—Vamos, viejo cabrón, capullo, come algo, por el amor de Jabber.
El ciempiés yacía inerte sobre un costado. Su piel fláccida se agitaba en ocasiones y sacudía la cabeza, en busca de comida. Isaac se inclinó sobre él, le habló, lo pinchó con un palo. La criatura se sacudió incómoda antes de rendirse.
Isaac se enderezó y arrojó el palo a un lado.
—Has ganado —anunció al aire—. No podrás decir que no lo he intentado.
Se alejó de la pequeña caja, llena de distintos alimentos mohosos.
Las jaulas seguían apiladas sobre la pasarela elevada del almacén. La discordante sinfonía de chillidos, siseos y otros sonidos aviarios persistía, pero el número de criaturas había descendido. Muchas de las jaulas y nidos estaban abiertos y vacíos. Restaba menos de la mitad de los especímenes originales.
Isaac había perdido a varios de sus sujetos experimentales a manos de la enfermedad; otros a peleas, tanto entre distintas especies como entre congéneres; y algunos por sus propias investigaciones. Varios cuerpecitos rígidos seguían clavados en distintas posiciones en tableros repartidos por toda la pasarela. Las paredes estaban cuajadas de ilustraciones. Sus primeros bocetos sobre alas y vuelo se habían multiplicado de forma ingente.
Isaac se inclinó sobre su mesa y pasó los dedos sobre los diagramas que la cubrían por completo. En lo alto había dibujado un triángulo con una cruz dentro. Cerró los ojos para protegerse de la cacofonía.
—¡Callaos todos de una puta vez! —gritó, aunque el coro animal prosiguió con el mismo ímpetu. Se sujetó la cabeza con las manos, frunciendo el ceño cada vez más.
Aún le escocía el desastroso viaje del día anterior a Salpicaduras. No podía evitar repasar una y otra vez los acontecimientos en su cabeza, pensando en lo que podía, en lo que debía haber hecho de otro modo. Había sido arrogante y estúpido, apareciendo allí como un intrépido aventurero, enseñando el dinero como si se tratara de un arma taumatúrgica. Lin tenía razón. No era de extrañar que hubiera conseguido enajenar a toda la población garuda de la ciudad. Se había acercado a ellos como si se tratara de una banda de pandilleros a los que se pudiera asombrar y comprar. Los había tratado como a los compinches de Lemuel Pigeon. Y no lo eran. Eran una comunidad paupérrima, asustada, que pugnaba por sobrevivir, y quizá por conservar un jirón de orgullo, en una ciudad hostil. Eran testigos de cómo sus vecinos eran exterminados por los vigilantes como si de un deporte se tratara. Moraban en una economía alternativa de caza y trueque, forrajeando en el Bosque Turbio y rateando.
Su política era brutal, pero totalmente comprensible.
Y ahora había reventado cualquier posible relación con ellos. Levantó la vista de los dibujos, heliotipos y diagramas que había realizado. Como ayer, pensó. El acercamiento directo no funciona. Estaba en la pista correcta desde el principio. Esto no va sobre aerodinámica, ese no es el camino… Los graznidos de sus cautivos invadieron sus pensamientos.
—¡Basta! —gritó de repente. Se incorporó y observó a los animales atrapados, como si les retara a proseguir con sus ruidos. Lo que, por supuesto, hicieron—. ¡Basta! —gritó de nuevo, acercándose a la primera jaula. La bandada de palomas en su interior comenzó a volar alocada de un lado a otro mientras Isaac las llevaba hacia las grandes ventanas. Dejó la caja encarada con el vidrio y fue a por otra, dentro de la cual una vivida serpiente libélula ondulaba como un crótalo. Esta la situó sobre la primera. Después tomó una jaula de gasa para mosquitos, y otra de abejas, y repitió la operación. Despertó a los ariscos murciélagos y aspis que dormitaban al sol y los llevó hacia la ventana que daba al Cancro.
Transportó la jauría restante a aquel montón. Los animales podían ver las Costillas, que se curvaban crueles sobre la ciudad oriental. Isaac apiló todas las cajas con seres vivos en una pirámide frente al cristal. Tenía el aspecto de un holocausto.
