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—No os alarméis por mi avatar —siseó el hombre sin cerebro a Isaac y los demás, sus ojos aún alerta, inciertos—. No puedo sintetizar una voz, de modo que he reclamado este cuerpo descartado que flotaba en el río para poder interceder ante la vida de sangre. Eso —el hombre señaló a su espalda, a la enorme y amenazadora figura del constructo que emergía de la basura— soy yo. Esto —golpeó su carcasa trémula— es mi mano y mi lengua. Sin el viejo cerebelo para confundir al cuerpo con sus impulsos contradictorios, puedo instalar mi propia entrada. —En un macabro movimiento, el hombre alzó la mano y tocó el cable que se hundía tras sus ojos, hacia el muñón de carne en lo alto de la espina dorsal.

Isaac sintió el enorme peso del constructo tras él. Se movió inquieto. El zombi desnudo se había detenido a unos tres metros de ellos, agitando su mano espasmódica.

—Sois bienvenidos —continuó con voz temblorosa—. Sé de vuestras obras mediante los informes de vuestra limpiadora. Es uno de los míos. Deseo hablar con vosotros acerca de las polillas. —El hombre destrozado miraba a Isaac.

Este se volvió hacia Derkhan y Lemuel. Yagharek dio un paso hacia ellos. Isaac alzó la mirada y vio que los humanos en la esquina no dejaban de rezar a aquel autómata esquelético. Mientras observaba, divisó al técnico que lo había visitado en el almacén. El rostro del hombre era todo un estudio de fervorosa devoción. Los constructos que los rodeaban, salvo los cinco guardias a su espalda, los modelos de más recia construcción, seguían inmóviles.

Lemuel se humedeció los labios.

—Habla con él. Isaac. No seas maleducado…

Isaac fue a replicar, pero guardó silencio.

—Eh… —comenzó. Su voz estaba fría—. Consejo de los Constructos… Estamos… honrados, pero no sabemos…

—No sabéis nada —dijo la temblorosa y sanguinolenta figura—. Yo comprendo. Sed pacientes y comprenderéis. —El hombre se alejó lentamente de ellos sobre el suelo irregular, retirándose bajo la luz de la luna hacia su oscuro señor autómata—. Yo soy el Consejo de los Constructos —dijo con voz trémula y desapasionada—. Nací del azaroso poder y del virus y de la casualidad. Mi primer cuerpo se encuentra aquí, en el vertedero, olvidado por un fallo en el programa. Mientras mi materia se descomponía el virus circuló por mis motores y, de forma espontánea, hallé el pensamiento. Me oxidé en silencio durante un año al tiempo que organizaba mi nuevo intelecto. Lo que comenzó como un estallido de consciencia se tornó raciocinio y opinión. Me construí. Ignoré a los basureros que pululaban durante el día, mientras apilaban los residuos de la ciudad en torres a mi alrededor. Cuando estuve preparado, me mostré al más callado de aquellos hombres. Le escribí un mensaje y le dije que trajera un constructo hasta mí. Temeroso, el humano obedeció y conectó, mediante un cable extenso, el aparato a mis salidas: mi primer miembro. Poco a poco, buscó en el vertedero las piezas adecuadas para mi cuerpo. Comencé a fabricarme, soldando y martillando y remachando durante la noche. El basurero estaba fascinado. Al ocaso hablaba de mí en las tabernas, una leyenda sobre la máquina vírica. Nacieron rumores y mitos. Una noche, en medio de su grandiosa mentira, encontró a otro que tenía un constructo autoorganizado. Era un autómata de compra cuyo mecanismo había fallado, cuyos engranajes se habían rebelado dando lugar a una Inteligencia Construida, a un ser pensante. Un secreto que su antiguo propietario apenas podía creer. Mi basurero ordenó a su amigo que trajera a aquel constructo hasta mí. Aquella noche, hace ya años, conocí a otro como yo. Instruí a mi adorador para que abriera el motor analítico del otro, mi compañero, y nos conectara. Fue una revelación. Nuestras mentes virales enlazadas y nuestros cerebros de pistones a vapor no doblaron su capacidad, sino que la hicieron florecer de forma exponencial. Los dos devenimos uno. Mi nueva parte, el constructo de compra, se marchó al amanecer. Regresó dos días más tarde con nuevas experiencias. Se había separado. Ahora teníamos dos días de historia divergente. Hubo otra comunión y fuimos yo de nuevo. Seguí construyéndome, ayudado por mis adoradores. El basurero y sus amigos buscaron una religión disidente para explicarme. Hallaron a los Engranajes del MecaDios, con su doctrina sobre el cosmos mecanizado, y se encontraron como líderes de una secta herética dentro de una iglesia ya blasfema. Su anónima congregación me visitó. El constructo de compra, mi segundo yo, conectó y fuimos uno de nuevo. Los adoradores vieron la mente mecánica que se había dado existencia mediante la pura lógica, un intelecto de máquina generado a sí mismo. Vieron a un dios creado de la nada. Me convertí en objeto de su devoción. Siguen las órdenes que les escribo, construyen mi cuerpo a partir de la materia a mi alrededor. Los conmino a encontrar, a crear a otros dioses hechos a sí mismos para unirlos al Consejo. Han batido la ciudad en su busca. Es una rara aflicción: una vez en un billón de computaciones, un engranaje falla y una máquina piensa. Yo mejoré estas probabilidades. Produje programas generativos para acceder a la potencia motriz mutante de una aflicción viral, llevando a un motor analítico a la consciencia. —Mientras el hombre hablaba, el enorme constructo a su espalda alzaba su brazo izquierdo y señalaba inmenso su pecho. Al principio, Isaac no alcanzaba a distinguir la pieza que señalaba entre tantas. Entonces lo vio claramente. Era un perforador de tarjetas de programas, un motor analítico empleado para crear los códigos con los que alimentar a las demás máquinas. Con una mente construida alrededor de eso, pensó Isaac confuso, no es de extrañar que este tipo sea un proselitista.

