurado no volver a hablarte en la vida, yo ya advertí que no conocía el carácter de Pinki, dijo Felipe, y Marisol le dijo que no fuera imbécil, por favor, que no saliera ahora con aquella patochada, la pobre Candela lleva toda la tarde delirando, medio adormilada, pero con pesadillas, no quiere ver a Pinki ni en pintura, se pone a chillar como una posesa, dice que Pinki quiere comérsela cruda, Vero ha tenido que quemar a Pinki delante de la niña, como lo oyes, a esta niña va a quedarle un trauma de por vida, pesadillas va a tener con esa Pinki hasta que se muera, ¿cómo has podido ser tan cruel, Felipe?, ¿qué ventolera te ha entrado?, esa criatura es un ángel, chino, pero un ángel, y Felipe no hacía más que repetir lo siento, lo siento, lo siento, y luego, cuando terminaron la conversación, porque Marisol le dijo que Fede le estaba haciendo gestos con los dedos para que cortase, ya sabes cómo es, y que ya hablarían más despacio, que ya le llamaría ella, más adelante, Felipe me dijo que no volviera a abrir la boca o pedía que le operasen aunque no sirviera de nada, sólo para librarse de mí. Entonces sonó su teléfono. Llamada sin número. Felipe decidió que él sería ahora el que no contestase.