33

Mientras Thibault volvía a entrar por décima vez en su coche, la siguiente cita ha aparecido en su móvil. No ha arrancado. Tenía una necesidad irreprimible de dormir, allí, de golpe, le hubiese bastado apoyarse sobre el reposacabezas y dejarse llevar. Ha esperado unos minutos, la mano sobre la llave de contacto, y después ha vuelto a salir. Se había formado una cola delante de la panadería, pegada al escaparate. No tenía ni idea de la hora que era. La gente empezaba a salir del trabajo, caminaba con paso apresurado.

Ha entrado en el bar más cercano, ha pedido un café. Ha avisado por SMS de que se tomaba una pausa.

Mira a su alrededor. Durante semanas, ha observado a los hombres. Su forma de hablar, de estar, la marca de su ropa, la forma de sus zapatos. Y en cada uno de los casos, examinados con lupa, se ha preguntado si Lila podría enamorarse de un hombre así. Y a él, si fuese más guapo, más alto, más clásico, más locuaz, más arrogante, ¿le amaría? Durante semanas, ha perdido el tiempo en hipótesis y conjeturas. Ha buscado lo que fallaba en él, su parte disonante. Esta vez no. No mira a nadie, sólo respira.

Ha dejado a Lila. Lo ha hecho. Le parece que es menos doloroso. Algo en él se ha calmado, al cabo de las horas. Quizás termina por apagarse, como una vela privada de oxígeno. Quizás llega un momento en que se comprende que se ha evitado lo peor. Un momento en el que uno vuelve a encontrar la confianza en su propia capacidad para recomponerse, reconstruirse.

Se siente mejor. Pide un segundo café.

Se va a marchar. Dos o tres citas más y el día habrá terminado.

El próximo fin de semana se comprará una pantalla plana para sus veladas con un DVD. Después invitará a sus amigos de la facultad, a los que se han instalado en París pero que nunca ve porque trabaja demasiado. Organizará una fiestecita en su casa, comprará comida y bebida. Y quizás apartarán la mesa y las sillas para bailar en el salón. Como antes.

Pone el dinero sobre la barra y sale del café.

Cuando llegó aquí, no había cumplido los treinta. Quería ejercer su profesión, enfrentarse al enigma de las patologías, perderse en la ciudad. Quería conocer la extensión de las lesiones, el azar de las afecciones, la profundidad de las heridas.

Quería verlo todo, y lo ha visto todo. Ahora, sin duda, le falta vivir.