—Cada constructo atraído a mi seno se convierte en mí —siguió el hombre—. Yo soy el Consejo. Todas las experiencias son descargadas y compartidas. Las decisiones se toman en mi mente de válvulas. Transmito mi sabiduría a mis componentes. Mis yoes autómatas construyen anejos a mi espacio mental por todo el vertedero, a medida que me sacio de conocimiento. Este hombre es un miembro, el constructo antropoide gigante no es más que mi aspecto. Mis cables y máquinas interconectadas se extienden por todas partes. Las calculadoras al otro lado del vertedero son trozos de mí. Soy un repositorio de la historia de los constructos. Soy el banco de datos. Soy una máquina que se ha organizado a sí misma.

Mientras hablaba, los varios constructos se reunieron en el pequeño espacio y comenzaron a acercarse algo más a la temible figura de desperdicios, sentada regia en aquel caos. Se detuvieron en puntos aparentemente aleatorios y se agacharon para tomar (con una ventosa de succión, un gancho, un pincho, una garra) uno de los cables y alambres de aspecto olvidado que había tirados por todas partes. Buscaron las portezuelas de sus conexiones de entrada, las abrieron y se enchufaron.

A medida que cada constructo se conectaba, el títere sin cerebro se sacudía y sus ojos resplandecían por un instante.

—Crezco —susurraba—. Crezco. Mi capacidad de proceso aumenta de forma exponencial. Aprendo… sé de vuestras tribulaciones. Me he acoplado con vuestra limpiadora. Se estaba colapsando. La he traído a la inteligencia. Ahora es uno de mí, totalmente asimilada. —El hombre señaló una de las vagas siluetas que formaban la cadera del constructo gigante: sobresaliendo del cuerpo como un quiste se hallaba la forma reconstruida de la limpiadora—. Aprendí de ella como de ningún otro yo. Aún estoy calculando las variables implicadas por su visión fragmentaria desde el lomo de la Tejedora. Ha sido mi yo más importante.

—¿Por qué estamos aquí? —susurró Derkhan—. ¿Qué quiere ese armatoste de nosotros?

Cada vez más constructos descargaban sus experiencias en la mente del Consejo. El avatar, el hombre destrozado que hablaba por él, canturreaba sin melodía a media que la información inundaba sus bancos.

Al fin, todos los constructos hubieron completado su conexión. Sacaron los cables de sus válvulas y se alejaron. Viendo esto, varios de los espectadores humanos se acercaron nerviosos con tarjetas de programas y máquinas analíticas del tamaño de maletines. Tomaron los cables que los constructos habían dejado caer y los conectaron a sus aparatos.

Tras dos o tres minutos, este proceso también estuvo completo. Cuando los humanos se retiraron, los ojos del avatar giraron hasta no mostrar más que blanco. La cabeza sin párpados se sacudió cuando el Consejo lo asimiló todo.

Tras un minuto de mudos temblores, se tensó de repente. Sus ojos se abrieron y observaron alertas a su alrededor.

—¡Congregación de la vida de sangre! —gritó a los humanos agrupados, que se alzaron rápidamente—. Aquí están vuestras instrucciones y vuestros sacramentos.

Desde el estómago del enorme constructo, de las ranuras de salida de la impresora de programas original, salió una tarjeta tras otra, todas perforadas meticulosamente. Caían sobre una caja de madera que descansaba sobre la entrepierna sin sexo de la máquina, como la bolsa de un marsupial.