Al fin terminó su trabajo. Predadores y presas revoloteaban y se graznaban los unos junto a los otros, separados únicamente por madera y delgados barrotes.
Isaac se coló como pudo por el angosto espacio frente a las jaulas y abrió la gran ventana. Era de batiente horizontal y giraba sobre el dintel, de metro y medio de altura. Al abrirse al aire cálido, una imparable riada de sonidos urbanos llegó acompañada del calor nocturno.
—¡Y ahora me lavo las manos de todos vosotros! —gritó Isaac, que comenzaba a disfrutar.
Miró a su alrededor y regresó a la mesa un instante, para volver con una larga vara que había empleado muchos años atrás para señalar en las pizarras. Lo usó ahora para tantear, levantando ganchos, descorriendo pestillos, abriendo huecos en alambres finos como la seda. Los frentes de las pequeñas prisiones comenzaban a ceder. Apresuradamente, abrió todas las portezuelas con las manos allá donde la vara no era lo bastante precisa.
Al principio, las criaturas encerradas se mostraron confusas. Para muchas, habían pasado semanas desde la última vez que volaran. Se habían alimentado mal y estaban aburridas y asustadas. No comprendían aquel repentino escaparate de libertad, el ocaso, el olor del aire ante ellas. Pero, tras aquellos largos momentos, el primero de los cautivos rompió sus cadenas.
Era un búho.
Se arrojó por la ventana abierta y voló hacia el este, donde el cielo era más oscuro, hacia las tierras boscosas de la Bahía de Hierro. Planeó entre las costillas, moviendo apenas las alas.
Aquella fuga fue una señal. Se produjo una tormenta de alas.
Azores, polillas, murciélagos, tábanos, aspis, periquitos, escarabajos, urracas, criaturas de los altos cielos, pequeños planeadores de superficie, seres de la noche, del día y del crepúsculo escaparon por la ventana de Isaac en una resplandeciente explosión de camuflaje y color. El sol se había ocultado al otro lado del almacén. La única luz que capturaba la nube de alas, pelaje y quitina era la de las farolas, y los jirones de sol reflejados en el sucio río.
Isaac bebió la gloria del espectáculo, exhaló como si se tratara de una obra de arte. Durante un instante miró alrededor en busca de una cámara, pero abandonó la idea y se limitó a contemplar.
Mil siluetas se derramaban por el aire desde su almacén. Volaron juntas, sin rumbo durante unos instantes, antes de sentir las corrientes de aire y alejarse. Algunas partieron con el viento. Otras viraron y combatieron las ráfagas trazando círculos hacia la ciudad. La paz de aquellos primeros instantes de confusión desapareció. Las aspis volaban entre los bancos de insectos desorientados cerrando sus diminutas mandíbulas leoninas sobre los pequeños, gruesos y crujientes cuerpos. Los halcones despedazaban palomas, chovas y canarios. Las serpientes libélula ascendían en las espirales térmicas tratando de capturar alguna presa.
Los estilos de vuelo de los animales liberados eran tan distintos como sus formas silueteadas. Una figura oscura aleteaba de forma caótica por el cielo, hundiéndose hacia una farola, incapaz de resistir la luz: una polilla. Otra se alzaba con majestuosa simplicidad y se perdía en la noche: algún pájaro de presa. Una abrió un instante las alas como una flor, antes de pegarlas a su cuerpo y perderse disparada en un borrón de aire descolorido: uno de los pequeños pólipos de viento.
Los cuerpos de los exhaustos y los moribundos se precipitaban desde el aire en un amasijo de carne. Isaac pensó en que el suelo terminaría encenagado con la sangre y el icor. El Cancro producía suaves chapoteos, reclamando a sus víctimas. Pero había algo más que vida y muerte. Durante unos pocos días, unas pocas semanas, musitó Isaac, el cielo de Nueva Crobuzon recuperaría el colorido.
Lanzó un beatífico suspiro. Miró a su alrededor y se acercó deprisa a las pocas cajas con capullos, huevos y larvas, llevándolas a la ventana, conservando solo al ciempiés grande, moribundo, multicolor.
