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En la Sala Lemquest, Rudgutter, Stem-Fulcher y Rescue celebraban un consejo de guerra.

Llevaban despiertos toda la noche. Rudgutter y Stem-Fulcher estaban cansados e irritables. Bebían grandes tazas de café cargado mientras revisaban los papeles.

Rescue estaba impasible. Jugueteaba con su bufanda.

—Mirad esto —dijo Rudgutter, agitando un trozo de papel frente a sus subordinados—. Ha llegado esta mañana. Lo trajeron en persona. Tuve la oportunidad de discutir sus contenidos con los autores. No era una visita social.

Stem-Fulcher se inclinó para coger la carta. Rudgutter la ignoró y comenzó a releerla en persona.

—Es de Josiah Penton, Bartol Sedner y Mashek Ghrashiethnichs —Rescue y Stem-Fulcher levantaron la mirada, asintiendo lentamente—. Los directores de Minas Arrowhead, la Banca del Comercio de Sedner y Empresas Paradox se han tomado el tiempo de escribir una carta juntos, de modo que creo que podemos añadirle una larga lista de nombres menores bajo los suyos, con tinta invisible, ¿hmm? —alisó la carta—. Los señores Penton, Sedner y Ghrashiethnichs están «gravemente preocupados», dice aquí, por los «calumniosos informes» que han llegado a sus oídos. Saben de la crisis. —Observó a Stem-Fulcher y a Rescue mirarse el uno al otro—. Es todo bastante confuso. No están nada seguros de lo que sucede, pero ninguno de ellos ha dormido bien. Además, tienen el nombre de der Grimnebulin. Quieren saber qué se está haciendo para contrarrestar la… aquí… «esta amenaza a nuestra gran ciudad estado». —Depositó el papel en la mesa mientras Stem-Fulcher se encogía de hombros y se disponía a contestar. La cortó, frotándose los ojos con exasperado agotamiento—. Ya habéis leído el informe del inspector Tormlin, de «Sally». Según Serachin, que en estos momentos se recupera bajo nuestras atenciones, der Grimnebulin asegura disponer de un prototipo funcional de alguna clase de máquina de crisis. Todos comprendemos la gravedad de esto. Bien… nuestros buenos empresarios lo han descubierto. Como podéis imaginar, todos ellos, en especial el señor Penton, están más que deseosos de poner fin a estas «absurdas afirmaciones» lo antes posible. Nos aconsejan que destruyamos de forma sumaria cualquier ridículo «falso motor» que el señor Grimnebulin haya podido fabricar para engañar a los crédulos. —Lanzó un suspiro y alzó la mirada—. Hacen alguna mención de los generosos fondos que han proporcionado al gobierno y al partido del Sol Grueso a lo largo de los años. Ya tenemos nuestras órdenes, señoras y señores. No les hacen ninguna gracia las polillas asesinas, y les gustaría ver capturados a esos peligrosos animales. Pero, aunque no es muy sorprendente, lo que los cabrea es la posibilidad de la energía de crisis. Anoche registramos de arriba abajo el almacén, y no encontramos señal alguna de esa clase de aparato. Tenemos que considerar la posibilidad de que Grimnebulin esté equivocado o haya mentido. Pero, en caso de que no sea así, debemos tener también en cuenta que puede que se llevara anoche con él su máquina y sus notas. —Lanzó un pesado suspiro—. Con la Tejedora.

Stem-Fulcher habló con cuidado.

—¿Aún no comprendemos lo que ha sucedido? —aventuró.

Rudgutter se encogió de hombros con brusquedad.

—Presentamos a Kapnellior las pruebas de los soldados que la vieron y oyeron. He estado tratando de contactar con ella y he recibido una respuesta seca, incomprensible. Estaba escrita con polvo sobre mi espejo. Lo único que sabemos con seguridad es que pensó que mejoraría el patrón de la telaraña global raptando a Grimnebulin y a sus amigos delante de nuestras narices. No sabemos adonde ha ido ni por qué. No sabemos si los ha dejado vivos. En realidad, no sabemos nada. Aunque Kapnellior está bastante seguro de que sigue cazando a las polillas.

—¿Qué hay de las orejas? —preguntó Stem-Fulcher.

