La noche es inconcebible. Solo podemos correr. Proferimos sonidos animales mientras corremos para escapar de lo que hemos visto. El miedo y la repulsión y unas emociones que nos son ajenas se aferran a nosotros y dificultan nuestros movimientos. No podemos quitárnoslos de encima.
Nos arrastramos siguiendo nuestro serpenteante camino hacia arriba, fuera de la ciudad subterránea, hasta llegar a la cabaña que hay junto al ferrocarril. Estamos tiritando a pesar del atroz calor, asintiendo de forma muda a los tumultuosos trenes que sacuden las paredes. Nos miramos los unos a los otros con cautela.
Excepto Isaac, que no mira a nadie.
¿Duermo? ¿Duerme alguien? Hay momentos en los que el entumecimiento me abruma y se apodera de mi cabeza y no puedo ver ni pensar. Quizá esas lagunas, esos momentos rotos de insensibilidad zombi, sean el sueño. El sueño de la nueva ciudad. Quizá eso sea lo único que nos es dado esperar ya.
Nadie habla durante mucho, mucho tiempo.
Pengefinchess la vodyanoi es la primera en hablar.
Comienza lentamente, musitando cosas que apenas pueden ser reconocidas como palabras. Pero se está dirigiendo a nosotros. Está sentada, con la espalda contra el muro, los gruesos muslos estirados. La ondina idiota se enrosca alrededor de su cuerpo, lavando sus ropas, manteniendo húmedo su cuerpo.
Nos habla de Tansell y Shadrach. Los tres se habían conocido en un episodio confuso que ella no cuenta, una fuga de mercenarios que tuvo lugar en Tesh, Ciudad del Líquido Reptante. Llevaban siete años juntos.
Los bordes de la ventana de nuestra cabaña están erizados de fragmentos de cristal. Al amanecer, recogen de forma ineficaz la luz del sol. Bajo un grueso haz de luz inundada de insectos, Pengefinchess habla con tono monótono y elegante de las aventuras vividas con los compañeros muertos: la caza furtiva en los Montes del Ojo del Gusano; los robos en Neovadan; el saqueo de tumbas en el bosque y las estepas de Ragamol.
Los tres nunca habían estado unidos por igual, nos dice, sin ojeriza ni rencor. Siempre ella por su lado y luego Tansell y Shadrach, quienes encontraron algo el uno en el otro, una conexión apasionada y calma que ella no podía ni quería tocar.
Al final, nos dice, Tansell estaba loco de pena, no pensaba, había explotado, era una erupción de taumatúrgica miseria sin mente. Pero si hubiera estado en sus casillas, nos dice, no habría actuado de forma diferente.
Así que ella vuelve a estar sola.
Su testimonio termina. Demanda respuesta, como una especie de liturgia ritual.
Ignora a Isaac, envuelto en su agonía. Nos mira a Derkhan y a mí.
Le fallamos.
Derkhan sacude la cabeza, sin palabras, triste.
Yo lo intento. Abro el pico y la historia de mi crimen y mi castigo y mi exilio asciende por mi garganta. Casi emerge, casi prorrumpe por la grieta.
Pero la acallo. No es apropiada. No es para esta noche.
La historia de Pengefinchess es una historia de egoísmo y saqueo y, sin embargo, se convierte al ser narrada en una oración fúnebre por los camaradas muertos. Mi historia de egoísmo y exilio resiste esta transmutación. No puede sino ser una historia básica de cosas básicas. Guardo silencio.
Pero entonces, mientras nos preparamos para abandonarlas palabras y dejar que ocurra lo que haya de ocurrir, Isaac levanta su morosa cabeza y habla.
Primero demanda una comida y un agua que no tenemos. Lentamente, entorna la mirada y empieza a hablar como una criatura inteligente. Con una desdicha remota, narra las muertes que ha presenciado.
Nos habla de la Tejedora, la demente diosa danzarina y de su lucha contra las polillas, los huevos que quemó, la extraña y cantarina declamación de nuestra campeona, inesperada e indigna de confianza. Con palabras frías y claras nos dice en qué cree que se ha convertido el Consejo de los Constructos y lo que quiere y lo que podría ser (y Pengefinchess, asombrada, traga saliva con fuerza, mientras sus protuberantes ojos se abren aún más al descubrir lo que les ha ocurrido a los constructos de los basureros de la ciudad).
Y cuanto más habla él, más y más habla. Habla de planes. Su voz se endurece. Algo ha terminado en su interior, algo que esperaba, una suave paciencia que murió con Lin y que ahora está en ferrada, y yo mismo siento como si me volviera de piedra mientras lo escucho. Me inspira rigor y propósito.
Habla de traiciones y traiciones de traiciones, de matemáticas y mentiras y taumaturgia, de sueños y de cosas aladas. Expone teorías. Me habla de volar, algo que casi había olvidado que un día pude hacer, algo que ahora deseo de nuevo mientras él lo menciona, lo deseo con todas mis fuerzas.
Mientras el sol trepa arrastrándose como un hombre sudoroso a la cumbre del cielo, los supervivientes, las heces, examinamos nuestras armas y los restos que hemos reunido, nuestras notas y nuestras historias.
Con reservas que ignorábamos que pudiéramos convocar, con un asombro que percibo como si me encontrase al otro lado de un velo, trazamos planes. Enrollo mi látigo alrededor de mi muslo derecho y afilo mi hoja. Derkhan limpia sus armas mientras le murmura algo a Isaac. Pengefinchess vuelve a sentarse y sacude la cabeza. Se marchará, nos advierte. No hay nada que pueda inducirla a quedarse. Dormirá un poco y luego se despedirá, nos dice.
Isaac se encoge de hombros. Saca varios compactos motores de válvulas del lugar en el que los ha guardado, entre la apilada basura de la casucha. Extrae hojas y hojas de notas, manchadas de sudor, sucias, apenas legibles, del interior de su camisa.
Comenzamos a trabajar, Isaac más fervientemente que cualquiera de nosotros, escribiendo con frenesí.
Levanta la mirada después de horas de juramentos musitados e interrupciones entre siseos. No podemos hacerlo, dice. Necesitaríamos un foco.
Y entonces vuelve a pasar una hora o dos horas y él vuelve a levantar la mirada.
Tenemos que hacerlo, dice, y todavía necesitamos un foco.
Nos dice lo que debemos hacer.
Se hace el silencio y entonces debatimos. Rápidamente. Ansiosamente. Elegimos candidatos y los descartamos. Nuestros criterios son confusos: ¿debemos elegir a los condenados o a los aborrecidos? ¿A los decrépitos o a los viles? ¿Acaso vamos a juzgar?
Nuestra moralidad se vuelve impetuosa y furtiva.
Pero más de la mitad del día ha pasado ya y debemos elegir.
Con el rostro impasible, duro pero amenazado por la miseria, Derkhan se prepara. Se le ha encomendado la más vil de las tareas.
Reúne todo el dinero que nos queda, incluyendo mis últimas pepitas de oro. Se limpia algo de la mugre de la ciudad subterránea, cambia su disfraz accidental por algo que la hace parecer tan solo una vagabunda, y sale en busca de lo que necesitamos.
Fuera empieza a oscurecer e Isaac sigue trabajando. Pequeñas figuras confinadas y ecuaciones llenan cada espacio, cada diminuta parte de cada espacio en blanco, de sus pocas hojas de papel.
El pesado sol ilumina desde abajo las nubes manchadas. El cielo se cubre de monotonía con el crepúsculo.
Ninguno de nosotros teme la cosecha de sueños de esta noche.