Tomó puñados de huevos y los tiró a la calle, tras las formas en fuga. Después siguió con los ciempiés que se retorcían y sacudían mientras caían sobre el pavimento. Sacudió cajas que traqueteaban con las delicadas formas en pupa, vaciándolas por la ventana. Vertió un tanque de larvas acuáticas. Para aquellas crías era una cruel liberación, unos breves segundos de libertad y aire fresco.
Por fin, cuando la última criatura hubo desaparecido, Isaac cerró la ventana. Se giró y revisó el almacén. Oía un leve aleteo, y vio algunas figuras revoloteando alrededor de las lámparas. Un aspis, un puñado de polillas o mariposas, y una pareja de pequeños pájaros. Bueno, pensó, ya encontrarán el camino de salida, o no durarán mucho y podremos echarlos cuando mueran.
Tirados por el suelo frente a la ventana había algunos de los redrojos y los desahuciados, los débiles, que habían caído antes de poder volar. Algunos estaban muertos. La mayoría se arrastraba patética a uno u otro lado. Se dispuso a limpiarlos.
—Tienes la ventaja de que eres (a) bastante hermoso; y (b) bastante interesante, viejo cabrón —le dijo al inmenso gusano enfermo mientras trabajaba—. No, no, no me des las gracias. Solo considérame un philanthrope. Y, además, no entiendo por qué no comes. Eres mi proyecto —dijo, lanzando una carretada de débiles criaturas trémulas a la calle—. No creo que sobrevivas a esta noche, pero si serás cabrón que has conseguido mi misericordia y mi curiosidad, así que voy a hacer un último intento por salvarte.
Se produjo un estrépito escalofriante. La puerta del almacén había sido abierta de golpe.
—¡Grimnebulin!
Era Yagharek. El garuda estaba allí de pie bajo la débil iluminación, con las piernas separadas y los brazos pegados a su túnica. La forma abultada de sus alas de madera se movía de forma poco realista a un lado y a otro. No estaban bien sujetas. Isaac se apoyó sobre la barandilla y frunció el ceño.
—¿Yagharek?
—¿Me has olvidado, Grimnebulin?
Yagharek chirriaba como un pájaro torturado. Sus palabras eran casi imposibles de comprender. Isaac le pidió gesticulando que se calmara.
—¿De qué coño hablas…?
—Los pájaros, Grimnebulin. ¡He visto a los pájaros! Me dijiste, me mostraste… que estaban aquí por tu investigación. ¿Qué ha sucedido, Grimnebulin? ¿Vas a rendirte?
—Espera… ¿Cómo has podido verlos, por el ano de Jabber? ¿Dónde estabas?
—En tu tejado, Grimnebulin. —Yagharek bajó el tono de voz. Estaba más calmado e irradiaba una descomunal tristeza—. En tu tejado, donde cuelgo, noche tras noche, aguardando a que me ayudes. Te vi liberar a todas tus pequeñas cobayas. ¿Te has rendido, Grimnebulin?
Isaac le hizo un gesto para que subiera.
—Yag, hijo mío… Mierda, no sé por dónde empezar —dijo, mirando al techo—. ¿Y qué coño hacías tú en mi tejado? ¿Cuánto llevas ahí colgado? Joder, podías haber estado aquí, o algo… Esto es absurdo. Por no decir un poco espeluznante, pensar en ti ahí arriba mientras trabajo, o como, o cago, o lo que sea. Y —levantó la mano para cortar la réplica del garuda— no he abandonado tu proyecto.
Guardó silencio unos instantes, para que asimilara sus palabras. Esperó a que Yagharek se calmara, a que volviera a la calamitosa actitud que se había labrado.
—No he abandonado —repitió—. Lo que ha pasado es genial, en realidad. Creo que hemos entrado en una nueva fase. Adiós a lo antiguo. Esa línea de investigación ha sido… eh… cancelada.
Yagharek inclinó la cabeza. Sus hombros temblaron al inspirar profundamente.
—No comprendo.
—Mira, ven a ver esto de aquí. Te quiero enseñar algo.
Isaac llevó a Yagharek a su mesa, donde se detuvo un momento y chasqueó la lengua al ver al grueso ciempiés, tumbado en su caja sobre un costado. Se agitaba deleznable.
Yagharek no le dedicó una segunda mirada.