—¡No tengo ni idea! —gritó Rudgutter—. ¡Harían más bonita la telaraña! ¡Evidentemente! ¡Y ahora tenemos a veinte soldados aterrados sin una oreja en la enfermería! —Se calmó un poco—. He estado pensando. Creo que parte de nuestro problema es que hemos empezado con planes demasiado grandes. Seguiremos intentando localizar a la Tejedora, pero, mientras tanto, tenemos que recurrir a métodos menos ambiciosos para cazar polillas. Vamos a reunir una unidad de nuestros guardias, soldados y científicos que hayan tenido trato con las criaturas. Estamos formando un pelotón especial. Y vamos a hacerlo junto a Motley —Stem-Fulcher y Rescue lo miraron y asintieron—. Es necesario. Tenemos que unir nuestros recursos. Él tiene hombres entrenados, como nosotros. Ya hay en marcha algunos procedimientos. Cada uno manejará a sus unidades, pero todas operarán en equipo. Motley y sus hombres disponen de amnistía incondicional para cualquier actividad criminal mientras desarrollen esta operación. Rescue —dijo con voz calmada—, necesitamos tus habilidades particulares. Con discreción, por supuesto. ¿Cuántos de… de los tuyos crees poder movilizar en un día? Conociendo la naturaleza de la operación; no carece de peligros.

Montjohn Rescue volvió a llevarse la mano a la bufanda. Hizo un peculiar ruido bajo su respiración.

—Diez o así —respondió.

—Recibiréis entrenamiento, por supuesto. Ya habéis usado guardas de espejo, ¿no? —Rescue asintió—. Bien. Porque el modelo de inteligencia de tu especie es… bastante similar al humano, ¿no? ¿Vuestra mente es tan tentadora para las polillas como la mía, independientemente del anfitrión?

Rescue asintió de nuevo.

—Soñamos, señor alcalde —dijo con su voz plana—. Podemos ser presa.

—Lo entiendo. Tu valor, el valor de los tuyos, no quedará sin recompensa. Os proporcionaremos lo que esté en nuestra mano para garantizar vuestra seguridad. —Rescue asintió sin emoción visible y se incorporó lentamente.

—Siendo el tiempo de tal importancia, empezaré ahora mismo a extender el aviso. —Se inclinó—. Tendrá mi pelotón para mañana al anochecer —terminó, abandonando la habitación.

Stem-Fulcher se volvió hacia Rudgutter con los dientes apretados.

—No le hace mucha gracia, ¿no? —preguntó. Rudgutter se encogió de hombros.

—Siempre ha sabido que su papel podría conllevar riesgos. Las polillas son una amenaza tanto para su gente como para nosotros.

Stem-Fulcher asintió.

—¿Cuánto hace que fue tomado? El Rescue original, me refiero, el humano.

Rudgutter calculó unos instantes.

—Once años. Estaba planeando suplantarme. ¿Tienes a tu grupo en marcha? —demandó. Stem-Fulcher se recostó en la silla y dio una larga calada a su pipa de arcilla. El humo aromático comenzó a danzar.

—Hoy y mañana nos sometemos a un entrenamiento intensivo… ya sabe, apuntar hacia atrás con las guardas de espejo, esa clase de cosas. Parece que Motley está haciendo lo mismo. Se rumorea que sus tropas incluyen a varios rehechos específicamente diseñados para el cuidado y captura de polillas, con espejos incorporados, armas para apuntar hacia atrás, etc. Nosotros solo disponemos de un oficial así —sacudió la cabeza, celosa—. También tenemos a varios de los científicos del proyecto trabajando en la detección de los bichos. No dejan de repetirnos que no es un sistema fiable, pero si tienen éxito nos pueden proporcionar una cierta ventaja.

Rudgutter asintió.

—Suma eso a nuestra Tejedora, que aún sigue por algún sitio, cazando a las polillas que no hacen más que destrizar su preciosa telaraña… Tenemos un razonable conjunto de tropas.

—Pero no están coordinadas —replicó Stem-Fulcher—. Eso me preocupa. Y la moral de la ciudad comienza a decaer. Evidentemente, muy poca gente conoce la verdad, pero todos saben que no pueden dormir por la noche por miedo a los sueños. Estamos trazando un mapa con los principales puntos de las pesadillas para ver si logramos dar con algún patrón, rastrear a las polillas de algún modo. Durante la última semana se han cometido multitud de crímenes. Nada grande o planeado: los ataques repentinos, los asesinatos pasionales, las peleas. Los nervios están a flor de piel. La gente está asustada y paranoica. —Cuando el silencio se aposentó unos instantes, prosiguió su exposición—. Esta mañana debería haber recibido usted los frutos de algunas de nuestras labores científicas. He pedido a nuestro equipo de investigación que construya un casco que detenga la filtración de hez onírica durante el sueño. Tendrá un aspecto ridículo mientras duerme, pero al menos podrá descansar. —Se detuvo. Rudgutter parpadeaba rápidamente—. ¿Cómo están sus ojos?

