25

Aquella misma noche, en las tétricas horas de oscuridad después de que una breve llovizna cubriera la ciudad de agua sucia, la puerta del almacén de Isaac se abrió. La calle estaba vacía. Eran minutos de calma. Los pájaros nocturnos y los murciélagos eran los únicos que se movían. La luz de gas parpadeaba trémula.

El constructo rodó a trompicones y salió a la noche. Sus válvulas y pistones estaban envueltos en retales y jirones de manta, lo que acallaba el sonido distintivo de su paso. Se movía a gran velocidad, girando inexacto con toda la premura que le permitían sus cadenas avejentadas.

Discurrió por las calles, pasando junto a borrachos dormidos, inconscientes por el alcohol. Las cetrinas lámparas de gas se reflejaban misteriosas en su abollada piel metálica.

El constructo se abría camino rápido, precario, bajo los raíles. Los cirros inconstantes ocultaban las naves aéreas al acecho, mientras la máquina se dirigía hacia abajo, siguiendo la línea del Alquitrán, que adoptaba la intrincada forma de un látigo sobre las atemporales rocas bajo la ciudad.

Y horas después de que desapareciera por encima del Puente Diáfano al sur de la ciudad, cuando el cielo oscuro comenzaba a mancharse de amanecer, el constructo volvió a duras penas a la Ciénaga Brock. Su oportunismo fue fortuito, pues regresó a la nave y cerró la puerta muy poco antes de que Isaac volviera de su frenética carrera nocturna en busca de David, Lin, Yagharek y Lemuel Pigeon, cualquiera que pudiera ayudarlo.

Lublamai estaba tendido en un sofá que Isaac había fabricado a partir de un par de sillas. Cuando entró en el almacén se dirigió directamente hacia su amigo paralizado, susurrándole sin esperanza; mas no había cambios. Lublamai no dormía ni despertaba. Simplemente miraba.

No pasó mucho tiempo antes de que David volviera apresuradamente al laboratorio. Había regresado de una de sus moradas habituales para ser recibido por la versión apresurada y garabateada de uno de los innumerables mensajes que Isaac le había dejado por toda Nueva Crobuzon.

Se sentó tan silencioso como Isaac, observando a su amigo sin mente.

—No puedo creer que te dejara hacerlo —dijo insensible.

—Por Jabber, David, que te den, ¿crees que no lo he pensado yo una y otra vez? Dejé que ese bicho de mierda escapara…

—Todos debimos haberlo pensado mejor —saltó David.

Se produjo un largo silencio entre ellos.

—¿Has buscado un médico? —dijo David.

—Es lo primero que hice. Phorgit, al otro lado de la calle. Ya había tratado con él. Limpié un poco a Lub para quitarle la mierda esa de la cara… Phorgit no sabía qué hacer. Le enchufó dios sabe cuántos aparatos, tomó yo qué sé cuántas lecturas… lo que se tradujo en «no tengo ni idea». Que lo mantengamos caliente y que le demos de comer, pero que quizá sea mejor mantenerlo frío y no darle nada… Podría ir a por uno de esos tipos que conozco de la universidad para que le eche un vistazo, pero es una esperanza vana…

—¿Pero qué le ha hecho esa cosa?

—Eso mismo, David, eso mismo. Ahí está la pregunta de los huevos, ¿no?

Desde la ventana rota llegó un débil golpeteo. Isaac y David alzaron la mirada para ver a Teparadós asomando su fea y triste cabeza.

—Oh, mierda —saltó Isaac exasperado—. Mira, Teparadós, este no es precisamente el mejor momento, ¿capiche? Más tarde hablamos.

—Solo viní a ver, jefe… —Teparadós hablaba con una voz acobardada completamente ajena a su parloteo exuberante—. Quería saber cómostaba Lublub.

—¿Qué? —preguntó áspero Isaac, incorporándose—. ¿Y eso?

Teparadós se apartó temeroso y gimió.

—Yo no, señor, no culpa mía… solo preguntaba sistá mejor después quese norme bicho comiera la cara…

—¿Estabas aquí, Teparadós?

El draco asintió consternado y se acercó un poco, equilibrándose sobre el marco de madera.

—¿Qué pasó? No estamos enfadados contigo, Teparadós. Solo queremos saber qué es lo que viste.

El draco sonrió y sacudió la cabeza con tristeza. Lloriqueaba como un niño, retorciendo la cara y escupiendo las palabras de forma atropellada.

—El cabrón llega bajando las escaleras con alas horribles que dejan tontontaina abriendo dientes… y… y todo con garras y esa lengua apestosa… y… y señor Lublub mirando con miedo lespejo y después se gira y queda… tonto… y veo… me quedo tonto y cuando despierto la cosa tiene la lengua en… en… En mi cabeza lametones y slurpslurp de señor Lub y… y me largué, no pudecer na, lo juro… qué miedo… —Teparadós comenzó a llorar como un niño de dos años, babeando moco y lágrimas por su cara.