Isaac señaló los diversos montones de papel que sobresalían de los gastados libros de la estantería, o que descansaban sobre la mesa: dibujos, ecuaciones, notas y tratados. El garuda comenzó a escudriñarlos lentamente. Isaac lo guiaba.
—Mira… Mira estos malditos esquemas, por todas partes. Alas, en su mayor parte. El punto inicial de la investigación eran las alas. Parece lógico, ¿no? De modo que me he dedicado a comprender ese miembro en particular. Los garuda que viven en Nueva Crobuzon no nos son de utilidad, por cierto. Puse anuncios en la universidad, pero al parecer no ha entrado ninguno como estudiante este año. Por el bien de la ciencia, llegué incluso a intentar argumentar con un… un líder comunitario… y resultó en un pequeño desastre. Dejémoslo ahí. —Isaac hizo una pausa, recordando, antes de devolverse a la discusión—. Así que miremos a los pájaros. Pero claro, eso nos lleva a un problema totalmente distinto. Los bichos pequeños, los zumbones, los reyezuelos, todos esos son interesantes y útiles en términos de… ya sabes, de trasfondo amplio, de física del vuelo, de lo que quieras, pero básicamente buscamos a los grandes. Los cernícalos, los halcones, las águilas, si consigo alguna. Porque en esta fase aún pienso de forma análoga. Pero no quiero que pienses que soy estrecho de miras. No estoy estudiando a los efemerópteros, o lo que sea, solo por interés. Estoy tratando de averiguar si puedo aplicar este estudio. Quiero decir que presumo que no eres muy exigente, ¿no? Presumo que si te injerto un par de alas de murciélago o de moscarda, o incluso una glándula de vuelo de un pólipo, no te irás a cabrear. Puede que no sean bonitas, pero el objetivo es hacerte volar, ¿no?
Yagharek asintió. Escuchaba con feroz interés, revolviendo entre los papeles sobre la mesa. Se esforzaba por comprenderlo todo.
—Muy bien. Así que parece razonable, aun a pesar de todo, que en los que debemos fijarnos es en los pájaros grandes. Pero, por supuesto… —Isaac rebuscó entre los papeles, tomó varios dibujos de la pared y entregó los diagramas relevantes a Yagharek—. Por supuesto, al final resulta que no así. Es decir, puedes llegar bastante lejos con la aerodinámica de los pájaros, tiene muchas cosas útiles, pero en realidad su estudio despista. Y es porque la aerodinámica de vuestros cuerpos no tiene nada que ver. Tú no eres solo un águila con un flaco cuerpo humano adosado. Estoy seguro de que nunca pensaste que eras… No sé cómo serán vuestras matemáticas o vuestra física, pero en esta hoja de aquí… —Isaac la encontró y se la entregó— hay algunos diagramas y ecuaciones que te mostraran por qué el vuelo de los grandes pájaros no es la dirección en la que buscar. Todas las líneas de fuerzas están confundidas. No son lo bastante fuertes, cosas así. De modo que volví sobre las demás alas de la colección. ¿Qué pasaría si te injertáramos unas alas de libélula? Bueno, claro, primero tenemos el problema de conseguir unos insectos con alas lo bastante grandes. Y los únicos que encajan en la descripción no van a regalártelas. Y no sé tú, pero a mí no me apetece una mierda irme a las montañas o a cualquier otra parte a tender emboscadas a un escarabajo asesino. Nos iban a dar por culo. ¿Y qué hay de construirlas según nuestras propias necesidades? En ese caso, podemos conseguir tanto el tamaño como la forma. Podemos compensar tu forma… complicada. —Isaac sonrió antes de seguir—. El problema es que, siendo lo que es la ciencia de los materiales, podríamos conseguir hacerlas lo bastante exactas, lo bastante ligeras, lo bastante fuertes… pero he de confesar que lo dudo. Estoy trabajando en diseños que podrían funcionar, pero que podrían no hacerlo. No creo que las posibilidades sean buenas. Además, tienes que recordar que todo este proyecto depende de que todo un virtuoso te reconstruya. Me alegra poder decir que no conozco a ningún reconstructor, lo que es un problema. Otro es que suelen estar más interesados en la humillación, la potencia industrial y la estética que en algo tan intrincado como el vuelo. Hay un huevo de terminaciones nerviosas, otro de músculos, huesos arrancados y demás flotando por tu espalda, y tienen que reformar cada uno exactamente si quieres tener la menor posibilidad de volar de nuevo.