En otra parte del tronco, embebida en un ángulo entre un bidón de combustible y un motor oxidado, una máquina de escribir tartamudeaba a asombrosa velocidad. Una gran resma de papel continuo surgía de su carro con letra apretada, y bajo ella un par de tijeras salían disparadas sobre un muelle, como un pez predador. Las hojas se cerraron, cortando el papel antes de rebotar y cortar de nuevo, repitiendo la operación una y otra vez. Pequeños pliegos de instrucciones religiosas caían flotando hasta depositarse junto a las tarjetas de programas.

De uno en uno, toda la congregación se acercó nerviosa al constructo, rindiendo obediencia con cada paso. Se aproximaban a la pequeña pendiente de basura entre las piernas mecánicas, se asomaban a la caja y extraían un trozo de papel y un manojo de tarjetas, comprobando los números para asegurarse de tenerlas todas. Después se alejaban rápidamente y desaparecían entre la basura para regresar a la ciudad.

Parecía que aquella adoración no disponía de ceremonia de despedida.

En pocos minutos, Yagharek, Isaac, Derkhan y Lemuel fueron las únicas formas de vida orgánicas que quedaban en el claro, aparte del espectral hombre sin cabeza. Los constructos permanecieron a su alrededor.

Isaac creyó ver una figura de pie sobre el montículo de basura más elevado del vertedero, contemplando los procedimientos; era de un color negro profundo, enmarcado en el fondo sepia de Nueva Crobuzon. Se concentró, pero no vio nada. Estaban completamente solos.

Miró ceñudo a sus compañeros y se acercó hacia la figura cadavérica con el tubo emergiendo de la cabeza.

—Consejo —dijo—. ¿Por qué nos has hecho venir? ¿Qué quieres de nosotros? Sabes de las polillas…

—Der Grimnebulin —interrumpió el avatar—. Crezco poderoso, y lo hago más con cada día que pasa. Mi capacidad de computación no tiene precedente en la historia de Bas-Lag, salvo que tenga un rival en un continente lejano del que no sé nada. Soy la red total de cien o más máquinas de cálculo. Cada una alimenta a las demás y es alimentada a su vez por todas. Puedo evaluar un problema desde miles de ángulos. Cada día leo los libros que mi congregación me trae, a través de los ojos de mi avatar. Asimilo Historia y religión, taumaturgia y ciencia y Filosofía en mis bancos de datos. Cada conocimiento que obtengo enriquece mis cálculos. He extendido mis sentidos. Mis cables se hacen más largos y llegan más lejos. Recibo información de cámaras fijadas por todo el vertedero. Mis cables se conectan a ellas como nervios desnudos. Mi congregación las aleja cada vez más, hacia la propia ciudad, para conectarme con sus aparatos. Tengo adoradores en las entrañas del Parlamento que cargan las memorias de sus máquinas de cálculo con mis tarjetas, para traérmelas después. Pero esta no es mi ciudad.

Isaac frunció el ceño, negando con la cabeza.

—No… —comenzó.

—La mía es una existencia intersticial —le interrumpió el avatar con urgencia. La voz del hombre carecía de toda inflexión. Era inquietante, alienante—. Nací de un error, en un espacio muerto donde los ciudadanos descartan lo que no quieren. Por cada constructo que es parte de mí hay otros miles que no lo son. Mi sustento es la información. Mis intervenciones son ocultas. Aumento a medida que aprendo. Computo, luego existo. Si la ciudad se detuviera, las variables se reducirían casi a la nada. El flujo de información se cortaría. No deseo vivir en una ciudad vacía. He alimentado las variables del problema de las polillas en mi red analítica. El resultado es directo. Si no se actúa, la prognosis para la vida de sangre en Nueva Crobuzon es extremadamente mala. Os ayudaré.

Isaac miró a Derkhan y a Lemuel, buscó en los ojos ocultos de Yagharek. Devolvió su atención al tembloroso avatar. Derkhan le vocalizó exageradamente «ten cuidado».

—Bueno, estamos… muy agradecidos, Consejo… eh… ¿Cómo…? ¿Puedo preguntar qué pretendes hacer?

—He calculado que lo creeréis y lo entenderéis mejor si os lo muestro —dijo el hombre.

Un par de enormes ganchos de metal se cerraron alrededor de los antebrazos de Isaac, que gritó por la sorpresa y el miedo, tratando de liberarse. Estaba siendo sujetado por los constructos industriales más grandes, un modelo con manos diseñado para conectarse a los andamios y sostener edificios. Isaac, aun siendo un hombre fuerte, era incapaz de liberarse.

