45

Lentamente, temblando de forma casi incontrolable, con la cuasimuerte de Barbile aún muy viva en sus recuerdos, Isaac salió trepando del agujero.

Mantuvo sus ojos fijos por completo en los espejos que tenía delante. Apenas era consciente de una manera vaga del descolorido muro situado tras ellos. La forma inmunda de la polilla asesina se agitó en los espejos mientras su cabeza se movía.

Mientras Isaac emergía, la polilla dejó bruscamente de moverse. Se puso rígido. La criatura volvió su cabeza hacia arriba y su enorme lengua rasgó el aire. Las antenas vestigiales de sus cuencas oculares se agitaban de forma temblorosa de lado a lado. Isaac volvió a moverse, reptando en dirección al muro.

La polilla asesina movió su cabeza de forma insegura. Evidentemente había alguna filtración, pensó Isaac, en los bordes de su casco, un goteo de pensamientos que flotaban tentadores por el éter. Pero nada lo suficientemente claro como para que la polilla pudiera encontrarlo.

Cuando Isaac hubo llegado al muro, Shadrach lo siguió a la superficie, a la habitación. De nuevo, su presencia incomodó ligeramente a la criatura, pero nada más.

Después de Shadrach, tres simios constructos se arrastraron hasta el exterior, dejando a uno más para custodiar el túnel. Comenzaron a caminar con lentitud hacia la polilla. Esta se volvió hacia ellos, pareció observarlos sin ojos.

—Creo que puede sentir su forma física y sus movimientos y también el nuestro —susurró Isaac—. Pero sin un rastro mental, no nos ve… a ninguno de nosotros, como una vida sapiente. Solo somos materia física en movimiento, como árboles en una tormenta.

La polilla se estaba volviendo para encararse con los constructos que se le acercaban. Estos se separaron y empezaron a aproximarse a ella desde direcciones diferentes. No se movían deprisa y la polilla no parecía preocupada. Pero sí sentía una cierta cautela.

—Ahora —susurró Shadrach. Isaac y él alargaron el brazo y empezaron lentamente a tirar de los tubos que emergían de la parte alta de sus cascos.

Mientras los extremos abiertos de estos se aproximaban, la agitación de la polilla asesina iba en aumento. Vagaba de adelante atrás, volviendo para proteger a sus huevos y luego avanzando unos pocos metros de forma titubeante, castañeteando los dientes mientas en su cara se dibujaba un rictus horrible.

Isaac y Shadrach se miraron y empezaron a contar en silencio.

Al llegar a tres, sacaron los extremos de los tubos. En un único movimiento, tan rápidamente como podían, balancearon el metal a su alrededor y lanzaron los extremos abiertos hacia la esquina, a cinco metros de distancia.

La polilla asesina enloqueció. Siseó y chilló con un sonido espeluznante. Irguió el cuerpo, aumentando su tamaño mientras un sinfín de cuchillos exoesqueléticos emergía en orgánica amenaza de los agujeros de su carne.

Isaac y Shadrach la contemplaron en sus espejos, aterrados por su monstruosa majestad. Había extendido las alas y se había vuelto hacia la esquina en la que se agitaban los extremos de los tubos. Los dibujos de sus alas latían con energía hipnótica mal encaminada.

Isaac estaba paralizado. Las alas de la polilla asesina eran una confusión arremolinada de patrones extraños. Se acercó cautelosa y amenazadoramente hacia los extremos de los tubos, acurrucada como un depredador, ora sobre cuatro de sus patas, ora sobre seis, ora sobre dos.

Rápidamente, Shadrach empujó a Isaac hacia la bola de mierda onírica.

La dejaron a un lado y pasaron tan cerca de la polilla, hambrienta y envuelta en un intenso aroma a incienso, que casi habría podido tocarla con la mano. Veían cómo se aproximaba en sus espejos, una masiva y amenazante arma animal. Mientras pasaban junto a ella, ambos hombres giraron suavemente sobre sus talones, caminando de espaldas hacia la mierda onírica un momento y de frente al siguiente. De este modo, mantenían siempre a la polilla detrás de ellos, visible en sus espejos.

El monstruo avanzó directamente junto a los constructos y arrojó a uno de ellos a un lado sin siquiera advertir su presencia mientras una de sus serradas espinas se extendía hacia un lado, presa de una cólera estremecida y famélica.

Isaac y Shadrach caminaban cuidadosamente mientras comprobaban en sus espejos que los extremos de sus tubos de escape mental permanecían donde los habían arrojado, actuando como cebo para la polilla asesina. Dos de los constructos simiescos la seguían a corta distancia, mientras el tercero se aproximaba a sus huevos.

—Rápido —siseó Shadrach y empujó a Isaac al suelo. Este buscó a tientas su cuchillo y perdió unos segundos abriendo el cierre. Lo sacó. Titubeó un instante y entonces lo clavó con un gesto suave sobre la gruesa y pegajosa masa.

Shadrach observaba absorto en sus espejos. La polilla asesina, seguida muy de cerca por los constructos, se precipitaba de forma absurda sobre los serpenteantes extremos de los tubos.

Mientras Isaac extraía el cuchillo de la superficie de la bolsa de huevos, la polilla sacudía los dedos y la lengua tratando de encontrar al enemigo cuya mente resultaba tan tentadoramente consciente.

Isaac se cubrió las manos con las mangas de la camisa y empezó a tirar de la hendidura abierta en la masa de mierda onírica. Con gran esfuerzo, logró arrancar la tierna bola.