Isaac había conducido a Yagharek hasta una silla. Él acercó una banqueta y se sentó enfrente. El garuda estaba en completo silencio. Observaba con una intensa concentración a Isaac, y después a los diagramas que sostenía. Así era como leía, comprendió Isaac, con aquella intensidad y concentración. No era como un paciente esperando a que el doctor fuera al grano. Estaba asimilando cada una de las palabras.
—Debería decir que no he terminado del todo con esto. Conozco a alguien capacitado en la clase de biotaumaturgia que necesitas para conseguir que te injerten unas alas funcionales. De modo que voy a hablar con él para comentar las probabilidades de éxito. —Isaac torció el gesto y negó con la cabeza—. Y tengo que decirte, Yag, viejo, que si conocieras a ese tipo comprenderías el valor de mi gesto. No repararé en gastos para conseguir que… —hizo una larga pausa—. De modo que cabe la posibilidad de que este tipo diga: «Sí, alas, no pasa nada, tráemelo por aquí y se las ponemos el Día del polvo por la tarde». Es posible, pero me has contratado por mi capacidad científica, y te doy mi opinión profesional cuando te digo que no va a ser así. Creo que necesitamos pensamiento lateral. Mis primeras aproximaciones por esta ruta estaban encaminadas a observar a las distintas cosas que vuelan sin alas, pero prefiero ahorrarte los detalles de los esquemas. La mayoría de los planes están… aquí, si te interesan. Un mini dirigible subcutáneo autoinflable; un transplante de glándulas de un pólipo mutante; integrarte con un gólem volador; incluso algo tan prosaico como enseñarte taumaturgia física básica —Isaac indicó las notas de cada uno de los planes a medida que los mencionaba—. Todo imposible. La taumaturgia es poco fiable y agotadora. Cualquiera puede aprender algunos hechizos básicos si se aplica, pero la contrageotropía constante a voluntad necesita mucha más energía y habilidad de la que la mayoría de la gente posee. ¿Tenéis sortilegios poderosos en el Cymek?
Yagharek negó lentamente con la cabeza.
—Algunos susurros para llamar a la presa a nuestras garras; algunos símbolos y pases para ayudar a que los huesos se suelden y la sangre coagule. Eso es todo.
—Sí, no me sorprende. Así que mejor no confiar en eso. Y créeme cuando te digo que mis otros planes, los extraños, no eran viables. Así que he pasado todo el tiempo trabajando en cosas así sin llegar a ningún sitio. Y comprendí que, cuando me detengo un minuto o dos y me pongo a pensar, lo mismo viene una y otra vez a mi mente: acuartesanía.
Yagharek frunció el ceño enarcando sus cejas, ya marcadas, hasta convertirlas en un desfiladero de aspecto casi geológico. Sacudió la cabeza, confuso.
—Acuartesanía —repitió Isaac—. ¿Sabes lo que es?
—He leído algo al respecto. La habilidad de los vodyanoi…
—Estupendo, hijo. Puedes ver a los estibadores usarla en ocasiones, en Arboleda o en el Meandro de las Nieblas. Si se reúnen los bastantes, pueden dar forma a buena parte del río. Excavan en el agua hasta los cargamentos que caen al fondo, de modo que las grúas pueden recogerlos. Acojonante. En las comunidades rurales, la emplean para cavar zanjas de aire en los ríos, para conducir a los peces a ellas. Simplemente salen de la zona vertical del agua y caen al suelo. Brillante. —Isaac apretó los labios en señal de aprecio—. En cualquier caso, hoy en día solo se usa para gilipolleces, como pequeñas esculturas. No existen competiciones, ni nada así. El asunto, Yag, es que lo que ahí tienes es agua que no se comporta como debería, ¿no? Y eso es lo que tú quieres. Quieres que cosas pesadas, eso de ahí, ese cuerpo —dijo, dando unos suaves golpecitos en el pecho al garuda—, vuele. ¿Me sigues? Volvamos nuestra atención hacia el conundrum ontológico de persuadir a la materia para que rompa los hábitos de eones. Queremos que los elementos se comporten de forma extraña. No es un problema de ornitología avanzada. Es filosofía. ¡Y eso, Yag, es en lo que llevo trabajando toda la vida! Casi lo he convertido en una especie de afición. Pero, esta mañana, revisé algunas de las primeras notas que había tomado sobre tu caso, y lo enlacé todo con mis viejas ideas, y vi que ese era el camino a tomar. Y llevo todo el día peleándome con ello. —Isaac agitó un trozo de papel frente a Yagharek, aquel con un triángulo que contenía una cruz.