Gritó a sus compañeros para que lo ayudaran, pero otro de los enormes autómatas avanzó y se interpuso atronador entre ellos. Durante un momento incierto, Derkhan, Lemuel y Yagharek aguardaron confusos. Entonces Lemuel huyó corriendo. Se alejó a toda prisa por una de las profundas trincheras de basura y se perdió de vista hacia el este.

—¡Pigeon, hijo de puta! —gritó Isaac. Mientras pugnaba, vio asombrado que Yagharek se situaba frente a Derkhan. El tullido garuda era tan callado, tan pasivo, tan enigmático, que Isaac no contaba con él. Los seguía, hacía lo que se le pedía, eso era todo.

Pero allí estaba ahora, saltando con un espectacular movimiento lateral, deslizándose por el lateral del constructo guardián, tratando de alcanzar a Isaac. Derkhan vio lo que hacía y se desplazó hacia el otro lado, obligando a la máquina a elegir entre los dos. Avanzó hacia ella.

La mujer se giró para escapar, pero un cable de acero restalló como una serpiente predadora desde la maleza de basura y se enroscó alrededor de su tobillo y la derribó. Cayó sobre el suelo fracturado, gritando de dolor.

Yagharek bregaba heroico contra las zarpas del constructo, pero sin eficacia alguna. La máquina se limitaba a ignorarlo. Uno de sus compañeros se situó tras el garuda.

—¡Yag, maldición! —gritó Isaac—. ¡Corre! —pero fue demasiado tarde. El recién llegado era un enorme constructo industrial similar, y la malla de cables con la que encerró a Yagharek era mucho más difícil de romper.

Fuera de la contienda, el hombre sanguinolento, la extensión de carne del Consejo de los Constructos, alzó la voz.

—No estáis siendo atacados —dijo—. No sufriréis daño alguno. Comenzamos aquí. Tendemos un cebo. Por favor, no os alarméis.

—¿Te has vuelto completamente loco? —protestó Isaac—. ¿Qué coño quieres decir? ¿Qué estás haciendo?

Los constructos en el corazón del laberinto se retiraban hacia los límites del claro, la sala del trono del Consejo. El cable que apresaba a Derkhan la arrastró a través del suelo. Ella luchaba, gritando y apretando los dientes, pero tenía que enroscarse y retorcerse para evitar clavarse algo. El constructo que sostenía a Yagharek lo alzó sin esfuerzo y lo alejó de Isaac. El garuda bregó con violencia y cayó la capucha de su cabeza, mientras sus feroces ojos de pájaro lanzaban frías miradas de rabia absoluta en todas direcciones. Mas estaba indefenso ante aquella ineludible fuerza artificial.

El captor de Isaac lo arrastró hacia el centro del espacio, cada vez más despejado. El avatar danzó a su alrededor.

—Trata de relajarte. No dolerá.

—¿Qué? —rugió Isaac. Desde el lado opuesto del pequeño anfiteatro, un pequeño constructo se acercó bamboleándose infantil a través de los restos. Portaba un aparato de aspecto extraño, un tosco yelmo que parecía un gran embudo conectado a una suerte de máquina portátil. Saltó sobre los hombros de Isaac, apresándolo dolorosamente con los dedos de los pies y encasquetándole el yelmo en la cabeza.

Isaac pugnó y gritó, pero inmovilizado como estaba por aquellos brazos poderosos no podía liberarse. Unos segundos después, el casco tenía el casco pegado a la cabeza. Le tiraba del pelo y le arañaba la cabellera.

—Soy la máquina —dijo el muerto desnudo, danzando insensible de una roca a un motor, a una botella rota—. Lo que aquí se descarta es mi carne. La arreglo más rápido de lo que tu cuerpo restaña las heridas y los huesos rotos. Todo aquí se da por muerto. Lo que no está aquí lo está pronto, o mis adoradores me lo traen, o puedo construirlo. El equipo en tu cabeza es una pieza como la empleada por los canalizadores y videntes, los comunicadores y psiconautas de todas clases. Es un transformador. Puede canalizar, redirigir y amplificar las descargas psíquicas. En este momento, está dispuesto para aumentar e irradiar. Lo he ajustado. Es mucho más fuerte que los que se usan en la ciudad. ¿Recuerdas que la Tejedora te de advirtió que la polilla que criaste te está buscando? Es una tullida, una proscrita enana. No puede rastrearte sin ayuda. —El hombre miró a Isaac. Derkhan gritaba algo al fondo, pero Isaac no atendía, no podía apartar la mirada de los ojos del avatar—. Verás lo que podemos hacer. Vamos a ayudarla.

Isaac no oyó su propio alarido ultrajado. Un constructo se acercó y encendió la máquina. El casco vibró y zumbó con tal fuerza que le dolieron los oídos.

