16

Sombras en un día soleado

Danica estaba sentada en un saliente rocoso de una imponente montaña, junto al campo en el que se alzaba Espíritu Elevado, una catedral con altísimas torres rematadas por capiteles, arbotantes y adornada con grandes vidrieras de colores. Los extensos jardines estaban salpicados de setos verdes muy bien cuidados, muchos de los cuales habían sido podados imitando formas animales. Asimismo se veía un enorme laberinto formado por setos.

La catedral era obra del marido de Danica, Cadderly, un poderoso clérigo de Deneir, la diosa del conocimiento. Desde luego, el edificio era el legado más obvio de Cadderly, aunque para Danica, el mayor legado eran los gemelos que retozaban a la entrada del laberinto así como su hermano, que dormía dentro de la catedral. Para consternación del enano Pikel Rebolludo, los gemelos se habían metido corriendo en el laberinto de setos. Había sido Pikel —practicante de la magia druídica, que su hosco hermano Iván seguía negando—, quien había diseñado el laberinto así como otros jardines igualmente asombrosos.

Pikel se había internado en el laberinto en pos de los niños, gritando su nombre y otras palabras típicas suyas, mientras se mesaba los cabellos y la barba teñidos de verde. Para que el laberinto estuviera listo faltaba que los setos enraizaran adecuadamente.

Por supuesto, no bien Pikel había entrado corriendo entre los setos, los gemelos se habían escabullido afuera y ahora jugaban tranquilamente en la entrada del laberinto. Danica no sabía hasta dónde se habría internado el enano de barba verde, pero a juzgar por su voz, que se iba perdiendo en la distancia, supuso que se habría perdido, y ya sería la tercera vez en un solo día.

Una ráfaga de viento azotó el flanco de la montaña y le echó a la cara su abundante mata de cabello cobrizo. Danica se quitó algunos mechones de la boca, y estaba inclinando la cabeza, cuando divisó a Cadderly que avanzaba hacia ella.

Qué magnífica estampa presentaba, con su túnica blanca y marrón, los pantalones a juego, un ligero manto de seda azul y su característico sombrero azul de ala ancha con plumas. Durante la construcción de Espíritu Elevado el clérigo había envejecido hasta el punto que Danica creyó que iba a perderlo. Para desconsuelo de la mujer, el mismo Cadderly aceptaba su muerte como un sacrificio necesario para construir la monumental biblioteca. Pero, poco después de finalizar el edificio principal —detalles tales como la ornamentación de muchas de las puertas y los dorados con pan de oro alrededor de los hermosos arcos de entrada era posible que nunca llegaran a completarse—, el proceso de envejecimiento había empezado a invertirse, y Cadderly había rejuvenecido muy rápidamente, tanto que Danica temió que a ese paso tendría que criar a cuatro hijos en lugar de a tres. Ahora tenía el aspecto de un hombre de veintitantos años, de andar brioso y al que le brillaban los ojos cada vez que miraba a su esposa.

Cadderly volvía a ser el mismo hombre joven, sano y lleno de vida que era antes de emprender la magna tarea de construir la Biblioteca para el Espíritu, que había sido destruida a raíz de la maldición de Caos al igual que la antigua orden de Deneir. La diosa había recompensado que Cadderly Bonaduce estuviera dispuesto a sacrificarlo todo para reconstruir la catedral y la orden devolviéndole la vida, enriquecida con la presencia de su esposa y sus tres hijos.

—Esta mañana he recibido una visita —dijo Cadderly a modo de saludo. El clérigo echó un vistazo a los gemelos, y su sonrisa se ensanchó al oír otra llamada frenética de Pikel desde el laberinto.

Danica contempló maravillada cómo los ojos grises de su marido también parecían sonreír.

—Lo sé. Un hombre de Carradoon —comentó la mujer—. Lo vi entrar.

—Traía un mensaje de Drizzt Do’Urden.

Estas palabras despertaron el interés de Danica, la cual se volvió para mirarlo de frente. Ella y Cadderly habían conocido al extraordinario elfo oscuro el año anterior. Drizzt había regresado al norte en alas del viento gracias a uno de los hechizos del sacerdote.