El alcalde negó con la cabeza.

—Van —respondió triste—. Somos incapaces de solventar el problema del rechazo. Creo que ya es hora de un nuevo juego.

Ciudadanos de mirada cansina marchaban al trabajo. Estaban hoscos y poco cooperativos.

En los muelles de Arboleda no se mencionaba la huelga aplastada. Las heridas de los estibadores vodyanoi comenzaban a diluirse, y sacaban los cargamentos hundidos de las aguas sucias como siempre habían hecho. Dirigían los barcos por los angostos espacios de las orillas. Murmuraban en secreto acerca de la desaparición de los líderes sindicales.

Sus camaradas humanos observaban a los xenianos derrotados con una mezcla de emociones.

Los gruesos aeróstatos patrullaban los cielos sobre la ciudad como una infatigable, torpe amenaza.

Las discusiones saltaban con extraña facilidad. Las peleas eran comunes. La miseria nocturna se extendía y afectaba a sus víctimas desde el mundo de la vigilia.

En la Refinería Blecky de Gran Aduja, un exhausto gruista sufría la alucinación de uno de los tormentos que le habían robado el sueño la noche anterior. Temblaba lo suficiente como para afectar a los controles del aparato, y la inmensa máquina de vapor liberó un cargamento de hierro fundido un segundo antes de lo debido, derramaba un torrente de metal al blanco sobre los labios del contenedor a la espera y salpicaba a los trabajadores como una máquina de asedio. Los gritos quedaron consumidos por la despiadada cascada.

En lo alto de los desiertos obeliscos de hormigón de Salpicaduras, los garuda de la ciudad encendían grandes fuegos por la noche. Golpeaban sus gongs y sus cacerolas, gritando obscenas canciones y lanzando chillidos estridentes. Charlie, el gran hombre, les dijo que así impedirían que los espíritus malvados de la ciudad visitaran las torres. Los monstruos voladores. Los demonios que habían acudido a Nueva Crobuzon para sorber el cerebro de los vivos.

Las roncas reuniones en los cafés de los Campos Salacus eran más calmadas.

Las pesadillas empujaban a algunos artistas a frenesíes creativos. Se planeaba una exposición, Despachos de una ciudad turbada, que pretendía mostrar el arte, la escultura, la música inspirada por la epidemia de pesadillas que engullía la ciudad.

Había miedo en el aire, un nerviosismo al invocar ciertos nombres. Lin e Isaac, los desaparecidos. Hablar de ellos era admitir que algo podía ir mal, que podían no estar simplemente atareados, que su silencio, su ausencia de los lugares habituales, era siniestra.

Las pesadillas desbordaban la membrana del sueño y se derramaban sobre la vida cotidiana, acosando el reino del sol, secando las conversaciones en las gargantas y alejando a los amigos.

Isaac despertó en manos de los recuerdos. Estaba rememorando su extraordinaria huida de la noche anterior. Sus ojos vacilaron, pero permanecieron cerrados.

Contuvo el aliento.

Poco a poco, recordó. Imágenes imposibles lo asaltaron. Hebras de seda del grosor de una vida. Seres vivientes arrastrándose insidiosos por alambres interconectados. Tras un hermoso palimpsesto de gasa de color, una vasta, intemporal, infinita masa de ausencia…

Aterrado, abrió los ojos.

La telaraña había desaparecido.

Miró lentamente a su alrededor. Estaba en una caverna de ladrillo, fría y húmeda, rezumante en la oscuridad.

—¿Estás despierto, Isaac? —Era la voz de Derkhan.

Se incorporó sobre los codos. Gimió. Le dolía todo el cuerpo, de mil maneras distintas. Se sentía apaleado y destrozado. Derkhan estaba sentada cerca de él, sobre una repisa de ladrillo. Le sonreía sin humor alguno. Era un rictus de terror.