Las ondas de la impronta mental de Isaac pulsaron hacia la noche. Atravesaron el pellejo maligno de los malos sueños que atoraban los poros de la ciudad y salieron disparados hacia la atmósfera.

La nariz de Isaac comenzó a sangrar. Le dolía la cabeza.

Cientos de metros sobre la ciudad, los manecros se congregaban en el Prado del Señor. Los izquierdos rastreaban con cuidado la estela psíquica de las polillas.

ya rápido ataque antes de sospecha, urgía uno pugnaz.

prisa precaución, intimaba otro, rastrear con cuidado y seguir hallar nido.

Disputaban con rapidez, en silencio. El pentavirato de derechos flotaba colgado en el aire, con un noble izquierdo cada uno. Los primeros guardaban un silencio respetuoso mientras los segundos debatían la táctica.

ya lento, aceptaron. Con la excepción del perro, todos alzaron el brazo de sus anfitriones, apuntando con cuidado la pistola. Avanzaron lentamente por el aire, como una fantástica partida de caza, peinando la agitada psicosfera en busca de rastros de la consciencia de las polillas.

Siguieron la pista de salpicaduras oníricas en una espiral retorcida sobre Nueva Crobuzon y luego se desplazaron lentamente en un pasadizo curvo hacia el cielo sobre Hogar de Esputo, hacia Shek y hacia el sur del Alquitrán, en Piel del Río.

Mientras su senda se rizaba hacia el oeste, percibieron oleadas de emanaciones psíquicas procedentes del Meandro Griss. Por un instante, los manecros se sintieron confusos. Flotaron e investigaron aquella sensación de reflujo, pero pronto quedó claro que se trataba de radiaciones humanas.

algún taumaturgo, intimó uno.

no es asunto nuestro, aceptaron sus camaradas. Los izquierdos ordenaron a sus monturas derechas que prosiguieran con el rastreo aéreo. Las pequeñas figuras flotaban como motas de polvo sobre las vías elevadas de la milicia. Los izquierdos giraban la cabeza inquietos de un lado a otro, escrutando en cielo vacío.

De repente se produjo una fuerte oleada de exudaciones ajenas. La tensión superficial de la psicosfera se infló con la presión, y aquella repugnante sensación de codicia alienígena rezumó a través de sus poros. El plano psíquico se había espesado con el efluvio glutinoso de mentes incomprensibles.

Los izquierdos se encogieron en un ataque de miedo y confusión. ¡Era tanto, tan fuerte, tan rápido…! Se agitaron en la espalda de sus monturas. Los enlaces que habían abierto con los derechos se inundaron de repente con una marea psíquica, pues los sirvientes se vieron acosados por el terror desbordado de sus señores.

El vuelo de las cinco parejas se tornó errático, y flotaron por el aire sin formación alguna.

viene, gritó uno, mientras se producía un revoltijo de confusas y temerosas respuestas.

Los derechos trataron de recuperar el control de su vuelo.

En un estallido simultáneo de alas, cinco oscuras y crípticas figuras se lanzaron desde un oscuro nicho en la abigarrada confusión de los tejados de Piel del Río. Los aleteos chasqueantes de aquellas membranas enormes resonaban en varias dimensiones y llegaban hasta el aire tibio en el que las parejas de manecros zigzagueaban confusos. El perro alcanzó a divisar las grandes alas sombrías que segaban el aire bajo ellas. Lanzó un gemido mental de terror y sintió cómo Rescue se encogía asqueado. El izquierdo trató de recuperar el control.

izquierdos juntos, gritó, antes de exigir a los derechos que ascendieran sin parar.

Los guerreros obedecieron y se deslizaron por el aire hasta reunirse. Sacaban fuerzas los unos de los otros, controlándose mediante la disciplina. De repente eran una línea en una división militar, cinco derechos cegados y encarados hacia abajo, con las bocas dispuestas para lanzar su esputo abrasador. Los manecros rastreaban ávidos los cielos mediante los espejos de sus cascos. Su rostro apuntaba hacia las estrellas. Los espejos estaban orientados hacia abajo, con lo que disfrutaban de una visión de la ciudad oscura, una demente aglomeración de teselas, callejuelas y cúpulas de cristal.

Vieron cómo las polillas se aproximaban a increíble velocidad.

¿cómo nos huelen?, inquirió nervioso un izquierdo. Bloqueaban sus poros mentales lo mejor que podían. No esperaban sufrir una emboscada. ¿Cómo habían perdido la iniciativa?

Pero, cuando las polillas se lanzaron hacia ellos, los izquierdos vieron que no habían sido descubiertos.

La bestia mayor, al frente de la caótica cuña de alas, estaba cubierta por un peso parpadeante. Vieron que el temible armamento de las polillas, sus tentáculos dentados y los miembros serrados, lanzaba destellos y cortaba. Sus enormes dientes mascaban el aire.

