Mientras tanto, los derrotados milicianos se reunían y comenzaban a asomarse una vez más por el borde del tejado, viendo los pies de Isaac, Derkhan y Yagharek. Ahora se mostraban más cautos.
Tres rápidas balas cayeron sobre ellos. Una envió volando al aire oscuro a un oficial, que cayó sin decir una palabra y destrozó con su peso una ventana que había cuatro pisos más abajo. Las otros dos, al impactar rápidamente en la superficie de ladrillos y piedra, levantaron una lluvia de fragmentos.
Isaac levantó la mirada. Una figura vaga se asomaba por un saliente, unos siete metros por encima de ellos.
—¡Es Mediamisa de nuevo! —gritó—. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Qué está haciendo?
—Vamos —dijo Derkhan con brusquedad—. Tenemos que irnos.
Los soldados seguían escondidos a poca distancia por debajo de ellos. Cada vez que alguno se atrevía a levantarse y se asomaba sobre la cornisa, Mediamisa le disparaba. Los tenía atrapados. Uno o dos de ellos trataron de devolver el fuego, pero sus esfuerzos eran intermitentes, desmoralizados.
Justo por encima de la línea de los tejados y las ventanas, formas poco claras estaban descendiendo suavemente desde el dirigible, deslizándose sobre la superficie resbaladiza que había debajo. Se balanceaban mientras resbalaban por el aire, sujetos por algún gancho de sus armaduras. Las cuerdas que los sostenían eran desenrolladas por suaves motores.
—Nos está dando algo de tiempo, solo los dioses saben por qué —siseó Derkhan mientras se acercaba cojeando a Isaac y se aferraba a él—. Muy pronto se quedará sin munición. Esos cabrones… —hizo un gesto vago en dirección a los oficiales medio escondidos que había debajo de ellos— no son más que los pies planos locales encargados de la vigilancia de los tejados. Aquellos bastardos que bajan de los aeróstatos son las tropas de choque. Tenemos que irnos.
Isaac bajó la mirada y se acercó con cautela a la cornisa, pero había soldados asustados por todas partes. Mientras se movía, restallaron balas a su alrededor. Lanzó un grito de miedo y entonces se dio cuenta de que Mediamisa estaba tratando de abrirles un camino.
Pero las cosas no tenían buen aspecto. Los soldados estaban agazapados, esperando.
—Maldita sea —escupió. Se agachó y desconectó uno de los cables del casco de Andrej, el que lo unía con el Consejo de los Constructos, que todavía estaba tratando con todas sus fuerzas de superar la válvula circuito y hacerse con el control del motor de crisis. De un tirón, Isaac soltó el cable y envió un dañino espasmo de retroalimentación y energía redirigida al cerebro del Consejo.
—¡Recoge toda esta mierda! —siseó a Yagharek, y señaló los motores que abarrotaban la plataforma, manchados de icor y lluvia acida. El garuda se apoyó sobre una rodilla y recogió el saco—. ¡Tejedora! —dijo Isaac con urgencia, y se aproximó dando tumbos a la enorme figura.
Miraba constantemente hacia atrás, por encima de sus hombros, temiendo ver a algún tirador de la milicia preparado para fulminarlo de un disparo. Sobre la lluvia, el sonido de unas pisadas metálicas se acercaba con un trote ruidoso por la pendiente de tejados que había debajo de ellos.
—¡Tejedora! —Isaac juntó las manos dando una palmada frente a la extraordinaria araña. Los ojos multifacetados de la Tejedora se alzaron lentamente para encontrarse con los suyos.
Todavía llevaba el casco que la enlazaba con el cadáver de Andrej. Estaba sumergiendo las manos en las vísceras de las polillas asesinas. Isaac miró durante un breve instante la pila de enormes cadáveres. Los dibujos de sus alas se habían difuminado hasta trocarse por un pálido y monótono gris, sin patrón o variación algunos.
—Tejedora, tenemos que irnos —susurró. La Tejedora lo interrumpió.
…ME CANSO Y ME HAGO VIEJA Y FRÍA MUGRIENTA Y EMPEQUEÑEZCO… decía la araña con voz tranquila… TRABAJAS CON PRECISIÓN TE LO CONCEDO PERO ESTE ROBO DE FANTASMAS DE MI ALMA ME DEJA MELANCÓLICA VEO PATRONES EN TODO INCLUSO EN ESTAS LAS VORACES QUIZÁ JUZGO DEPRISA Y LOS GUSTOS DESLIZANTES TITUBEAN Y ALTERAN Y NO ESTOY SEGURA… alzó un brillante puñado de intestinos frente a los ojos de Isaac y comenzó a apartarlos con gentiliza.
—Créeme, Tejedora —dijo Isaac con voz teñida de urgencia—, era lo correcto. Hemos salvado la ciudad para que tú… puedas juzgar y tejer… ahora que lo hemos hecho. Pero tenemos que marcharnos ahora, necesitamos que nos ayudes. Por favor. Sácanos de aquí.
—Isaac —siseó Derkhan—. No sé quiénes son esos cerdos que están viniendo, pero… pero no pertenecen a la milicia.
Isaac lanzó una mirada de soslayo hacia los tejados. Sus ojos se abrieron, llenos de incredulidad.
Acercándose a ellos con grandes y ruidosos pasos había una batería de extraordinarios soldados de metal. La luz se deslizaba sobre ellos, iluminando sus extremos con destellos fríos. Estaban esculpidos en pasmoso y aterrador detalle. Sus brazos y sus piernas se balanceaban con grandes impulsos de potencia hidráulica y los pistones siseaban conforme se iban acercando. Desde algún lugar situado ligeramente detrás de sus cabezas venían pequeños reflejos de luces de reflector.
—¿Quiénes coño son estos hijos de puta? —dijo Isaac con voz ahogada.
La Tejedora lo interrumpió. Su voz volvía a ser fuerte, resuelta.