Tomó un lápiz y escribió unas palabras en los tres vértices del triángulo, para después volver el papel hacia el garuda. El vértice superior rezaba «Ocultista/taumatúrgico»; el inferior izquierdo, «Material»; el inferior derecho, «Social/sapiente».
—Bueno, Yag, viejo, no te enfrasques demasiado con este diagrama, que no pretende ser más que un foco para ayudar en la concentración. Lo que aquí tienes es una representación de los tres puntos entre los que se encuentra toda erudición, todo conocimiento. Aquí tenemos lo material. Se trata de los conocimientos físicos, átomos y demás. Todo, desde las partículas femtoscópicas fundamentales, como los elictrones, hasta los gigantescos volcanes. Rocas, elictromagnetismo, reacción química… cosas así. A él se opone lo social. A las criaturas inteligentes, de las que no hay precisamente escasez en Bas-Lag, no puedes estudiarlas del mismo modo que a las piedras. Reflejándose en el mundo y en su propio reflejo, los humanos, los garuda, los cactos y cualquier otra especie crean un orden diferente de organización, ¿no? Así que hay que estudiarlos en sus propios términos. Pero, al mismo tiempo, también están evidentemente relacionados con la materia física que lo compone todo. Para eso está aquí esta hermosa línea, conectándolos. Arriba está el ocultismo. Ahora empieza lo interesante. Ocultismo, lo oculto, que incluye las varias fuerzas y dinámicas que no tienen que ver con la interacción de elementos físicos, y que no son meros pensamientos o pensadores. Espíritus, demonios, dioses, si quieres llamarlos así, taumaturgia… ya me entiendes. Y todo eso se encuentra ahí arriba, pero está relacionado con los otros dos elementos. Primero, las técnicas taumatúrgicas, la invocación, el chamanismo y demás afectan, y son afectadas, por las relaciones sociales que las rodean. Y después tenemos el aspecto físico: los hechizos y encantamientos son, en su mayor parte, la manipulación de partículas teóricas, las «partículas encantadas», llamadas taumaturgones. En este sentido, algunos científicos —se señaló el pecho con el pulgar— creen que, en esencia, son como los protones y todas las demás partículas físicas. Y aquí —añadió con timidez, bajando la voz— es donde las cosas se ponen verdaderamente interesantes. Si piensas en cualquier área de estudio o saber, se encuentra en alguna zona de este triángulo, pero no por completo en una esquina. Toma la Sociología, la Psicología o la Xentropología. Bastante sencillo, ¿no? Se encuentran aquí abajo, en la esquina «Social», ¿no? Pues no del todo. Sin duda, ahí está su nudo más cercano, pero no puedes estudiar las sociedades sin pensar en sus recursos físicos, ¿no es así? Así que, de momento, el aspecto físico entra en liza. De modo que movemos un poco la sociología por el eje inferior —deslizó el dedo medio centímetro a la izquierda—. Pero luego, ¿cómo puedes entender, digamos, la cultura cacta sin comprender su foco solar, o la de las khepri sin sus deidades, o la de los vodyanoi sin comprender la canalización chamánica? No es posible —concluyó triunfante—. De modo que tenemos que mover las cosas un poco hacia el ocultismo. —Su dedo se desplazó en consonancia—. Así, que, más o menos, ahí es donde tenemos la Sociología y la Psicología. En la esquina inferior derecha, pero un poco arriba y un poco a la izquierda. ¿Y la Física? ¿Y la Biología? Deberían encontrarse justo sobre las ciencias materiales, ¿no? Pero, si dices que la biología tiene un efecto en la sociedad, lo contrario también es cierto, de modo que la biología está, en realidad, desplazada un poco a la derecha del vértice «Material». ¿Y qué hay de los pólipos volantes? ¿Y de la alimentación de los árboles de almas? Todo eso es ocultismo, de modo que nos movemos otra vez, ahora hacia arriba. La Física incluye la eficacia de ciertas sustancias en los hechizos taumatúrgicos. ¿Me sigues? Aun la materia más «pura» se encuentra siempre en algún punto intermedio. Y después tenemos todas aquellas disciplinas que se definen precisamente por su naturaleza bastarda. ¿Sociobiología? A mitad del lado inferior y un poco hacia arriba. ¿Hipnotología? A mitad de camino por el lado derecho. Sociopsicológico y ocultista, pero con un poco de química cerebral, de modo que se desplaza un poco hacia…
El diagrama de Isaac se encontraba ahora cubierto de pequeñas cruces, allá donde localizaba las distintas disciplinas. Miró a Yagharek y trazó una última y limpia cruza en el mismo centro del triángulo.