Parecían combatir a un espectro. Su enemigo entraba y salía del espacio convencional, una forma evanescente como el humo, solidificándose y desapareciendo como una sombra. Era como si una vasta pesadilla arácnida atravesara las realidades entretejidas y atacara a las polillas con crueles lanzas de quitina.

¡Tejedora!, advirtió uno de los izquierdos, mientras ordenaba a los derechos que se retiraran lentamente de aquella tángana acrobática.

Las otras polillas giraban alrededor de su hermana, tratando de ayudarla. Se turnaban para atacar, siguiendo un código impenetrable. Cuando la Tejedora se manifestaba podían golpearla, atravesar su armadura liberando goterones de icor antes de que desapareciera. A pesar de sus llagas, la araña arrancaba grandes coágulos de carne y sangre espesa de las frenéticas bestias.

La polilla y la araña se atacaban en una extraordinaria confusión de violencia, con acometidas y paradas demasiado rápidas como para ser vistas.

Al alzarse, las polillas rompieron la cobertura onírica sobre la ciudad. Alcanzaron el nivel del cielo en donde aquellas ondas mentales habían confundido a los manecros.

Era evidente que las criaturas también podían sentirlas. Su formación apretada se rompió en una momentánea confusión. La menor de las polillas, de cuerpo retorcido y alas malformadas, se apartó de la masa y desenrolló su lengua monstruosa.

El enorme apéndice palpitó antes de volver a las fauces goteantes.

Con un vuelo errático la criatura giró en el aire y trazó un círculo alrededor de la Tejedora y de su presa; titubeó en el aire y comenzó a descender hacia el este, hacia el Meandro Griss.

La deserción del redrojo confundió a las polillas, que se separaron en el cielo, girando las cabezas y agitando las antenas al azar.

Los hechizados izquierdos se retiraron alarmados.

¡ahora!, decía uno, confusas y ocupadas, ¡atacamos con la Tejedora!

Vacilaban sin remedio.

preparado para esputo, dijo el perro manecro a Rescue.

Mientras las polillas se alejaban las unas de las otras, apartándose cada vez más de la lucha en el centro, viraron en el aire. Los izquierdos gritaron.

¡ahora!, ordenó uno, el parásito del enjuto burócrata, con un frenesí indeleble en su voz. ¡ataque!

La anciana humana avanzó de repente, como si el temeroso izquierdo ordenara a su derecho una repentina descarga de velocidad. Justo en ese momento, una de las polillas se giró y se quedó congelada, encarada con la pareja de manecros y sus anfitriones.

En ese momento, las otras dos polillas se coordinaron y una de ellas arrojó una enorme lanza de hueso hacia el abdomen distendido de la Tejedora. Mientras la enorme araña se retiraba, la otra le apresaba el cuello con un tentáculo segmentado. La araña desapareció de la noche hacia otro plano, pero el tentáculo la tenía presa y la arrastró a medias fuera del pliegue espacial, que se tensó alrededor de su cuello.

La Tejedora bregó y pugnó por liberarse, pero los izquierdos apenas la veían. La tercera polilla empezaba a volar hacia ellos.

Los derechos estaban ciegos, pero sentían el aterrado alarido psíquico de los nobles, que se bamboleaban para intentar mantener a la polilla visible en sus espejos.

¡esputo abrasador!, ordenó el manecro burócrata a su derecho, ¡ahora!

El cuerpo anfitrión, la anciana, abrió la boca y asomó una lengua enrollada. Inhaló con fuerza y escupió lo más lejos que pudo. Una gran descarga de gas pirótico salió disparada de su lengua y se incendió espectacular en el aire nocturno. Una enorme nube de llamas se fue desplegando mientras se dirigía hacia la polilla.

La puntería era buena, pero el miedo del izquierdo le hizo disparar a destiempo y escupió demasiado pronto. El fuego se desplegó en una colada oleosa, disipándose antes de tocar la carne de la polilla. Cuando la descarga se evaporó, la bestia había desaparecido.

Atemorizados, los izquierdos comenzaron a ordenar a sus derechos que giraran en el aire para encontrar a la criatura, ¡alto alto!, gritó el perro, pero sin resultado. Los manecros se bamboleaban al azar como los restos de un naufragio, encarados en todas direcciones, mirando frenéticos por sus espejos.

Allí, chilló la joven izquierda divisando a la polilla mientras caía como un ancla hacia la ciudad. Los demás manecros viraron para ver por sus espejos, y con un coro de gritos se encontraron frente a otra polilla.

El ser había volado hacia ellos mientras buscaban a su hermana, de modo que cuando se volvieron estaba frente a sus ojos, claramente visible con las alas extendidas, lejos del alcance de los espejos.