…POR LA DIOSA ME CONVENCES… decía… MIRA LAS INTRINCADAS MARAÑAS Y HEBRAS CORREGIMOS DONDE LAS CRIATURAS MUERTAS DESGARRARON PODEMOS REMODELAR Y COSER Y REMENDAR MUY BIEN… La araña se agitaba nerviosa adelante y atrás mientras su mirada se mantenía fija en el negro cielo. Se sacó el casco de la cabeza en un suave movimiento y lo arrojó despreocupa hacia la noche. Isaac no oyó cómo caía… CORRE Y ESCONDE SU PIEL… decía… ESTÁ BUSCANDO UN NIDO POBRE MONSTRUO ASUSTADO DEBEMOS APLASTARLO COMO A SUS HERMANAS ANTES DE QUE ARAÑE AGUJEROS EN EL CIELO Y EN EL FLUJO DE COLORES DE LA CIUDAD VEN Y DEJA QUE NOS DESLICEMOS HACIA EL INTERIOR DE LAS LARGAS FISURAS DE LA RED DEL MUNDO DONDE CORRE EL DESGARRADOR Y ENCONTREMOS SU GUARIDA…
Avanzaba tambaleándose y parecía estar siempre a punto de desplomarse. Abrió los brazos frente a Isaac como un padre amoroso, lo alzó raudamente y sin esfuerzo. Isaac esbozó una mueca de miedo mientras era arrastrado a aquel extraño y frío abrazo. No me cortes, pensaba fervorosamente. ¡No me destroces!
Los soldados lanzaron miradas furtivas y aterrorizadas sobre la cornisa al verlo. La enorme y colosal araña vagaba de un lado a otro, acunando a Isaac entre sus brazos como un vasto y absurdo bebé.
Se deslizaba con movimientos seguros y fluidos a lo largo del alquitrán y la arcilla empapados. Nadie podía seguirla. Se trasladaba entrando y saliendo del espacio convencional con demasiada velocidad como para que nadie pudiera verla.
Se detuvo delante de Yagharek. El garuda balanceó el saco de componentes mecánicos que había reunido apresuradamente y se lo cargó sobre la espalda. Sin vacilar, casi agradecido, se arrojó sobre el dios loco y danzarín, alzando los brazos y aferrándose al suave talle que había entre el abdomen y la cabeza de la Tejedora.
…CÓGETE FUERTE PEQUEÑO DEBEMOS ENCONTRAR UNA SALIDA… cantaba.
Las insólitas tropas metálicas se estaban aproximando a la pequeña elevación de suelo llano, haciendo sisear con eficiente energía sus mecánicas anatomías. Pasaron junto a los soldados de rango inferior, oficiales recién reclutados que levantaron las miradas boquiabiertas hacia los rostros humanos que escudriñaban intensamente desde la parte trasera de las cabezas de hierro de los combatientes.
Derkhan contempló las figuras cada vez más próximas y entonces tragó saliva y se acercó rápidamente a la Tejedora, que la esperaba con sus brazos humanos abiertos. Isaac y Yagharek estaban agarrados de los apéndices de las cuchillas, mientras trataban de encontrar asideros con las piernas en su amplio lomo.
—No vuelvas a hacerme daño —susurró, mientras su mano se deslizaba vacilante sobre la herida del lado de su cara. Enfundó sus pistolas y corrió hacia los aterradores y acogedores brazos de la Tejedora.
El segundo dirigible llegó a la estación de Perdido y desenrolló las cuerdas para que descendieran sus tropas. El escuadrón rehecho de Motley había llegado al punto más alto del edificio y estaba saltando sobre la plataforma sin detenerse. Los oficiales los contemplaban, acobardados. No comprendían lo que estaban viendo.
Los rehechos atravesaron sin titubeos la corta barrera de ladrillos y solo vacilaron un instante al ver la enorme y parpadeante forma de la gigantesca araña saltando adelante y atrás entre los ladrillos, llevando tres figuras colgadas de la espalda como si fueran muñecas.
Las tropas de Motley retrocedieron lentamente hacia el borde, mientras la lluvia barnizaba sus impasibles rostros de metal. Sus pesados pies aplastaron los restos de los motores que yacían diseminados sobre el tejado.
Mientras observaban, la Tejedora alargó una de sus patas y apresó a un amedrentado soldado, que aulló de terror mientras lo izaba por la cabeza. El hombre sacudió violentamente los brazos, pero la Tejedora los apartó y lo abrazó como si fuera un niño.
…NOS VAMOS DE CAZA AHORA HEMOS DE MARCHARNOS… susurró a todos los presentes. Caminó de lado hasta la cornisa del tejado, como si no estuviese cargando peso alguno, y desapareció.
Durante dos o tres segundos, solo la lluvia, espasmódica y deprimente, sonó sobre el tejado. Entonces Mediamisa lanzó una última ráfaga de disparos desde lo alto, obligando a desperdigarse tanto a los milicianos como a los rehechos. Cuando todos ellos volvieron a salir cautelosamente, no hubo nuevos ataques. Jack Mediamisa había desaparecido.
La Tejedora y sus acompañantes no habían dejado el menor rastro.
La polilla asesina volaba entre corrientes de aire. Estaba asustada y frenética.
Cada cierto tiempo dejaba escapar un chillido en diversos registros sónicos, pero no recibía respuesta. Sentía miseria y confusión.
Y al mismo tiempo, por encima de todo ello, su infernal apetito estaba creciendo de nuevo. No se había librado de su hambre.
Debajo de ella el Cancro fluía por la ciudad, moteado por las pequeñas luces sucias de las barcazas y las embarcaciones de placer que recorrían su negra superficie. La polilla se frenó y empezó ascender en espiral.
Una línea de humo sucio era arrastrada lentamente sobre el rostro de Nueva Crobuzon, que dejaba marcado como con un tachón de lápiz, mientras un tren tardío se dirigía hacia el este por la línea Dexter, a través de Gidd y el Puente Barguest, cruzando las aguas en dirección a la estación de Señor Cansado y el Empalme Sedim.
La polilla pasó rápidamente sobre Prado del Señor, planeó bajo sobre los tejados de la facultad universitaria, se detuvo un breve instante en el tejado de la Catedral de la Urraca en Salbur y se alejó revoloteando, presa del hambre y de un miedo solitario. No podía descansar. No podía canalizar su rapacidad para alimentarse.
Mientras volaba, reconoció la configuración de luz y oscuridad que había debajo de ella. Sintió una súbita llamada.
