Todo está en los ojos del observador
El leviatán descansaba, pero incluso dormido tenía el aspecto de una bestia terrible y colérica. Estaba hecho un ovillo como un gato, con su larga cola enrollada alrededor de la cabeza, mientras que su descomunal lomo cubierto de escamas subía y bajaba como una ola gigante. Al respirar lanzaba volutas de humo gris por los orificios nasales y emitía un ruido sordo que hacía vibrar el suelo de piedra de la caverna. La única luz que había en la rocosa cámara era el propio resplandor amarillo rojizo del dragón, una especie de cálida luz que emitía la bestia, pues estaba demasiado llena de energía y de fuego para que las escamas bastaran para contenerlos.
Al otro lado del espejo mágico, los seis insólitos compañeros. —Cadderly, Danica, Iván, Pikel, Entreri y Jarlaxle— observaban al dragón con una mezcla de reverencia y temor.
—Podríamos recurrir a Shayleigh y a sus arqueros —apuntó Danica, aunque los elfos se habían negado de plano a colaborar con un drow, fuese por la causa que fuese, y habían regresado a sus hogares en el bosque Shilmista.
—Podríamos recurrir a todo el ejército del rey Elbereth —añadió Cadderly.
—Oh, oh —dijo Pikel, que parecía totalmente fascinado por la bestia, ese gran wyrm al menos tan grande y terrorífico como el viejo Fyrentennimar.
—Ése es el dragón. ¿Estás seguro de que quieres acompañarme? —preguntó el clérigo a Entreri, aunque, al ver el brillo en los ojos del asesino, acabó la pregunta conociendo la respuesta.
Entreri se metió la mano en la bolsa y sacó la Piedra de Cristal.
—Contempla al agente de tu destrucción —susurró a la reliquia. El asesino sintió cómo la piedra lanzaba una llamada desesperada y poderosa, y Cadderly también lo percibió. Primero Crenshinibon apeló a Jarlaxle, y el oportunista drow hizo ademán de cogerla, pero al fin resistió.
—Guárdala —musitó Danica con dureza, mirando alternativamente a la piedra, que emitía un resplandor verde, y al dragón, que empezaba a rebullir—. ¡Vas a despertar al dragón!
—¿Querida, de verdad esperas que el dragón lance su abrasador aliento estando dormido? —le dijo Jarlaxle, y la mujer se volvió hacia él, furiosa.
Entreri, que oía claramente la llamada de la Piedra de Cristal, se dio cuenta de sus intenciones y comprendió que la mujer hablaba con sensatez. Ciertamente tendrían que despertar al leviatán, pero sería mucho mejor que éste no supiera por qué. El asesino bajó la mirada hacia la reliquia, esbozó una sonrisa confiada y atrevida, y volvió a guardarla en la bolsa, tras lo cual indicó a Cadderly con una inclinación de cabeza que anulara el hechizo del espejo.
—¿Cuándo partimos? —preguntó al clérigo en un tono que ponía claramente de manifiesto que la visión del monstruoso dragón no le había afectado y que ansiaba destruir de una vez por todas el malvado artilugio.
—Tengo que preparar los hechizos apropiados. No tardaré mucho.
El sacerdote hizo una seña a Danica y a los enanos para que escoltaran fuera a los dos indeseables, mientras hacía desaparecer del espejo la imagen del leviatán. Pero, tan pronto como se quedó solo, volvió a conjurar la imagen de la guarida del dragón tras lanzar un encantamiento que le permitía ver en la oscuridad. Los ojos del espejo mágico recorrieron la enorme e intrincada cueva que albergaba al dragón.
Cadderly reparó en las enormes grietas que había en el suelo y, al seguir una, descubrió el laberinto de túneles y cámaras que se extendían por debajo de la bestia dormida. Por lo visto, la caverna del dragón no era estructuralmente demasiado segura. De hecho, no lo era en absoluto.
Debería tenerlo en cuenta cuando eligiera los hechizos que los llevarían al hogar del gran dragón rojo llamado Hephaestus.
Rai’gy estaba muy concentrado, con los ojos cerrados, para dejar que las llamadas de Crenshinibon invadieran su mente. Pero solamente percibía destellos de cólera y desesperación, súplicas de ayuda y promesas de gloria.