Danica estudió por un momento el rostro de su esposo, que mostraba una expresión muy distinta a su habitual calma.

—Ha recuperado la Piedra de Cristal —decidió al fin, pues la última vez que se habían reunido con el elfo y su amiga humana, Catti-brie, habían hablado justamente de eso. Drizzt prometió que recuperaría la antigua y malvada reliquia y que se la llevaría a Cadderly para que éste la destruyera.

—Así es —confirmó Cadderly.

El clérigo tendió a Danica varios pergaminos enrollados. La mujer los cogió y los desplegó. Una sonrisa cruzó su rostro al enterarse de que, por fin, el amigo perdido de Drizzt, Wulfgar, había sido liberado de las garras del demonio Errtu. Pero al llegar a la segunda página se quedó boquiabierta al leer que la Piedra de Cristal había sido robada por un elfo oscuro, un rufián llamado Jarlaxle, el cual había engañado a Drizzt enviando a un doppelganger que se hizo pasar por Cadderly. Danica interrumpió la lectura y alzó la vista.

—Drizzt cree que es muy posible que la piedra se encuentre ahora en la Antípoda Oscura, en una ciudad drow llamada Menzoberranzan, donde vive Jarlaxle —dijo Cadderly, al tiempo que cogía la carta de manos de su esposa.

—Bueno, pues que les aproveche —replicó la mujer, muy seria.

Ella y Cadderly habían hablado largo y tendido sobre los poderes de la reliquia, por lo que sabía que era una herramienta de destrucción, tanto de los enemigos de su dueño, como de los aliados de éste y, en último término, del mismo dueño. Siempre había sido así y, en opinión de Cadderly, Crenshinibon llevaba siempre la desgracia a quienes estaban cerca de ella. Poseer la Piedra de Cristal era como padecer una enfermedad terminal.

El clérigo sacudía ya la cabeza antes de que Danica acabara de hablar.

—La Piedra de Cristal es un artilugio de luz. Necesita el sol, y simbólicamente en ello radica quizá su mayor perversión.

—Pero los drows son criaturas de la oscuridad. Dejemos que se la queden. Tal vez en la Antípoda Oscura los poderes de la piedra disminuirán o serán destruidos.

—¿Quién es más fuerte: la piedra o su dueño? —inquirió Cadderly, sacudiendo de nuevo la cabeza.

—Engañar a Drizzt no es nada fácil, así que el elfo oscuro que le robó la piedra debe de ser muy astuto.

El clérigo se encogió de hombros y sonrió.

—A no ser que ese Jarlaxle se guíe por los mismos principios morales que Drizzt Do’Urden, una vez que Crenshinibon llegue a su corazón dudo que le permita retirarse a las profundidades de la tierra. No se trata necesariamente de quién es el más fuerte. La piedra no domina a quien la posee, sino que lo manipula para que haga lo que ella desea. —Y manipular el corazón de un elfo oscuro es fácil— razonó Danica.

—Si se trata de un típico elfo oscuro, sí.

Ambos guardaron silencio unos momentos mientras sopesaban las palabras y la nueva información.

—¿Qué vamos a hacer, entonces? —preguntó la mujer—. Si crees que la Piedra de Cristal impedirá que se la lleven a la Antípoda Oscura, ¿vamos a permitir que cause estragos en la superficie? ¿Tenemos idea de dónde puede estar?

Cadderly no respondió, ensimismado como seguía en sus pensamientos. La pregunta de qué hacer, de cuál era la responsabilidad de ambos en esa situación lo llevaba a la cuestión filosófica de la seducción del poder. ¿Le correspondía a él, por sus poderes clericales, localizar al nuevo dueño de la Piedra de Cristal, a ese elfo oscuro, y arrebatársela para destruirla? En caso afirmativo, ¿qué pasaba entonces con todas las demás injusticias que se cometían en el mundo? Por ejemplo, los piratas que infestaban el mar de las Estrellas Fugaces. ¿Acaso debía fletar un barco para darles caza? ¿Y la tristemente famosa banda de los Hechiceros Rojos de Thay? ¿Tenía él el deber de encontrarlos y combatirlos? Por no hablar de los zhentarim, del Trono de Hierro o de los Ladrones de la Sombra.

