Al principio me sentí enfermo por estar a su alrededor, alrededor de todos aquellos hombres, de sus rápidas, pesadas, apestosas respiraciones, de su ansiedad rezumó a través de su piel como el vinagre. Quería volver a sentir el frío, la oscuridad bajo las vías del tren, donde formas de vida más duras luchan, combaten y mueren o son devoradas. Hay un cierto bienestar en esa brutal simplicidad.
Pero esta no es mi tierra y no puedo elegir. He tratado de contenerme. He bregado con la alienígena jurisprudencia de esta ciudad, con todas sus divisiones y sus verjas, con líneas que separan esto de lo otro y lo tuyo de lo mío. Me he amoldado a ello. He buscado la comodidad y la protección poseyéndome, siendo mi única, aislada y privada propiedad por primera vez. Pero he descubierto con repentina violencia que soy víctima de un fraude colosal.
He sido engañado. Cuando la crisis estalla no puedo ser exclusivamente mío, como no podía serlo en el verano constante del Cymek (donde «mi arena» o «tu agua» eran cosas tan absurdas que podían matar a quien las pronunciara). El espléndido aislamiento que he buscado se derrumba. Necesito a Grimnebulin, Grimnebulin necesita a sus amigos, sus amigos necesitan socorro de todos nosotros. Es una sencilla matemática que cancela las condiciones comunes y que me descubre que yo también necesito auxilio. Debo ofrecerme a los demás para salvarme.
Me tambaleo. No debo caer.
Una vez fui una criatura del aire, y él me recuerda. Cuando escalo a las alturas de la ciudad y me presto al viento, me acaricia con corrientes y vectores de mi pasado. Puedo oler y ver el paso de predadores y presas en la marea de esta atmósfera.
Soy como un buceador que ha perdido su traje, que aún puede mirar a través del fondo de cristal de su barco y observar a las criaturas de las tinieblas superiores e inferiores, que puede trazar su paso y sentir el tirón de las mareas, aunque sea distorsionado y distante, velado y medio oculto.
Sé que en el cielo ocurre algo.
Puedo verlas perturbadas bandadas de pájaros, que se alejan temerosos de las ráfagas de viento al azar. Puedo verlo en el paso aterrado de los dracos, que parecen mirar hacia atrás mientras vuelan.
El aire se calma con el verano, cobra peso con el calor, y ahora con estos recién llegados, estos intrusos a los que no puedo ver. El aire está cargado de amenaza. Mi curiosidad aumenta. Mi instinto cazador se agita.
Pero estoy varado en tierra.