El mago drow también veía otras imágenes, en especial una de un gran dragón rojo enroscado sobre sí mismo y oyó una palabra, un nombre que resonó en su cabeza: Hephaestus.
Rai’gy sabía que debía actuar rápidamente. Así pues, regresó a sus aposentos privados situados bajo la casa Basadoni y rezó con todo su corazón a la diosa Lloth, hablándole de la Piedra de Cristal y del glorioso caos que la reliquia le permitiría causar en el mundo.
Rai’gy rezó durante horas y despidió de malos modos a cualquiera que llamase a su puerta, incluso a Kimmuriel y a Berg’inyon.
Entonces, cuando le pareció que había llamado la atención de la oscura reina araña, o al menos de una de sus servidoras, el hechicero usó su magia para abrir una puerta a otro plano.
Como siempre ocurría cuando lanzaba tal hechizo, Rai’gy debía estar muy atento a que ningún morador indeseable de los planos inferiores o demasiado poderoso atravesara esa puerta. Pero sus sospechas eran fundadas pues la criatura que apareció por la puerta era una yochlol, una de las doncellas de Lloth, bestias más semejantes a velas a medio fundir con apéndices más largos que los de la misma reina araña.
Rai’gy contuvo la respiración, preguntándose, de pronto asustado, si se había equivocado al hablar de Crenshinibon. ¿Y si la misma Lloth la quería para sí y le ordenaba que se la entregara?
—Has implorado la ayuda de la Señora —dijo la yochlol con una voz al mismo tiempo débil y gutural, un sonido horrible.
—Deseo regresar a Menzoberranzan, pero ahora mismo no puedo. Un instrumento de Caos va a ser destruido por…
—Lloth ya conoce a Crenshinibon, Rai’gy de la casa Teyachumet —replicó la yochlol, dándole un tratamiento que sorprendió al sacerdote hechicero.
Ciertamente pertenecía a la casa Teyachumet de Ched Nasad, pero todos los miembros de su familia habían sido eliminados hacía más de un siglo. Era una manera sutil de recordarle que tanto Lloth como sus doncellas tenían muy buena memoria.
Y tal vez también era una advertencia para que no tratara de usar la poderosa reliquia contra las grandes sacerdotisas de Lloth en Menzoberranzan.
En ese instante, sus sueños de dominio sobre Menzoberranzan se hicieron añicos.
—¿Dónde se halla el objeto? —preguntó la yochlol.
—En la guarida de Hephaestus… un dragón rojo. No sé dónde… —tartamudeó Rai’gy, que tenía la cabeza en otra parte.
—Tendrás la respuesta que pides —prometió la yochlol.
La doncella de Lloth dio media vuelta y atravesó la puerta, que se cerró a su espalda inmediatamente, aunque el mago no había hecho nada para que desapareciera.
¿Acaso la misma Lloth había presenciado la entrevista?, se preguntó Rai’gy, muy asustado. Nuevamente comprendió la futilidad de sus planes para conquistar Menzoberranzan. Ciertamente la Piedra de Cristal era muy poderosa, quizá lo suficiente para que Rai’gy la manipulara y derrocara a suficientes madres matronas para alcanzar una posición de tremendo poder, pero algo en el modo en el que la yochlol había pronunciado su nombre completo le dijo que debía andarse con mucho cuidado. La diosa Lloth no toleraría tal cambio en el equilibrio de poder de Menzoberranzan.
Por un breve instante el mago consideró la posibilidad de abandonar la busca de la Piedra de Cristal, reunir a los aliados que le quedaban, recoger beneficios y regresar a Menzoberranzan como uno de los jefes —el otro era su amigo Kimmuriel— de Bregan D’aerthe.
Pero el momento pasó al oír de nuevo la llamada de la Piedra de Cristal, que le susurraba promesas de poder y gloria y le mostraba que la superficie no era un lugar tan hostil como él creía. Con Crenshinibon Rai’gy podría llevar a buen término los planes de Jarlaxle, pero en una región más apropiada —tal vez un área montañosa repleta de goblins— y crear una magnífica y eterna legión de leales súbditos, de esclavos.