Tras las líneas del ferrocarril, elevándose desde la polvorienta y decrépita arquitectura del Barrio Oseo, las Costillas penetraban en el aire de la noche trazando una colosal curva de marfil. Hicieron brotar un recuerdo en la cabeza de la polilla asesina. Recordó la dudosa influencia de aquellos antiguos huesos que habían convertido al Barrio Óseo en un lugar temible, un lugar del que era mejor escapar, un lugar cuyas corrientes de aire eran impredecibles y donde marejadas nocivas podían contaminar el éter. Imágenes distantes de los días que había pasado apresada mientras la ordeñaban lascivamente, absorbían sus glándulas hasta dejarlas secas, una sensación nebulosa de succión en las tetillas, pero sin que hubiera nada allí… Los recuerdos regresaron a ella.
Estaba completamente acobardada. Buscaba refugio. Anhelaba un nido, algún lugar en el que yacer inmóvil, recuperarse. Algún lugar familiar en el que pudiese tenderse y dejar que se ocuparan de ella. En su miseria, recordó su cautiverio bajo una luz selectiva y deformada. Allí, en el Barrio Óseo, había sido alimentada y limpiada por cuidadores atentos. Aquel lugar había sido un santuario.
Asustada, hambrienta y ansiosa por encontrar alivio, conquistó el miedo que le causaban las Costillas del Barrio Óseo.
Puso rumbo al sur, sintiendo su camino con la lengua a través de rutas medio olvidadas en el aire, esquivando los huesos en busca de un edificio oscuro situado en una pequeña avenida, una terraza de propósito incierto cubierta de brea por la que había salido a rastras semanas atrás.
La polilla asesina viró nerviosamente sobre la peligrosa ciudad y se dirigió a casa.
Isaac se sentía como si llevara varios días dormido y se estiró de forma negligente, dejando que su cuerpo se deslizara adelante y atrás.
Escuchó un grito pavoroso.
Se quedó helado mientras los recuerdos regresaban a él en torrentes, le dejaban saber cómo había llegado hasta allí, hasta los mismos brazos de la Tejedora (se agitó y convulsionó al recordarlo todo).
La araña estaba caminando rápidamente sobre la telaraña del mundo, escabulléndose entre filamentos metarreales que conectaban cada momento con todos los demás.
Recordaba el vertiginoso abismo en el que se había sumido su alma al ver por primera vez la telaraña global. Recordaba unas náuseas que habían arruinado su existencia al encontrarse ante aquella vista imposible. Pugnó por no abrir los ojos. Podía escuchar los balbuceos imprecadores que susurraban Yagharek y Derkhan. Se arrastraban hasta sus oídos no como sonidos, sino como insinuaciones, fragmentos flotantes de seda que se deslizaban al interior de su cráneo y se volvían claros para él. Había otra voz, una cacofonía dentada de un tejido brillante que aullaba de terror.
Se preguntó quién podría ser.
La Tejedora se movió rápidamente a lo largo de pulsantes hebras que seguían el daño y la potencialidad de daño que la polilla asesina había causado y podía volver a causar. Desapareció en un agujero, un turbio embudo de conexiones que serpenteaba a través de la materia de esa compleja dimensión y
volvió a emerger en la ciudad.
Isaac sintió el aire contra su mejilla, madera bajo sus pies. Despertó y abrió los ojos.
Le dolía la cabeza. Levantó la mirada. Su cuello se tambaleó hasta que se acostumbró al peso del casco, que llevaba todavía en la cabeza y cuyos espejos seguían milagrosamente intactos.
Estaba tendido sobre un rayo de luz de luna, en un pequeño y sucio ático. A través de las paredes y el suelo se filtraban los sonidos del lugar.
Derkhan y Yagharek se estaban poniendo en pie cuidadosa y lentamente, apoyándose sobre los codos al mismo tiempo que sacudían las cabezas. Mientras Isaac observaba, Derkhan extendió las manos rápidamente y se palpó con suavidad los dos lados de la cabeza. La oreja que le quedaba (y la suya, se percató también) estaba intacta.
La Tejedora se erguía en una esquina de la habitación. Avanzó ligeramente e Isaac pudo ver detrás de ella a un oficial. Parecía paralizado. Estaba sentado con la espalda contra la pared, temblando y en silencio, la suave placa facial ladeada y medio caída. El rifle descansaba sobre su regazo. Isaac abrió mucho los ojos al verlo.
Era de cristal. La perfecta e inútil réplica de un mosquete tallada en cristal.
…ESTO ES EL HOGAR PARA EL ALADO HUIDO… zumbó la Tejedora. Su voz sonaba de nuevo amortiguada, como si el viaje por los planos de la telaraña hubiera absorbido su energía… MIRA MI HOMBRE DE CRISTAL MI JUGUETE MI AMIGUTTO… Susurraba… ÉL Y YO PASAREMOS TIEMPO JUNTOS ESTE ES EL LUGAR DE DESCANSO DE LA POLILLA VAMPIRO AQUÍ PLIEGA SUS ALAS Y SE ESCONDE PARA COMER DE NUEVO JUGARÉ AL TRES EN RAYA Y A LAS CAJAS CON MI SOLDADITO DE CRISTAL…
Retrocedió a la esquina de la habitación y se desplomó repentinamente con una sacudida de las patas. Uno de sus apéndices afilados destelló como la electricidad y se movió con extraordinaria rapidez para grabar una rejilla de tres por tres frente al regazo del comatoso oficial.
La Tejedora grabó una cruz en una de las esquinas y luego se sentó y esperó, susurrando para sus adentros.
Isaac, Derkhan y Yagharek arrastraban los pies en el centro de la habitación.
—Pensé que iba a llevársenos —murmuró Isaac—. Ha seguido a la jodida polilla… está por aquí, en alguna parte…
—Tenemos que acabar con ella —susurró Derkhan con el rostro decidido—. Casi lo hemos logrado. Vamos a terminarlo.
—¿Con qué? —siseó Isaac—. Tenemos los putos cascos y eso es todo. No contamos con armas para enfrentarnos a una cosa como esa… ni siquiera sabemos dónde demonios está.
—Tenemos que conseguir que la Tejedora nos ayude —dijo Derkhan.