—Rápido —volvió a decir Shadrach.

La mierda onírica (cruda, primigenia, destilada y pura) empapó la tela que cubría las manos de Isaac, haciendo que un hormigueo se extendiera por sus dedos. Dio un último tirón. El centro de la bola de droga se abrió con un desgarro y allí, en el centro, había un pequeño racimo de huevos.

Cada uno de ellos era traslúcido y oval, más pequeño que el de una gallina. A través de su dermis semilíquida, Isaac podía ver una vaga forma arrollada. Levantó la mirada y llamó con señas al constructo que tenía más cerca.

Al otro extremo de la habitación, la polilla asesina había recogido uno de los tubos de metal y apretaba su cara contra el flujo de emociones que brotaba de su extremo abierto. Lo agitó, confusa. Abrió la boca y desenrolló la obscena e intrusiva lengua. Lamió el extremo del tubo una vez y luego introdujo la lengua en su interior, buscando ansiosamente la fuente del tentador flujo.

—¡Ahora! —dijo Shadrach. Las patas de la polilla asesina se movían a lo largo del metal arrollado, buscando. El rostro de Shadrach se puso blanco al instante. Separó las piernas y se preparó—. ¡Ahora, maldita sea, hazlo ahora! —gritó. Isaac levantó la mirada, alarmado.

Shadrach estaba mirando fijamente sus espejos. Tenía el brazo izquierdo alargado hacia atrás, apuntando con el arma taumatúrgica a la polilla asesina.

El tiempo se frenó mientras Isaac miraba sus propios espejos y veía el tubo de metal gris en las patas de la polilla. Vio la mano de Shadrach, firme como la de un muerto, empuñando su pistola, apuntando detrás de su propia espalda. Vio a los simios autómatas esperando su orden para atacar.

Volvió a mirar al repugnante puñado de huevos, rezumante y glutinoso.

Abrió la boca para gritar a los constructos, pero mientras inhalaba para proferir su orden, la polilla asesina se inclinó hacia delante un momento y entonces tiró del tubo con toda su horrenda fuerza.

La voz de Isaac fue ahogada por el chillido de Shadrach y la detonación de la pistola de pedernal. Había esperado un momento de más para disparar. El proyectil imbuido impactó con una explosión sorda en la superficie del muro. Shadrach fue arrastrado por los aires. La correa de cuero que aseguraba el casco a su cabeza se partió. El casco se alejó volando de él, trazó a gran velocidad un arco desde el extremo del tubo y chocó contra el muro. El golpe arrancó las conexiones del traje del mercenario. La perfecta trayectoria curva seguida por este se interrumpió y rodó describiendo en un feo arco roto; mientras su arma se alejaba volando de él, aterrizó con fuerza y sin equilibrio alguno sobre el duro suelo de hormigón, que quedó manchado de sangre.

Shadrach gritó y gimió, rodó sobre el suelo aferrándose la cabeza con las manos, trató de incorporarse.

Sus atribuladas ondas mentales prorrumpieron de pronto en el aire. La polilla asesina se volvió, gruñendo.

Isaac gritó a los constructos. Mientras la criatura empezaba a correr con horripilante rapidez hacia Shadrach, los dos que se encontraban detrás de ella saltaron simultáneamente. De sus bocas brotaron llamas que se desparramaron sobre el cuerpo de la polilla.

La cosa chilló y un puñado de látigos dérmicos brotó de su chamuscada espalda para atacar a los constructos. Pero la polilla no frenó su avance sobre Shadrach. Una excrecencia tentacular se enrolló con un chasquido alrededor del cuello de uno de los constructos y la arrancó del cuerpo de la polilla asesina con asombrosa facilidad. Lanzó el cuerpo de metal contra el muro con la misma brutalidad que había demostrado con el casco.

Se produjo un terrible sonido mientras el constructo se hacía pedazos y arrojaba metal destrozado y aceite llameante por el suelo. Ardió a poca distancia de donde se encontraba Shadrach, fundía el metal y quebraba el hormigón.

El constructo que había junto a Isaac lanzó un escupitajo de potente ácido sobre el racimo de huevos. Al instante, estos empezaron a humear, a separarse y a disolverse.

La polilla asesina profirió un aullido impío, inmisericorde, terrible.

Al instante se volvió, se apartó de Shadrach y recorrió la habitación hacia su progenie. Su cola se sacudía violentamente de un lado a otro, golpeó a Shadrach mientras yacía gimiendo sobre el suelo, lo hizo desplomarse sobre su propia sangre.

Isaac pisoteó una vez, salvajemente, el racimo de huevos que se estaba convirtiendo en líquido, y entonces retrocedió para apartarse del camino de la polilla asesina. Sus pies resbalaban sobre la gelatinosa masa. Corrió a medias y a medias trepó hacia el muro, llevando en una mano el cuchillo y en la otra el precioso dispositivo que mantenía ocultas sus ondas mentales.

El constructo que seguía pegado a la espalda de la polilla volvió a vomitar fuego sobre su piel y la criatura chilló de dolor. Las patas segmentadas volaron hacia atrás y tantearon la espalda en busca del simio. Sin detenerse, la polilla logró apresarlo por uno de los brazos y se lo arrancó de la piel.

Lo aplastó contra el suelo, hizo añicos sus lentes de cristal, destrozó la metálica carcasa de la cabeza y dejó una estela de válvulas y cables. Por fin, lo arrojó lejos de sí, convertido en montón de chatarra. El último constructo retrocedió, tratando de ganar distancia para poder rociar a su enorme y enloquecido enemigo.

