21

La máscara de un Dios

¿Por qué vivir en un desierto cuando existe tal belleza y tan cerca? —preguntó Jarlaxle a Entreri.

En los días que siguieron al desastre en la taberna de Maese Briar, humano y drow habían viajado rápidamente, en parte con la ayuda de un hechicero con el que toparon en una torre muy apartada y al que Entreri convenció para que los transportara mágicamente muchos kilómetros más cerca de su meta: Espíritu Elevado y el sacerdote, Cadderly.

Por supuesto, el que Jarlaxle poseyera una provisión de monedas inagotable ayudó a convencer al mago.

Las impresionantes montañas Copo de Nieve ya se divisaban. Aunque el verano se aproximaba a su fin y soplaba un viento frío, Entreri tenía que darle la razón a Jarlaxle sobre el paisaje. Al asesino le sorprendió que un elfo oscuro fuese capaz de apreciar la belleza de la superficie. Acurrucado a los pies de las laderas occidentales de las montañas Copo de Nieve se extendía un ancho y largo valle poblado de enormes árboles milenarios. Incluso Entreri, el cual parecía pasar la mayor parte de su tiempo negando la belleza, no podía sustraerse a la majestuosidad de esas altas y recortadas montañas coronadas de nieve que relucían intensamente bajo el sol.

—En Calimport me gano la vida —respondió el asesino al rato.

Pero Jarlaxle resopló.

—Con tu talento, podrías ganarte la vida en cualquier parte: en Aguas Profundas, en Luskan, en el valle del Viento Helado o incluso aquí. Tanto en grandes ciudades como en pequeñas aldeas se necesitan los servicios de un poderoso guerrero. Nadie osaría expulsar a Artemis Entreri, a no ser, naturalmente, que te conocieran tan bien como yo.

El asesino lo miró entrecerrando los ojos, pero ambos sabían que no era más que una broma, o tal vez no. Pero, incluso en el caso de que la cosa fuese en serio, Entreri no podía ofenderse, pues las palabras de Jarlaxle encerraban demasiada verdad.

—Debemos bordear las montañas hacia el sur hasta Carradoon y después tomar los senderos que suben hasta Espíritu Elevado —explicó Entreri—. Si nos damos prisa, llegaremos junto a Cadderly en pocos días.

—Pues, en marcha. Librémonos de la piedra y… —El elfo oscuro se interrumpió y miró curiosamente al humano.

¿Y qué? Aunque no había sido pronunciada, la pregunta flotaba en el aire entre ellos. Desde que huyeron de la torre cristalina de Dallabad, ambos tenían claro que se dirigían a Espíritu Elevado para deshacerse del peligroso artefacto, pero ¿y luego? ¿Regresaría Jarlaxle a Calimport para gobernar de nuevo Bregan D’aerthe?, se preguntaban ambos. Si era así, Entreri no pensaba acompañarlo. Incluso si Jarlaxle lograba arrancar las semillas del cambio sembradas por Rai’gy y Kimmuriel, el asesino no tenía ningún deseo de unirse de nuevo a la banda drow. No deseaba medir cada paso que daba sabiendo que la gran mayoría de quienes se decían sus aliados preferiría verlo muerto.

¿Adonde irían? ¿Seguirían juntos o se separarían? Ambos se lo estaban preguntando cuando una voz, fuerte pero melodiosa, sonora y llena de poder, llegó hasta ellos.

—¡Alto! ¡Rendíos!

Al mirar hacia atrás, Entreri y Jarlaxle vieron una figura solitaria, una grácil y hermosa elfa que se aproximaba a ellos directamente, con una espada finamente forjada en la cadera.

—¿Rendirnos? —masculló Jarlaxle—. Qué manía tiene todo el mundo en que nos rindamos. ¿Y alto? ¡Pero si ya estamos quietos!

Entreri apenas lo escuchaba, pues tenía puesta toda su atención en los árboles que los rodeaban. Los andares de la doncella eran muy reveladores. Inmediatamente el asesino confirmó sus sospechas al descubrir a varios arqueros elfos apostados entre las ramas, con flechas que los apuntaban a él y a Jarlaxle.

—No está sola —susurró al drow, esforzándose por no dejar de sonreír y mostrar a la elfa una expresión amistosa.

