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Sobre el andén Mathilde se ha parado delante de la máquina de golosinas, la pantalla electrónica anunciaba el siguiente convoy dentro de cuatro minutos.

Ha pensado que si se sienta, ya no podrá levantarse.

Ha mirado el cuerpo de las mujeres, sus interminables piernas, lisas y bronceadas, las cremas solares y las botellas de agua mineral. Y después los anuncios se han mezclado, confundidos en un solo lienzo, móvil, un caleidoscopio de colores brillantes que giraba a su alrededor. Ha sentido cómo su cuerpo se balanceaba, ha cerrado los ojos.

Más tarde, a medida que el andén se llenaba, un velo ha recubierto el conjunto de la estación, un velo de tul oscuro que reducía la intensidad luminosa.

La gente se ha difuminado, sentía su presencia, percibía sus desplazamientos, pero ya no distinguía sus rostros.

Sus piernas se derrumbaban bajo su peso, muy suavemente. Llevaba la carta del Defensor del Alba de Plata en la mano derecha, le pareció que estaba apoyándose en él, que la sostenía.

Los demás hablaban entre ellos, chillaban al teléfono, escuchaban música en cascos no herméticos.

El ruido de la gente se ha amplificado. El ruido de la gente se ha hecho insoportable.

Mathilde se ha acercado a las vías para ver llegar el metro, se ha inclinado del lado izquierdo, ha buscado en la oscuridad del túnel. A lo lejos, ha creído distinguir los dos faros de la locomotora.

Ha golpeado algo, un bolso o una maleta.

El hombre ha dicho: «Joder, fíjese por dónde va».

Cuando se ha agachado a recoger lo que parecía un maletín de médico, Mathilde se ha fijado en su mano izquierda. Sólo tenía tres dedos.

Ha pasado delante de él, ha sentido la mirada del hombre seguir sus gestos, fijarse en su espalda. No ha tenido el valor de afrontar esa mirada, ni nada de lo que pasa a su alrededor, todo su cuerpo estaba ocupado en mantenerse de pie.

El metro ha entrado en la estación, el aire caliente elevado por el convoy ha acariciado su rostro, ha cerrado los ojos para evitar el polvo, apenas un segundo.

Se ha apartado para esperar que las puertas se abran, ha dejado descender al flujo de gente.

Ha montado en un vagón en el centro del convoy, se ha dejado caer sobre un asiento. Ha empezado el balanceo, está mareada.

El hombre del maletín está ahora sentado frente a ella, mirándola.