Pero sus intentos resultaron infructuosos. La gigantesca araña los ignoró por completo mientras conversaba en voz baja consigo misma y aguardaba, concentrada, como si esperase que en cualquier momento el soldado hiciera su movimiento de tres en raya. Isaac y los demás le rogaron, le suplicaron que los ayudara, pero de pronto parecían haberse vuelto invisibles para ella. Le dieron la espalda, frustrados.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Derkhan repentinamente. Isaac la miró a los ojos. Asintió con lentitud. Caminó hasta la ventana y se asomó por ella.
—No sabría decir dónde estamos —dijo al cabo de un rato—. Son solo calles —movió la cabeza de lado a lado exageradamente, en busca de algún hito reconocible. Después de un rato volvió a entrar en la habitación, sacudiendo la cabeza—. Tienes razón, Derkhan —dijo—. Puede que… encontremos algo… puede que podamos salir de aquí.
Yagharek, caminando en silencio, salió de la pequeña habitación a un corredor vagamente iluminado. Miró de un lado a otro, con cautela.
La pared de su izquierda estaba inclinada y daba al tejado. A su derecha, el estrecho pasillo estaba interrumpido por dos puertas antes de describir una curva a la derecha y desaparecer en las sombras.
Yagharek seguía agachado. Hizo un gesto lento hacia su espalda, sin mirar, y Derkhan e Isaac emergieron lentamente. Llevaban sus armas cargadas con la última pólvora que les quedaba, húmeda y poco fiable, y apuntaban vagamente con ellas a la oscuridad.
Esperaron mientras Yagharek avanzaba con lentitud, y luego lo siguieron con pasos titubeantes y pugnaces.
Yagharek se detuvo junto a la primera puerta y apoyó su emplumada cabeza contra ella. Esperó un momento y luego la empujó para abrirla, lenta, muy lentamente. Derkhan e Isaac se asomaron sobre él y vieron un almacén a oscuras.
—¿Hay algo que podamos utilizar? —siseó Isaac, pero las estanterías no contenían más que botellas vacías y polvorientas, escobas viejas medio podridas.
Al llegar a la segunda puerta, Yagharek repitió la operación. Indicó a Isaac y a Derkhan que permanecieran inmóviles y escuchó con atención a través de la delgada madera. Esta vez estuvo quieto mucho más tiempo. La puerta tenía varios cerrojos y Yagharek trasteó con los sencillos mecanismos deslizantes. Había también un grueso candado, pero descansaba abierto sobre uno de los cerrojos, como si lo hubieran dejado así solo por un momento. Yagharek empujó lentamente la puerta. Asomó la cabeza por la abertura y permaneció así, medio dentro medio fuera de la habitación, durante un momento desconcertantemente prolongado.
Cuando se retiró, se volvió hacia ellos.
—Isaac —dijo con voz queda—. Será mejor que vengas.
Isaac frunció el ceño y se adelantó, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.
¿Qué ocurre?, pensó. ¿Qué está ocurriendo? (Pero incluso mientras lo pensaba, una vocecilla en lo más profundo de su mente le decía lo que lo esperaba y no la oía del todo y no la escuchaba en absoluto por miedo a que estuviera equivocada.)
Empujó la puerta, pasó junto a Yagharek y entró con vacilaciones en la habitación.
Era un ático alargado y rectangular, iluminado por tres lámparas de aceite y las delicada volutas de luz de gas que se abrían camino hasta allí desde la calle, y a través de la ventana mugrienta y sellada. El suelo estaba cubierto por una mezcla de trozos de metal y desperdicios. La habitación apestaba.
Isaac solo era vagamente consciente de todo esto.
En una esquina apenas iluminada, de espaldas a la puerta, arrodillada y masticando, con la espalda y la cabeza y la glándula pegadas a una escultura extraordinariamente retorcida, se encontraba Lin.
Isaac gritó.
Fue un aullido animal, que creció y creció en intensidad hasta que Yagharek tuvo que chistarle para que callara.
El sonido hizo que Lin se volviera dando un respingo. Al verlo, empezó a temblar.
Él se le acercó dando tumbos, sollozando al verla, al ver su piel bermeja y su flexible cuerpo de escarabajo; y mientras se aproximaba volvió a gritar, esta vez de angustia, al ver lo que le habían hecho.
Su cuerpo estaba magullado y cubierto de quemaduras y arañazos, verdugones que revelaban actos crueles y brutalidades. La habían apaleado la espalda, por encima del vestido hecho jirones. Su pecho estaba cubierto de pequeñas cicatrices. Tenía muchos cardenales en el vientre y los muslos.
Pero era la cabeza, la trémula cabeza insectil, lo que casi lo hizo derrumbarse.
Le habían arrancado las alas: eso ya lo sabía, desde que viera el sobre, pero verlas, ver cómo las diminutas lengüetas desgarradas aleteaban por la agitación… En algunos lugares le habían arrancado o doblado el caparazón, revelando la tierna carne que había debajo, que estaba quebrada y cubierta de costras. Uno de sus ojos compuestos estaba destrozado, ciego. La pata central de la parte derecha de su cabeza y la trasera de la izquierda habían sido arrancadas de cuajo.
Isaac se precipitó hacia ella, la tomó entre sus brazos y la apretó contra sí. Estaba tan delgada… tan delgada y magullada y herida… Temblaba mientras él la tocaba, todo su cuerpo se tensaba como si no pudiera creer que él fuera real, como si se lo pudiesen arrebatar en cualquier momento como una nueva forma de tortura.
Isaac se aferró a ella y lloró. La abrazó cuidadosamente, sintiendo sus delgados huesos bajo la piel.
—Habría venido —gimió en abyecta miseria y gozo—. Habría venido. Creí que estabas muerta.
Ella lo apartó un poco de sí, lo suficiente para poder mover las manos.
Te quiero te amo, le dijo con señas caóticas, ayúdame sálvame llévame contigo lejos, no podía él no podía dejarme morir hasta que hubiera terminado con esto…
Por vez primera, Isaac miró la extraordinaria escultura que se alzaba por encima de ella y a su lado, sobre la que estaba vertiendo saliva khepri. Era una increíble cosa multicolor, una figura horripilante y caleidoscópica compuesta de pesadillas, miembros y ojos y piernas que sobresalían en combinaciones horrorosas. Estaba casi terminada, con solo un suave armazón en el lugar en el que debía ir lo que parecía una cabeza, y un espacio vacío que sugería un hombro.
Isaac la miró boquiabierto, se volvió hacia Lin.