—¿Recuerdas cuando vinieron Drizzt Do’Urden y Catti-brie? —inquirió Danica, y Cadderly tuvo la impresión de que la mujer le había leído la mente—. Drizzt se quedó consternado al enterarse de que habíamos invocado al demonio Errtu, liberándolo así del exilio al que el mismo Drizzt lo había condenado unos años antes. ¿Qué fue lo que le dijiste para tranquilizarlo?

—Le dije que el hecho de haber liberado a Errtu no era tan grave —admitió Cadderly—. Que siempre habría demonios dispuestos a servir a brujos malvados. Si no Errtu, otro.

—Errtu no es más que uno de los agentes del Caos, del mismo modo que la Piedra de Cristal. Si no es ella quien causa desgracias, lo hará cualquiera de las muchas otras herramientas del Caos. ¿Tengo o no tengo razón?

Cadderly le sonrió con la mirada fija en la profundidad, en apariencia infinita, de sus ojos castaños y almendrados. ¡Cómo la amaba! Era su compañera en todos los aspectos de la vida. Era una mujer inteligente y más disciplinada que nadie que Cadderly hubiera conocido. Danica siempre lo ayudaba a dilucidar dudas y tomar decisiones difíciles, limitándose a escucharlo y ofrecerle sugerencias.

—Es el corazón el que engendra el mal, no los instrumentos de destrucción. —Cadderly completó el pensamiento.

—¿La Piedra de Cristal es instrumento o corazón?

—Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Puede equipararse Crenshinibon a un monstruo invocado con artes mágicas, a un instrumento de destrucción en manos de alguien con un corazón mancillado? ¿O es una manipuladora, una engendradora de un mal que sin ella no existiría? —Cadderly extendió ambos brazos, pues no poseía las respuestas—. Sea como sea, creo que voy a ponerme en contacto con algunas fuentes de otros planos para tratar de localizar la reliquia y a ese elfo oscuro, Jarlaxle. Ojalá supiera para qué ha utilizado la piedra o, lo que es más inquietante, cómo piensa la piedra utilizarlo a él.

Danica iba a preguntarle de qué estaba hablando, pero antes de formular la cuestión ella misma dedujo la respuesta y apretó los labios. ¿Acaso la Piedra de Cristal, en lugar de permitir que Jarlaxle se la llevara a la Antípoda Oscura, pensaba utilizarlo como punta de lanza de una invasión drow? ¿Acaso la Piedra de Cristal utilizaría la raza y la posición de su nuevo poseedor para causar una destrucción mucho mayor que cualquier otra en el pasado? O, lo que aún era peor para ellos personalmente, si Jarlaxle había robado la reliquia usando a un doppelganger disfrazado de Cadderly, entonces ese Jarlaxle sabía muchas cosas de Cadderly. Y, si Jarlaxle lo sabía, Crenshinibon también, y asimismo, estaría al corriente de que Cadderly conocía el modo de destruirla. Una fugaz expresión de inquietud cruzó la faz de Danica, y Cadderly, al advertirlo, se volvió instintivamente a mirar a sus hijos.

—Trataré de descubrir dónde están el drow y la piedra, y qué problemas pueden estar causando —explicó Cadderly, imputando la inquietud de Danica a causas equivocadas y preguntándose si, quizá, la mujer dudaba de él.

—Sí, hazlo. No pierdas tiempo —replicó ella muy seria y convencida.

Un chillido procedente del interior del laberinto hizo que ambos se volvieran en esa dirección.

—Pikel —explicó la mujer.

—¿Ya ha vuelto a perderse? —inquirió Cadderly, risueño.

—Tal vez nunca se ha encontrado.

Entonces oyeron un ruido sordo y vieron a Iván Rebolludo, el hermano de Pikel —un enano más tradicional—, que se dirigía al laberinto sin dejar de gruñir a cada paso.