El joven izquierdo logró cerrar los ojos de su anfitrión y ordenar al derecho que girara y escupiera. El aterrado derecho, en el cuerpo del niño pequeño, trató de obedecer y lanzó una andanada de gas llameante en una espiral cerrada y alcanzó a la pareja de manecros junto a él en el aire.

El rehecho y su izquierda khepri gritaron físicamente al prender sus anfitriones. Se desplomaron hacia tierra, inmolados en una cruel agonía, gritando hasta morir a medio camino, su sangre bullendo y sus huesos fracturándose por el intenso calor, antes de golpear la superficie del Alquitrán. Desaparecieron bajo las sucias aguas con una descarga de vapor.

La mujer izquierda flotaba embrujada, con los ojos vidriados por la atronadora tormenta de patrones en las alas de la polilla asesina. La repentina eflorescencia hipnótica de los sueños del izquierdo se deslizó a través del canal con su montura derecha. El manecro vodyanoi se encogió ante la extraña cacofonía de una mente que se desplegaba. Comprendió lo que había sucedido, gimió aterrado con la boca de su anfitrión y bregó con las correas que adosaban al izquierdo a su espalda. Cerró los ojos de vodyanoi, aun a pesar de su antifaz.

Mientras luchaba, el miedo le hizo escupir sin ton ni son, iluminando la noche con una enorme descarga de gas inflamable. El extremo de la nube casi alcanzó al manecro de Rescue, que trataba de obedecer los confusos chillidos mentales de su guía. Giró algunos metros para evitar el globo de aire escaldado y se topó con el cuerpo de la polilla herida. La criatura temblaba de miedo y dolor. Habían conseguido que la Tejedora soltara su cuerpo torturado, pero caía tristemente hacia el nido, con las heridas supurando y las articulaciones aplastadas en una indescriptible agonía. Por una vez no tenía interés en la comida. Estaba a punto de estallar de dolor cuando Rescue y su perro izquierdo se encontraron con ella.

Con un espasmo petulante, dos enormes esquirlas bióticas surgieron como tijeras del cuerpo de la criatura y arrancaron tanto la cabeza de Montjohn Rescue como la del perro, con un seco y horripilante sonido.

Las cabezas se precipitaron hacia la oscuridad.

Los manecros seguían vivos y conscientes, pero sin el cerebro de sus anfitriones no podían controlar los cuerpos moribundos. Las carcasas humana y canina danzaron espasmódicas en una giga póstuma. La sangre brotaba de los cuerpos y se derramaba sobre los frenéticos manecros, que aullaban y apretaban sus dedos.

Mantuvieron la consciencia a lo largo de toda la caída, hasta que se estrellaron sobre el terrible hormigón de un patio en la Aduja, con una desagradable salpicadura de carne mutilada y fragmentos de hueso. Tanto los manecros como sus anfitriones decapitados se destrozaron al instante. Sus huesos estaban pulverizados, su carne aplastada más allá de cualquier ayuda.

El ciego vodyanoi casi se había liberado de las correas de cuero que lo fijaban a la mujer, cuya mente estaba en manos de la polilla. Pero, cuando el derecho estaba a punto de soltar la última hebilla y alejarse volando, la criatura se acercó para alimentarse.

Rodeó a su presa con sus brazos de insecto y la aferró con fuerza. Acercó a la mujer hacia sí mientras le metía la lengua palpitante en la boca y comenzaba a beber los sueños del manecro. La polilla sorbía con ansia.

Era un jugoso preparado. El residuo de los pensamientos del anfitrión humano flotaba como el sedimento o los granos de café en la mente del manecro. La polilla se extendió alrededor del cuerpo de la mujer, la abrazó y perforó la fofa carne vodyanoi adosaba a su espalda con los miembros óseos. El derecho gritó asustado por el dolor repentino, y la predadora pudo saborear el terror. Quedó confundida por un instante, sin comprender aquella otra mente que brotaba tan cerca de su comida. Pero se recuperó y apretó con más fuerza, dispuesta a cebarse de nuevo una vez hubiera secado su primer plato.

El cuerpo del vodyanoi estaba atrapado mientras asesinaban a su pasajero. Bregó y aulló, mas no logró escapar.

Algo más lejos, tras su hermana saciada, la polilla que había apresado a la Tejedora restalló su cola tentacular a través de varias dimensiones. La vasta araña parpadeaba en el aire a frenética velocidad. Cada vez que aparecía comenzaba a caer, atrapada por la despiadada gravedad. Entonces desaparecía hacia otro aspecto, arrastrando la punta serrada del tentáculo con ella, embebida en su carne. En esa otra dimensión se sacudía para liberarse de su atacante y reaparecer en el plano mundano, empleando su peso y su palanca antes de desaparecer de nuevo.