Lemuel había tenido razón. Estratégicamente, Motley no tenía razón alguna para conservar a Lin con vida. No lo hubiera hecho con ningún otro prisionero. Pero su vanidad, su personal engrandecimiento místico y sus ensoñaciones filosóficas se veían estimulados por el extraordinario trabajo de Lin. Lemuel no podía saber esto.
Motley no podía consentir que la escultura no fuera acabada.
Derkhan y Yagharek entraron. Al ver a Lin, la periodista gritó como Isaac lo había hecho. Corrió hasta el lugar en el que Lin e Isaac se abrazaban y los rodeó con los brazos, llorando y sonriendo.
Yagharek caminó hacia ellos con aire incómodo.
Isaac estaba hablando a Lin entre murmullos, diciéndole lo mucho que lo sentía, que había creído que estaba muerta, que hubiera debido venir.
Me obligó a seguir trabajando, mientras me golpeaba y… y me torturaba y se burlaba de mí, les dijo Lin con señas, ansiosa y exhausta de emoción.
Yagharek estaba a punto de decir algo, pero entonces volvió la cabeza repentinamente.
En el exterior, se oía el estrépito de unos pasos que se apresuraban por el corredor.
Isaac se puso en pie, sosteniendo a Lin mientras lo hacía y manteniéndola protegida por su abrazo. Derkhan se apartó de ellos, desenfundó las pistolas y apuntó a la puerta. Yagharek se pegó a la pared bajo la sombra de la escultura, el látigo enrollado y dispuesto.
La puerta se abrió de par en par, chocó contra la pared y rebotó.
Motley se encontraba frente a ellos.
Solo veían su silueta. Isaac distinguió un perfil deformado, recortado contra las paredes pintadas de negro del pasillo. Un jardín de miembros múltiples, un remiendo andante de formas orgánicas. El asombro lo dejó boquiabierto. Se dio cuenta, mientas contemplaba a aquella criatura arremolinada con patas de cabra y de pájaro y de perro, mientras contemplaba los tentáculos prensiles y los nudos de tejido, los huesos compuestos y la piel inventada, de que la obra de Lin estaba inspirada, sin la menor concesión a la fantasía, en la vida.
Al verlo, el cuerpo de Lin quedó fláccido a causa del miedo y el recuerdo del dolor. Isaac sintió que la cólera empezaba a engullirlo.
Motley retrocedió ligeramente y se volvió para mirar en la dirección por la que había venido.
—¡Seguridad! —gritó Motley por alguna boca incierta—. ¡Vengan aquí enseguida!
Volvió la vista hacia la habitación.
—Grimnebulin —dijo. Su voz era rápida y tensa—. Ha venido. ¿Es que no recibió mi mensaje? Es usted un poco descuidado, ¿no?
Penetró en la habitación y en la tenue luz.
Derkhan disparó dos veces. Sus balas atravesaron la piel blindada de Motley y las franjas de pelaje. El mafioso retrocedió tambaleándose sobre sus múltiples patas con un aullido de dolor. Su grito se tornó una risa cruel.
—Demasiados órganos internos como para que puedas herirme, zorra inútil —gritó. Derkhan escupió de rabia y se pegó un poco más a la pared.
Isaac miró fijamente a Motley, vio asomar dientes de una multitud de bocas. El suelo tembló mientras un grupo de personas corría por el pasillo en dirección a la habitación.
Aparecieron varios hombres en la puerta, detrás de él, blandiendo armas. Por un momento, el estómago de Isaac se encogió: los hombres no tenían rostro, solo suave piel estirada sobre el cráneo. ¿Qué clase de malditos rehechos son estos?, pensó estupefacto. Entonces reparó en los espejos que se extendían desde la parte trasera de los cascos.
Sus ojos se abrieron al darse cuenta de que eran rehechos con el cráneo afeitado y la cabeza girada ciento ochenta grados, especial y perfectamente adaptados a la lucha contra las polillas asesinas. Ahora aguardaban órdenes de su jefe, los cuerpos musculosos frente a Isaac, las cabezas permanentemente apartadas.
Uno de los miembros de Motley (una cosa fea, segmentada y cubierta de ventosas) se extendió para señalar a Lin.
—¡Termina de una vez tu puto trabajo, maldita zorra, o ya sabes lo que te espera! —gritó, y avanzó a trompicones hacia Isaac y Lin.
Con un rugido completamente bestial, Isaac empujó a la khepri a un lado. Un chorro de angustia química brotó de ella. Sus manos se retorcieron mientras le suplicaba que se quedara a su lado, pero él se abalanzó sobre Motley, presa de una agonía de furia y culpabilidad.
Motley profirió un grito sin palabras y aceptó el desafío.
Hubo un impacto súbito y estruendoso. Una explosión de fragmentos de cristal roció toda la habitación, dejando sangre e improperios detrás de sí.
Isaac se quedó helado en el centro de la habitación. Motley estaba congelado delante de él. Los agentes de seguridad trataban de empuñar sus armas, mientras se gritaban órdenes los unos a los otros. Isaac levantó la mirada hacia los espejos que tenía delante de los ojos.
La última de las polillas asesinas se encontraba frente a él. Su cuerpo estaba delineado en los fragmentos dentados de la ventana. El cristal todavía goteaba a su alrededor como un líquido viscoso.
Isaac exhaló un grito sofocado.
Era una enorme y terrible presencia. Se erguía, medio acurrucada, un poco más allá de la pared y del agujero de la ventana, sujeta al suelo de madera por varios miembros salvajes. Era tan grande como un gorila, un cuerpo de terrible solidez e intrincada violencia.
Sus inimaginables alas estaban desplegadas. Los patrones las recorrían como fuegos artificiales en negativo.
Motley había estado de cara a la gran bestia: su mente era prisionera. Miraba las alas con un sinfín de ojos que no pestañeaban. Detrás de él, los soldados gritaban agitados, mientras preparaban sus armas.
Yagharek y Derkhan habían estado con la espalda contra la pared. Isaac los vio en sus espejos, detrás de la cosa. No podían distinguir los lados coloridos de sus alas: seguían asustados pero no estaban hechizados.
Entre la polilla e Isaac, tirada sobre las tablas, donde la había derribado la lluvia de erizados cristales, se encontraba Lin.