—Tanta superchería druida y ni siquiera sabe cómo salir de un laberinto —rezongaba el enano de barba amarilla.

—¿Vas a ayudarlo? —le gritó Cadderly.

Iván dio media vuelta, curioso, y reparó en la pareja.

—Llevo toda la vida ayudándolo —resopló.

Tanto Cadderly como Danica asintieron y dejaron que Iván siguiera creyéndolo. Aunque él no fuera consciente de ello, ambos sabían que cada vez que trataba de ayudar a Pikel ambos enanos se metían en un lío aún mayor. No pasaría mucho rato antes de que los gritos de Iván, tan perdido como su hermano, se unieran a los de Pikel. Cadderly, Danica y los gemelos se sentaron justo fuera del tortuoso laberinto dispuestos a disfrutar de lo lindo.

Unas horas más tarde, después de preparar la apropiada secuencia de encantamientos y comprobar el círculo mágico de protección que el rejuvenecido sacerdote siempre usaba, incluso cuando trataba con la más insignificante criatura de los planos inferiores, Cadderly se sentó con las piernas cruzadas en el suelo de la cámara de invocaciones y empezó a salmodiar las palabras que llevarían a su presencia a una entidad menor, a un diablillo.

Al poco rato, la diminuta criatura con cuernos y alas de murciélago se materializó dentro del círculo protector. Confusa y enfadada, se puso a dar brincos hasta que, finalmente, centró su atención en el clérigo. El diablillo lo estudió detenidamente, sin duda tratando de hallar alguna clave para saber cómo comportarse. Los diablillos eran invocados con frecuencia al plano material, unas veces para que proporcionaran información, y otras para convertirse en demonios familiares de hechiceros malvados, es decir en sus espíritus servidores.

—¿Deneir? —inquirió el diablillo con una voz ronca y áspera que a Cadderly le pareció típica y muy adecuada para el humeante entorno natural de la criatura—. Vas vestido como un sacerdote de Deneir.

Cadderly notó que el diablillo miraba fijamente la cinta roja de su sombrero, de la que pendía un colgante de porcelana y oro que representaba una vela encendida encima de un ojo, el símbolo de Deneir.

El clérigo hizo un gesto de asentimiento.

—¡Aj! —exclamó el diablillo y escupió al suelo.

—¿Esperabas que fuese un hechicero en busca de un demonio familiar? —preguntó astutamente Cadderly.

—Esperaba cualquier cosa menos a ti, sacerdote de Deneir.

—Acepta lo que tienes. Después de todo, una fugaz visión del plano material es mejor que nada, y te brinda un descanso de tu infernal existencia.

—¿Qué quieres, sacerdote de Deneir?

—Información —contestó Cadderly, pero, mientras hablaba se dio cuenta de que tal vez sus preguntas serían demasiado difíciles para una criatura tan inferior—. Solamente quiero saber el nombre de un demonio más poderoso que tú al que pueda invocar.

El diablillo lo miró con curiosidad, ladeando la cabeza como un perro y relamiéndose los delgados labios con su puntiaguda lengua.

—Un nalfeshnie al menos —añadió rápidamente Cadderly al reparar en la pícara sonrisa que esbozaba el diablillo y queriendo limitar el poder de la criatura que fuese a invocar. Aunque no debían despreciarse los poderes de un nalfeshnie, el clérigo podía controlarlo perfectamente, al menos el tiempo necesario para obtener la información que buscaba.

—Oh, tengo un nombre para ti, sacerdote de De… —empezó a decir el diablillo, pero unos violentos espasmos sacudieron su cuerpo cuando Cadderly entonó un hechizo de tormento. El diablillo cayó al suelo, retorciéndose y soltando maldiciones.

—El nombre —exigió el sacerdote—. Y te lo advierto: si me engañas para que invoque a uno de los demonios mayores, te aseguro que lo enviaré inmediatamente de vuelta a su plano y entonces te buscaré. ¡Este tormento no es nada comparado con lo que te haré si me engañas!