El mago drow se frotó los delgados dedos negros mientras esperaba, ansioso, la respuesta que la yochlol le había prometido.
—No se puede negar que es muy bella —comentó Jarlaxle. Él y Entreri estaban de nuevo sentados fuera de la catedral, relajándose antes de emprender el viaje. Ambos eran conscientes de que ojos recelosos los vigilaban desde puntos estratégicos.
—Su propósito niega su belleza —replicó Entreri, en tono que daba a entender claramente que no deseaba volver a tocar ese tema.
El drow escrutó a su compañero humano como si tratara de leer en su rostro el oscuro episodio que intuía en su pasado. A Jarlaxle no le extrañaba que Artemis Entreri no pudiera soportar a los sacerdotes «hipócritas». En muchos aspectos, Jarlaxle estaba de acuerdo con él. En el curso de su larga vida el drow se había aventurado a menudo fuera de Menzoberranzan —y había estado al tanto de los movimientos de casi todos los visitantes de la ciudad subterránea— y también había visto lo suficiente de las muchas y variadas sectas de Toril para percibir la hipocresía de tantos de los que se llamaban a sí mismos sacerdotes. Pero las raíces de la aversión de Artemis Entreri eran más profundas y viscerales. Tenía que haberle ocurrido algo en el pasado, algo relacionado con un sacerdote. Tal vez había sido acusado injustamente de un crimen y había sido torturado por un clérigo, que en algunas de las comunidades pequeñas de la superficie solían ser los carceleros. O tal vez en una ocasión había amado, y un sacerdote le había robado a su amada o la había asesinado.
Fuera lo que fuera, Jarlaxle podía leer claramente el odio en los oscuros ojos de Entreri posados en la magnífica —pues según todos los criterios era magnífica— catedral de Espíritu Elevado. Incluso Jarlaxle, una criatura de la Antípoda Oscura, debía admitir que el lugar estaba a la altura de su nombre, ya que cuando contemplaba esas altas torres sentía como si su alma se elevara y su espíritu se iluminara.
Pero, obviamente, el humano no sentía lo mismo. Era otro misterio de Artemis Entreri que Jarlaxle debía desentrañar. Realmente el asesino era un hombre muy interesante.
—¿Adónde irás después de que la piedra sea destruida? —preguntó Entreri inesperadamente.
Jarlaxle tuvo que tomarse unos momentos para digerir la pregunta y pensar en la respuesta pues, de hecho, todavía no se lo había planteado.
—Si la piedra es destruida, dirás —replicó el drow, poniendo énfasis en el «si»—. ¿Has tratado alguna vez con dragones rojos, amigo mío?
—Cadderly lo ha hecho, y estoy seguro de que tú también.
—Sólo una vez y preferiría no hablar nunca más con una bestia como ésa —admitió Jarlaxle—. Es imposible razonar con un dragón rojo más allá de un cierto límite, porque no anhelan ningún beneficio personal. Ven, destruyen y se llevan los restos. La suya es una existencia muy simple, y es esto lo que los hace tan peligrosos.
—Pues, entonces, que vea la Piedra de Cristal y la destruya —comentó Entreri, que sintió una punzada cuando Crenshinibon protestó.
—¿Por qué? —inquirió de pronto el drow, y el asesino se dio cuenta de que su oportunista amigo había oído la silenciosa llamada de la piedra.
—¿Por qué? —repitió Entreri, mirando de frente a Jarlaxle.
—Tal vez nos estamos precipitando —explicó Jarlaxle—. Ahora que ya sabemos cómo destruir la Piedra de Cristal, podemos usar este conocimiento para obligarla a hacer siempre nuestra voluntad.
Entreri sintió deseos de echarse a reír.
—No es ninguna tontería. Ambos saldríamos ganando —insistió el elfo oscuro—. Admito que Crenshinibon empezaba a manipularme, pero ahora que has dejado bien claro que tú, y no ella, eres el amo, ¿por qué destruirla? ¿Por qué no intentas controlarla en nuestro provecho?
—Porque, si sabes sin lugar a dudas que puedes destruirla y la Piedra de Cristal también lo sabe, es posible que no sea necesario hacerlo. —Entreri seguía el juego al drow.