Antes de que el autómata pudiera escupir su ácido, dos enormes pestañas de hueso serrado restallaron más rápidas que látigos y lo partieron sin esfuerzo por la mitad.

La parte superior se sacudió convulsa mientras trataba de arrastrarse por el suelo. El ácido que había llevado en su interior formó un charco humeante y acre sobre el polvo que empezó a disolver a los cactos muertos que lo rodeaban.

La polilla pasó las patas sobre la viscosa y humeante masa que habían sido sus huevos. Ululó y gimió.

Isaac se alejó arrastrándose de la criatura al tiempo que la observaba en sus espejos, y avanzó a tientas a lo largo del muro en dirección a Shadrach, que yacía gimiendo y llorando, aturdido por el dolor.

En los espejos que tenía delante de los ojos, Isaac vio que la polilla asesina se volvía. Siseaba, agitando la lengua. Extendió las alas y se arrojó sobre Shadrach.

Isaac trató desesperadamente de alcanzar al otro hombre, pero fue demasiado lento. La monstruosa criatura volvió a adelantarlo e Isaac se giró suavemente una vez más, manteniendo siempre al terrible depredador en sus espejos.

Mientras observaba presa del horror, Isaac vio cómo la polilla alzaba a Shadrach. Este tenía los ojos en blanco. Estaba aturdido y dolorido, empapado de sangre.

Comenzó a deslizarse de nuevo muro abajo. El ser alargó por completo las patas y entonces, tan rápidamente que hubo terminado antes siquiera de que Isaac se diera cuenta de nada, lo atacó con dos de las alargadas y dentadas garras, atravesó con ellas las muñecas de Shadrach y lo apresó físicamente contra el muro.

Shadrach e Isaac gritaron a un tiempo.

Mientras mantenía las dos lanzas óseas en el lugar, la polilla extendió sus dos manos cuasihumanas y palpó los ojos de Shadrach. Isaac lanzó un gemido, tratando de advertirlo, pero el gran guerrero estaba confuso, presa de la agonía, y miraba desesperadamente a su alrededor para ver qué era lo que le causaba tanto dolor.

En vez de eso, vio las alas de la polilla.

Se calmó al instante y la criatura, la cabeza todavía humeando y crepitando a causa del calor del ataque del constructo, se inclinó hacia delante para alimentarse.

Isaac apartó la mirada. Volvió la cabeza cuidadosamente para no ver cómo aquella probóscide sorbía la consciencia del cerebro de Shadrach. Isaac tragó saliva y comenzó a cruzar lentamente la habitación en dirección al agujero y al túnel. Las piernas le temblaban y apretó la mandíbula. Su única esperanza era marcharse. De ese modo podría sobrevivir.

Puso mucho cuidado en ignorar los babeantes sonidos de succión, los líquidos gemidos de placer y el drip-drip-drip de saliva o sangre que venía de detrás de sí. Isaac avanzaba cuidadosamente hacia la única salida de la habitación.

Mientras se acercaba a esta, vio el extremo del tubo de metal unido a su casco que todavía yacía junto al muro. Entonó en silencio una plegaria. Su esencia mental aún estaba derramándose en la habitación. La polilla asesina debía de saber que había otra criatura inteligente en ella. Cuanto más se acercaba al túnel, más próximo se encontraba a la salida del tubo. Ya no estaría confundiendo al ser sobre su posición.

Y sin embargo, con todo, parecía que estaba de suerte. La polilla asesina parecía tan concentrada en devorar su presa y, a juzgar por los sonidos de tejido desgarrado, en cobrarse venganza sobre el cuerpo destrozado del pobre Shadrach, que no le estaba prestando la menor atención a la aterrorizada presencia que había detrás de ella. Isaac pudo seguir adelante, pasar junto a ella, alejarse, llegar junto al borde de la madriguera.

Pero allí, mientras se alzaba sereno, preparado para dejarse caer silenciosamente en la oscuridad en la que todavía esperaba el constructo y alejarse a rastras de aquella guarida de pesadilla para regresar a la cúpula, sintió una trepidación bajo sus pies.

Miró abajo.

El sonido de un frenético batir de alas se arrastraba por el túnel hacia él. Retrocedió un paso, aterrorizado por completo. Sintió que el enladrillado temblaba desde abajo.

Con un estrépito todopoderoso, el simio constructo vino catapultado desde el túnel y chocó con fuerza contra el muro de ladrillos. Trató de frenarse con los brazos, de voltearse y regresar erguido al suelo, pero llevaba demasiado impulso y los dos brazos se le partieron limpiamente a la altura de los hombros.

Trató de incorporarse, mientras de su boca brotaba humo y fuego, pero una nueva polilla emergió del túnel y pasó sobre su cabeza destrozando su intrincada maquinaria.

La polilla penetró de un salto en la habitación y, durante un largo e inmisericorde momento, Isaac la miró directamente, con las dos alas extendidas por completo.

Solo al cabo de varios instantes de terror y desesperación, advirtió que la recién llegada lo ignoraba y se arrojaba, pasando junto a él y sobre los cuerpos que llenaban la habitación, hacia los destruidos huevos. Y mientras corría, volvió la cabeza sobre el alargado y sinuoso cuello y los dientes le castañetearon con algo que parecía miedo.

Isaac volvió a pegarse al muro y observó con sus espejos a las dos polillas asesinas.