—Los elfos raras veces van solos —replicó Jarlaxle en voz baja—. Especialmente si se enfrentan a un drow.

La sonrisa de Entreri se desvaneció ante esa simple verdad y esperó que las flechas empezaran a lloverles en cualquier momento.

—¡Saludos! —gritó Jarlaxle. El drow se quitó el sombrero con un elegante gesto, exhibiendo su herencia drow.

Entreri notó que la doncella elfa se estremecía y se detenía unos segundos, pues, aunque la separaban todavía unos treinta pasos de distancia, sin su extravagante sombrero Jarlaxle era evidentemente un drow.

La elfa se acercó un poco más con paso firme y una expresión serena que nada dejaba traslucir. A Entreri se le antojó que ése no era un encuentro casual y escuchó un momento la queda llamada de Crenshinibon para tratar de averiguar si la piedra había atraído a esos elfos para librarse de él.

Pero el asesino no notó nada fuera de lo normal, ningún contacto entre la reliquia y esa elfa.

—Estáis rodeados por un centenar de guerreros que estarían encantados de atravesar vuestros diminutos corazones con sus flechas, aunque no lo harán si vosotros no los obligáis —dijo la doncella, deteniéndose a unos veinte pasos de distancia del humano y el drow.

—¡Esto es ridículo! —exclamó Jarlaxle—. ¿Por qué deseas matarnos, bella elfa? Yo soy Drizzt Do’Urden del valle del Viento Helado, un vigilante con un corazón afín al tuyo, estoy seguro.

La elfa apretó los labios.

—Parece que no te conoce, amigo mío —apuntó Entreri.

—Shayleigh del bosque Shilmista conoce a Drizzt Do’Urden —les aseguró la doncella—. Y también conoce a Jarlaxle de Bregan D’aerthe y a Artemis Entreri, el más vil de los asesinos.

Las palabras de la elfa hicieron parpadear a ambos varias veces.

—Supongo que la Piedra de Cristal se lo habrá dicho —susurró Jarlaxle a su compañero.

Entreri no lo negó, aunque no lo creía. Cerró los ojos para tratar de percibir algún tipo de conexión entre la reliquia y la doncella elfa pero, nuevamente, no notó nada en absoluto.

¿Cómo sabía entonces sus nombres?

—¿Y tú eres Shayleigh de Shilmista? —inquirió Jarlaxle educadamente—. ¿O acaso hablabas de una amiga?

—Yo soy Shayleigh. Yo y mis amigos que os rodean ocultos en los árboles hemos sido enviados para interceptaros, Jarlaxle de Bregan D’aerthe. Llevas un objeto de gran importancia para nosotros.

—Yo no —protestó el drow, fingiendo una confusión que no sentía, contento de poder enmascarar dicha confusión diciendo la verdad.

—La Piedra de Cristal está en manos de Jarlaxle y de Artemis Entreri —afirmó Shayleigh con toda seguridad—. No me importa quién de los dos la lleve, sólo sé que la tenéis vosotros.

—La piedra los está persuadiendo para que ataquen de un momento a otro —susurró Jarlaxle a Entreri—. Me temo que no querrán negociar.

Pero no era eso lo que percibía Entreri. La Piedra de Cristal no hablaba a Shayleigh ni a ninguno de los demás elfos. Si realmente lo había intentado, los elfos no la habían escuchado.

El asesino se fijó en que Jarlaxle se movía imperceptiblemente, supuso que para lanzar un encantamiento, y lo detuvo poniéndole una mano sobre el brazo.

—Es cierto; el objeto que buscáis está en nuestro poder —dijo Entreri a Shayleigh, dando un paso por delante del drow. Tenía una corazonada—. Se lo queremos entregar a Cadderly de Espíritu Elevado.

—¿Con qué propósito? —quiso saber la elfa.

—Para que libre al mundo de su existencia —contestó Entreri audazmente—. Has dicho que conoces a Drizzt Do’Urden. Si eso es cierto y si también conoces a Cadderly de Espíritu Elevado, de lo cual estoy convencido, ya sabrás que Drizzt pensaba entregarle la piedra a Cadderly.