—¿Y qué tenemos aquí? ¿Qué es este punto intermedio? Hay quien piensa que aquí se encuentran las matemáticas. Bueno. Pero, aunque estas sean el estudio que mejor te ayuda a pensar hacia el centro, ¿cuáles son las fuerzas que investigas? Las Matemáticas son totalmente abstractas en cierto nivel, con raíces cuadradas de menos uno, y cosas así; pero el mundo es rigurosamente matemático. De modo que este es un modo de mirar un mundo que unifica las tres fuerzas: mentales, sociales y físicas. Si las materias están localizadas en un triángulo, con tres vértices y un centro, así lo están las durezas y dinámicas que estudian. En otras palabras, si piensas que este modo de mirar las cosas es interesante o útil, entonces básicamente hay una clase de campo, una clase de fuerza, estudiada aquí en sus varios aspectos. Por eso a esto se le llama «teoría unificada de campos».
Isaac sonrió, exhausto. Por el esputo divino, comprendió de repente, estoy haciendo un buen trabajo… Diez años de investigación han mejorado mi capacidad de enseñanza. Yagharek lo contemplaba con cuidado.
—C…comprendo —dijo al fin el garuda.
—Me alegro. Y hay más, hijo, así que átate los machos. La TUC no está del todo aceptada como teoría, ¿sabes? Probablemente se deba a la situación de la Hipótesis de Tierra Fracturada, si es que te dice algo. —Yagharek asintió—. Muy bien, entonces sabes a qué me refiero. Es igual de respetable, aunque un poco disparatado. Sin embargo, para despojarme de los últimos vestigios de credibilidad que puedan quedarme, yo me suscribo a una visión minoritaria dentro de los teóricos de la TUC. Y se trata de la naturaleza de las fuerzas investigadas. Intentaré exponerlo de forma sencilla. —Isaac cerró los ojos unos instantes mientras ordenaba sus pensamientos—. Muy bien. La pregunta es si es patológico que un huevo caiga si se lo suelta. —Se detuvo un largo rato para concentrarse en la imagen—. Fíjate, si piensas que la materia, y por tanto las fuerzas unificadas investigadas, son en esencia estáticas, entonces el caer, el volar, el rodar, el envejecer, el moverse, son básicamente desviaciones de un estado esencial. En caso contrario, piensas que el movimiento es parte del tejido de la ontología, y la cuestión es cómo teorizar este dilema de la forma más conveniente. Ya puedes imaginarte dónde están mis simpatías. Los estaticistas me acusarían de malinterpretarlos, pero que les den por culo. Así que soy un TCUM, un Teórico de Campos Unificados Móviles, y no un TCUE, un Teórico de Campos Unificados Estáticos. Pero claro, ser TCUM crea tantos problemas como los que resuelve: si se mueve, ¿cómo lo hace? ¿Movimiento continuo? ¿Inversión puntuada? Cuando coges un trozo de madera y lo sostienes a tres metros del suelo, tiene más energía que cuando está en el suelo. A eso lo llamamos energía potencial, ¿no? Eso no crea controversia entre ningún científico. La energía potencial es aquella que da a la madera la capacidad de hacerte daño, o mellar el suelo, una capacidad que no tendría de estar en el suelo. Tiene esa energía aunque esté inmóvil, como estaba antes, pero pudiendo caer. Si lo hace, la energía potencial se convierte en cinética, y te rompes el dedo de un pie, o lo que sea. Fíjate: la energía potencial está por todas partes, colocando las cosas en una situación vacilante en la que están a punto de cambiar de estado. Del mismo modo, cuando metes suficiente presión a un grupo de personas, de repente estallan. Pasarán en un instante de los gruñidos y la conformidad a la violencia y la creatividad. La transición de un estado a otro se realiza tomando algo, como un grupo social, un trozo de madera o un hechizo, y llevándolo a un lugar en el que su interacción con otras fuerzas haga que su propia energía se enfrente al estado actual. Estoy hablando de llevar las cosas hasta el punto de la crisis.