La segunda de ellas abrió los dientes y escupió una especie de sonido agudo y sostenido. La segunda sorbió con todas sus fuerzas una última vez y dejó que el cuerpo arruinado y vacío de Shadrach se desplomase. Entonces retrocedió con su hermana hacia la glutinosa masa de la mierda onírica y los huevos.

Ambas criaturas extendieron las alas. Se irguieron, las puntas de las alas tocándose, los diferentes miembros blindados extendidos, y esperaron.

Isaac se introdujo lentamente en el agujero, sin atreverse siquiera a preguntarse qué estaba ocurriendo, por qué razón lo estaban ignorando. Detrás de él, el metálico tubo de escape serpenteaba como una cola imbécil. Mientras Isaac, presa del desconcierto, contemplaba sus espejos, incapaz de encontrarle sentido a la escena que se estaba desarrollando detrás de él, el espacio que rodeaba la entrada del túnel vibró un instante. Se combó y entonces floreció súbitamente y allí, en la madriguera, con él, se encontraba la Tejedora.

Isaac la miró, boquiabierto, asombrado. La enorme criatura arácnida se erguía sobre él, mirándolo con un racimo de ojos resplandecientes. Las polillas asesinas se pusieron tensas.

SOMBRÍO Y CONFUSO MUGRIENTO Y NEBULOSO ERES ERES… se alzó aquella voz inconfundible en los oídos de Isaac… especialmente en el que le faltaba.

—¡Tejedora! —casi sollozó.

La enorme presencia de la araña avanzó dando un salto y aterrizó sobre sus cuatro patas traseras. Gesticuló intrincadamente en el aire con las cuchillas de sus patas.

DESCUBRIMOS AL DESTRUCTOR DESGARRANDO EL TEJIDO DEL MUNDO SOBRE EL CRISTAL ABRASADOR Y BAILAMOS UN DÚO ÁVIDO DE SANGRE MÁS VIOLENTO CADA SALVAJE MOMENTO NO PUEDO GANAR CUANDO ESTAS CUATRO MALDITAS ESQUINAS ME ENCIERRAN… dijo la Tejedora y avanzó sobre sus enemigas. Isaac no podía moverse. Asistió en los fragmentos de uno de sus espejos el extraordinario enfrentamiento que estaba teniendo lugar detrás de él… CORRE ESCÓNDETE PEQUEÑO ERES HABILIDOSO PARA ARREGLAR LOS DESGARROS SE TE ACERCA UNO HA SIDO ATRAPADO PARA ATRAPARTE Y DESTROZADO COMO EL TRIGO Y ES HORA DE HUIR ANTES DE QUE LOS DESPOSEÍDOS HERMANOSHERMANAS INSECTOS LLEGUEN PARA LLORAR AQUELLO QUE HAS AYUDADO A DESTRUIR

Estaban volviendo, se percató Isaac. La Tejedora lo estaba advirtiendo de que habían sentido la muerte de los huevos y estaban regresando, demasiado tarde, para proteger el nido.

Se sujetó a los bordes del túnel, se preparó para desaparecer en su interior. Pero lo demoró un instante, boquiabierto de asombro, la respiración entrecortada y lleno de maravilla, la visión de la batalla entre la Tejedora y las polillas asesinas.

Era una escena primigenia, algo situado mucho más allá del entendimiento humano. Una visión titilante de cuchillas de cuerno que se movían demasiado deprisa como para que un ojo humano pudiera captarlas, una danza de una complejidad imposible de innumerables miembros que se desplazaban por diversas dimensiones. Sangres de diferentes colores y texturas salpicaron las paredes y el suelo y mancillaron los cuerpos muertos. Detrás de las formas confusas, enmarcando sus siluetas, el fuego químico siseaba y se extendía por el suelo de hormigón. Y mientras la lucha se prolongaba, la Tejedora continuaba cantando su incesante monólogo:

OH CÓMO LO LOGRA CÓMO ME LLEVA AL ÉXTASIS BURBUJEO Y HIERVO ESTOY BORRACHA EBRIA DE MIS JUGOS Y DEL FERMENTO DE ESTOS ALETEANTES DEMENTES… cantaba.

Isaac contemplaba asombrado. Estaban ocurriendo cosas extraordinarias. Las estocadas y las acometidas continuaban con fervor, pero ahora las polillas asesinas estaban azotando el aire con sus vastas lenguas, adelante y atrás una vez tras otra. Las pasaban con la velocidad del rayo sobre el cuerpo de la Tejedora mientras esta parpadeaba entrando y saliendo del plano material. Isaac vio que sus estómagos se distendían y contraían, las vio lamer el estómago de la Tejedora en toda su extensión y entonces retroceder tambaleándose, como si estuvieran borrachas, y luego regresar con vigor y volver a atacar.

La Tejedora aparecía y desaparecía de la vista, estaba un minuto enfocada en toda su brutal materialidad y al siguiente se volvía borrosa, brincaba un instante sobre la punta de una de sus patas, cantaba sin palabras antes de regresar bruscamente convertida de nuevo en asesina voraz.

Inimaginables dibujos revoloteaban por las alas de las polillas, completamente diferentes a cualquier otro que Isaac les hubiera visto producir antes. Lamían ansiosas al mismo tiempo que trataban de cortar y atravesar a su enemiga. La Tejedora hablaba calmada a Isaac al mismo tiempo que luchaba.