Cuando llegó Lemuel Pigeon, Teparadós aún sollozaba. Ni las palabras amables, ni las amenazas ni los sobornos conseguían calmar al draco. Al final se fue a dormir, enroscado en un bulto desdichado lleno de mocos, como un bebé humano agotado.

—Estoy aquí con falsos pretextos, Isaac. El mensaje que recibí es que me convenía dejarme caer por tu casa. —Lemuel lo miró con aire inquisitivo.

—Mierda, Lemuel, maleante de baja estofa —explotó Isaac—. ¿Es eso lo que te preocupa? Que te follen. Me aseguraré de que consigas lo tuyo, ¿de acuerdo? ¿Te gusta así? Y ahora atiende, cabrón: alguien ha sido atacado por algo que surgió de uno de los gusanos que tú me conseguiste, y necesitamos detenerlo antes de que ataque a alguien más, y necesitamos saber qué es, así que tenemos que descubrir de dónde coño salió, y tenemos que hacerlo cagando hostias. ¿Me sigues, viejo?

Lemuel se sintió intimidado por aquel estallido.

—Mira, no me eches a mí la culpa… —comenzó, antes de que Isaac lo interrumpiera con un aullido de irritación.

—¡Me cago en la hostia, Lemuel, nadie te está echando la culpa, gilipollas! ¡Todo lo contrario! Lo que estoy diciendo es que eres un comerciante demasiado bueno como para no llevar anotaciones de todo, y necesito que las compruebes. Los dos sabemos que todo pasa a través de ti… Tienes que conseguirme el nombre del que te dio el ciempiés grande. El gordo con los colores raros. ¿Sabes cuál te digo?

—Creo que lo recuerdo, sí.

—Bien, genial. —Isaac se calmó un poco. Se pasó la mano por la cara y lanzó un profundo suspiro—. Lemuel, necesito que me ayudes —dijo simplemente—. Te pagaré… Pero también te estoy suplicando. Necesito de verdad que me ayudes. Mira. —Abrió los ojos y lo miró directamente—. Ese bicho de mierda puede que se haya muerto, ¿vale? Puede que sea como un efemeróptero: cojonudo. Puede que Lub se despierte mañana como una rosa. Y puede que no. Esto es lo que necesito: uno —contó con sus gruesos dedos—, cómo despertar a Lub; dos, qué es ese hijo de puta. La única descripción que tenemos es un poco confusa —miró al draco, que dormía en una esquina—; y tres, cómo capturar a ese cabrón.

Lemuel se quedó mirándolo, sin variar su expresión. Lenta, ostentosamente, sacó una cajita del bolsillo y aspiró de su interior. Isaac cerró y abrió los puños.

—Vale, Isaac —respondió Lemuel en voz baja, guardando la pequeña caja enjoyada. Asintió sin prisa—. Veré lo que puedo hacer. Me mantendré en contacto, pero yo no soy la beneficencia. Soy un hombre de negocios, y tú un cliente. Quiero algo por esto. Te voy a cobrar, ¿entiendes?

Isaac asintió fatigado. No había rencor en la voz de Lemuel, ni brutalidad, ni desprecio. Simplemente estaba constatando la verdad oculta bajo su bonhomía. Isaac sabía que, si le convenía no descubrir al suministrador de aquel gusano peculiar, lo haría sin dudarlo.

—Alcalde —Eliza Stem-Fulcher entró en la Sala Lemquist. Rudgutter la miró, inquisitivo, desde su escritorio. Ella tiró un delgado periódico frente a él—. Tenemos una pista.

Teparadós se levantó rápidamente al despertar, mientras David e Isaac trataban de convencerlo de que nadie le consideraba responsable. Para cuando cayó la noche, una horrísona melancolía se había adueñado del almacén de la Vía del Remero.

David introducía una espesa compota de frutas en la boca de Lublamai, empujándola suavemente por la garganta. Isaac paseaba sin rumbo. Esperaba que Lin regresara a casa, encontrara la nota que le había dejado en la puerta y fuera allí con él. Pensó que, de no haber sido su letra, se lo hubiera tomado como una broma pesada. Que Isaac le invitara a su casa en el laboratorio no tenía precedentes. Pero necesitaba verla, y le preocupaba que, de irse, se perdiera algún cambio vital en el estado de Lublamai, pasara por alto alguna información indispensable.

La puerta se abrió, e Isaac y David levantaron la mirada a toda prisa.

Era Yagharek.

Isaac se sorprendió unos momentos. Era la primera vez que Yagharek aparecía mientras David (y Lublamai, claro, aunque no contaba en aquel estado) estaban presentes. David observó al garuda encogido bajo la manta sucia, el movimiento de las falsas alas.

—Yag, viejo —dijo Isaac con pesadez—. Entra, este es David… Nos ha ocurrido un desastre… —se acercó penoso hacia la puerta.

El garuda lo esperó allí sin decidirse a entrar. No dijo nada hasta que Isaac estuvo lo bastante cerca como para oírle susurrar, un extraño sonido delgado similar al de un pájaro estrangulado.