Isaac se recostó unos instantes. Para su sorpresa, estaba disfrutando. El proceso de explicar su acercamiento teórico consolidaba sus ideas, haciéndole formular su teoría con un rigor tentativo.
Yagharek era un alumno modelo. Su atención era total, sus ojos afilados como estiletes.
Isaac inspiró profundamente y prosiguió.
—Todo este asunto es una verdadera putada, amigo Yag. Llevo comiéndome la cabeza con la teoría de la crisis durante años. Resumiendo: yo digo que está en la naturaleza de las cosas entrar en crisis, como parte de lo que son. Las cosas se vuelven solas del revés por el mero hecho de serlas, ¿comprendes? La fuerza que mueve adelante la teoría unificada es la energía de crisis. Algo parecido a la energía potencial, que no es más que un aspecto de la energía de crisis, una diminuta manifestación parcial. Y, si pudieras acceder a las reservas de energía de crisis en una situación dada, estaríamos hablando de un poder enorme. Algunas situaciones son más dadas a la crisis y otras menos, sí, pero el núcleo de esta teoría es que las cosas están en crisis como parte inherente de su ser. Hay toneladas de puñeteras energías críticas circulando por todas partes todo el tiempo, pero aún no hemos aprendido a acceder a ella de forma eficiente. Lo que hace es descargarse de forma imprevisible e incontrolable de vez en cuando. Menudo desperdicio. —Isaac negaba con la cabeza mientras hablaba—. Creo que los vodyanoi pueden acceder a esta energía de crisis, aunque sea de un modo ínfimo. Es paradójico. Manipulas la energía de crisis existente en el agua para mantener la forma a la que se enfrenta, de modo que creas una crisis mayor… Pero la energía no tiene donde ir, de modo que la crisis se resuelve rompiéndose y regresando a la forma original. Pero ¿y si los vodyanoi usaran agua que ya hubieran… eh… manipulado, y la emplearan como componente de un experimento que empleara esa energía de crisis incrementada?… Lo siento, estoy divagando. El asunto es que estoy tratando de lograr un modo de acceder a tu energía de crisis y canalizarla para el vuelo. Mira, si tengo razón, es la única fuerza que siempre va a estar… bañándote. Y cuanto más vueles, cuanto más estés en crisis, más serás capaz de volar… al menos en teoría, claro. Pero, para ser sinceros, Yag, esto es mucho más grande. Si realmente consigo liberar la energía de crisis de tu interior, entonces tu caso se convertirá, para ser sinceros, en una preocupación nimia. Aquí estamos hablando de fuerzas y energías que podrían cambiarlo todo por completo.
Aquella idea increíble permaneció en el ambiente. El sucio almacén pareció demasiado pequeño y triste para aquella conversación. Isaac contempló por la ventana la mugrienta noche de Nueva Crobuzon. La Luna y sus hijas danzaban sedadas sobre ella. Las hijas, menores que la madre pero más grandes que las estrellas, brillaban ásperas y frías. Isaac pensó en la crisis.
Fue Yagharek quien, al final, rompió el silencio.
—Y si tienes razón… ¿volaré?
Isaac prorrumpió en carcajadas ante la pregunta.
—Sí, sí, Yag, viejo amigo; si tengo razón, volverás a volar.