—¿Derkhan? —murmuró. Sus ojos se abrían cada vez más—. ¿Qué llevas puesto?

En la media luz emitida por una lámpara de aceite humeante, pudo ver que vestía un hinchado atuendo de color rosa brillante. Estaba decorado con chillonas flores cosidas. Derkhan negó con la cabeza.

—No tengo ni puta idea, Isaac —dijo amarga—. Lo único que sé es que el soldado del aguijón me dejó inconsciente y que desperté aquí, en las alcantarillas, vestida así. Y eso no es todo… —Su voz tembló unos instantes. Se apartó a un lado el pelo del lateral de la cabeza. Isaac siseó al ver el crudo, supurante coágulo que adornaba su sien—. M-me falta una oreja —dejó caer el cabello con una mano temblorosa—. Lemuel ha estado diciendo que era una… una Tejedora la que nos trajo aquí. Aún no te has visto el traje, ¿no?

Isaac se frotó la cabeza y se incorporó por completo. Pugnó por aclarar la bruma de su mente.

—¿Qué? ¿Dónde estamos? ¿Las alcantarillas…? ¿Dónde está Lemuel? ¿Y Yagharek? ¿Y…? —Lublamai, oyó dentro de su cabeza, pero recordó las palabras de Vermishank. Recordó con frío espanto que Lublamai estaba irrevocablemente perdido.

Su voz se disipó.

Se oyó y comprendió que estaba divagando histérico. Se detuvo e inspiró con lentitud, forzándose a calmarse.

Miró alrededor para evaluar la situación.

Derkhan y él estaban sentados en una cornisa de sesenta centímetros embebida en la pared de una pequeña cámara ciega de ladrillo. Debía de medir unos tres metros de lado (el otro extremo apenas era visible con la débil luz), con un techo a poco más de metro y medio sobre su cabeza. En cada una de las cuatro paredes de la cámara se abría un túnel cilíndrico de metro veinte de diámetro.

El fondo de la estancia estaba completamente sumergido en agua hedionda. Era imposible adivinar la profundidad de aquella corriente. El líquido parecía emerger de al menos dos de los túneles y fluía lentamente hacia los otros. Las paredes estaban resbaladizas por el cieno y el moho. El aire hedía a mierda y putrefacción.

Isaac se miró y su expresión se vio surcada por la perplejidad. Estaba vestido con traje y corbata inmaculados, una pieza oscura, bien cortada, de la que cualquier parlamentario estaría orgulloso. No lo había visto nunca antes. Junto a él, arrugada y sucia, esperaba su mochila de lona.

Recordó, de repente, el dolor explosivo y la sangre de la noche anterior. Tragó saliva y se acercó la mano con inquietud. Mientras sus dedos tanteaban exhaló atronador. Su oreja izquierda había desaparecido.

Exploró con pies de plomo el tejido destrozado, esperando encontrarse carne húmeda, arrancada, y cuajarones de sangre secos. Sin embargo, al contrario que en el caso de Derkhan, halló una cicatriz bien sellada, cubierta de piel. No sentía dolor alguno, como si la herida llevara varios años así. Frunció el ceño y tanteó, experimentando con la zona. Aún podía oír, aunque, sin duda, su capacidad para localizar la fuente de los sonidos se vería mermada.

Derkhan temblaba ligeramente mientras observaba.

—Esa Tejedora tuvo a bien curarte la oreja, lo mismo que a Lemuel, pero no la mía… —su voz era apagada y desdichada—. Aunque sí detuvo la hemorragia de las heridas de ese… maldito aguijón—. Lo observó unos instantes—. De modo que Lemuel no estaba loco, ni mentía, ni soñaba —dijo con voz queda—. ¿De verdad me dices que esa Tejedora apareció y nos rescató?

Isaac asintió con cautela.

—No sé por qué… No tengo ni idea del motivo… pero es cierto —recordó—. Oí fuera a Rudgutter, gritándole algo. Sonaba como si no le sorprendiera del todo que estuviera allí… estaba intentando sobornarla, creo. Puede que ese maldito insensato haya estado tratando de cerrar tratos con ella… ¿Dónde están los demás?

Isaac miró a su alrededor. No había donde esconderse en aquella cornisa, pero enfrente había otra similar, completamente bañada en la oscuridad. Cualquiera allí agazapado hubiera sido invisible para ellos.