—Pero le fue robada por un doppelganger, enviado por un elfo oscuro, que se hizo pasar por Cadderly —declaró Shayleigh en tono decidido. De hecho, eso era todo lo que Cadderly le había dicho acerca de ese drow y ese humano que poseían la piedra.

—Hay razones que un observador casual no imagina —intervino Jarlaxle—. Lo único que debes saber es que tenemos la Piedra de Cristal y que nos dirigimos a Espíritu Elevado para entregársela a Cadderly, a fin de que él libre al mundo de su amenaza.

Respondiendo a una seña que Shayleigh hizo en dirección a los árboles, sus compañeros salieron de las sombras. Había docenas de adustos elfos, todos guerreros, y armados con arcos bellamente trabajados, magníficas armas y relucientes y flexibles armaduras.

—He recibido órdenes de entregaros en Espíritu Elevado —explicó Shayleigh—, aunque las órdenes no especificaban si vivos o muertos. Caminad rápidamente y en silencio, no hagáis ningún movimiento hostil, y es posible que lleguéis a contemplar los portalones de la catedral, aunque debo deciros que espero que no sea así.

La doncella dio media vuelta y echó a andar. Los elfos empezaron a rodear al drow y a su compañero, con los arcos alzados y las flechas apuntándolos.

—Esto va mejor de lo que esperaba —comentó Jarlaxle secamente.

—Tú siempre tan optimista —repuso Entreri en el mismo tono. El asesino miró alrededor en busca de alguna brecha en el anillo de elfos, pero lo único que vio fue una muerte rápida e inevitable estampada en su rostro.

Jarlaxle también lo vio, más claramente que el humano si cabía.

—Estamos atrapados —constató.

—Y si conocieran todos los detalles de nuestro encuentro con Drizzt Do’Urden… —dijo Entreri en tono ominoso, sin concluir la frase.

Jarlaxle reprimió una irónica sonrisa hasta que Entreri se dio media vuelta. El drow esperaba no tener que revelar a su compañero la verdad sobre ese asunto. No quería decirle a Entreri que Drizzt seguía vivo. Aunque creía que su compañero humano ya había superado esa obsesión destructiva por Drizzt, si se equivocaba y Entreri se enteraba de la verdad, seguramente tendría que luchar contra el avezado guerrero para salvar la vida.

Jarlaxle echó un vistazo a los hoscos semblantes elfos que lo rodeaban y decidió que ya tenía suficientes problemas.

En un momento dado en el curso de la reunión en Espíritu Elevado, Cadderly soltó un comentario malhumorado cuando Jarlaxle dejó entender que él y Entreri no podían confiar en nadie que los llevara a su presencia escoltados por un grupo de airados elfos.

—Claro que ya has dicho que no es por nosotros —razonó Jarlaxle. El drow echó una fugaz mirada a Entreri en busca de apoyo, pero el asesino no estaba por la labor.

De hecho, no había abierto la boca desde el momento que llegaron, al igual que la ayudante de Cadderly, una mujer muy segura de sí misma llamada Danica. Ella y Entreri parecían hechos de la misma pasta y a ninguno de ellos parecía gustarle la semejanza. Ambos se habían dedicado a fulminarse mutuamente con la mirada casi todo el tiempo, como si entre ambos hubiera algo pendiente, algo personal.

—Muy cierto —admitió finalmente Cadderly—. En otras circunstancias tendría mucho que preguntarte sobre tus acciones, Jarlaxle de Menzoberranzan, y no serían preguntas agradables para ti.

—¿Un juicio? —preguntó el elfo oscuro, resoplando—. ¿Es que ahora eres juez, además de sacerdote?

El enano de barba amarilla situado detrás del clérigo y que obviamente era el más serio de los dos, gruñó y rebulló, nervioso. Su hermano de barba verde mantuvo su estúpida sonrisa bobalicona. Para Jarlaxle, que nunca se daba por satisfecho con las apariencias, esa sonrisa lo señalaba como el más peligroso de los dos enanos.

—Todos debemos responder de nuestras acciones —afirmó Cadderly, mirando al elfo oscuro sin parpadear.

—La cuestión es ante quién —replicó el drow—. No te imaginas el tipo de vida que me ha tocado vivir, clérigo que te atreves a erigirte en juez. —Me pregunto cómo habrías sido tú de haber nacido en la oscuridad de Menzoberranzan.