—¡Lin! —gritó Isaac desesperadamente—. ¡No te vuelvas! ¡No mires atrás! ¡Ven conmigo!
Su tono de pánico la paralizó. Lo vio extender los brazos hacia ella en un gesto espantosamente torpe, caminar con vacilación hacia ella, de espaldas, sin volverse.
Se arrastró, lenta, muy lentamente, hacia él.
A su espalda, escuchó un ruido sordo, animal.
La polilla asesina se irguió, intranquila y pugnaz. Podía saborear mentes por todas partes, moviéndose a su alrededor, amenazándola y temiéndola.
Estaba inquieta y nerviosa, traumatizada todavía por la muerte de sus hermanas. Uno de sus afilados tentáculos palpó el suelo como una cola.
Frente a ella, una de las mentes había sido capturada. Pero sus alas estaban extendidas por completo y sin embargo, ¿solo había capturado a una…? Estaba confundida. Se volvió hacia el grupo principal de sus enemigos, batió hipnóticamente sus alas en dirección a ellos, tratando de atraerlos y enviar sus sueños burbujeando a la superficie.
Se resistieron.
La polilla asesina fue presa del pánico.
Detrás de Motley, los hombres de seguridad se agitaban, frustrados. Trataban de apartar a su jefe, pero este había quedado paralizado en el umbral de la puerta. Su enorme cuerpo parecía congelado, sus diversas patas plantadas firmemente en el suelo. Contemplaba las alas de la polilla asesina en un intenso trance.
Había cinco rehechos detrás de él. Estaban serenos. Les habían equipado específicamente para defenderse de las polillas asesinas, por si se producía una fuga. Además de armas ligeras, tres de ellos llevaban lanzallamas; otro, un atomizador de ácido femtocorrosivo; y el último, una pistola de dardos elictrotaumatúrgicos. Podían ver a su presa, pero no pasar por encima de su jefe.
Los hombres de Motley trataron de apuntar sus armas a su alrededor, pero su enorme corpachón interrumpía su línea de fuego. Empezaron a gritarse mutuamente y trataron de desarrollar una estrategia, pero no pudieron. Miraban por sus espejos, observaban la enorme polilla depredadora bajo los brazos y los miembros de Motley, a través de huecos en su forma. La monstruosa visión los intimidaba.
Isaac extendió los brazos hacia atrás, hacia Derkhan.
—Ven aquí, Lin —siseó—, y no mires atrás.
Era como una especie de espeluznante juego de niños.
Yagharek y Derkhan se movieron lentamente, el uno en dirección al otro, tras la polilla. Esta lanzó un chillido y movió la cabeza hacia ellos, pero permanecía más atenta a la masa de figuras que tenía enfrente y no se volvió por completo.
Lin se arrastró de forma intermitente por el suelo, hacia la espalda de Isaac, hacia sus brazos extendidos. Cuando estaba muy cerca de él, titubeó. Vio a Motley, transfigurado como si lo hubiera ganado el asombro, mirando más allá de Isaac y por encima de ella, cautivado por… algo.
No sabía lo que estaba pasando, no sabía lo que había detrás de ella.
No sabía nada sobre las polillas.
Isaac vio que vacilaba y comenzó a aullarle que no se detuviera.
Lin era una artista. Creaba con el tacto y con el gusto, haciendo objetos táctiles. Objetos visibles. Esculturas para ser acariciadas y vistas.
Estaba admirada por el color y la luz y la sombra, por el juego mutuo de las formas y las líneas, por los espacios positivos y negativos.
Había pasado mucho tiempo encerrada en un ático.
En su posición, cualquier otro hubiera saboteado la vasta escultura de Motley. Al fin y al cabo, el encargo se había convertido en su sentencia. Pero Lin no la destruyó ni economizó su trabajo. Vertió todo cuanto tenía, toda su energía creadora reprimida, en aquella monolítica y terrible pieza. Tal como Motley había sabido que haría.
Aquella había sido su única evasión. Su único medio de expresión. Privada de toda la luz y el color y las formas del mundo, se había concentrado en su miedo y en su dolor, se había obsesionado creando una presencia por sí misma, la que mejor pudiera seducirla.
Y ahora algo extraordinario había entrado en el ático que era su mundo.
No sabía nada de las polillas asesinas. La orden «no mires atrás», escuchada muchas veces en los cuentos y las fábulas, solo tenía sentido como un interdicto moralista, una lección aprendida por las malas. Seguro que Isaac quería decir «date prisa o no dudes de mí», algo semejante. Su orden solo tenía sentido como exhortación emocional.
Lin era una artista. Degradada y torturada, confundida por el encarcelamiento y el dolor y la abyección, solo comprendió que algo extraordinario, algo capaz de asombrar por completo a la vista, se había alzado detrás de ella. Y, hambrienta por cualquier clase de maravilla tras semanas de dolor en la oscuridad de aquellas grises paredes, sin color ni forma, se detuvo y lanzó una rápida mirada a su espalda.
Isaac y Derkhan gritaron, presa de una incredulidad terrible. Yagharek lanzó un aullido conmocionado, como un cuervo furioso.
Con su ojo sano, Lin abarcó con pavoroso asombro la extraordinaria curva de la forma de la polilla asesina; y entonces reparó en los arremolinados colores de las alas y sus mandíbulas castañetearon un breve instante y quedó en silencio. Hechizada.
Se sentó en cuclillas sobre el suelo, la cabeza apoyada sobre el hombro izquierdo, contemplando estúpidamente a la gran bestia, al remolino de colores. Motley y ella observaban las alas de la polilla mientras sus mentes se desbordaban lejos de ellos.
Isaac aulló y retrocedió tambaleándose, alargando los brazos hacia atrás de forma desesperada.
La polilla asesina extendió un deslizante racimo de tentáculos y arrastró a Lin hacia él. Su vasta y babeante boca se abrió como la puerta a algún lugar estigio. La saliva rancia y cítrica se deslizó sobre el rostro de Lin.
Mientras Isaac avanzaba a tientas hacia atrás en busca de su mano, observando intensamente la escena a través de los espejos, la lengua de la polilla asesina salió con una sacudida de su hedionda garganta y lamió durante un breve instante la cabeza de escarabajo. Isaac volvió a gritar una y otra vez, pero no podía hacer nada para detenerla.