…AHORA ABANDONA ESTE LUGAR Y REAGRÚPATE MIENTRAS YO LA BORRACHA Y ESTAS MIS DESTILADORAS REÑIMOS Y NOS SAJAMOS ANTES DE QUE ESTAS DOS SE CONVIERTAN EN UN TRIUNVIRATO O ALGO PEOR Y YO ME ESCABULLA PARA SALVARME MÁRCHATE AHORA POR LA CÚPULA AL EXTERIOR NOS VEREMOS CONVERSAREMOS VETE DESNUDO VETE DESNUDO COMO UN HOMBRE MUERTO AL AMANECER DE UN RÍO Y YO TE ENCONTRARÉ SERÁ PAN COMIDO QUÉ PATRÓN QUÉ COLORES QUÉ HEBRAS MÁS INTRINCADAS ESO ESTARÁ BIEN TEJIDO Y AHORA MISMO CORRE POR TU PIEL…

La demente y embriagada lucha continuaba. Mientras Isaac la observaba, vio que la Tejedora era obligada a retroceder, con el incesante flujo y reflujo de su energía, como un viento furioso, pero retrocediendo gradualmente. El terror de Isaac regresó de repente. Penetró en la oscuridad y se abrió camino a tientas lo más rápidamente que pudo sobre el agrietado suelo del túnel. La piedra le arañaba la piel de las manos y las rodillas.

Brilló una luz tenue delante de él y avivó su marcha. Lanzó un aullido de sorpresa y dolor mientras sus palmas se posaban sobre un pedazo de metal suave y ardiente. Titubeó, y tanteó delante de sí con las manos cubiertas por las mangas. Las paredes y el suelo y el techo estaban recubiertos por lo que parecía una plancha de acero de más de un metro de anchura. La perplejidad le arrugó el rostro. Reunió fuerzas y pasó lo más rápidamente que pudo sobre el metal, caliente como un caldero al fuego, tratando de mantener su piel alejada de la superficie.

Respiraba tan deprisa y con tanta fuerza que casi gemía. Se precipitó por la salida y se desplomó sobre el suelo de la oscura habitación en la que Yagharek esperaba.

Isaac perdió el conocimiento durante tres o cuatro segundos. Cuando volvió en sí, vio a Yagharek gritando delante de él, bailando de un pie a otro. El garuda estaba tenso pero parecía sereno. Controlado por completo.

—Despierta —escupía—. Despierta. —Lo estaba sacudiendo por el cuello de la camisa. Isaac abrió los ojos por completo. Las sombras que envolvían el rostro de Yagharek estaban empezando a desaparecer, advirtió. El maleficio de Tansell debía de estarse disipando.

—Estás vivo —dijo Yagharek. Su voz era seca, cortante, privada de emoción. Hablaba para ganar tiempo y ahorrar esfuerzo, para conservarse—. Mientras esperaba, por la ventana entró el hocico ciego y luego el cuerpo de una polilla. Me volví y la observé por los espejos. Estaba corriendo, confundida. Yo estaba preparado con mi látigo y la golpeé de espaldas. Le desgarré la piel la hice chillar. Creí que eso significaría mi muerte, pero la cosa pasó junto al constructo y a mí a toda prisa y se arrojó al agujero plegando las alas en un espacio imposible. Me ignoró. Miraba detrás de sí como si la estuvieran persiguiendo. Sentí un ruido estrepitoso en el espacio situado detrás de ella, algo que se movía tras la epidermis del mundo y que desaparecía en el túnel tras la polilla asesina. Envié al simio detrás de ella. Escuché el sonido de algo que era estrujado, el latigazo del metal retorcido. No sé lo que ocurrió.

—La maldita Tejedora fundió al constructo —dijo Isaac con voz temblorosa—. Solo los dioses saben por qué lo hizo —se puso en pie rápidamente.

—¿Dónde está Shadrach? —dijo Yagharek.

—Lo han pillado, joder. Se lo han bebido —Isaac se arrastró hasta la ventana, se asomó al exterior y contempló las calles iluminadas por antorchas. Oyó el pesado y sordo sonido de los cactos corriendo. Mientras las antorchas eran arrastradas por las calles aledañas, las sombras se deslizaban y se movían como aceite sobre el agua. Isaac se volvió para mirar a Yagharek.

—Ha sido espantoso, horrible —dijo con voz ronca—. No había nada que yo pudiera hacer… Yagharek, escucha. La Tejedora estaba allí y me dijo que teníamos que salir cuanto antes porque las polillas pueden oler los problemas… mierda, escucha. Quemamos sus huevos —escupió las palabras con desnuda satisfacción—. Esa maldita cosa había puesto y conseguimos esquivarla y quemar los malditos huevos, pero las otras polillas podían sentirlo y se están dirigiendo hacia aquí ahora mismo… tenemos que salir.

Yagharek permaneció inmóvil un momento, pensando deprisa. Miró a Isaac y asintió.

Rehicieron sus pasos rápidamente por las oscuras escaleras. Frenaron su marcha mientras se aproximaban al primer piso, recordando la pareja que hablaba tranquilamente en el cuarto, pero bajo la titilante luz que entraba en el lugar por la puerta abierta pudieron ver que la habitación estaba desierta. Todos los cactos que habían estado durmiendo estaban ahora despiertos y habían salido a las calles.

—¡Maldita sea! —profirió Isaac—. Nos han visto, nos han visto, joder. Toda la cúpula debe de estar bullendo. Estamos perdiendo nuestro camuflaje.

Se detuvieron frente a la puerta principal. Isaac y Yagharek se asomaron a la calle. Por todas partes se escuchaba el susurro crepitante de las antorchas alzadas. Al otro lado de la calle se encontraba el pequeño paseo en el que esperaban sus compañeros, cuyas antorchas seguían apagadas. Yagharek se estiró tratando de ver en la oscuridad, pero no pudo.