—Todos despertamos aquí —dijo Derkhan—. Y todos menos Lemuel teníamos estas ropas extrañas. Yagharek estaba… —sacudió la cabeza confusa y se tocó con cuidado la herida ensangrentada. Se encogió—. Yagharek estaba embutido en un traje ridículo. Había un par de lámparas encendidas esperándonos cuando llegamos. Lemuel y Yagharek me contaron lo que había sucedido… Yagharek hablaba… estaba muy raro, y hablaba sobre una telaraña —negó con la cabeza.

—Lo entiendo —dijo Isaac cansino. Se detuvo y sintió cómo su mente se deslizaba fascinada hacia sus vagos recuerdos—. Tú estabas inconsciente cuando la Tejedora nos trajo. No pudiste ver lo que nosotros vimos… adonde nos llevó…

Derkhan frunció el ceño. Tenía los ojos cubiertos de lágrimas.

—Me… me duele muchísimo la oreja —dijo. Isaac le acarició el hombro con torpeza, con gesto preocupado, hasta que ella siguió—. Pero bueno, tú estabas fuera de juego, así que Lemuel se marchó, y Yagharek se fue con él.

—¿Qué? —gritó Isaac, pero Derkhan le pidió con las manos que bajara la voz.

—Ya conoces a Lemuel, sabes el tipo de trabajo que hace. Resulta que conoce bien las alcantarillas. Al parecer, puede ser un capullo bastante útil. Hizo un pequeño viaje de reconocimiento a los túneles, y volvió sabiendo dónde estábamos.

—¿Y dónde es?

—En la Sombra. Se marchó y Yagharek exigió ir con él. Juraron que volverían en menos de tres horas. Han ido a por comida, a por algo de ropa para Yagharek y para mí, y a reconocer el terreno. Se marcharon hará una hora.

—Bueno, coño, pues vamos a buscarlos…

Derkhan negó con la cabeza.

—No seas imbécil, Isaac —dijo, cansada—. No podemos permitirnos el lujo de separarnos. Lemuel conoce las alcantarillas… son peligrosas. Nos dijo que nos quedáramos quietos. Hay toda clase de cosas aquí abajo: gules, trogs, los dioses saben qué. Por eso me quedé contigo mientras dormías. Tenemos que esperar aquí. Y, además, probablemente ahora seas la persona más buscada de toda Nueva Crobuzon. Lemuel es un criminal de éxito, y sabe cómo pasar desapercibido. El corre mucho menos peligro que tú.

—¿Y qué pasa con Yag? —gritó Isaac.

—Lemuel le dio su capa. Con la capucha puesta y ese vestido rasgado y envuelto alrededor de los pies, parece un viejo raro. Volverán pronto, y tenemos que esperarlos. Hemos hecho planes, así que escucha. —Él alzó la vista, preocupado por su tono depresivo—. ¿Por qué nos ha traído aquí, Isaac? —su rostro se contrajo por el dolor—. ¿Por qué nos hizo daño, por qué nos vistió así? ¿Por qué no me sanó a mí…? —La furia le hacía llorar lágrimas de dolor.

—Derkhan —intervino Isaac con suavidad—. Yo no podía saber…

—Tienes que ver esto —le dijo ella, sorbiendo rápidamente. Le entregó una hoja de periódico arrugada y hedionda. Él la tomó con cuidado, el rostro torcido por el desagrado de tener que tocar aquel objeto empapado, inmundo, percudido.

—¿Qué es? —dijo, desdoblándolo.

—Cuando despertamos, desorientados y confusos, llegó por uno de esos pequeños túneles, doblado hasta formar un barco de papel —lo miró con recelo—. Flotaba contracorriente. Lo cogimos.

Isaac lo abrió y lo miró. Eran las páginas centrales de El Resumen, uno de los periódicos semanales de Nueva Crobuzon. Por la fecha en la parte alta, «9 de Tathis de 1779», vio que había llegado esa misma mañana.

Isaac revisó la pequeña colección de historias. Sacudió la cabeza con incomprensión.

—¿Qué me he perdido?

—Mira las cartas al editor —dijo Derkhan.

—Giró la hoja. Allí estaba, la segunda carta. Estaba escrita con el mismo tono formal y estirado de las demás, pero su contenido era por completo distinto.

Isaac abrió bien los ojos para leerla.