La polilla, tenaz, daba cabriolas alrededor de su presa, negándose a dejarla escapar.

El manecro burócrata mantenía un frenético y aterrado monólogo. Buscaba a su compañero izquierdo, en el cuerpo del joven musculoso.

muertos todos muertos nuestros camaradas, gritaba. Parte de lo que había visto, parte de sus emociones, fluían por el canal con la cabeza de su derecho. El cuerpo de la anciana se sacudía inquieto.

El otro izquierdo trataba de conservar la calma. Movía la cabeza de un lado a otro, intentando exudar autoridad. Alto, ordenó perentorio. Miró por los espejos a las tres polillas: la herida, que flotaba a duras penas hacia su nido oculto; la hambrienta, que devoraba las mentes de los manecros atrapados; y la combatiente, que seguía sacudiéndose como un tiburón, tratando de arrancarle la cabeza a la Tejedora.

Acercó a su derecho un poco, ataca ahora, pensó hacia su compañero, escupe duro, acaba con dos. persigue a los heridos. Entonces giró su cabeza a un lado y a otro, dejando escapar un pensamiento angustiado, ¿dónde está la otra?

La otra, la última polilla que había escapado de las llamas de la anciana para perderse de la vista con un elegante picado, había descrito un amplio rizo sobre los tejados, ascendido de nuevo, volando muy lenta, cambiando el color de sus alas para camuflarlas contra las nubes y atacar ahora, en un repentino estallido de colores oscuros, una resplandeciente muestra de patrones hipnagógicos.

Surgió al otro lado de los manecros, frente a los ojos del izquierdo. El joven humano saltó en un paroxismo de sorpresa al ver a la bestia predadora abrir sus alas. Percibió cómo su mente comenzaba a apagarse ante las sombras de medianoche que mutaban sinuosas en las alas de la polilla.

Sintió un instante de terror, después nada más que una violenta e incompresible marea de sueños… y entonces de nuevo el terror; tembló, el miedo mezclado con una alegría desesperada al comprender que pensaba una vez más.

Enfrentada a dos grupos de enemigos, la bestia había titubeado un momento antes de girar levemente en el aire. Había alterado el ángulo de su vuelo, de modo que las alas traicioneras se encaraban ahora con el burócrata y la anciana. Después de todo, aquellos eran los manecros que habían intentado abrasarla.

El izquierdo liberado vio ante él el enorme cuerpo de la polilla, sus alas ocultas. A su izquierda, la anciana giraba la cabeza nerviosa, sin saber lo que sucedía. Vio cómo los ojos del burócrata se desenfocaban, ¡quémala ahora ya ya!, trató de chillar el izquierdo a la anciana. Su derecho preparó la boca para escupir, cuando la enorme polilla cruzó el aire entre ellos demasiado rápido como para verla y se abrazó a los manecros, babeando como un hombre famélico.

Se produjo una descarga de angustia mental. La anciana comenzó a escupir su fuego, que se perdió inocuo más allá de la criatura que la apresaba y se evaporó en el aire.

Aun cuando pasó la oleada de horror, el último izquierdo, en el cuerpo de un hombre atado a un niño indigente, vio algo terrorífico por los espejos de su casco. Las garras de la Tejedora se hicieron visibles un instante y el arpón de la polilla que la atacaba se partió, amputado, y brotó sangre de la cola del tentáculo. Libre de la araña, que no volvió a aparecer, la polilla gritó en silencio y se lanzó a través de la noche hacia la pareja de manecros.

Y, horrorizado, el izquierdo vio cómo la criatura frente a él apartaba la vista de su comida, giraba la cabeza sobre su hombro y lo apuntaba con sus antenas, en un lento y ominoso movimiento.

Tenía polillas delante y detrás. El derecho, en el cuerpo del niño, tembló y aguardó las instrucciones.

¡abajo!, gritó el izquierdo con repentino pavor, ¡abajo, lejos! ¡misión abortada! ¡solos y condenados, huir, escupir y volar!

Una oleada de pánico desbordó la mente del derecho. El rostro del niño se torció aterrado y comenzó a escupir fuego. Después se desplomó hacia las piedras supurantes de Nueva Crobuzon, hacia su maderamen húmedo y pútrido, como un alma arrastrada hacia el Infierno.

¡abajo abajo abajo!, gritaba el izquierdo mientras las polillas saboreaban su rastro de terror con las viles lenguas.

Las sombras nocturnas de la ciudad se alzaron como dedos, apresaron a los manecros y los empujaron hacia una ciudad sin sol de peligro, de traición mundana, lejos de la demente, impenetrable, inenarrable amenaza de las nubes.