Al final de la calle situada junto al muro de la cúpula, bajo los achaparrados y tapiados restos de la casa en la que, se percató Isaac, se encontraba el nido de las polillas asesinas, podía verse un grupo de cactos. Frente a ellos, en el lugar en el que la carretera se unía a otras y giraba hacia el templo y el centro de la cúpula, pequeños grupos de guerreros cactos corrían en todas direcciones.

—Por los dioses, deben de haber oído todo ese tumulto —siseó Isaac—. Será mejor que nos movamos cuanto antes o estamos muertos. De uno en uno —agarró a Yagharek y apoyó los brazos contra la espalda del garuda—. Tú primero, Yag. Eres más rápido y más difícil de ver. Vete. Vete. —Empujó a Yagharek a la calle.

Yagharek no era torpe de pies. Ganó rápida y fácilmente velocidad. No era una huida empujada por el pánico que pudiera llamar la atención. Mantuvo un paso lo suficientemente lento como para que, si uno de los cactos entreveía movimiento, pudiera pensar que se trataba de uno de ellos. Las sombras y la inmovilidad seguían barnizando su figura fugaz.

Había más de doce metros hasta la oscuridad. Isaac contuvo el aliento mientras observaba cómo se movían los músculos bajo la espalda de Yagharek, erizada de cicatrices.

Los cactos estaban farfullando en su áspera jerga, discutiendo sobre quién iba a entrar. Dos de ellos llevaban enormes martillos y se estaban turnando para echar abajo la entrada tapiada de la última de las casas, donde, por lo que Isaac sabía, las polillas asesinas y la Tejedora seguían interpretando juntas una danza mortal.

La oscuridad del paseo aceptó a Yagharek.

Isaac respiró profundamente y se precipitó también hacia ella.

Se alejó a un trote rápido de la puerta, entró en la calle, confiando en que su extraña capa de sombras se hiciera más intensa. Comenzó a correr hacia el paseo.

Mientras alcanzaba el punto medio de la intersección, se escuchó un golpeteo, una tormenta de alas. Isaac miró hacia atrás y hacia arriba, a la ventana situada sobre el vértice del frontón de la entrada.

Arañándola con repulsiva desesperación, la polilla asesina estaba entrando penosamente por ella para regresar a casa.

Se le encogió el corazón, pero la bestia ignoraba su presencia. Todo su fervor estaba reservado para su destruida progenie.

Mientras Isaac volvía el rostro de nuevo, se dio cuenta de que los cactos que se encontraban al otro lado de la calle habían también escuchado el ruido. Desde allí no podían ver la ventana, no podían ver la forma monstruosa que se estaba infiltrando en la casa. Pero podían ver a Isaac, huyendo de ellos, gordo y furtivo.

—Oh, mierda —jadeó Isaac, que empezó a correr pesadamente.

Se alzó una confusión de gritos. Una voz se elevó sobre ellos y empezó a dar órdenes secas. Algunos de los guerreros cactos que se encontraban junto a la puerta se apartaron del grupo y corrieron directamente hacia Isaac.

No eran muy rápidos, pero él tampoco. Empuñaban sus enormes armas de forma experta, sin que los estorbaran al correr.

Isaac apretó el paso todo lo que pudo.

—¡Estoy de vuestro puto lado! —gritó mientras lo hacía. Pero fue en vano. Sus palabras resultaban inaudibles. E incluso si hubieran podido escucharlo, no era probable que los guerreros cactos, aterrorizados y aturdidos y pugnaces, le hubieran hecho el menor caso antes de matarlo.

Los cactos estaban gritando para llamar a otras patrullas. Desde las calles vecinas se alzaron voces en respuesta.

Desde el callejón al que Isaac se encaminaba surgió con un chasquido una flecha que pasó siseando a su lado y se hincó en algún cuerpo detrás de él. Hubo un jadeo y una imprecación de dolor por parte de uno de sus perseguidores. Isaac distinguió unas sombras en la oscuridad del paseo. Pengefinchess emergió de las sombras mientras tensaba la cuerda de su arco una vez más. Le ordenó que se apresurara. Detrás de ella se erguía Tansell, con la pistola de chispa desenfundada y apuntando de forma insegura por encima de su cabeza. Sus ojos estaban escudriñando desesperadamente lo que ocurría detrás de Isaac. Gritó algo.

Un poco más atrás, preparados para correr, Derkhan, Lemuel y Yagharek estaban agachados. Yagharek empuñaba su látigo, enrollado y dispuesto.

Isaac penetró corriendo en las sombras.

—¿Dónde está Shad? —volvió a exclamar Tansell.

—Muerto —respondió Isaac. Instantáneamente, Tansell lanzó un aullido de terrible angustia. Pengefinchess no lo miró, pero su brazo se convulsionó y estuvo a punto de soltar la flecha. Se detuvo y volvió a apuntar. Tansell disparó a ciegas sobre la cabeza de ella. La pistola de chispa bramó y el retroceso hizo que se tambaleara hacia atrás. Una gran nube de perdigones se desperdigó sin causar daño sobre las cabezas de los hombres cacto.

—¡No! —gritó Tansell—. ¡Oh, Jabber, no! —estaba mirando fijamente a Isaac, rogando con desesperación que le dijera que no era cierto.

—Lo siento, amigo, de veras, pero tenemos que irnos de una vez por todas —dijo Isaac con urgencia.