El clérigo pronunció la amenaza con convicción y fuerza, aunque, de hecho, su bondadosa naturaleza sufría al tener que torturar incluso a una criatura tan despreciable como el diablillo. Pero al recordar la importancia de su búsqueda, su resolución fue en aumento.

—¡Mizferac! —gritó el diablillo—. ¡Un glabrezu de lo más estúpido!

Cadderly liberó al diablillo de su hechizo de tormento. La criatura batió sus alas y se irguió, mirando al hombre fríamente.

—He hecho lo que querías, maldito sacerdote de Deneir. ¡Ahora déjame ir!

—Vete pues —dijo Cadderly, y mientras el diablillo empezaba a esfumarse, dirigiéndole gestos obscenos, añadió—: Pienso comunicar a Mizferac la opinión que tienes sobre su inteligencia.

El clérigo disfrutó al ver la expresión de pánico que se pintaba en el rostro del pequeño diablillo.

Ese mismo día, unas horas más tarde, Cadderly invocó a Mizferac. El imponente glabrezu, provisto de pinzas en los brazos, resultó ser la encarnación misma de todo lo que aborrecía de los demonios. Era una criatura vil, cruel, manipuladora y totalmente egoísta que trataba de sacar el mayor provecho posible de cada palabra. Cadderly procuró que la reunión fuese breve y concisa. Mizferac tendría que hacer averiguaciones entre otras criaturas de su plano de existencia sobre el paradero de un elfo oscuro llamado Jarlaxle, que probablemente se encontraba en la superficie de Faerun. El clérigo hizo un poderoso sortilegio para impedir que el demonio pudiera andar por el plano material y regresara al Abismo, donde debería obtener la información a partir de otras fuentes.

—Me llevará más tiempo —declaró Mizferac.

—Te invocaré cada día —replicó Cadderly, tratando de expresar con su timbre de voz enojo pero ninguna pasión—. A cada día que pase, mi impaciencia crecerá, al igual que tu tormento.

—En mí te has ganado un enemigo terrible, Cadderly Bonaduce, sacerdote de Deneir —replicó el glabrezu, tratando de hacerlo flaquear demostrándole que conocía su nombre.

Pero Cadderly oía la poderosa canción de Deneir tan claramente como si naciera en su corazón, por lo que se limitó a sonreír ante esa amenaza.

—Si alguna vez rompes tus cadenas y eres capaz de caminar libremente por la superficie de Toril, ven a por mí, si eres lo suficientemente tonto. Me encantará reducir a cenizas tu forma física y exiliar tu espíritu de este mundo durante cien años.

El demonio gruñó, y Cadderly lo despidió con un simple ademán, pronunciando una única palabra. Había oído muchas veces todo tipo de amenazas de la boca de demonios. Después de todas las pruebas que había tenido que superar en su vida —enfrentarse a un dragón rojo, luchar contra su propio padre, combatir la maldición de Caos y, sobre todo, sacrificar la vida por su diosa—, no había nada que ninguna criatura, demoníaca o no, pudiera decir que asustara al joven sacerdote.

Durante los diez días siguientes invocó al glabrezu hasta que, por fin, el malvado ser pudo darle noticias acerca de la Piedra de Cristal y del drow Jarlaxle. Así supo que la reliquia ya no estaba en manos de Jarlaxle, sino que viajaba en compañía de un humano llamado Artemis Entreri.

Era un nombre que Cadderly conocía muy bien por las historias que Drizzt y Cattibrie le contaron durante su breve estancia en Espíritu Elevado. Artemis Entreri era un cruel asesino a sueldo. Según Mizferac, Entreri junto con la Piedra de Cristal y el elfo oscuro, Jarlaxle, se dirigía a las montañas Copo de Nieve.

El clérigo se acarició el mentón mientras el demonio le comunicaba la información, que sabía que era cierta porque había usado un hechizo de autenticidad para asegurarse.

—He hecho lo que me ordenaste —gruñó el glabrezu, chasqueando ansiosamente sus apéndices acabados en pinzas—. Ahora estoy libre de tus cadenas, Cadderly Bonaduce.

—Vete. No quiero seguir viendo tu desagradable rostro —replicó el joven clérigo.