Antes de que pudiera continuar, Entreri y Danica rompieron su silencio al exclamar al unísono:

—¡Ya basta!

—Oh, oh —murmuró el enano de barba verde, pues se hizo un silencio total. Entreri y Danica, los primeros sorprendidos por haber coincidido al unísono, se miraron con dureza como si se aprestaran a lanzarse uno contra otro.

—Acabemos con esto de una vez —dijo Cadderly—. Entregadme la Piedra de Cristal y seguid vuestro camino. Que el pasado pese en vuestras conciencias. Yo sólo me fijaré en lo que hagáis en el futuro. Pero, si decidís quedaros cerca de Espíritu Elevado, debéis saber que vuestras acciones serán de mi incumbencia y que os estaré vigilando.

—Mira cómo tiemblo —replicó Entreri antes de que Jarlaxle se le avanzara con un comentario similar aunque menos crudo—. Por desgracia para todos, aún no ha llegado el momento de las despedidas. Yo te necesito para que destruyas esta maldita reliquia, y tú me necesitas porque está en mis manos.

—Entrégasela —ordenó Danica en tono gélido.

—No —repuso Entreri con una sonrisa de suficiencia dirigida a la mujer.

—He jurado destruirla —afirmó Cadderly.

—No es la primera vez que lo oigo. Pero, hasta ahora, yo he sido el único capaz de resistir la tentación, por lo que seré el guardián de la piedra hasta que sea destruida. —Mientras pronunciaba estas palabras, el asesino sintió una punzada, mezcla de súplica, amenaza y fría cólera que emanaba de la prisionera Crenshinibon.

Danica se mofó de la declaración de Entreri, como si fuese totalmente ridícula, pero Cadderly la contuvo.

—No es preciso que hagas algo tan heroico —le aseguró—. De verdad que no.

—Lo es —repuso Entreri, aunque al mirar a Jarlaxle le pareció que su compañero se ponía del lado del clérigo.

El asesino comprendía ese punto de vista. Los perseguían unos enemigos muy poderosos y, por si no fuera suficiente, no era probable que la Piedra de Cristal se dejara destruir sin oponer resistencia. Sin embargo, su corazón le decía que debía verlo. Entreri odiaba a Crenshinibon con todas sus fuerzas y necesitaba ver ese detestable artilugio totalmente destruido. No sabía por qué albergaba unos sentimientos tan intensos contra la piedra, pero los tenía y no pensaba entregarla ni a Cadderly ni a Danica, y mucho menos a Rai’gy y Kimmuriel, ni a nadie mientras le quedara un soplo de vida.

—Yo la destruiré —declaró el sacerdote.

—Palabras y más palabras —repuso el asesino sarcásticamente.

—Soy un sacerdote de Deneir —protestó Cadderly.

—Podría nombrar a algunos sacerdotes que se suponen bondadosos entre las criaturas menos dignas de confianza —lo interrumpió Entreri fríamente—. En mi escala de valores, los clérigos están justo por debajo de los trogloditas y los canallas; son los mayores hipócritas y mentirosos del mundo.

—Por favor, amigo mío, contrólate un poco —le dijo Jarlaxle secamente.

—Yo diría que esos calificativos corresponden más bien a los asesinos y los ladrones —dijo Danica con una voz y una expresión que evidenciaban el odio que sentía hacia Artemis Entreri.

—Mi querida señora, Artemis Entreri no es ningún ladrón —repuso Jarlaxle, sonriendo de oreja a oreja, tratando de rebajar la tensión antes de que estallara. En ese caso, él y Entreri deberían hacer frente a los formidables enemigos que tenían tanto dentro de esa habitación como fuera de ella, donde grupitos de sacerdotes y de elfos sin duda comentaban con inquietud la llegada de esos dos personajes que distaban mucho de ser ejemplares.

Cadderly posó una mano en un brazo de Danica para calmarla, inspiró profundamente y se dispuso a exponer de nuevo sus argumentos.

—Te pongas como te pongas, los hechos son que la Piedra de Cristal está en mis manos —lo interrumpió Entreri— y que, de todos los que lo han intentado, he sido el único capaz de controlarla.