La larga lengua, empapada de baba, se abrió camino deslizándose por las fláccidas mandíbulas de Lin y se sumergió en su cabeza.
Al escuchar los aullidos espantados de Isaac, dos de los rehechos que estaban atrapados tras el enorme corpachón de Motley alargaron los brazos y dispararon erráticamente con sus fusiles de chispa. Uno de ellos falló por completo, pero el otro acertó a la polilla asesina en el tórax y le arrancó un pegote de líquido y un siseo irritado, pero nada más. No era el arma apropiada.
Los dos que habían disparado gritaron a sus compañeros y el pequeño escuadrón empezó a empujar la voluminosa forma de Motley en cuidadosas y coordinadas embestidas.
Isaac buscaba a tientas la mano de Lin.
La garganta de la polilla asesina subía y bajaba mientras la criatura bebía a grandes tragos.
Yagharek se agachó y recogió la lámpara de aceite que descansaba al pie de la escultura. La agitó un instante en su mano izquierda mientras levantaba el látigo con la derecha.
—Sujétala, Isaac —exclamó.
Mientras la polilla apretaba su delicado cuerpo contra el tórax, Isaac sintió que sus dedos se cerraban alrededor de la muñeca de Lin. La agarró con fuerza, tratando de soltarla. Lloró y juró.
Yagharek arrojó la lámpara encendida contra la espalda de la polilla. El cristal se hizo añicos y una pequeña rociada de aceite incandescente se derramó sobre la suave piel. Una llamarada azul trepó a lo largo de la cúpula del cráneo.
La polilla chilló. Una tormenta de frenéticos miembros se alzó, tratando de extinguir el fuego, mientras la criatura sacudía la cabeza, presa por un instante del dolor. Al instante, Yagharek le propinó un latigazo con un golpe salvaje. Mordió la negra piel con un chasquido ruidoso y dramático. El negro cuero se enrolló casi inmediatamente alrededor del cuello.
El garuda tiró rápidamente con todas sus fuerzas. Mantuvo el látigo completamente tenso y se preparó para resistir.
El pequeño fuego seguía encendido, ardiendo tenaz. El látigo apresaba la garganta de la polilla asesina. No podía tragar ni respirar.
Su cabeza se sacudió sobre el cuello alargado. Emitía grititos estrangulados. Su lengua se hinchó y abandonó bruscamente la garganta de Lin. El chorro de consciencia que había tratado de tragar se le había atascado en la garganta. Se aferró al látigo, frenética y aterrorizada. Sacudió las garras y se agitó y se retorció.
Isaac continuaba sujetando la flaca muñeca de Lin y tiró de ella mientras la polilla se convulsionaba en su horripilante danza. Sus miembros temblorosos se alejaron de ella y aferraron en vano la correa que la ahogaba. Isaac logró soltarla por completo, cayó al suelo y se alejó arrastrándose de la enfurecida criatura.
Mientras esta se volvía llena de pánico, sus alas se plegaron y se apartó de la puerta. Al instante, su presa sobre Motley se quebró. El cuerpo compuesto de este cayó hacia delante y se desplomó de bruces mientras su mente volvía a recomponerse a duras penas. Sus hombres pasaron sobre él, corriendo entre la maraña de patas para entrar en la habitación.
En un repugnante tamborileo de apéndices, la polilla asesina giró sobre sí misma. El látigo, arrancado de las manos de Yagharek, le desgarró la piel. El garuda retrocedió tambaleándose, en dirección a Derkhan, fuera del alcance de los convulsos y afilados miembros de la polilla asesina.
Motley se estaba poniendo en pie. Se apartó rápidamente de la bestia y regresó al pasillo.
—¡Matad a esa maldita cosa! —chilló.
La polilla interpretaba una danza frenética en el centro de la habitación. Los cinco rehechos se reunieron en torno a la puerta. Apuntaron a través de sus espejos.
Tres chorros de gas ardiente escupidos por los lanzallamas, quemaron la piel de la vasta criatura. Trató de chillar mientras sus alas y su quitina crujían y se partían y se quebraban, pero el látigo se lo impidió. Un gran goterón de ácido roció a la contorsionada polilla en plena cara, disolvió las proteínas y componentes de su piel en cuestión de segundos y fundió su exoesqueleto.
El ácido y la llama devoraron rápidamente el látigo. Sus restos volaron lejos de la polilla mientras esta giraba sobre sí misma, capaz al fin de respirar y gritar.
Chilló de agonía mientras el fuego y el ácido volvían a caer sobre ella. Se abalanzó ciegamente en la dirección de sus atacantes.
Los rayos de energía negra de la pistola del quinto hombre estallaron sobre ella y se disiparon sobre su superficie entumeciéndola y quemándola sin calor. Volvió a chillar pero siguió adelante, una tormenta ciega de llamas que escupía muerte y sacudía a su alrededor hueso serrado.
Los cinco rehechos retrocedieron mientras la criatura avanzaba salvajemente sobre ellos, y siguieron a Motley al pasillo. La furiosa pira viviente chocó contra las paredes, que se prendieron, y buscó a tientas la puerta.
Desde el pequeño pasillo continuaron los sonidos del plasma, el ácido escupido y las púas de energía elictrotaumatúrgica.
Durante varios segundos prolongados, Derkhan y Yagharek e Isaac contemplaron pasmados la entrada. La polilla seguía chillando donde ellos ya no podían verla y el pasillo quedaba inundado de luz parpadeante y calor.
Entonces Isaac pestañeó y bajó la vista hacia Lin, que se hundió en su abrazo.
Él le dijo algo en un siseo, la sacudió.
—Lin —susurró—. Lin… nos marchamos.
Yagharek se acercó rápidamente a la ventana y se asomó a la calle que discurría cinco pisos por debajo. Junto a la ventana, una pequeña y protuberante columna de ladrillos sobresalía del muro y se convertía en una chimenea. Debajo de ella, una tubería de drenaje descendía serpenteando. Se encaramó rápidamente al alféizar de la ventana, alargó la mano hacia la tubería y le dio un tirón. Era sólida.
—Isaac, tráela aquí —dijo Derkhan con urgencia. Isaac levantó a Lin y se mordió el labio al notar lo poco que pesaba. La llevó rápidamente hasta la ventana. Mientras la observaba, el rostro de ella se quebró de pronto en una sonrisa incrédula, extática. Él empezó a llorar.