—Está bien, Tan —dijo Pengefinchess con la voz desesperadamente firme. Disparó otra flecha de punta preparada que cortó un gran tajo de carne de cacto. Se irguió, mientras aprestaba un tercer proyectil.

—Vamos, Tan. No pienses. Solo muévete.

Hubo un zumbido agudo y el chakri de uno de los cactos impactó contra el tabique que había junto a la cabeza de Tansell. Se clavó profundamente en su interior y arrojó a su alrededor una dolorosa explosión de fragmentos de mortero.

El escuadrón de cactos se aproximaba rápidamente. Sus rostros, contraídos de furia, resultaban ya visibles.

Pengefinchess empezó a retroceder, arrastrando a Tansell.

—¡Vamos! —exclamó. Tansell se movió con ella al tiempo que musitaba y gemía. Había dejado caer el arma y apretaba las manos como si fuesen garras.

Pengefinchess empezó a correr, tirando de su camarada. Los demás la siguieron por el intrincado laberinto de callejuelas por el que habían llegado.

Detrás de ellos, el aire zumbaba de proyectiles. Chakris y hachas arrojadizas silbaban al pasar junto a ellos.

Pengefinchess corría y saltaba a velocidad asombrosa. Ocasionalmente se volvía y disparaba hacia atrás, sin apenas molestarse en apuntar, antes de reanudar su carrera.

—¿Y los constructos? —gritó a Isaac.

—Jodidos —resolló este—. ¿Sabes cómo regresar a las alcantarillas?

Ella asintió y dobló una esquina abruptamente. Los demás la siguieron. Mientras Pengefinchess se sumergía en las decrépitas callejuelas que rodeaban el canal en el que se habían escondido, Tansell se volvió de pronto. Su rostro había cobrado un intenso color rojo. Mientras Isaac lo observaba, un pequeño capilar estalló en el rabillo de su ojo.

Estaba llorando sangre. No pestañeó. No se la limpió.

Al otro extremo de la calle, Pengefinchess se volvió y le gritó que no fuera estúpido, pero él la ignoró. Sus manos y sus miembros estaban temblando violentamente. Alzó las nudosas manos e Isaac vio que sus venas sobresalían inmensamente, como un mapa dibujado en relieve sobre su piel.

Tansell empezó a recorrer la calle en sentido opuesto, hacia el recodo en el que iban a aparecer los cactos.

Pengefinchess le gritó una última vez y entonces dio un poderoso salto para cruzar un muro derruido. Ordenó a voces a los demás que la siguieran.

Isaac retrocedió rápidamente hacia el tabique destrozado mientras observaba la figura cada vez más lejana del mercenario.

Derkhan estaba subiendo con dificultades una pequeña escalera de ladrillos rotos, vaciló y saltó al patio oculto en el que la vodyanoi se peleaba con la tapa del pozo de visita. Yagharek tardó menos de dos segundos en escalar el muro y dejarse caer al otro lado. Isaac alargó los brazos hacia arriba y volvió a mirar hacia atrás. Lemuel venía corriendo a toda velocidad por el callejón, ignorando la figura desesperada de Tansell que había detrás de él.

Este esperaba en la entrada del paseo. Se agitaba por el esfuerzo y su cuerpo era recorrido por el flujo taumatúrgico. Tenía el cabello erizado. Isaac vio cómo su cuerpo despedía pequeñas chispas de ébano, que trazaban fugaces arcos de energía. La poderosa carga que crepitaba y brotaba desde debajo de su piel era completamente oscura. Brillaba negativamente, despidiendo no-luz.

Los cactos doblaron la esquina y aparecieron frente a él.

La vanguardia del grupo se vio sorprendida por aquella extraña figura que despedía un resplandor oscuro, de manos dobladas y agarrotadas como las de un vengativo esqueleto y que hacía crepitar el aire con taumaturgones. Antes de que pudieran reaccionar, Tansell dejó escapar un gruñido y zigzagueantes rayos de la negra energía emanaron de su cuerpo en dirección a ellos.

Trepidaron por el aire como relampagueantes bolas y golpearon a varios cactos. Las energías del maleficio estallaron contra sus víctimas y se disiparon por toda su piel en crepitantes venas. Los hombres cacto volaron varios metros hacia atrás y sus cabezas fueron a chocar contra los adoquines. Uno de ellos quedó inmóvil. Los demás se retorcieron, aullando de dolor.

Tansell alzó los brazos todavía más y un guerrero se adelantó, al tiempo que blandía su hoja de guerra detrás de los hombros. La balanceó en un enorme y poderoso arco.

La pesada arma cayó sobre el hombro izquierdo de Tansell. Instantáneamente, al contacto con su piel, condujo la anti-carga que recorría el cuerpo del mercenario. El atacante se convulsionó poderosamente y la fuerza de la corriente lo derribó de espaldas; de su brazo destrozado empezó a brotar savia, pero el impulso de su terrible golpe condujo la hoja a través de capas de grasa y sangre y hueso y abrió a Tansell un enorme tajo en la carne de medio metro de longitud, desde el hombro hasta más allá del esternón. La hoja permaneció hincada por encima del estómago, estremeciéndose.

Tansell gritó una vez, como un perro sobresaltado. La oscura anti-carga se derramó crepitando por la enorme herida, que empezó a escupir sangre en un vasto y goteante torrente. Los cactos se arremolinaron a su alrededor, pateando y golpeando al hombre que agonizaba a toda velocidad.