—No voy a olvidar esto —prometió el demonio, mientras entrecerraba sus enormes ojos con gesto amenazador y chasqueaba las pinzas.

—Me decepcionarías si lo hicieras —repuso Cadderly con tranquilidad.

—He averiguado que tienes hijos pequeños, idiota —comentó Mizferac mientras se desvanecía.

—¡Mizferac, ehugu-winance! —gritó Cadderly, reteniendo así al demonio antes de que se disipara por completo y regresara a los remolinos de humo del Abismo. Mientras lo mantenía inmovilizado gracias a la fuerza de su hechizo, Cadderly hizo que la forma física del demonio se retorciera de dolor.

—Huelo tu miedo, humano —lo desafió Mizferac.

—Lo dudo, pues tendrán que pasar cien años antes de que puedas regresar al plano material. —Al proferir esta amenaza, Mizferac quedó liberado de la invocación, aunque no era libre del todo, pues Cadderly lo había sometido con otro hechizo.

Mizferac creó un globo de oscuridad mágica que llenó la cámara. El clérigo inició una salmodia con voz trémula, fingiendo estar aterrado.

—Puedo olerte, estúpido mortal —espetó Mizferac. Cadderly oyó la voz del demonio a su lado, aunque supuso correctamente que el glabrezu utilizaba su dominio de la ventriloquia para engañarlo. El joven sacerdote se había abandonado por completo a la canción de Deneir, de la que oía cada una de sus hermosas notas mientras accedía a su magia con rapidez y sin fisuras. Primero detectó el mal y localizó fácilmente la enorme fuerza negativa del glabrezu, y a continuación otra poderosa fuerza negativa, que pertenecía a otro demonio llamado por Mizferac.

Pero Cadderly no perdió la calma y continuó tejiendo su encantamiento.

—Primero mataré a los niños, idiota —prometió Mizferac.

A continuación, añadió algo dirigido a su nuevo compañero en la gutural lengua hablada en el Abismo. Cadderly la comprendía perfectamente gracias a un hechizo que había lanzado antes de invocar al demonio. El glabrezu le estaba diciendo al otro demonio que mantuviera ocupado al estúpido sacerdote mientras él iba a por los niños.

—Los sacrificaré delante de ti para que… —el resto de la frase quedó ahogado por una serie de gritos incomprensibles. Cadderly había conjurado un círculo de afiladas espadas que giraban alrededor de ambos demonios. Acto seguido, lanzó un globo de luz para contrarrestar la oscuridad creada por Mizferac. La luz permitió contemplar al clérigo el espectáculo del glabrezu y su compañero, un demonio menor semejante a un mosquito gigante, siendo despedazados por las espadas.

Mizferac lanzó un alarido y pronunció una gutural palabra, destinada a teletransportarlo, supuso Cadderly. Pero falló. El joven clérigo, imbuido del poder de Deneir, fue más rápido y formuló una plegaria que anuló la magia del demonio antes de que pudiera huir.

Inmediatamente, Cadderly lanzó otro hechizo que inmovilizó a Mizferac mientras las espadas mágicas completaban su labor destructora.

—¡Jamás olvidaré esto! —bramó Mizferac con una voz que dejaba traslucir su indignación y su agonía.

—Mejor, así no te atreverás a regresar nunca más —replicó Cadderly.

El sacerdote conjuró una segunda barrera de espadas. Los dos demonios fueron despedazados, sus formas materiales convertidas en docenas de pedazos sanguinolentos, y fueron exiliados del plano material durante un siglo. Dándose por satisfecho, Cadderly salió de la cámara de invocaciones cubierto de la sangre de los demonios. Tendría que encontrar el hechizo adecuado para limpiarse la ropa.

En cuanto a la Piedra de Cristal, ya tenía las respuestas que necesitaba. Se alegraba de haber iniciado las averiguaciones, ya que un peligroso asesino, un elfo oscuro no menos peligroso y la poderosa Piedra de Cristal se dirigían hacia él.

Tendría que hablar con Danica y preparar tanto Espíritu Elevado como la orden de Deneir para la posible batalla.