Desde el pasillo, la polilla asesina chillaba débilmente.
—¡Dee, mira! —siseó Isaac. Las manos de Lin aleteaban erráticas delante de su rostro mientras él la acunaba—. ¡Está cantando! ¡Se pondrá bien!
Derkhan la miró, leyó sus palabras. Isaac observó, sacudió la cabeza.
—No está consciente, son solo palabras al azar, pero, Dee, son palabras… todavía estamos a tiempo…
Derkhan sonrió deleitada. Besó a Isaac con fuerza en la mejilla y acarició suavemente la herida cabeza de escarabajo.
—Sácala de aquí —dijo en voz baja. Isaac se asomó por la ventana y vio a Yagharek, cobijado en una esquina del edificio, sobre una pequeña extrusión de ladrillos, apenas a unos palmos de distancia.
—Dámela y síguenos —dijo Yagharek mientras sacudía su cabeza sobre él. En el extremo este, el largo e inclinado tejado de la casa de Motley se unía con el siguiente edificio, que sobresalía perpendicularmente en dirección sur en una sucesión descendente de construcciones. El paisaje de los tejados del Barrio Óseo se extendía sobre ellos y en todas direcciones; un horizonte elevado; islas de pizarra conectadas sobre las peligrosas calles, que se extendían en la oscuridad durante kilómetros, alejándose de las Costillas en dirección a la Colina Mog y más allá.
Incluso entonces, devorada viva por oleadas de fuego y ácido, aturdida por rayos de energía oscura, la última polilla asesina podría haber sobrevivido.
Era una criatura de una resistencia asombrosa. Podía curarse a velocidades aterradoras.
Si hubiera estado a campo abierto, podría haber saltado, desplegado aquellas alas terriblemente heridas y huido del lugar. Podía haberse obligado a remontar el vuelo, ignorando el dolor, ignorando los quemados copos de piel y quitina que hubieran revoloteado asquerosamente a su alrededor. Podría haber volado hasta las húmedas nubes para extinguir las llamas y limpiarse el ácido.
Si su familia hubiera sobrevivido, si hubiera tenido la confianza de poder regresar con sus hermanas, de poder volver a cazar juntas, no la habría ganado el pánico. Si no hubiera presenciado una carnicería de las de su raza, un estallido imposible de vapores venenosos que había tentado a sus hermanas y las había destruido, la polilla no habría estado loca de miedo y furia y puede que no se hubiera dejado abrumar por el frenesí y no hubiera seguido atacando, atrapándose más y más.
Pero estaba sola. Atrapada entre paredes de ladrillo, en un laberinto claustrofóbico que la constreñía, le impedía extender las alas, no le dejaba lugar alguno al que ir. Asaltada por todas partes por un dolor homicida e interminable. El fuego la atacaba y la atacaba, demasiado rápido para que pudiese curarse.
Recorrió tambaleándose todo el pasillo del cuartel general de Motley, una bola al rojo blanco, extendiendo hasta el fin sus garras dentadas y sus espinas, tratando de cazar. Cayó justo antes de llegar a las escaleras.
Motley y los rehechos la miraron con asombro y pavor desde ellas, rezando para que permaneciera inmóvil, para que no se arrastrara por la escalera y se arrojase llameando sobre ellos.
No lo hizo. Permaneció quieta mientras moría.
Cuando estuvo seguro de que la polilla asesina estaba muerta, Motley envió a sus hombres y sus mujeres arriba y abajo en rápidas columnas, con toallas mojadas y mantas para apagar el fuego que la criatura había dejado a su paso.
Pasaron veinte minutos antes de que estuviera controlado. Las vigas y los tablones del ático estaban doblados y manchados de humo. Había enormes huellas de madera carbonizada y pintura ampollada por todo el pasillo. El cuerpo humeante de la polilla descansaba en lo alto de las escaleras, un irreconocible cuajo de carne y tejido, retorcido por el calor en una forma aún más exótica de la que había tenido en vida.
—Grimnebulin y sus amigos hijos de puta han debido de irse —dijo Motley—. Buscadlos. Descubrid adónde han ido. Encontrad su pista. Seguidla. Esta noche. Ahora.
No resultó difícil saber cómo habían escapado, por la ventana y el tejado. Sin embargo, desde allí podían haberse dirigido en cualquier dirección. Los hombres de Motley se agitaron y se miraron incómodos los unos a los otros.
—Moveos, basura rehecha —bramó Motley—. Encontradlos ahora mismo, seguid su rastro y traédmelos.
Aterrorizados grupos de rehechos, humanos, cactos y vodyanoi, abandonaron la guarida de Motley y se desperdigaron por la ciudad. Hicieron planes vanos, compararon notas, corrieron frenéticamente hasta Sunter, hasta Ecomir y Prado del Señor, hasta Arboleda y la Colina Mog, incluso hasta Malado, cruzando el río hasta la Ciénaga Brock, hasta Gidd Oeste y Griss Bajo y la Sombra y Salpetra.
Podrían haberse cruzado con Isaac y sus compañeros un millar de veces.
En Nueva Crobuzon existía una infinidad de escondites. Había muchos más escondites que personas para guarecerse en ellos, las tropas de Motley no tenían la menor posibilidad.
En noches como aquella, cuando la lluvia y las luces de las farolas cubrían todas las líneas y esquinas del complejo de la ciudad (un palimpsesto de árboles sacudidos por el viento y arquitectura y sonido, ruinas antiguas, oscuridad, catacumbas, solares de obra, casas de huéspedes, tierras baldías, luces y bares y alcantarillas), era un lugar interminable, recursivo, secreto.
Los hombres de Motley volvieron a casa con las manos vacías, asustados.
Motley gritó y gritó a la estatua inacabada que se burlaba de él, perfecta e incompleta. Sus hombres registraron el edificio por si alguna pista se les había pasado por alto.
En la última habitación del pasillo del ático encontraron a un soldado, sentado con la espalda contra la pared, comatoso y solo. Un extraño y hermoso mosquete de cristal descansaba sobre su regazo. Junto a sus pies, alguien había grabado sobre la madera una partida de tres en raya.
Las cruces habían ganado, en tres movimientos.