—¡Exacto! —exclamó Jarlaxle, muy excitado.
—Porque si sabes que puedes destruir la torre de cristal, es imposible que no sólo no la destruyas sino que, encima, construyas otra más —replicó Entreri sarcásticamente. En un instante de perplejidad, la sonrisa se borró de la negra faz de Jarlaxle.
—Ha vuelto a hacerlo —comentó éste.
—Te has vuelto a tragar el mismo anzuelo.
—Es una catedral realmente bella —comentó Jarlaxle, apartando la vista y cambiando de tema.
Entreri se echó a reír.
En ese caso, retrásalo, replicó telepáticamente Yharaskrik a Kimmuriel cuando el drow le comunicó el plan para interceptar a Jarlaxle, Entreri y al sacerdote Cadderly y sus amigos en la guarida del dragón rojo Hephaestus.
El único modo de detener a Rai’gy es luchando, explicó Kimmuriel. Quiere conseguir la Piedra de Cristal al coste que sea.
Porque está bajo su influjo, replicó el illita.
No obstante, parece que se ha liberado, al menos en parte, de su control. Ha enviado a muchos soldados drows de vuelta a nuestro cuartel de Menzoberranzan y ha cancelado sistemáticamente nuestros intereses en la superficie.
Cierto, repuso Yharaskrik, pero te engañas a ti mismo si crees que la Piedra de Cristal permitirá que Rai’gy se la lleve a la Antípoda Oscura. Recuerda que es una reliquia que basa su poder en la luz del sol.
Rai’gy cree que mediante unas cuantas torres cristalinas en la superficie, Crenshinibon podrá canalizar el poder de la luz solar hasta Menzoberranzan, explicó Kimmuriel. Era una idea que la misma Piedra de Cristal había inspirado a Rai’gy.
De pronto Rai’gy ve muchas posibilidades, dijo Yharaskrik con un sarcasmo que dejaba traslucir las dudas que sentía. Y la fuente de todas esas maravillosas posibilidades es siempre la misma.
Era ése un punto en el que Kimmuriel Oblodra, atrapado en medio de cinco peligrosos adversarios. —Rai’gy, Yharaskrik, Jarlaxle, Artemis Entreri y la propia Piedra de Cristal—, prefería no ahondar. Él poco podía hacer para cambiar el curso de los acontecimientos. No podía ir contra Rai’gy por el respeto que le inspiraban la habilidad y la inteligencia del hechicero sacerdote, y asimismo por la relación de amistad que los unía. De todos sus enemigos potenciales a quien menos temía era a Yharaskrik, pues el illita sabía que no podía vencer a Rai’gy y Kimmuriel juntos. Kimmuriel se encargaría de neutralizar los poderes mentales de Yharaskrik mientras Rai’gy lo destruía.
Aunque no despreciaba en modo alguno los poderes de manipulación de la Piedra de Cristal y sabía que a la poderosa reliquia no le gustaban los psionicistas, Kimmuriel empezaba a creer honestamente que Crenshinibon y Rai’gy harían buena pareja, y que su unión los beneficiaría a ambos. Jarlaxle no había sido capaz de controlar la piedra, pero porque desconocía sus poderes de manipulación. Seguramente, Rai’gy no cometería ese mismo error.
Pese a todo, el psionicista creía que todo sería más simple y limpio si se destruía la Piedra de Cristal, aunque no pensaba ponerse en contra de Rai’gy para que eso sucediera.
Kimmuriel miró al desollador mental y se dio cuenta de que, en cierto modo, ya había actuado contra su amigo al informar al illita —enemigo de Rai’gy— de que el hechicero tenía la intención de aliarse con la piedra.
El psionicista inclinó la cabeza ante Yharaskrik como muestra de respeto y, montado en vientos por él conjurados, flotó de regreso a la casa Basadoni y a sus aposentos privados. Sabía que, a pocas puertas de distancia, Rai’gy esperaba una respuesta de la yochlol y maquinaba el ataque contra Jarlaxle y los nuevos compañeros que éste se había buscado.
Kimmuriel no tenía ni idea de cuál iba a ser su función en todo aquello.