Isaac dejó escapar un grito de angustia y alargó los brazos hacia lo alto del muro. Le hizo un gesto a Lemuel. Miró abajo, hacia el oscuro patio. Derkhan y Pengefinchess habían abierto el camino que conducía hacia la ciudad subterránea.

Los cactos no habían abandonado la persecución. Algunos de los que no estaban cebándose en el cuerpo de Tansell seguían corriendo en su dirección, agitando las armas hacia Isaac y Lemuel. Mientras este último llegaba al muro, se alzó con fuerza el sonido de un arco hueco. Hubo un chasquido carnoso. Lemuel gritó y cayó.

Un enorme chakri dentado se había clavado profundamente en su espalda, justo encima de las nalgas: sus plateados bordes sobresalían de la herida, que derramaba sangre copiosamente.

Lemuel alzó la vista hacia el rostro de Isaac y lanzó un grito lastimero. Sus piernas temblaban. Sacudía las manos, levantando nubes de polvo de ladrillo a su alrededor.

—¡Oh Jabber Isaac ayúdame por favor! —gritó—. Mis piernas… Oh Jabber, oh dioses… —tosió un enorme esputo de sangre que resbaló horriblemente por su barbilla.

Isaac estaba paralizado por el horror. Se quedó mirando a Lemuel, cuyos ojos estaban preñados de terror y agonía. Levantó la vista un breve instante y vio que los cactos se precipitaban sobre el herido, aullando triunfantes. Mientras observaba, uno de ellos reparó en su presencia, levantó su arco hueco y apuntó cuidadosamente a su cabeza.

Isaac se agachó, se encaramó con dificultades al muro y pasó la mitad de su cuerpo al lado que daba al pequeño patio. Desde abajo, el pozo de visita abierto despedía fétidos vapores.

Lemuel lo miró, incrédulo.

—¡Ayúdame! —chilló—. Jabber, joder, no, oh Jabber no… ¡No te vayas! ¡Ayúdame!

Agitaba los brazos como un niño con una rabieta mientras los hombres cacto caían sobre él; se rompió las uñas y se arañó los dedos hasta dejárselos en carne viva mientras trataba frenéticamente de trepar por el desmoronado muro arrastrando sus inútiles piernas detrás de sí. Isaac lo observaba, mortificado, consciente de que no había absolutamente nada que él pudiese hacer, de que no tenía tiempo de bajar a recogerlo, de que los cactos casi estaban ya sobre él, de que sus heridas acabarían por matarlo aún en el caso de que lograse llevarlo hasta el otro lado del muro, y consciente también de que, a pesar de todo ello, el último pensamiento de Lemuel estaría dirigido a su traición.

Desde el otro lado del mohoso hormigón del muro, Isaac escuchó los gritos de Lemuel mientras los cactos lo alcanzaban.

—¡Él no tiene nada que ver en esto! —gritó en un ataque de pena. Pengefinchess, el rostro impasible, desapareció por la alcantarilla que discurría hacia abajo—. ¡Él no tiene absolutamente nada que ver en esto! —exclamó Isaac, desesperado porque los aullidos de Lemuel cesasen. Derkhan siguió a la vodyanoi, el rostro blanco y sangrando por el destrozado agujero de su oído—. ¡Dejadlo en paz cabrones, mierdas, estúpidos cactos hijos de puta! —chilló Isaac por encima de la cacofonía de Lemuel. Yagharek descendió hasta la altura de los hombros y sujetó a Isaac fieramente por el tobillo; le ordenó con un gesto que lo siguiera, haciendo ruido con el inhumano pico mientras le hablaba con agitación.

—Os estaba ayudando… —gritó Isaac con horror exhausto.

Mientras Yagharek desaparecía, Isaac se agarró al borde del pozo y entró en él. Con esfuerzo logró introducir su corpachón por el agujero de metal y recogió nerviosamente la tapa, preparándose para volver a colocarla mientras desaparecía de la vista.

Lemuel continuó gritando, de miedo y de dolor, por encima del muro. Los brutales sonidos de los aterrorizados y triunfantes cactos que castigaban al intruso continuaban y continuaban.

Se pararán, pensó Isaac desesperadamente mientras descendía. Están asustados y confusos, no saben lo que está ocurriendo. En cualquier momento le atravesarán la cabeza con un chakri o un cuchillo o una bala, lo terminarán, le pondrán fin. No tienen razones para mantenerlo con vida, pensó. Lo matarán porque piensan que está con las polillas, harán lo que deban para limpiar la cúpula, lo terminarán, son presa del pánico, no son torturadores, pensó, solo quieren ponerle fin al horror… Le pondrán fin en cualquier momento, pensó, sintiéndose miserable. Esto terminará ahora mismo.

Y sin embargo el sonido de los gritos de Lemuel continuó mientras descendía a la fétida oscuridad y mientras colocaba la tapa metálica sobre su cabeza. E incluso entonces se filtraron, tenues y absurdos, por la tapa, incluso después de que Isaac se dejara caer sobre el arroyo de aguas fecales y cálidas y se arrastrara por él en pos de los demás supervivientes. Incluso creyó que podía oírlos mientras avanzaba penosamente, envuelto en los sonidos goteantes, chorreantes y reverberantes de las aguas, bajo la fuerte corriente, a lo largo de aquellos canales ancestrales, como venas sinuosas, alejándose del Invernadero en una confusa y desordenada huida hacia la relativa seguridad de la inmensa ciudad nocturna.

Pasó mucho tiempo antes de que cesaran.