—No habría venido, Grimnebulin. No deseo ser visto…

Isaac perdía la paciencia a marchas forzadas. Abrió la boca para replicar, pero Yagharek prosiguió.

—He oído… cosas. He sentido… un humo sobre esta casa. Ni tú ni ninguno de tus amigos ha dejado esta habitación en todo el día.

Isaac lanzó una escueta risotada.

—Has estado esperando, ¿no? Esperando a que el camino estuviera despejado, ¿no? Para ver si podías mantener tu precioso anonimato… —Se tensó y se esforzó por calmarse—. Mira, Yag, nos ha ocurrido una desgracia y ahora no tengo ni el tiempo ni las ganas para… para andarme con rodeos contigo. Me temo que nuestro proyecto va a paralizarse un tiempo…

Yagharek tomó aire y gimió débilmente.

—No puedes… —chilló—. No puedes abandonarme…

—¡Hostia! —Isaac se acercó a él y lo arrastró dentro—. ¡Mira! —Se acercó al lugar donde Lublamai respiraba trabajosamente, contemplando el techo y babeando. Empujó al Yagharek hasta ponerlo frente a él. Empleó la fuerza, pero sin resultar violento. Los garuda eran delgados y de músculos prominentes, más fuertes de lo que parecían, pero sus huesos huecos y su carne pelada no eran rival para un hombre grande.

Pero esa no era la principal razón por la que Isaac se refrenaba. La tensión entre ellos era de irritación, no de veneno. Isaac sentía que Yagharek tenía ganas de conocer la razón de la repentina tensión en el almacén, aunque eso significara romper la prohibición de ser visto por otros.

Isaac señaló a Lublamai. David miraba vagamente al garuda. Yagharek lo ignoraba por completo.

—El ciempiés cabrón que te enseñé —dijo Isaac— se convirtió en algo que le hizo esto a mi amigo. ¿Has visto alguna vez algo así?

Yagharek negó lentamente con la cabeza.

—Pues ya ves —respondió Isaac apesadumbrado—. Me temo que hasta que no me encargue de lo que coño sea que he liberado por la ciudad, y hasta que pueda traer de vuelta a Lublamai de donde esté, los problemas del vuelo y los motores de crisis, por emocionantes que sean, pierden gas.

—Me condenas a mi vergüenza… —siseó Yagharek como rápida respuesta. Isaac lo interrumpió.

—¡David conoce lo de tu supuesta vergüenza, Yag! —gritó—. ¡Y no me mires así, así es como trabajo, y es mi colega, y así es como he conseguido hacer progresos con tu puto caso!

David miraba con dureza a Isaac.

—¿Cómo? —susurró—. ¿Motores de crisis…?

Isaac sacudió la cabeza irritado, como si tuviera un mosquito en el oído.

—He hecho unos progresos en la física de crisis, nada más. Luego te lo cuento.

David asintió confuso, aceptando que aquel no era el momento de discutir aquello, aunque sus ojos traicionaban su sorpresa. ¿Nada más?

Yagharek se mecía nervioso, inundado por una terrible desdicha.

—N-necesito tu ayuda… —comenzó.

—Sí, igual que Lublamai —gritó Isaac—, y me temo que eso ahora es más urgente… —después suavizó el tono—. No te estoy dejando tirado, Yag, ni se me ocurriría hacer eso. Pero el caso es que ahora mismo no puedo proseguir. —Isaac pensó unos instantes—. Si quieres que acabemos con esto lo antes posible, podrías ayudar… No te largues sin más. Quédate aquí, coño, y ayúdanos a solucionar esto. De ese modo podremos regresar enseguida a tus problemas.

David miraba a Isaac con recelo. Ahora sus ojos decían, ¿Sabes lo que estás haciendo? Viendo aquello, Isaac se envalentonó.

—Puedes dormir aquí, comer aquí… A David le dará igual, ni siquiera vive aquí. Yo soy el único que lo hace. Entonces, cuando sepamos algo, podremos… bueno, podremos buscarte alguna utilidad, si sabes a qué me refiero. Puedes ayudar, Yagharek. Nos serías de muchísima utilidad. Cuanto antes acabemos con esto, antes retomaremos tu programa. ¿Entiendes?

Yagharek se sentía sumiso. Tardó unos instantes antes de hablar, y lo único que logró fue asentir brevemente y decir que sí, que permanecería en el almacén. Estaba claro que no podía pensar en otra cosa que su investigación sobre el vuelo. Isaac estaba exasperado, pero no lo tuvo en cuenta. La escisión, el castigo que había sufrido Yagharek, se había aposentado en su alma como una cadena de plomo. Era totalmente egoísta, pero tenía sus motivos.

David se quedó dormido, exhausto y triste. Aquella noche durmió en su silla, mientras Isaac cuidaba de Lublamai. La comida que le habían dado parecía haber llegado a su destino, y la primera tarea era limpiar las heces.

Hizo un hatillo con la ropa sucia y la metió en una de las calderas del almacén. Pensó en Lin. Esperaba que llegara pronto.

Se dio cuenta de que estaba suspirando.