Señores y señora:

Por favor, acepten mi felicitación por sus exquisitas dotes para el tapiz. Para que puedan seguir desarrollando su arte, me he permitido extraerlos de una situación desafortunada. Mis esfuerzos son requeridos con urgencia en otra parte y me resulta imposible acompañarlos. Sin duda, nos encontraremos de nuevo en un breve plazo. Mientras tanto, sepan que aquel de ustedes cuya cría inadvertida llevó al actual y desgraciado predicamento para la ciudad puede convertirse en víctima de atenciones no deseadas por parte del huésped fugado.

Les conmino a proseguir con su labor para con el tapiz, del que yo misma soy devota.

Fielmente suya,

T.

Isaac alzó la mirada hacia Derkhan.

—Los dioses sabrán lo que piensa el resto de los lectores de El Resumen de esto… —dijo con voz apagada—. ¡Esa maldita araña es poderosa!

Derkhan asintió lentamente y suspiró.

—Pero me encantaría entender qué estaba haciendo… —respondió infeliz.

—Es imposible, Dee. Imposible.

—Tú eres científico, Isaac —saltó ella. Parecía desesperada—. Tienes que saber algo acerca de esos malditos bichos. Por favor, trata de explicarnos lo que dice…

Isaac no discutió. Releyó la nota y rumió en silencio las informaciones que podía encontrar.

—Simplemente hace lo que considera necesario para… para hacer más hermosa la telaraña —dijo desdichado. Vio la herida mellada de Derkhan y apartó la mirada—. No puedes comprenderla, su pensamiento es totalmente ajeno al nuestro. —Mientras hablaba, se le ocurrió algo—. Puede que… puede que por eso Rudgutter haya estado negociando con ella. Si no piensa como nosotros, quizá sea inmune a las polillas… Puede que sea como… como un perro de caza.

Y ha perdido el control que tuviera sobre ella, pensó, recordando los gritos del alcalde desde el exterior. No está haciendo lo que él quiere.

Devolvió su atención a la carta en El Resumen.

—Esto de aquí sobre el tapiz… —musitó, mordiéndose los labios—. Eso es la telaraña global, ¿no? Supongo que lo que dice es que le gusta lo que… emm… lo que hacemos con el mundo. Cómo lo «tejemos». Creo que por eso nos sacó. Y esta última sección… —Su expresión se hizo más temerosa a medida que leía.

—Oh, dioses —siseó—. Es como lo que le sucedió a Barbile… —Derkhan quedó boquiabierta y asintió, reluctante—. ¿Qué fue lo que dijo? «Me ha catado…». Mi gusano tiene que haberse sentido todo el rato tentado por mi mente… Ya me ha catado… Debe de estar cazándome.

Derkhan lo observaba fijamente.

—No conseguirás perderle el rastro, Isaac —dijo en voz baja—. Tenemos que matarlo.

Había dicho «tenemos». La miró agradecido.

—Antes de formular planes —siguió ella—, hay otra cosa. Un misterio. Algo de lo que quiero una explicación. —Hizo un gesto hacia la otra repisa, en la oscuridad de la cámara. Isaac escudriñó con atención la suciedad fuliginosa. Apenas alcanzaba a distinguir una forma inmóvil.

La reconoció al instante. Recordó su extraordinaria intervención en el almacén. Su respiración se aceleró.

—No habla, ni escribe, ni nada así —dio Derkhan—. Cuando nos dimos cuenta de que estaba con nosotros, tratamos de que hablara para descubrir lo que había hecho, pero nos ignoró por completo. Creo que ha estado esperándote.

Isaac se acercó al borde de la repisa.

—Es poco profunda —dijo Derkhan a su espalda. Isaac descendió a la fría y acuosa porquería de las cloacas. Le llegaba a la altura de las rodillas. Avanzó sin pensar, ignorando la espesa hediondez que lamía sus piernas. Vadeó el mucilaginoso puré de excremento hasta la otra repisa.

A medida que se acercaba, el inmóvil habitante de aquel espacio oscuro zumbó ligeramente e incorporó su cuerpo maltrecho tanto como pudo. Había muy poco espacio.

Isaac se sentó junto a él y trató de limpiarse los zapatos mancillados. Se giró con expresión ansiosa, hambrienta.

—Pues dime lo que sabes. Cuéntame por qué me advertiste. Explícame lo que sucede.

El constructo de limpieza emitió un pitido.