»Si quieres arrebatármela, inténtalo —prosiguió el asesino—, pero pienso ponértelo muy difícil y, en caso necesario, usaré incluso los poderes de la piedra contra ti. Yo quiero destruirla, y tú afirmas que también. Así pues, hagámoslo juntos.

Cadderly guardó silencio un largo rato, durante el cual lanzó un par de miradas a Danica y a Jarlaxle, pero ninguno le dio la respuesta que buscaba. Finalmente, el clérigo se encogió de hombros y dijo a Entreri:

—Se hará como quieres. Para destruir a Crenshinibon debe ser envuelta en oscuridad mágica y recibir el aliento de un antiguo y enorme dragón rojo.

Jarlaxle asintió, pero de pronto abrió mucho sus ojos negros y dijo a Entreri:

—Vamos, entrégasela.

Aunque Artemis Entreri no albergaba ningún deseo de enfrentarse con un dragón rojo, fuese cual fuese su tamaño o su edad, todavía temía más lo que podría ocurrir si Crenshinibon volvía a estar libre. Ahora sabía cómo destruirla, todos lo sabían, por lo que la Piedra de Cristal nunca toleraría que continuaran con vida, a no ser que vivieran para ser sus esclavos.

Ésa era la posibilidad que Entreri más detestaba.

Jarlaxle estuvo a punto de mencionar que Drizzt Do’Urden también había sido capaz de controlar la piedra, pero guardó silencio, pues no quería mencionar el nombre del vigilante drow en ningún contexto. Dada la comprensión de la situación que demostraba Cadderly, era evidente que el clérigo estaba al corriente del resultado del duelo con Drizzt, y Jarlaxle quería evitar a toda costa que Entreri descubriera que su más odiado rival seguía vivo. Teniendo tantos otros problemas más urgentes que resolver, ése no era el mejor momento.

El elfo oscuro consideró la posibilidad de contarlo todo, pues quizá si se enteraba de la verdad, Entreri desearía acabar con ese asunto cuanto antes y entregaría la piedra a Cadderly, para que él y Jarlaxle pudieran emprender la búsqueda del vigilante drow.

Pero entonces se dio cuenta de dónde le venía esa inspiración y sonrió; era una sutil artimaña telepática de Crenshinibon.

—Muy lista —susurró, y se limitó a sonreír cuando todos los ojos se posaron en él.

Poco después, mientras Cadderly y sus amigos hacían los preparativos para el viaje hasta la guarida del dragón rojo, Entreri y Jarlaxle paseaban por el espléndido jardín que rodeaba Espíritu Elevado, naturalmente conscientes de que muchos ojos atentos vigilaban todos y cada uno de sus movimientos.

—Realmente es bella, ¿no crees? —inquirió Jarlaxle, volviendo la vista hacia la imponente catedral con sus altas agujas y sus enormes vidrieras de colores.

—La máscara de un dios —repuso Entreri con acritud.

—¿La máscara o el rostro? —preguntó el siempre sorprendente Jarlaxle.

Entreri lanzó una dura mirada a su compañero y luego miró a la catedral.

—La máscara —respondió—, o quizá la ilusión, creada por aquellos que anhelan elevarse por encima de los demás pero no poseen la habilidad para conseguirlo.

Jarlaxle se quedó mirándolo con curiosidad.

—De este modo, incluso alguien mediocre con la espada y que carezca de la suficiente inteligencia, si es capaz de hacer creer a los demás que un dios habla a través de él, puede elevarse —explicó Entreri de manera cortante—. Es el mayor engaño del mundo, un engaño en el que caen reyes y señores, mientras que a los rateros que pueblan las calles de Calimport y otras ciudades se les corta la lengua por tratar de robar a los demás la bolsa.

Era el pensamiento más doloroso y revelador que Jarlaxle había oído de boca del escurridizo Artemis Entreri, una clave esencial para descubrir quién era realmente ese hombre.

Hasta entonces Jarlaxle había buscado el modo de quedarse al margen mientras Entreri, Cadderly y cualquiera que acompañara al clérigo se enfrentaban con el dragón para destruir la Piedra de Cristal.

Pero ahora, después de vislumbrar fugazmente el corazón de Artemis Entreri, el drow se dio cuenta de que debía implicarse.